5. El resurgimiento


El firmamento se tiñó de grafito, anunciando la caída del crepúsculo. En breve la noche impondría su dominio sobre los campos.

Gavriel se desplazaba en el interior de los cacaotales, sin prestar atención a las corrientes de aire de verano, al entorno lúgubre, el ulular de los búhos y otros sonidos nocturnos. Observó indiferente los finos rayos de luna que se colaban por la enramada, creando tenebrosas siluetas al contacto con las hojas y la tierra.

Es que la oscuridad tenía esa peculiaridad, hacer pensar que sucesos sobrenaturales y otros horrores se asociaban a ella.  La posibilidad de que sea una jugarreta de la mente no siempre resultaba ser la primera opción. O tal vez porque no lo era...

Cuando era niño solía buscar el refugio de la noche porque allí los sentidos se agudizaban; las cosas eran más diáfanas, por paradójico que pareciera. Por el contrario, la luz del día opacaba el entendimiento, resultaba ser un mal consejero en momentos de reflexión. Gavriel y la noche eran viejos conocidos.

Además, las sombras siempre le aportaban una vasta inspiración al momento de narrar historias de terror. Lo que a otros le producía miedo, para él era un nicho de espantos por explotar.

La mujer, que ahora era su guardiana y de la que aún no sabía su nombre, le había revelado que a partir de mañana gozaría los frutos del pacto que realizó. Que se preparara para lo que vendría y aprovechara al máximo sus últimas horas de paz y anonimato, porque muy posiblemente anhelaría ser un humano más en el mundo.

No voy a extrañar nada lo que ahora soy —le había dicho.

Oh, claro que sí. Todos lo hacen —le respondió ella.

Yo no soy como el resto —murmuró arrogante.

Claro que no, de lo contrario el adalid no hubiera pactado contigo.

Cuando oyó como llamó al sujeto de blanco, supo que era alguien importante, si no era Lucifer, debía ser alguno de sus lugartenientes.

Fue en ese momento que comprendió, de forma absoluta, la magnitud del pacto que había hecho. Un ser de la alta jerarquía demoniaca se tomó la molestia de hacer un trato con él. Le fue curioso también que no fuera su alma lo que deseaba a cambio. ¿Qué otra cosa podía tener de valor para esa criatura del infierno? Debía averiguarlo.

Seré muy feliz cuando vuelva a disfrutar de la vida que tuve antes —declaró con una sonrisa en los labios, impaciente porque el día acabe.

La felicidad tiene un precio, querido —le advirtió ella en tono aciago—. Él vendrá por ti y todo habrá terminado.

A la mujer le encantaba echar por tierra su alegría con vaticinios sobrecogedores, pero igual que las anteriores veces, no le prestó atención. Llegado el momento, sabría qué hacer.

Nos volveremos a ver pronto —aseguró la fémina, dejándolo solo en la espesura del cacaotal.

Él se había quedado un tiempo más, deambulando por la plantación. Cuando se cansó de la soledad de aquel sitio, retornó a la finca.


—Pensé que dormirías en el monte —dijo Gina, apuntando al cielo—. ¿Qué estuviste haciendo todo este tiempo?, mira la hora que es, cerca de las ocho de la noche.

—No soy un niño, Gina, para que me trates como tal —respondió Gavriel apareciendo en la sala—. Estuve dando vueltas por la huerta.

—¿Tanto tiempo?

—¿Y qué esperabas? He estado tantos años fuera, ¿no te parece lógico que me familiarizara con el entorno?

—Pues sí —reconoció—. La cena está casi lista, puedes ayudarme poniendo la mesa—dijo, yendo a la cocina—. Y te aviso que mandé a traer tus cosas, están en tu antiguo cuarto. Teniendo casa, no puedes quedarte en esa pensión.

—¡¿Qué hiciste qué?! —inquirió enfadado.

—Lo que oíste —exclamó desde la cocina, sin inmutarse por el enérgico grito masculino—. ¿Me vas a decir que prefieres estar en ese incómodo hotel que acá?

Él iba a refutar, mas su hermana había dado en el clavo.

Debido a su situación económica, dispuso de los escasos recursos que le quedaban hospedándose en una pensión barata, muy diferente a lo que estaba acostumbrado. Era un lugar soportable, pero lejos estaba de aseverar que se sintiera a gusto ahí.

—Al menos debiste consultármelo —contestó, fingiendo indignación con tal de no darle la razón a Gina.

Minutos después, la cena estuvo servida. Comieron en silencio, algo que Gavriel agradeció. Había agotado su reserva de palabras por lo que quedaba de la jornada.

Los hermanos se dieron las buenas noches. Gina fue a la cocina a lavar la loza y prepararse un té como era su costumbre antes de dormir.

Gavriel se despidió, emocionado por lo que le depararía el siguiente día. Al llegar a la habitación, fue directo a la cama y, al contacto con el mueble, recuerdos de su infancia despertaron en él una amalgama de sensaciones reprimidas. Fijó la vista en el techo de cielo raso, sonrió nostálgico, introduciéndose poco a poco en el plano onírico, pensando en el niño que vivía de ilusiones. 



La cabeza rodó por el entablado, formando un charco de sangre que empezó a esparcirse en finas arterias a través de las hendiduras del piso. El rostro del infortunado quedó frente a Gavriel. Los ojos se fijaron en los suyos y en un momento dado pronunció su nombre con una voz hueca y espeluznante, difícil de detallar.

Sigues tú, Gavriel. Gavriel, Gavriel...

La voz resonó como un eco maldito en la cadavérica boca.

Gavriel.

Los diabólicos orbes lo miraban con burla. Se arrastró lo más lejos que pudo de aquella mirada que se reía de él, de su desesperación.

Luego sintió que algo lo agarró con fuerza. Las manos del cuerpo decapitado lo sujetaron del tobillo, se arrastró como una serpiente encima de él, hincando las uñas en la piel, cual colmillos venenosos.

Un indecible terror lo acometió, estaba atrapado, sin poder defenderse.

Gavriel...

Pronunció el cráneo su nombre, una vez más, estallando en sordas risas que aludían a horrores impensados.

—¡Gavriel! Despierta —Gina lo sacudió con fuerza—. Pero sí que tienes un sueño pesado. ¡Despierta!

—¡Nooo! —gritó Gavriel, despertando del letargo.

Gina se apartó sobresaltada.

—¡Por Dios, Gavriel! ¿Estabas teniendo una pesadilla? —preguntó al verlo agitado y sudoroso—. ¿Estás bien?

Él le devolvió una expresión desorientada, en los ojos se evidenciaba una oscuridad que la estremeció.

—Gavriel... eres tú. —Alguna extraña razón la llevó a hacer esa cuestión—. Gavriel, hermano...

—¿Por qué lo preguntas? Claro que soy yo —respondió, extrañado por cómo Gina lo veía.

—Disculpa, no sé por qué dije eso, es que tus ojos... Olvídalo —obvió lo que iba a decir—. Tu celular no ha parado de sonar. Un tal Marcelo quiere hablar contigo, le he dicho que aún dormías. Ten, tal vez sea algo importante. —Le entregó el dispositivo.

—Gracias —dijo, aún turbado por ese sueño que sintió tan real.

—De nada. Ah, te dejé una afeitadora en el baño. A ver si te cortas esa barba de leñador que te cargas. ¡Y el cabello también! —reprochó saliendo del cuarto.

Gavriel revisó las llamadas perdidas y en efecto, era Marcelo quien lo había estado llamando. Arrugó el ceño, perplejo. Después de la fuerte discusión que mantuvo con su editor no pensó que este tuviera algún motivo para llamarlo. Se levantó de la cama, quedando de pie frente a la ventana. Devolvió la llamada. Una voz del otro lado lo saludó alegre, lo que lo extrañó aún más.

—¡Es un milagro, Gavriel! ¡Tus libros se están vendiendo como pan caliente! —informó Marcelo con gran emoción—. Me tomé la libertad de comprarte un ticket de avión por internet. En la agencia de la aerolínea del aeropuerto puedes retirarlo. Te esperamos en la editorial, ¡no demores!

La llamada se cortó, dejando a Gavriel patidifuso. Dejó caer el celular, se llevó las manos a la cabeza para luego bajarlas por el rostro hasta detenerse en la espesa barba, en un gesto de incredulidad y la manifestación de una indescriptible alegría.

Miró por el ventanal, sin mirar realmente, con la respiración agitada y las pulsaciones aceleradas.

Superada la fase de estupefacción, recogió el móvil del suelo y procedió a revisar sus redes. Las publicaciones literarias, otrora rechazadas, tenían reacciones, comentarios y repost en las nubes. También su lista de seguidores aumentó impresionantemente. Subió una nueva publicación del último libro que sacó a la venta y ni bien le dio al botón compartir, las reacciones se dispararon. Una amplia sonrisa cruzó su cara.

El pacto que realizó arrojó sus frutos.

Fue raudo al baño a asearse. Se rasuró con la afeitadora que Gina le dejó. Consideró cortarse el cabello, pero al observarse desde cierto ángulo, no le lucía tan mal. Después se encargaría de ese detalle. De momento, eliminar la barba le otorgó un mejor aspecto. Agarró un atuendo de la maleta y completó la imagen de hombre refinado.

—Al fin te deshiciste de ese aspecto de indigente, ¡bravo por ti! —aplaudió Gina, viéndolo entrar en la cocina—. Ahí hay café, pan, queso y mermelada de mora, que sé que te gusta. —Le guiñó un ojo—. Sírvete lo que desees.

—Solo tomaré café —dijo él—. Tengo que regresar a la capital.

—Pero acabas de llegar. —El semblante alegre de Gina mudó a tristeza.

—Es un asunto relacionado con la persona que me llamó. Es mi editor. Mis libros han empezado a venderse de nuevo. Me esperan en la editorial, supongo que me renovarán contrato.

—Oh, ¡pero eso es buenísimo! He seguido tu actividad y supe que las cosas no andaban bien para ti —confesó—. Me alegro que ahora las cosas marchen bien y espero que sigan así.

Gina le obsequió una mirada cariñosa y nostálgica que a Gavriel le llegó al corazón. Su hermana era la única mujer a quien quería sinceramente y por la que haría cualquier cosa.

—Volveré, Gina —prometió él—. Una vez resuelva los asuntos con mi editorial. Incluso, puede que me quede algún tiempo por estos lares.

—¿Lo dices en serio? —Los ojos de ella brillaron de alegría y esperanza, al tiempo que lo abrazaba—. ¡No sabes lo feliz que me hace saberlo!

—A mí también. Solo te pido me des mi espacio, ¿de acuerdo?

Ella suspiró, pero accedió a la petición. No quería que, a causa de su intensidad, Gavriel se terminara alejando definitivamente de ella.

—Te estaré esperando.

Gavriel depositó un beso en la frente de Gina y luego abandonó el hogar familiar.


En horas de la tarde, el avión en el que viajaba Gavriel se preparaba para el aterrizaje. Los conocidos y fuertes vientos capitalinos de verano le dieron la bienvenida, remeciendo la nave; para los que no estuvieran acostumbrados, les hubiera hecho entrar en pánico.

En cuanto recogió la maleta de la cinta transportadora salió de las instalaciones con destino al sector de taxis. Necesitaba llegar a la editorial lo antes posible. Lo que no esperó encontrar en el exterior del aeropuerto fue a un hombre bajito, bastante conocido por él.

Marcelo agitó los brazos al reconocerlo. A medida que se acercó, distinguió una expresión muy diferente a la última vez que lo vio. Analizó disculparse, no obstante, la actitud de este lo detuvo.

Aunque transcurrieron varios meses de la discusión en la oficina de su editor, no era algo que se olvidara fácilmente. Sin embargo, cuando suscitaban negocios jugosos, por regla general la gente solía sufrir una conveniente amnesia. Así que atribuyó el buen ánimo de Marcelo a sabiendas de que le haría ganar mucho dinero. El petiso no tenía ni un pelo de tonto.

—¡Gavriel, hermano! Qué bueno que llegaste. ¿Qué tal el vuelo?

—Todo bien, gracias. —Le estrechó la mano—. Feliz por la noticia, ya te imaginarás.

—Claro que sí. Vamos. Mi jefe nos está esperando. —Lo invitó a subir a su camioneta—. Es increíble lo que ha pasado, Gavriel. De un momento a otro la gente se lanzó a comprar tus libros. Las librerías que antes devolvieron los ejemplares llamaron a pedir que se los reenviemos, los mismos que se agotaron en un santiamén —murmuró extasiado—. La editorial está imprimiendo más copias debido a los pedidos que nos están llegando.

—Te dije que volvería a estar en la cima —concedió en tono autosuficiente.

—No debí dudar de ti. —Marcelo le palmeó el hombro—. Mi jefe quiere renovarte contrato, y esta vez el pago será el triple. También te consignamos un adelanto por el último manuscrito que enviaste. Un porvenir de éxitos te aguarda, ¡nos aguarda! 

Gavriel esbozó una sonrisa enigmática, de quien sabe algo que los demás no. Lo que todos estaban viendo era solo la punta del iceberg de un arrollador éxito en su porvenir.

Por otro lado, imaginó a los integrantes de la asociación de escritores, casi podía sentir la envidia de estos por el resurgimiento de sus obras y de él como autor. Los muy desgraciados ni se molestaron en ocultar lo feliz que les había hecho que ya no vendiera ni un mísero libro, lo que representaba menos competencia para ellos, obviamente.

En cuanto los viera les susurraría un mudo "He vuelto, estúpidos fracasados".

Sí. Estaba de vuelta, en el empíreo más alto. ¿Qué importaban los medios a los que tuvo que recurrir para alcanzar su objetivo? El resultado era lo relevante.

Nada empañaría su dicha. Ni siquiera ese demonio que algún día volvería a reclamar su parte del pacto.

Cuando el plazo se cumpliera, lo estaría esperando.

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