Capítulo 6: Tercer pecado

—Yo ni siquiera quería venir. —se quejaba la pelirroja—¿Por qué me hacen esto?

—Pienso que nuestra amiga merece ser visitada. Vamos, está pasando por un momento difícil, ella y toda su familia—repuso el chico, quien manejaba.

—Hace tiempo que Alexa y yo ya no éramos amigas. Y no solo nosotras, tampoco lo eran ustedes.

—En ese caso, vamos a asfixiar a la pequeña perra—habló Cameron, mientras encendía un cigarrillo.

Dylan rodó los ojos. ¿Cómo es que podían seguir así de molestos con ella, incluso en esa situación? eran como dos gotas de agua. Insensibles y anaranjados.

Cuando llegaron al hospital, el rubio tuvo que convencer a su amigo para que apagara su cigarro y forzar a Mía para que bajara del auto. Parecía ser él el único preocupado por la castaña.

Entraron al lugar, y posterior, a la habitación de la menor de los Adams.

—Hola, zorra. ¿Cómo te va en el infierno?—preguntó irónicamente la chica.

—Mía—llamó Dylan con desaprobación a su amiga.

Ésta rodó los ojos.

El rubio dejó los girasoles en la pequeña mesa que se encontraba al lado. Alexa amaba los girasoles. Decía que le gustaban porque éstos siempre observaban en dirección al sol.

La morena se veía terrible, y Dylan no podía hacer más que verla, esperando a que ella saltará y dijera "han caído, idiotas", como las bromas pesadas que ella siempre hacía. Pero eso no sucedió.

Cameron sacó un cigarrillo, con la finalidad de encenderlo y posterior llevarlo a su boca.

—Harás que nos saquen—dijo Dylan.

—Esa es justo la finalidad—contestó el pelirrojo con una sonrisa.

Mía le arrebató el cigarro y lo pisó con rabia.

—Estas así de adicto por culpa de esa perra.

•●•

Mía llegó a su hogar. Ahí estaba su padre, trabajando, como siempre lo hacía. Si no estaba en la empresa, llevaba los papeles a casa.

—Hola, papá. He llegado a casa.

—Hola linda, sí, me he dado cuenta—murmuró el hombre sin dirigirle la mirada.

La pelirroja se sintió decepcionada.

—Cameron decidió ir a dar una vuelta. Creo que está en un bar, parecía algo drogado—mintió, con la finalidad de llamar su atención.

En realidad no sabía dónde estaba su hermano mayor, pero no sería algo muy distinto. Probablemente estaría en una fiesta con un montón de chicas, o algo por ahí. Nunca estaba sin hacer nada.

—Bueno, ese chico merece divertirse, ¿no? Ya llegará.

—Si...—respondió casi en un susurro, para posterior irse a su habitación.

Odiaba que su padre fuera así. Pero odiaba más a su madre, por convertirlo en eso.

•●•

¿Qué podía hacer yo, además de sollozar e intentar escapar de aquel infierno? Absolutamente nada. Lo único que me quedaba era esperar, y esperar; y esperar. Esperar a que el tiempo pasara, a las horas transcurrir. Y esperar a mi ángel, lo único que podía salvarme, aunque fuera por unos cuantos momentos.

Después de un tiempo indefinido, pues yo no tenía noción de éste, vi aquella luz que tanto caracterizaba a la de ojos verdes. Alzó la mano, y yo corrí hacia ella para tomarla. La habitación se tornó blanca.

—He visto que tienes admiradores—declaró ella.

— ¿A qué te refieres con eso?

—Cierra tus ojos.

Observé. Estaban ahí mis amigos, o quiénes solían serlo, en mi habitación de hospital.

—Parecería que te odian. Excepto ése, el que te entregó los girasoles.

Sentí una lágrima bajar por mi mejilla, tomándome por sorpresa.

—Tienen todo el derecho a hacerlo—sollocé—incluso el debería de odiarme también.

—Ya veremos cómo vas a arreglar ese asunto. Pero por ahora, es momento de ir a solucionar tu tercer pecado. —soltó mi mano, haciéndome entender que tenía que abrir mis ojos.

Lo hice. Estaba afuera de una casa, una que conocía bien; y yo preservaba mi figura actual.

— ¿Que hacemos aquí?—cuestioné.

—Aquí vive una chica a la que le hiciste algo malo. Cometiste un gravísimo pecado; la venganza.

Miré hacia abajo.

—Sabes de quien te hablo, ¿cierto?

Por supuesto que lo sabía.

—Sí.

—Mírame a los ojos.

Obedecí a rastras, dirigiendo la mirada hacia ella.

— Tu no estas arrepentida...—afirmó, mirando infinitamente hacia mis pupilas.

Tenía razón.

— ¿Sabes algo? No. Sinceramente, no estoy arrepentida. Esa chica se lo merecía, y lo que yo le hice no es ni la mitad de horrible comparado con lo que ella me hizo a mí.

El ángel me quito la mirada de encima, observando la casa que se encontraba frente a nosotras, pensativa.

—Y dime, ¿por qué piensas eso?

¿Por qué pensaba eso? Era difícil de describir. Era difícil describir mi odio por la horrible persona que habitaba esa casa.

—Porque...—tomé aire—porque esa persona me hizo miserable. Durante años. No iba permitir ni uno más. Ni uno más.

La rubia parecía no oponerse a mi contestación. Tan solo miraba hacia un lado, reflexionando sobre mis palabras.

— ¿Y qué piensas hacer?—me interrogó.

Era una buena pregunta. Comencé a pensar en alguna respuesta, pero nada me llegaba a la cabeza.

—No lo sé. —me rendí—¿Se supone que debo hacerlo?

—Se supone. Claro que no es obligatorio... —hizo una pausa—a menos que quieras despertar del coma.

Me tome un tiempo para pensar.

—De acuerdo, lo haré—respondí finalmente.

—No...—dijo tomándome del hombro—no funciona de esa manera. No lo harás sin estar arrepentida.

La miré perpleja.

— ¿Entonces qué debo hacer?

—Comprender—indicó.

Analicé su respuesta. E irónicamente, no comprendía.

—No te entiendo—respondí.

El ángel comenzó a observar el área, probablemente pensando en lo que iría a decir.

—Alexa, ¿alguna vez te has preguntado el porqué del comportamiento de otros?—cuestionó, sin dirigirme la mirada.

—No realmente.

—No realmente...—repitió—tiene sentido. ¿Y, nunca pensaste por qué, esta chica que tanto odiaste, era de tal manera?

Me lo planteé. No, solo pensaba en lo mucho que la odiaba.

—No. Nunca me interesó saber de ella.

—Ya veo. —me dirigió la mirada—¿Aún no entiendes lo que trato de decirte?

Comencé a analizarlo. Sí, entendía.

—Sí, lo comprendo.

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