Capítulo 12

Tony Sanders se encontraba frente a Alexa. La observaba fijamente, sin despegarle la mirada por un solo instante. ¿Por qué, Alexa?, ¿por qué no despiertas?, se preguntaba.

Aquella noche en que había salido con Cameron y Dylan, se sintió a gusto. Recordó los tiempos en que los tres eran buenos amigos. Era algo que había quedado atrás, y por un solo motivo: la morena que yacía inconsciente. Y es que, Alexa tenía algo. Tenía algún encanto que fascinaría a cualquiera, y ni siquiera se esforzaba por hacerlo, no; simplemente le salía naturalmente. Y había logrado separar a tres personas, tan solo con eso, con su encanto.

Aunque, no tanto separar. Ese viernes se había sorprendido de haberlos visto juntos. Tal vez solo a él lo habían separado. Y como no, habiéndose quedado con la chica.

Entonces, el sonido de zapatillas altas lo interrumpió de sus pensamientos.

—Ah, Tony... no esperaba verte aquí—le dijo la figura femenina, al momento en que volteo.

Le parecía tan ridículamente extraño que Olivia Weaver estuviera ahí. Tanto, que comenzó a reír.

— ¿Qué...?—la chica no entendía que sucedía. — ¿Por qué de pronto, todos empiezan a reírse así como así?, ¿tengo cara de payaso, o que sucede?

El castaño paró, dejando solo una sonrisa irónica en su rostro.

—No—respondió el chico—, es solo que eres una completa hipócrita.

La rubia hizo un gesto de indignación.

— ¿Por qué crees eso?

—Porque, dios santo, eres Olivia. La perra que molestó a Alexa toda la primaria y casi toda la secundaria.

La chica bajó la mirada.

—No tengo porque soportar esta estupidez...—declaró, con la finalidad de salir de la habitación.

Tony suspiró.

—Alto, alto—le dijo—; ¿qué llevas en la mano? —cuestionó, señalando el papel que llevaba Olivia.

La rubia se giró, comenzando a ponerse nerviosa.

— ¿Puedes guardar un secreto?

—Supongo—respondió confundido.

La chica caminó hacia un pequeño sillón que se encontraba en la habitación, para posterior sentarse en él.

— ¿Y bien?

Olivia suspiró.

—Tony, tienes que prometerme, por favor, que no lo dirás a nadie. E intenta creerme, ¿sí? —le pidió—. Sé que va a sonar descabellado, pero por dios santo, te digo la verdad.

—Bueno, vamos, dime.

La rubia apartó un mechón de cabello de su cara, mientras movía su pie con frenesí.

—Alexa—balbuceó—...ella, de algún modo, me ha...—tomó aire, y dijo: —me ha enviado una carta.

•●•

Dylan odiaba ir a la iglesia. Tener que vestirse ''adecuadamente'', levantarse temprano y estar una hora sentado escuchando lo que él consideraba un montón de tonterías. Pero tenía que hacerlo, porque era domingo, y sus padres iban a la iglesia; al igual que sus abuelos, hermana, primos y vecinos.

Eran las 6:00 AM, cuando su madre abrió las cortinas de la habitación y le ordeno despertar.

Abrió los ojos lentamente, contrayéndose sus pupilas debido a la luz que entraba por su ventana. Observó a su madre, quien se encontraba ya arreglada. Llevaba su cabello en una coleta baja; un vestido de flores que le llegaba hasta las rodillas y mangas hasta los codos en color morado, el cual estaba algo ceñido, y zapatillas altas en color negro. El rubio bostezó, volviendo a cubrirse con la cobija.

—No, no—replico la mujer, retirándole las colchas de encima—; nada de eso, despierta, date una ducha, vístete, baja a comer, y después nos vamos.

El chico se talló los ojos con disgusto, para después observar el pequeño reloj que tenía a un lado.

—Mamá, es muy temprano—señalo—. Déjame dormir.

—Nada de eso, vamos, despierta y haz tus labores.

La también rubia caminó hacia la puerta, para después salir, meneando las caderas como siempre hacia, sin siquiera darse cuenta.

Y Dylan, con esfuerzo sobre humano, se levantó de la cama.

Lo único que al chico le agradaba de ir a aquel lugar, era burlarse de las personas. Su hermana y él se sentaban, observaban a la gente que entraba y buscaban sus defectos.

Emma, para tener diez años, era muy inteligente. Tanto, que a veces le sorprendía al rubio. La niña podía resolver una ecuación cuadrática con facilidad, a pesar de no ser eso lo que le estaban enseñando en clases. Y no solo eso, además tenía una excelente memoria. Cuando las personas entraban a la iglesia, ella le decía a su hermano el nombre de cada una de ellas -recordaba cómo alguien les llamaba en alguna ocasión, simplemente su mente lo almacenaba- y cuál era su coche, trabajo y familiares. No era magia ni mucho menos, alguna vez aquella información se le había presentado y ella no la olvidaba. Por ello siempre tenía las mejores calificaciones en clases.

A decir verdad, parecían todos a su alrededor tener un perfecto estatus social-académico-amistoso. Sus primas no eran tan listas como su hermana, ni de broma, pero tenían buenas notas y bonitos rostros. Sus primos también, y salían con las chicas más lindas/jugaban futbol y ganaban casi siempre. Hasta los vecinos de su edad tenían grandes méritos. Menos él. Dylan. Y, a veces sentía que su madre se avergonzaba de él. Y cómo no; reprobaba las asignaturas, no tenía ningún gran talento, no era muy atractivo y era emocionalmente inestable. Era un Don Nadie, o al menos así se sentía él.

Solo había una persona que no lo hacía sentir así. Y esa era Alexa. Y no, no por finalmente sentirse superior a alguien, porque no era así. No, se sentía bien con ella. Era como si alguien pudiera comprenderlo y apoyarlo, como si solo ella pudiera verlo por lo que realmente era y no por lo que había o no hecho. A Alexa no le importaba. No, ella lo entendía.

Tal vez había sido esa la razón por la que el chico estaba terriblemente enamorado de la castaña.

•●•

Podía jurar que un pedazo de mí cordura moría ahí dentro a cada minuto, sentía volverme verdaderamente demente y casi visualizar la mismísima desesperación en el aire. Probablemente me veía fatal, y ni siquiera me importaba. No, yo solo deseaba que el tiempo transcurriera lo más rápido posible porque, por dios santo, yo ya no aguantaba estar más allí. Me arrancaría los ojos con tal de no ver más lo que estaba frente a mí si pudiera, pero no había nada que hacer. No pensaba con claridad, y aquellos sonidos me estremecían y perturbaban hasta en lo más profundo de mi alma. Ya no me quedaba voz para gritar, ya había dejado de llorar, tan solo deseaba concentrarme en cualquier otra cosa porque nada era más angustiante que ver esas escenas.

Con desesperación esperaba a que llegara aquella chica que lograba hacerme salir de ahí, necesitaba salir de ahí. No podía más, sentía poder morir en ese mismo instante.

Pero no lo hice, porque entonces vi una luz a lo lejos. Corrí hacia ella, cayendo de rodillas en el suelo, mientras comenzaba a romper en llanto. Lloraba a gritos, con dolor, con terror, con desolación; sentía un mar salir de mis ojos, como un grifo abierto que nadie parecía cerrar. Entonces sentí como alguien ponía sus brazos a mí alrededor, y sabía que era mi ángel. No me detuve, seguí llorando; traumatizada.

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