[010] RadioHusk

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз)En este relato te vas a encontrar con la pareja entre Alastor x Husk.

εïз)Nuevamente he pecado al escribir algo tierno. Lamento mucho si se esperaba algo fuerte, digamos que me estoy acostumbrando todavía a los personajes. 

εïз)No hay contenido +18. 

εïз)Puede tener algunas palabras fuertes o expresión similares. 

εïз)Si no te gusta esta pareja, te invito amablemente a saltarte esta parte, o si bien, te causa curiosidad, leas este pequeño drabble. A lo mejor te termina gustando.

εïз)Este relato fue pedido por J0J0_R1S0TT0 ojalá que te guste y alcance a cumplir tus expectativas. Al igual que otros usuarios, si más adelante quieres hacer más pedidos, estás en total libertad de comentar. Muchas gracias por la espera, pronto traeré el otro relato que pediste. 

εïз)Unas pequeñas observaciones; puede que sea corto, pero considero que los sentimientos que intenté plasmar son lo importante del texto. Es mi primera vez escribiendo de esta pareja, si cometo un error, pido mil disculpas y espero me comprendan. 

εïз)Espero que les guste mucho. ¡Leo sus comentarios! Muchísimas gracias por todo el apoyo mostrado a este libro. 

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"El hombre de la cicatriz romántica" .

"En el desarrollo de su vida, existió un bar en donde ahogó sus penas y tragó sin tapujos un amor invisible, que a la distancia ni siquiera podía dibujarle una forma con sus lágrimas.

Ese era el hombre de la cicatriz más romántica, esa que enjuagaba con el alcohol más barato del sitio."

Hubo, alguna vez, una historia, no buena, ni mala, sino tan delgada y despistada que nadie más conoció y que sólo una persona vivió en carne propia y murió con el recuerdo bien presente; no había ningún sentimiento más doloroso y maldito que el de amar.

El hombre, protagonista de la historia, bien sabía más de una forma de desear salud al beber. Sabía alzar su copa con elegancia o burla, tragar el elixir de una y ahogarse en el placer brindado; no había un solo problema en su diversión patética hasta que la realidad le golpeaba con fuerza y lo asqueaba hasta el punto de traerla arcadas. El efecto dulce de la bebida no era eterno, por más que esperaba perderse en él como si estuviera en la luna con zapatos de algodón, era imposible.

Pronto volvía a sus malditos sentidos y lo recordaba; el día en que en vida conoció al hombre que vino a hundirlo más en su sufrimiento. Aquella bolsa llena de piedras y cuernos que lo hacían adentrarse al lago de su depresión recibió sólo un granito de Alastor para dejarlo totalmente inmerso en la oscuridad, compartiendo sitio con esos peces ciegos y carroñeros.

Ya no había cómo volver atrás desde que se aventuró a conocerlo.

Ese maldito hombre de hebras castañas, de belfos traviesos y esos ojos otoñales, lo habían hecho caer rendido y enamorado.

El barman, detrás de la barra, y con los hombros llenos de depresión y ansiedad, había conocido algo nuevo; que, en medio de su vida tan gris y menguante en dicha, estaba el color carmín evocado por esa voz embriagante y fuerte.

Más las cosas empeoraron.

Sus pensamientos comenzaron a tomar un rumbo distinto, que, después de todo el teatro de su vida llegaría al mismo final.

Cada noche, revisaban el reloj que estaba por sobre su cabeza. Adoptó la extraña costumbre de rascarse la barba cuando se aceraban las once de la noche y cuando la puerta del lugar lo sorprendía con un sutil movimiento, odiaba admitirlo, su corazón despertaba hasta ese momento.

El joven locutor llegaba con aquel rostro tan respectivo de él, con esa maldita expresión que lo hacía temblar de pies a cabeza y lo obligaba a pensar que esa delgada y sutil sonrisa que le brindaba era similar a las gotas de diamantes, casi bañadas con el rocío de la media noche.

Con facilidad lo dejaba mudo. Aunque tan pronto el castaño tomaba sitio en la barra, debía intentar adoptar ese semblante huraño y de pocos amigos. Charlaban cuanto podían, de algunas u otras cosas, haciendo chistes un poco agrios y fuera de lugar, pero los dos parecían entenderse hasta cierto grado de la noche, entonces cada cual volvía a lo suyo; uno a su trabajo y el otro a su intento de olvidar los pecados recién cometidos.

En ciertos intervalos, estando detrás de la barra, cumplía ese capricho de observar al castaño por el rabillo de su ojo y deleitarse con el sentimiento que se le encendía en el pecho y le hacía arder el alma hasta volverla cenizas.

Era tan atractivo, tan travieso con esas miradas misteriosas y esos movimientos gráciles, que se sentía obligado a morderse los labios, ocultando esas intenciones de verlo en su cama, con un colorete en las mejillas y gimiendo por llegar al climax a base de sus caricias que lo volverían loco.

La imagen era muy buena, exquisita, pero no dejaba de ser un sueño de todas las noches, uno que en su vida y muerte jamás se haría realidad.

Lo tenía tan cerca, pero tan lejos como para poder tocarlo y sincerarse sin parecer un completo estúpido.

La depresión no encontró su fin, de hecho, el pobre hombre se vio cada vez más inmerso en ella. Al lado del castaño no dejaba de sentirse solo, seguía sin encontrarle una razón a nada y su única solución, la de siempre, era ahogar sus heridas y volverlas cicatrices con alcohol una vez llegaba a ese pobre y despreciable espacio que tenía como casa, entre la humedad, suciedad y desorden.

No se detenía hasta que llegaba la mañana, o bien, hasta que su corazón, harto de él, decidiera ponerle fin a todo.

Miró en derredor. Las cosas no habían cambiado demasiado; si acaso su estatura era menor comparada con la de Alastor, pero en esencia eran los mismos hombres que se encontraban a las once de la noche en el mismo bar.

Lo seguía amando, por eso cuando se lo trajo sin permiso, no pudo decirle un no. El alcohol que le ofreció fue un buen pretexto, pero sólo eso. La razón detrás de todo seguía siendo la misma que hacía años.

El gato, con la misma expresión de furia de todos los días, sentado tras la barra del hotel, observaba la soledad del lugar, preguntándose quien sería el primer estúpido en cruzar esa puerta.

Por la entrada principal emergió alguien que no se lo esperó. Ya era de noche, por lo que de cierta forma, no se esperó ver llegar a Alastor con un rostro cansado.

—Y tenemos un ganador —formuló con aquel tono indiferente.

El peli rojo se acercó a la barra con una sutil sonrisa. Ladeó la cabeza de forma que su cuello emitió un leve chasquido; llegaba a incomodar, pero para alguien como Husk aquello no era merecedor de su conmoción.

Lo conocía de tiempo, sus defectos y aficiones; las amaba todas en un tortuoso secreto.

—¿Ganador? —preguntó el demonio de la radio.

—Ah, olvídalo —le dijo, restándole importancia con una ademan de su mano. Se inclinó un poco, y de un compartimento de la barra sacó una pequeña copa, de otro, una botella verde bien llena de alcohol—. ¿Quieres un trago? Se te nota lo cansado.

Alastor respondió a la invitación con una tierna sonrisa, su gatito siempre tan atento. Mientras, Husk sintió algo parecido a un deja-vu, pero aquella sensación era agradable.

Al menos esos momentos podía atesorarlos tras ese rostro de pocos amigos. Mentiroso y ruin, intentando ocultar la verdad que le delataba en su semblante relajado cuando en sus ojos se reflejaba la figura del demonio de la radio.

—No estaría mal —dijo Alastor con aquel tono animado, como si estuviera presentando un programa—. Como en los viejos tiempos.

Husk afirmó a sus palabras, asintiendo con levedad y con una sutil sonrisita dibujada en sus labios. Vertió la bebida y al llenar el vaso, lo deslizó hasta hacerlo llegar a las manos de su amor secreto.

Así estaban las cosas, los días podían llegar a su fin, pero el amor que Husk experimentaba no conocía esa palabra; sólo las mil y una formas de hacerlo sufrir en silencio, disfrutando esas acciones de un Alastor incauto y llorando en soledad, por su cobardía, mientras acaricia esas cicatrices de un pasado romántico. 


🌙Autor del fanart: Hazbinfunya

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