Capítulo 4: Primer Pecado

Sandra llegó a casa, agotada y triste. Desahuciada.
Allison de inmediato se acercó a su madre para abrazarla, haciendo que comenzara a llorar.

—Todo estará bien, todo estará bien...—le decía la morena a su mamá, mientras la señora Adams sollozaba. Sandra limpió sus lágrimas, no quería que la mayor de sus hijas la viera así.

Desde hace un tiempo no había un señor Adams en el hogar. Eso había afectado a todas en la familia, se sentían vulnerables. Y Sandra había tenido que llevar, por así decirlo, los pantalones en la casa; tenía que ser ella las que iba a proteger a sus niñas porque, simplemente, no había otra opción. Y que Alexa hubiera quedado en coma, la hacía sentir pequeña e inútil. Sentía que había fallado como madre, y no podía remediarlo.

Allison era la mayor, y siempre había apoyado a su madre en todo. Intentaba comprenderla, y por ello nunca la dejó sola. Debía ser difícil ser madre y padre a la vez, y eso lo valoraba. Y debido a ello, a sus ya 20 años y con trabajo, seguía viviendo con su madre. No podía dejarla sola, y mucho menos con su hermana menor.

Eso fue algo que Alexa nunca comprendió. Nunca apoyó a su madre ni intentó comprenderla.

—Perdona, hija.—se disculpó mientras se limpiaba las lágrimas—Es solo que... necesitaba desahogarme.

—Mamá, por favor... no tienes que disculparte de nada.

La señora Adams se acercó al sillón, para después sentarse en él. Allison le siguió el paso.

—Por mi culpa tu hermana esta en coma. Me siento tan mal, si tan solo pudiera cambiarlo...

—Ya, ya. No es tu culpa, mamá. No lo es.

Sandra se quería convencer a ella misma de que no era su culpa. Realmente quería hacerlo, pero no podía. La culpa la invadía. Deseaba haber sido ella la que hubiera quedado en coma, y no su pequeña Alexa.

•●•

Desperté. Me había quedado dormida entre las lágrimas, intentando no ver lo que había en ese momento. Ahora podía ver la misma escena, una y otra vez. No se detenía.

De pronto, la imágen se detuvo. Ya no estaba en ese lugar, y por fin, pude dejar de llorar. Me sentía confundida, estaba perpleja y simplemente destrozada.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos, que no me percaté de que yo no era la misma. Es decir, era yo, pero era la yo del 2006. Cuando tenía cinco años. Estaba en el preescolar, con mi típico vestido absurdo que mi madre me obligaba a usar. Toqué mi rostro. Se sentía diferente, y mi cuerpo era mucho mas pequeño. No entendía lo que sucedía. Es decir, sabía exactamente donde estaba, pero, ¿que hacía ahí? ¿acaso estaba comenzando mi vida de nuevo? Entonces vi una luz a lo lejos. Era el ángel.

Me acerqué a ella, sigilosamente; y parecía que nadie mas notaba mi presencia. Ella me miraba fijamente a los ojos. Se veía diferente. Ahora llevaba un vestido, igualmente blanco y largo, pero con otro tipo de corte; y su cabello estaba en una coleta.

—¿Que estoy haciendo aquí? ¿y con esta imágen?—pregunté a la rubia, tomándome por sorpresa mi voz aguda y dulce.

El ángel se agachó, de modo que quedara a mi estatura.

—Aquí es donde cometiste tu primer pecado. Es hora de que lo arregles.

—No comprendo.

—¿Ves a esa niña?—apuntó a una pequeña rubia, la cual llevaba dos trenzas y un vestido rosado. Asentí—Solía ser tu mejor amiga.

Recordé. Su nombre era Lila no se qué, creo que su apellido empezaba con "H".

—Ya, la recuerdo. ¿Que hay con ella?

—La traicionaste. Y la traición, pequeña Alexa, es un pecado muy grave.—dijo, mientras se levantaba. Con la estatura que tenía en ese momento, la rubia se veía mas alta de lo que ya era.

—Eso yo no recuerdo haberlo hecho. ¿Como pude haber traicionado a alguien con tan solo cinco años?

—Eres aún mas propensa a hacerlo, porque no tienes noción de lo que es correcto y lo que no.

La observé por un rato, haciendo trabajar a mi cerebro para averiguar como es que yo había traicionado a esta tal Lila. Pero nada llegaba a mi cabeza.

—Lo siento, pero no recuerdo haber traicionado a esa niña.

Suspiró.

—Bien, te explicaré lo que hiciste...—y de pronto, el ángel desapareció.

Era yo. Y esa pequeña niña. Estábamos al parecer discutiendo, no entendía muy bien porqué. Creo que era por el hecho de que me había quitado mis Barbies. Era extraño, lo veía en tercera persona. Pero se seguía sintiendo muy real. De un momento a otro, la escena cambió. Ahora Lila nosequé se encontraba llorando en el asiento, mientras yo decía quien sabe que cosas a toda la clase. Todos reían.

—¡Lila tiene piojos! ¡Lila tiene piojos! ¡no se junten con ella, se los pegará! ¡es una cochina, nunca se baña!—decía una Alexa de cinco años, mientras reía.

Parecía un acto cruel, pero vamos, tenía cinco años. Los niños son tontos.

La escena desapareció, volviendo de nuevo al salón de clases donde nadie parecía notar mi presencia. Me encontré de nuevo con el ángel. Me miraba pretenciosamente, como esperando a que dijera algo.

—Bah, ¿realmente es eso un pecado?

—No realmente. Si no fuera por el hecho de que ella te había dicho que era un secreto, y que juraste jamás decir nada. ¿Sabes que provocaste, Alexa? Provocaste que nadie jamás le hablara, provocaste que le lanzarán basura, provocaste que fuera humillada y que creciera con un trauma y siendo insegura. Porque lo que nos pasa de pequeños nos trauma para toda la vida, y estoy segura de que sabes de lo que estoy hablando.—bajé la mirada. Ella tenía razón. Había sido un acto sumamente cruel por mi parte, aún teniendo esa edad. Me empecé a sentir mal por ello.

—Si, se de lo que hablas.—agaché la cabeza, como tal niño regañado. Lo cual era similar—Pero, ¿que puedo hacer para remediarlo?

—Te estoy dando la oportunidad de cambiarlo. Tu puedes hacerlo.—y de nuevo, ella desapareció.

Ahí estaba yo, de nuevo. Solo que ahora parecía que los demás si se percataban de mi existencia. Frente a mi estaba mi mejor amiga, en ése entonces, jugando con unas Bratz.

—Me gustan tus Barbies—me dijo—¿Me regalas una?

Era lo mismo. Exactamente la misma situación. Estaba en mis manos cambiar el pasado o no.

Sonreí.

—Claro—dije, mientras le entregaba una de mis muñecas. Lila sonrió con alegría.

De pronto, todo se alentó. Como en cámara lenta, y ahí estaba el ángel, de nuevo.

—Ahora dime, ¿que cosa incorrecta hiciste?

Me quedé perpleja. ¿Que no acababa de haber hecho lo correcto?

—Pero... pero le acabó de regalar una de mis Barbies.

—Fue justo ese el problema. Le acabas de mostrar que ella puede conseguir lo que quiera sin esfuerzo alguno y fácil.

—Entonces, ¿qué...?

—Piensa—y la rubia, se esfumó como el vapor.

—Me gustan tus Barbies. ¿Me regalas una?—preguntaba la pequeña otra vez, con una enorme sonrisa.

La misma situación. Pensé. ¿Qué sería lo correcto?

—Te tengo una propuesta. ¿Que tal si yo te regalo una de mis Barbies, y tu a mi una de tus Bratz? Así ambas salimos ganando.

La rubia hizo un gesto, estaba pensando.

—Mm... de acuerdo—respondió.

Bingo. Lo tenía hecho.

Ahora volvía a el espacio donde nadie me notaba, y la chica se encontraba ahí, sonriente.

—Bien hecho. Has evitado una pelea, y por tanto, una venganza.

—Hmm... me alegra. ¿Puedo ya regresar?

El ángel soltó una ligera carcajada. Se reía como los dioses.

—No es la única cosa mala que has hecho, Alexa. Esto ni siquiera se compará con lo demás. Te explicaré...—y, en un instante, volvíamos al principio. A esa habitación blanca.—Cometiste 60 faltas. Tienes un día para remediar cada una de ellas, por tanto, aproximadamente dos meses para arreglar tu vida.

—¿Qué pasa si no lo logro en 60 días?

—Simple. No despertarás del coma—respondió fríamente—Es tiempo de que parta, pequeña Alexa.—se despidió, mientras yo volvía a mi mismo infierno, ahora ya con mi imágen actual.

La pesadilla volvía. Era un escenario diferente, pero no menos horroroso. Comencé a llorar y gritar de nuevo. Tenía que hacerlo, tenía que salir de ahí.

Hola! Muchas gracias por estar leyendo esto, de verdad lo agradezco.
Solo quiero aclarar que los pecados en adelante obviamente no serán así, digamos que esto solo fue un inicio.
En fin, gracias por seguir leyendo y tenerle fe a esta historia.

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