Capítulo 10
Olivia abrió, con cuidado, el papel. Ella estaba más que segura de que se trataba de ese niño Steve, de noveno grado. Había estado mandándole pequeñas notas con poemas para la rubia, lo cual solo aumentaba su ego. Aunque, claro estaba, mandarlas hasta su casa era cruzar la línea. Pero Olivia no se sentía mal por ello, todo lo contrario, se sentía importante.
Al desdoblar la carta, comenzó a leer, llevándose tremenda sorpresa.
—Esto tiene que ser una puta broma...—susurró para sí misma, mientras el corazón le latía fuertemente.
Una voz la interrumpió.
— ¡Oli, ven ya!, ¿qué tanto haces? —se quejó una de sus amigas, Samantha, probablemente, a juzgar por su voz fuerte y medianamente aguda.
La chica comenzó a ponerse nerviosa. Sus amigas no podían enterarse de nada.
—Yo...—balbuceó—voy en un segundo. —aclaró.
Escondió el papel debajo de un par de cajas que estaban a un lado de la barra, mientras comenzaba a hiperventilar.
—No es posible, no es posible...—se decía a sí misma repetitivamente, con las palmas de las manos en su frente y gesto aturdido.
Caminó hacia la sala de estar, donde estaban las dos chicas conversando.
A cualquiera que viera a Olivia en ese momento, ni siquiera se le pasaría por la mente el hecho de que hace unos momentos la rubia estaba teniendo un ataque de pánico. Les sonreía a sus amigas, como si todo estuviera perfecto. Y es que ella tenía práctica ocultando cosas.
—Oigan, no me lo van a creer pero...—habló la misma—me acaba de surgir algo, y, demonios, tengo que irme. —mintió, con la finalidad de que las dos chicas se largaran de inmediato.
Ambas jóvenes emitieron un bufido, al unísono.
—Qué mal—opinó Jessica, mientras se despedía de Olivia con un beso en la mejilla—. Pero al menos te veremos en la fiesta de Jacob, ¿cierto?
La chica lo había olvidado por completo, solo quería que se fueran de ahí, así que respondió:
—Sí, claro.
Cuando por fin se retiraron, la rubia corrió hacia el escondite, para releer el papel. No podía creer lo que sus ojos veían. Releía y releía, buscando algún remitente o alguna pista sobre algo. Pero no encontraba nada.
Decidió ir directo hacia la policía, tenía que demandar aquel extraño suceso. Sobre todo porque la única que podría haberle escrito eso, era Alexa. Y, por todos los cielos, Alexa estaba en coma y seguramente iba a morir. Así que cogió su bolsa, para después dirigirse a la estación de policía más cercana.
●
Cuando llego ahí, se encontró con Bob, ese gordinflón y extraño oficial que curiosamente, siempre se cruzaba en la vida de Olivia.
— ¡Arrodíllense, la princesa está aquí! —exclamó sarcásticamente.
Pero la chica no estaba para escuchar tontas bromas.
—Bob, por favor escúchame—le pidió, mientras se sentaba en la silla que estaba delante del escritorio del oficial—. Algo muy extraño me sucedió hoy, y...
— ¿Se acabó tu esmalte rosa? No tengo tiempo para tus problemas de adolescente mimada. —la interrumpió, mientras le daba un mordisco a su dona de azúcar.
— ¡Bob, por favor! —exclamó molesta—solo escúchame, ¿quieres?
El hombre volteó los ojos, dando un largo suspiro, para después observarla fijamente en señal de que hablara.
—Gracias. Verás, hoy... yo recibí una carta muy extraña. Decía cosas poco importantes, no es el punto, el punto es que...—Olivia tomó aire, para proseguir—se quién me la mando. Y esa es Alexa.
El mayor la miro seriamente por unos segundos, para después echarse a reír.
— ¡No es gracioso!—reclamó— ¿Qué te causa tanta gracia?
Bob reía a carcajadas, sin importarle mucho que su clienta estuviera justo frente a él. Cuando por fin terminó, se dignó a dirigirle la palabra de nuevo.
—¿Alexa Valerie Adams? Olivia, no sé qué tienes en contra de la desgraciada de Alexa. Primero la acusaste por envenenarte, y después, me dices que una chica, es decir la misma Alexa, la cual está en coma te ha enviado una carta—reiteró—. Tan solo escúchate. No tiene ningún sentido.
La menor no sabía que decir. Estaba entrando en una terrible ansiedad por no poder explicar correctamente la manera en que las cosas estaban sucediendo.
—Se cómo se escucha. Suena ilógico, lo sé, pero te estoy diciendo la verdad. Te lo juro.
El robusto hombre negaba con la cabeza, con una sonrisa irónica en su rostro.
— ¿Llevas la carta contigo? Tal vez te pueda ayudar. Pero es un muy, muy tal vez, porque eso suena más ilógico que este absurdo café descafeinado.
La rubia entre abrió los labios, mirando hacia abajo. No podía mostrarle la carta al oficial, porque sabría que le haría preguntas, y lo que menos quería eran interrogantes.
—No...—negó—pero no hace falta. No tenía nada importante.
Bob soltó una ligera risita.
—En ese caso, lo siento, querida. No hay evidencia, no hay crimen.
No tenía caso. Torció los labios, buscando alguna solución, pero sabía que aquel hombre no le creería ni aunque llorara frente a él. Y no, no iba a mostrarle el papel. Esa no era una opción. Así que, le agradeció la poca ayuda recibida, y se retiró, confundida. Ella misma iba a averiguar que estaba sucediendo.
•●•
Era un viernes por la noche. Y eso solo significaba dos cosas para Cameron: sexo y drogas.
Aunque se la pasaba de fiesta en fiesta, los viernes tenían algo de especial. Según el, hasta la noche se veía más oscura en aquel día tan adorado por el pelirrojo.
Esta vez, se encontraba con Dylan. Lo había convencido de ir con él. Y, aunque el rubio no se sentía tan cómodo al principio, gradualmente se había integrado a la fiesta y hasta lo estaba disfrutando. Además, se encontraba drogado. Nada tan grave, solo un poco de cocaína. Bailaba al ritmo de la música, la cual era alguna especie de electro rock y dubstep.
Cameron, por otra parte, coqueteaba con una linda chica castaña que se encontraba en la barra. Estatura media, delgada, ojos celestes y cabello negro y ondulado. Fue todo lo que Dylan pudo visualizar, pues estaba muy ocupado danzando.
●
Unas horas más tarde –aproximadamente a la 1:30 AM– ambos chicos se encontraban fuera del bar. El rubio había vomitado y había estado casi a punto de desmayarse, por lo que Cameron, como buen amigo, lo había llevado afuera para que descansara.
—Lo siento, amigo—murmuró Dylan, atontado, con el brazo por encima de la espalda de su acompañante, quien lo estaba sosteniendo—. Estabas pasándola bien con esa chica...
El pelirrojo emitió una pequeña risa.
—Todo lo contrario, blondie. Bonita chica, sí, pero más aburrida que la mierda. —afirmó, haciendo que el otro también riera.
Estaban caminando por entre las calles, las cuales estaban desoladas y solo las iluminaba la luz que emitían los faros.
El rubio pensaba en lo extrañamente listo que era su amigo. Nunca sabía cómo hacía para que lo dejaran entrar a lugares que eran estrictamente prohibidos para menores, ni cómo conseguía droga de la mejor calidad. Se podía decir que Cameron era un busca problemas, pero era la persona más divertida que él conocía.
Seguían caminando por entre las calles, bromeando y riendo entre ellos, en busca de otra fiesta a la cual ir. El pelirrojo siempre sabía dónde estaban las mejores.
En eso, observaron a un chico con suéter negro y pantalón de mezclilla sentado en el borde de una banqueta. Uno que conocían bien. Y se trataba de nada más y nada menos que Tony Sanders. Ambos chicos se vieron entre ellos, para después acercarse a la figura masculina que yacía en la acera.
—Vaya, vaya, ¿qué haces por estos rumbos, niño Sanders? —preguntó Cameron.
El chico miró hacia arriba, dando a lucir sus hermosos y grandes ojos color verde azulado, con un toque marrón.
—Me perdí. —respondió.
Dylan sintió lástima por el castaño. Se veía triste, había algo en la expresión de su rostro que reflejaba melancolía. Aunque, en realidad, al rubio siempre le pareció que Tony tenía un rostro triste.
A Cameron solo le causó gracia, por lo que comenzó a reír.
— ¿Cómo fue que te perdiste?, ¿y en este lugar? —preguntó el pelirrojo entre las risas.
Al castaño no parecía darle gracia. Solo miró hacia abajo, suspirando.
—En fin, no importa. Ven con nosotros, iremos a una fiesta. —sugirió Cameron.
Tony se levantó de la banqueta, sonriendo pícaramente, para después caminar los tres juntos hacia cualquier fiesta que surgiera.
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