Capítulo 5: Segundo Pecado

Allison entró a la habitación. Allí estaba su hermana menor, conectada a cables y completamente demacrada.

—Mierda, Alexa—dijo en voz baja, mientras se acercaba a la morena.

Las hermanas Adams vivían peleándose. Siempre tenían problemas entre ellas, pero en los tiempos difíciles, se apoyaban. Y la situación calificaba como tiempos difíciles.

La mayor le tomó la mano a la que permanecía inconsciente, derramando unas que otras lágrimas.

—Tienes que sobrepasar esto. Tienes que hacerlo, maldita idiota. No puedes simplemente irte.

•●•

El salón de clases se encontraba tranquilo. Los alumnos estaban conversando y riendo, una cosa de lo más normal. Nadie parecía percatarse de la ausencia de Alexa, estando todos tan sumidos en sus cosas. De pronto entraron varios maestros, haciendo dejar el aula en absoluto silencio.

El director suspiró.

—Jóvenes, les tengo una mala noticia—habló el mismo—su querida compañera, Alexa Valerie Adams, se encuentra en el hospital en estado grave. Esta en un coma debido a un accidente de auto en el que estuvo presente—se empezaron a escuchar murmullos—si así lo desean, pueden visitarla.—dijo, para después mencionar los datos sobre donde se encontraba.

Todos parecían estar preocupados por la salud de su compañera de clases. O casi todos.

•●•

Creo que estuve en una especie de trance. Sentía que en cualquier momento, yo iba a perder la cordura. En cualquier instante. Jamás me había sentido tan exhausta. Lo único que me quedaba era esperar. Esperar a que se presentara una luz cegadora, y posterior, una hermosa chica rubia.

6:00 AM

La luz, finalmente, se presentó. Estoy segura de que mis ojos debieron haber brillado, al ver a mi salvación frente a frente.

Corrí hacia ella, desesperada.

—Por favor, déjame salir de aquí—me incliné ante ella suplicando—por favor. Ya no lo soporto, ya no...

—Alexa, para eso estoy aquí. Es tiempo de que arregles tu segundo pecado—regresamos al cuarto iluminado, haciéndome sentir aliviada.

El ángel de nuevo llevaba un atuendo distinto. Ahora su cabello estaba al natural, y su vestido era de un celeste muy claro, casi blanco; y para finalizar tenía brillos debajo de los ojos. Yo, seguía con la misma ropa del accidente.

—Debes estar agotada. Tanto sufrimiento para ti...—me tomó de la mano—te mereces un descanso. Cierra los ojos.

Obedecí. Estaba en un jardín muy grande, habían flores por todos lados y el ambiente era fresco, iluminado por el cálido sol. Me sentía ahí. Era todo tan, tan real.

—Relájate. Siente el pasto en tus pies, el viento en tu rostro... respira—lo hice—piensa en las cosas buenas que te han sucedido. ¿Recuerdas aquella primavera, de cuando tenías ocho años? te sentías tan tranquila, tan completa. Recuerda esa sensación. Estabas en la granja de tus abuelos. Cuando las cosas todavía estaban bien.

Pude sentirlo. No tenía ningún peso sobre mi, ninguna carga. Era hermoso. No tenía ni idea de como ella había averiguado eso, pero decidí no tomarle importancia.

—Si, lo recuerdo... aún era feliz—dije con un hilo de voz.

—Nunca olvides esos pequeños momentos, Alexa. Mantén los buenos recuerdos en tu mente, por siempre. Recuerda las sensaciones—hizo una pausa—Ahora, despierta. Es hora de ir a los verdaderos problemas.

Abrí mis ojos. Estaba en un baño público. Sabía exactamente que hacía ahí, y no, no era para satisfacer mis necesidades fisiológicas.

—¿Dónde estoy?—pregunté. Mi voz se escuchaba extraña, aguda; pero no más que la de la vez anterior.

—No pretendas que no lo sabes—respondió ella con seguridad—es el baño de tu colegio. Aquí, te hiciste tu primer corte. Esto solo se convirtió en una adicción, una que comenzó desde los 12 años.—observé mi uniforme—Tu cuerpo es algo sagrado, pues en el esta contenida tu alma. Y tu lo estabas matando.

De un momento a otro, una extraña emoción me invadió. Se sentía como alguna clase de ansiedad, el corazón me latía fuertemente y lágrimas salían y salían. Tenía una navaja en mi mano.

—¿Qué... qué pasa?—dije con la voz rasposa, casi gritando.

—Es la misma sensación que tuviste después de enterarte de lo de tu padre.

Recordé. Recordé todo, absolutamente todo, y el dolor incrementó en mí; haciéndome desear con desesperación abrir mis muñecas.

—Tienes que ser fuerte. Tienes que detener el deseo de hacerte daño. Tu puedes.—no veía a la jóven, solo podía escuchar su voz.

Tenía que hacerlo. Tenía que aguantar mi dolor, tenía que soportarlo.

Solté un grito, para después tirar la navaja por el inodoro y mandarla por la tubería. Había quedado exhausta.

Suspiré. Y en un parpadear de ojos, ya estaba de nuevo en la habitación blanca.

—Lo has hecho excelente. Lo has logrado.—me dijo el ángel, con una pequeña sonrisa.

•●•

—Mierda, pobre Ale. Creo que deberíamos ir a verla, ¿no?—decía el chico rubio, mientras le daba un mordisco a su sandwich.

—¡Claro que no, Dylan! No después de todos los problemas que nos causó. Seguro que chocó por manejar drogada o ebria—respondió molesta la pelirroja.

—¿Cómo puedes decir eso, Mía?—preguntó otro jóven haciendo un gesto de indignación excesiva—aunque sí, mi hermanita tiene razón—respondió el también pelirrojo, mientras sorbía su Pepsi Cola.

El rubio volteó los ojos.

—Son ustedes un par de insensibles—declaró.

Mía hizo una mueca ante el comentario, mientras que su hermano, Cameron, hizo una reverencia.

—Esto debe estar matando a Tony—opinó Dylan, dirigiendo la mirada a un chico que iba caminando por el pasillo de la escuela.

—Pobrecillo. Eso le pasa por meterse con zorras—respondió la chica.

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