24

Me gustaría ponerle una fecha de comienzo a esto, pero la verdad es que no puedo. Lo único que soy capaz de afirmar con plena certeza es que llevo toda la vida conociendo lo mismo. La violencia fue la protagonista de mi infancia. Los abusos, los huesos quebrados, la sangre y la muerte tampoco desaprovecharon la oportunidad para estar presentes. De pequeña pensaba que eso era lo normal, que era el modo en el que todo funcionaba. No encontraba extraño que mi madre me encerrase en un armario mientras a ella la violaban, maltrataban y terminaban por asesinar sus escasas ganas de vivir.

Era normal vivir en el miedo.

Cuando creces con ello no te cuestionas el modo de vida en el que te desenvuelves. Simplemente aceptas lo que te ha tocado y esperas que el camino hasta el final no sea demasiado doloroso. Un final que puede llegar en cualquier momento, en un mal golpe, en un castigo o simplemente en una diversión de alguien que considera que la tortura es la mejor experiencia que la vida puede ofrecer.

Mi primer recuerdo es algo agridulce. No sabía la crudeza de la realidad, vivía en una fantasía creada por una madre que esperaba que su hija tuviera la infancia más inocente que podía ofrecer. Supongo que en el entorno donde estaba creciendo eso era algo demasiado ambicioso, pero mi madre nunca dejó ese pequeño sueño de lado. Y sí, lo llamo sueño porque al final es eso, un sueño que ni sus dedos llegaban a rozar por más que ella se esforzara en alcanzarlo.

Debía de ser mi segundo cumpleaños, o eso creo. La seguridad es algo que me abandona cuando me zambullo en los recuerdos que tengo para contar. Pero lo importante de este pequeño estracto de mí es la forma en la que mi madre me retiró las pequeñas velas a medio soplar para correr y esconderme en el primer armario de la cocina que encontró más a mano. Me quedé callada, puede que estuviera en shock por la rapidez en la que me había visto encerrada de pronto, pero tampoco fui capaz de reaccionar cuando comencé a escuchar los lamentos ahogados que mi madre se esforzaba por tragar para que yo no los escuchara.

Ese día supongo que comprendí un poco más de la realidad que me rodeaba, y tuve muy claro que esa infancia inocente que mi madre trataba de darme no iba a ser posible de ninguna de las maneras. Lo supe en el momento en el que me atreví a abrir la puerta de ese pequeño armario y observar como mi madre era violada sobre la encimera en la que un minuto antes había estado soplando las velas de mi cumpleaños. Ese día también desobedecí a mi madre, porque mientras ella me decía que cerrara la puerta, moviendo sus labios sin hacer ruido para no descubrirme, yo decidí seguir observando como un hombre que no conocía estaba haciendo tal cosa a mi madre.

Desde ese día se desencadenó un cúmulo de cosas que supongo que mi madre trataba de ocultar. Tal vez puede que haya sido yo misma tratando de no ver lo que estaba delante de mis narices, porque muy claro tengo que nadie estaba haciendo nada para ocultar estos sucesos de una niña que apenas estaba aprendiendo andar.

Muchas veces mi madre repetía que había sido una desgracia tener un hijo. Lo decía en bajo y para sí misma, y aunque no había tenido la oportunidad de escucharlo a menudo, sí que se lo escuché decir en un par de ocasiones en las que creía que estaba sola.

Ahora entiendo el por qué lo decía.

Así que, aunque no pueda ponerle una fecha concreta al comienzo, diré que todo emergió en la intimidad de un hogar donde hasta el peor de los crímenes quedaba absuelto por tratarse de problemas maritales.

Y en ese ambiente tan tosco fue que explotaron las primeras intenciones de buscar otro futuro en el que la violencia no tuviera lugar.

Recuerdo que mi mochila siempre estaba hecha. Mi madre la hizo en un arrebato de valentía, pero a última hora se acobardó y la escondió en el falso techo que con tanto esmero había hecho en el armario de mi habitación. La sacó hasta tres veces, y no fue hasta la cuarta que se envalentonó a bajarla del piso de arriba. Desde ese momento parecía que su valentía iba creciendo paso a paso, hasta el punto que, un 6 de agosto, decidió que era buen momento para echarme al hombro y correr bosque adentro.

No estoy segura de cuanto estuvimos caminando, creo que fueron tres noches enteras. Tampoco llegamos muy lejos. La comida se terminó al segundo día, y mi madre tampoco podía dejarme sola para ir a cazar cualquier cosa que nos sirviera para coger fuerzas.

Entonces, supongo, que el ciclo volvió a comenzar. Huimos de un sitio para entrar en otro peor, aunque eso no lo supe hasta la primera vez que me tocó vivirlo en carne propia. Ese día hacía bastante calor. Ambas estábamos exhaustas, y recuerdo rogar a mi madre por algo de beber. Ella lo pasaba mal, eso lo sé, porque no podía hacer magia y darme el agua que tanto estaba pidiendo. Aún así, cuando me quedé dormida, trató de conseguirla, y sí lo hizo, pero a un precio demasiado alto.

Para otras personas supongo que fue un día de suerte, para nosotras fue la entrada a un infierno mucho peor. La luz nos cegó y creo que no tuvimos oportunidad de hacer nada para evitar la fuerza con la que esa gente nos agarró. Lo siguiente que sé es que estaba metida en un coche, en un camino con muchos baches y rodeada de incontables omegas con cachorros. Todos lloraban en ese coche, yo no lo hacía y supongo que eso fue algo que tranquilizó a mi madre. Creo que ella sabía lo que iba a ocurrir, se resignó muy rápido a ello, por eso fue que todo comenzó.

Llegamos a ese lugar. De noche todo era muy tétrico, como si fuera de otra época. Suelo sin asfaltar, cabañas muy descuidadas y personas que no tenían muy claro su rol en ese sitio. Si no estabas dentro de la zona construida no eras nadie, solo un número a la espera de ser asignado a un puesto.

Aprendí que el género era muy decisivo. La mujer al servicio, el hombre al poder. Una jerarquía patriarcal en el que sobrevivía el más fuerte.

Y a veces, el más fuerte, tampoco lo hacía.

Todo lo que conocí los primeros años fue una celda de tres metros cuadrados donde yacíamos cerca de 50 niñas. A medida que crecías te iban cambiando de celda, pero siempre con niñas de la misma edad. Al principio empiezas sirviendo a los alfas. Las cadenas en el cuello, los grilletes en las muñecas y en los tobillos junto con una bandeja de un peso que los brazos de una niña no son capaces de soportar.

Las fiestas entre clanes eran tan solo un pequeño bocado de todo lo que me esperaba en ese lugar.

De todo lo que iba a ocurrir en ese infierno.

En esa época vi de todo, y toda esa infancia inocente soñada se esfumó completamente. Me insensibilicé y aprendí cosas que no debería a una edad que no me tocaba. Adaptarse o morir, y tuve que correr rápido para lograr no quedarme en el foso con el resto.

— Respira Nimri, respira profundo y para si lo necesitas.

Me abrazo a mí misma en un patético intento de coger fuerzas. Seguimos en el mismo sitio en el que caímos, sentadas sobre las hojas secas la una frente a la otra. No sé el momento exacto en el que empecé a hablar, pero tan pronto como las lágrimas me permitieron emitir palabra no hubo quién me parase.

El pecho dolía y las palabras eran aguijones que no dudaban en clavarse profundo.

— Si me pides que pare no sé si podré continuar después— el dorso de mi mano retira las lágrimas secas que arden sobre mi piel, y aunque me mancho con un poco de tierra, no me importa—. Aunque lo que viene ahora no es muy cómodo de escuchar.

Arianne me mira y no sé si duda. Tal vez lo confundo y solo es lamento, por eso procuro retirar mis ojos rápido de los suyos y observar las hojas de nuevo.

— Hasta donde estés dispuesta, por más duro que sea— sus manos mantienen la distancia de las mías y eso es algo que agradezco.

Dicen que hasta que no tocas fondo no es que empiezas a remontar hacia arriba. Mi problema fue que siempre que pensé que había tocado fondo nunca había terminado de caer del todo.

La primera vez que recibí un castigo a penas llevaba una semana en ese sitio. No fue culpa mía, pero ahí dentro cualquier accidente o error era culpa del más débil. En mi caso fue una pelea entre alfas. Ambos querían que yo les sirviera y solo bastó un tirón a la cadena de mi cuello para hacerme caer con toda la bandeja. Uno de esos alfas me elevó en el aire, me ahogó mientras le daba una enseñanza de vida a su propio hijo, y acto seguido, sin temblarle el pulso, me tiró al fuego como sino valiera nada. Las quemaduras de tercer grado se infectaron y todavía no tengo muy claro como es que sobreviví a eso.

No llegaba a seis años cuando eso ocurrió.

Ese solo fue el comienzo de todo. No sé en qué momento llegué a pensar que esa vez sería la peor, pero supongo que es lo que una siempre se dice para no cortarse las venas primero. Mi única alternativa fue volverme lo más sumisa posible, aunque, ahora que lo pienso, puede que ese sea uno de mis grandes errores estando allí. Lo que yo quería era no llamar la atención, pasar desapercibida, y con mucha suerte terminar destinada al aseo de la casa grande, donde el castigo más grave serían unas cuantas bofetadas por un alfa no satisfecho.

No sucedió nada de eso como puedes imaginarte.

Creo que lo que realmente inició todo fue el día que asumí un castigo por una compañera. Compartíamos celda junto con otras muchas, y esa noche ella estaba ocupando más espacio del que debería. Esa tarde, un alfa aburrido, había decidido divertirse con un par de niñas que como puedes adivinar no terminaron muy bien. De la otra niña nunca supimos nada, así que no nos costó imaginar que había muerto víctima de todas las heridas que habría recibido. Mi compañera tampoco corrió con mejor suerte. Le habían arrancado la lengua, seguramente por gritar, y murió esa misma noche por otras heridas que seguro no eran visibles. Como es obvio en una niña herida de tal gravedad, los gemidos del llanto eran dificiles de ocultar. Nuestros carceleros eran especialmente sensibles a los ruidos y ese día tampoco fue la excepción.

Así que yo me eché la culpa. Ocupé su lugar.

Nadie hacia eso en ese sitio. Era de locos pensar que alguien pondría su vida en riesgo por otra persona más cuando todas allí estábamos en la misma condición. El altruismo no se llevaba, y mirar por uno mismo estaba a la orden del día. Siempre que una compañera era castigada frente a las otras lo que había que hacer era poner la otra mejilla.

Eso tampoco iba conmigo.

El camino hacia la sala de castigo se me hizo el más largo de mi vida. Esa sala estaba en el mismo edificio donde se ubicaban las celdas, por lo que los gritos, los golpes e incluso, si prestabas la suficiente atención, el sonido gotas de sangre impregnándose con fuerza en las paredes y en el suelo era todo lo que se escuchaba a lo largo del día. Por mi parte, todo lo que puedo decir, fue que entré una única vez a esa habitación.

Después tuve mi propia habitación personalizada.

Todo un honor para una simple niña como era yo.

En el momento que acepté ese castigo no tuve muy claro el significado que eso iba a tener en mi vida. Mi única intención con ese gesto fue no empeorar la situación de mi compañera, además, yo era la que más tiempo llevaba metida ahí, estaba segura de que podría con lo que sea que me impusieran.

Otro error que fue el inicio de algo más grande.

Los detalles tediosos no te los voy a dar, creo que tu imaginación es suficiente para saber que es lo que pudo ocurrir en ese lugar. Diez años en ese sitio son suficientes para que la creatividad nunca se termine.

— Cuando llegaste a la casa...no es que te acostumbraras muy rápido, es que ya estabas acostumbrada a eso— los ojos de Arianne se pierden en la inmensidad de los árboles que se yerguen a nuestro lado.

La sonrisa en mi rostro se siente como ponzoña. Arden mis labios con tan solo el intento de estirarlos, por lo que son solo segundos los que ese gesto aparece en mi rostro.

La resignación arremete, y no hago nada para deternerla.

Ya es tarde para hacer eso.

— La casa fue más fácil de sobrellevar. Las agresiones no eran tan brutales, y al menos había alguien para curarlas después.

Suena amargo lo que digo, pero es la única verdad que puedo contar. Es duro mencionarlo en alto, mi garganta ya está en carne viva, pero algún día esto tenía que ocurrir.

Algún día tenía que empezar a hablar.

— Todas las cicatrices que tienes en el cuerpo...son de ese lugar, ¿cierto?— la pregunta que escapa de sus labios parece ser muy cuidadosa.

Entiendo que no quiera ser tan directa, sé que quiere tener tacto, pero para un tema como este toda precaución siempre se quedará corta.

Porque la realidad no se puede cambiar.

— Algunas sí, otras...ese lugar no tiene mucho que ver— me esfuerzo por tragar saliva cuando termino la frase, y no sé que es lo que me empuja, pero parece que el esfuerzo titánico que hago para levantar la cabeza me termina por debilitar.

Y trato de no dejarme, no más.

Trato de mantener la cabeza bien en alto.

— ¿A qué te estás refiriendo?— su rostro se ensombrece, y siento que sabe de lo que estoy hablando.

Porque ella ya le tocó vivirlo.

— Yo...— me cuesta formular las palabras y siento la lengua entumecida. El nudo de mi garganta se expande, y me fuerzo a tomar una respiración profunda para tomar impulso—. Un alfa se encaprichó de mí.

El color desaparece de la cara de Arianne. Puedo intuir que miles de imágenes están pasando por su cabeza ahora mismo, y sé que ninguna es buena. Creo que los recuerdos la golpean con una fuerza abrumadora, porque una de sus manos tiene que apoyarse en la tierra para no terminar completamente tirada en el suelo.

Para ella esto es familiar, tal vez demasiado.

Por eso es que se lo sigo contando, al menos el comienzo de todo.

— Cuando asumí ese castigo fue que le conocí por primera vez. Yo era una niña que pidió un poco de clemencia, un error que no debí de haber cometido, pero ese día estaba más aterrada. Siento que había algo dentro de mí que me estaba previniendo de más, puede que por eso estuviese tan asustada por lo que me iba a ocurrir en esa sala. Yo fui su primer castigo, fui la primera omega que sangró bajo sus manos, y bueno, cuando el lobo huele sangre...ya sabes— mis manos acuden a mi rostro, no sé por qué lo hago, pero supongo que es para asegurarme de que no estoy llorando, aunque eso es un fracaso—. No lo volví a ver hasta pasados casi un par de años. Había una especie de ritual para los alfas. Llenaban una catacumba con una selección de omegas, normalmente todas ellas ya habían tenido su primer celo, pero conmigo hicieron la excepción. Ese día me bañaron en agua fría, me desnudaron y me encadenaron con el resto. Él me vió, sonrío, y ordenó que me llevaran a donde él quería.

— No hace falta que sigas Nimri, sé que viene después de eso— su voz suena ahogada, y puedo ver en sus ojos como retiene las lágrimas.

Puedo ver como se esfuerza en no romperse.

Como se esfuerza por no recordar tampoco.

Pero todo lo que hago yo es negar con la cabeza, porque ella no puede estar más equivocada.

— No, ese día no se atrevió a tanto— muerdo mi labio inferior y vuelvo a tragar profundo—. Siento que todo lo que hizo antes de llegar a eso fue someterme, llenarme de miedo para tenerme donde él quería. Y sé que tú sabes lo que se siente cuando se le tiene miedo a un ser como ese.

Los ojos de Arianne se cierran, y es entonces cuando veo como desciende su primera lágrima. Aprieta sus labios y asiente, es todo lo que hace, y sé que me está dando la razón.

— Te controla, eso es lo que consigue. Te conviertes en su marioneta, y con sólo un chasquido de dedos te reduces a cenizas que se mueven al son que él diga— sus dedos manchados de tierra apartan las lágrimas de sus mejillas con rabia.

— Ese ser tenía muchas facetas, me confundía, casi que parecían personas distintas. Sus cambios de humor eran bruscos, y eso me hacía tenerle más miedo. Temblaba cuando me trataba bien, temblaba cuando me trataba mal y gritaba cuando me castigaba— vuelvo a tragar hondo, me cuesta horrores, pero me obligo. Tengo que hacerlo—. Me violó, me quebró cada hueso, me maltrató y llegó a matar por mí. Amenazaba a todo el mundo que pusiera sus ojos sobre mí. Era suya, de su propiedad y él...— mi voz se quiebra, o tal vez soy la que se quiebra, no lo tengo del todo claro, pero aún así, fuerzo a las palabras a salir—. Él intentó marcarme, cada vez que me violaba lo intentaba.

Siento que la tierra se abre en dos y me traga. Eso es algo que he querido durante años, pero en este momento siento que ese hecho termina por enterrarme. El terror es lo único que predomina en mi ser cuando mis manos se alzan para quitarme el jersey. Arianne se paraliza cuando observa mis intenciones, pero eso a mí no me detiene. Levanto mi jersey, me lo quito y siento que todo de mí queda expuesto.

Los ojos de Arianne se abren de golpe. Nunca antes me había abierto de esta manera a nadie. Es la primera vez que me muestro de esta forma, que me desnudo al completo, que muestro mi alma, mis temores y la mayor de mis pesadillas.

Esta soy yo, esta es la sombra que me cubre.

Inclino la cabeza hacia un lado. Cierro los ojos y muestro mi parte más vulnerable. La piel está arrugada, llena de cicatrices y marcas que han sido rehechas centenas de veces.

Marcas de colmillos clavados centenares de veces.

Y lo único que me salvó fue el juego de mi madre. Fue el juego de siempre.

Mis ojos se cierran más y mi cuerpo se estremece. Los dedos de Arianne son cautelosos cuando acaricia esa parte de mí, y siento como sus extremidades se encogen al toque de mi piel.

No me hace falta mirarla para saber que está haciendo. Sus ojos están observando todo lo que ya habían visto, pero esta vez de una forma más detallada. Supongo que antes no había prestado atención a todas las marcas que me dibujan, pero ahora, tras descubrir la procedencia de todas ellas, parece que todas son nuevas bajo su mirada.

— El vínculo nunca funcionó, ¿cierto?— sé muy bien que ella misma ya se ha respondido a esa pregunta, pero creo que necesita que se lo confirme yo misma—. Es por eso que ese ser lo intentaba siempre, porque el vínculo nunca se estableció.

Pestañeo en un intento de desaparecer todas las lágrimas que tengo apelmazadas. Asiento con los labios apretados, pero ya no soy capaz de mantener la cabeza en alto. Cae entre mis hombros, y solo soy capaz de notar como alguna de mis lágirmas impacta sobre la tierra que ahora se humedece bajo mis dedos.

— Hey...Nimri— mi mentón se eleva, pero no soy yo quien lo hace. Las manos de Ari me ayudan a levantar cabeza, y no tengo de otra que mirarla a los ojos.

Unos ojos que me comprenden.

— Le faltó lo más importante para poder tener éxito en ello— lo menciono en voz baja, con mucha vergüenza que camuflo en resignación.

Y no sé si estoy preparada para revelarlo por mí misma.

— Para establecer un vínculo hay que conocer al otro, conocerlo de verdad— mi cabeza asiente, no soy yo quien le da la orden, pero no soy capaz de prestar atención a ese detalle—. A ti nunca te conoció, nunca supo quien eras tú.

Vuelvo a asentir, esta vez si nace de mí, y es algo que no puedo negar más.

— Yo...

Mi boca queda abierta, pero no soy capaz de emitir más palabras. Y lo sorprendente de todo es que la razón no es por mí, porque por primera vez estoy dispuesta a contarlo todo, sino que es Arianne quien levanta su mano para callarme.

La miro, pero ella no me mira a mí. Su mirada está perdida a mi espalda, en algún punto inconcreto de toda la inmensidad que nos rodea.

Y no sé que es, pero hay algo en su rostro que comienza a inquietarme.

— ¿Qué pasa?— lo pregunto buscando una respuesta, pero no recibo nada, solo silencio— ¿Arianne?

Sus ojos dan con los míos solo unos segundos y yo solo me inquieto más.

— Vístete Nimri—hace mucho hincapié en mi nombre y veo como se incorpora con rapidez. Se mantiene completamente alerta mientras mira todo a nuestro alrededor como si buscara algo—. No estamos solas.

Un escalofrío me recorre la espina dorsal. Me falta tiempo para ponerme mi jersey, pero me siento muy torpe haciéndolo. Tardo más de lo que espero, pero me lo pongo aún tenga las manos más temblorosas que nunca.

Nos soy capaz de observar mis manos cuando las apoyo en la  tierra para levantarme. Mis piernas también tiemblan aunque trato de ignorarlo como bien puedo. Me pongo detrás de Arianne y enfoco mi mirada hacia donde ella está mirando.

Y no veo nada.

— ¿Qué pasa Arianne? ¿Quién está ahí?— susurro en un tono muy bajo que rezo por que solo ella lo haya escuchado.

Me voy desesperando de a poco. Arianne se mantiene callada, mirando hacia todos lados y no tengo que ser adivina como para saber que todos sus sentidos están peinando toda la zona.

Todo lo que recibo de ella es un gesto. Su mano sube hacia sus labios y me pide que me calle, que mantenga silencio. Yo solo la observo bajar su mano hacia su costado y encoger sus dedos hasta convertirse en puños.

Siento que ella ya ha vivido esto.

Siento que está completamente prevenida de lo que va a ocurrir.

— Será mejor que salgas de donde te escondes antes de que sea yo misma la que te saque de ahí.

Su voz es tajante, dura e incluso fría. Retoma la voz de líder y solo provoca que me estremezca. Mi reacción es rápida. Ni si quiera pienso cuando mis dedos se aferran al jersey que lleva puesto, y creo que mi fuerza es un poco desmedida, pues noto como mis nudillos se vuelven de un tono blanquecino que me trae muy malos recuerdos.

— Arianne será mejor que no...— nunca llego a terminar esa frase.

Hay algo que me detiene. Una presencia que se impone sobre mí como si no le costase nada, como siempre lo ha hecho.

— Muy avispada esta omega, ¿no crees amigo?

Siento que el alma se me escapa del cuerpo cuando escucho esa voz. Mi boca se seca, mis manos tiemblan más, y si no es porque me estoy aferrando a Arianne podría caerme en este preciso momento.

— Está a la altura de una omega de la manada— mi mirada se escapa hacia los árboles del costado, pero no soy capaz de ver nada.

Arianne se mantiene firme en su posición, no flaquea y sigue alerta de cualquier movimiento de estos dos sujetos.

— Muy machitos vosotros, ¿no?— sus manos se apoyan en sus caderas, adopta una postura altiva muy superior a la de un alfa—. Pero fíjate, mientras yo doy la cara sois vosotros los que os escondéis tras unos tronquitos.

Me agarro más fuerte a su jersey en cuanto termina de hablar. Ella no les tiene miedo, y si lo hace no lo muestra. Su fortaleza y valentía es abrumadora, y creo que eso sorprende a los dos sujetos que se están escondiendo tras los árboles.

Las risas masculinas me llegan de golpe. Una la reconozco a la perfección, la otra me resulta terroríficamente familiar. Supongo que esto para ellos es un buen chiste, pero eso a la mujer que tengo delante no parece afectarle, mucho menos cuando su provocación logra lo que quiere.

Sacar a esos dos de su escondite.

— Muy valientes vosotros entrando a estos terrenos, ¿no os parece?— la expresión de Arianne se mantiene firme, pero conozco perfectamente quién es el que está aquí.

Y sé perfectamente a qué ha venido.

— Cállate omega.

La opresión en mi pecho me arremete con fuerza. La voz de alfa me estremece y me deja sin aire. Me agarro más fuerte del jersey de Arianne, pero siento que eso no sirve porque nada de aire llega a mis pulmones. Mi boca se abre, no consigo respirar y la opresión se hace más fuerte, tanto, que estoy obligada a doblarme sobre mí misma porque ya comienza a doler.

Arianne parece que me nota, puede que por eso lleve sus manos hacia atrás para sostenerme. Ella se recoloca en su lugar, creo que para cubrirme más de la mirada de esos dos tipos que yo todavía no he tenido el valor de mirar.

— Fíjate que no lo voy a hacer— Arianne no siente ningún tipo de efecto por la orden que sigue teniendo ecos en mi pecho—. Más bien, el que se va a callar aquí eres tú.

Toda yo estoy temblando, me cuesta estar de pie, pero aún así hago el esfuerzo por levantar la cabeza. Quiero verlo, mirale aunque sea, pero mi mirada solo alcanza para ver el perfil de un hombre grande, fornido y muy musculado que desconozco. Aun así, siento que me es familiar, pero no tengo ni la menor idea de donde. Es alto, pelo negro y con una presencia muy imponente.

Es el porte de un líder.

— No me hagas reír estúpida— la voz grave resuena fuerte, pero parece que no capta lo que Arianne le estaba diciendo.

— Quietos.

Esta vez es ella quien habla. Su voz se expande rápida, y por el movimeinto corporal que siento bajo el toque de mis dedos estoy segura de que ha hecho el efecto que quería.

Me siento un poco libre segundos después. La opresión de mi pecho parece que desaparece, y eso me deja algo de libertad para poder volver a erguirme. Me cuesta un poco, pero lo logro con una expresión algo amarga.

No puedo ver mucho desde donde estoy. Arianne se ha encargado de taparme lo suficientemente bien como para dejarme sin visión a mí también, y no estoy segura de cuan agradecida estoy por eso. Aún así, creo que tengo un lado demasiado masoquista que me empuja a inclinar mi cabeza lo suficiente como para tener algo más de visión.

Para poder verle a él.

Pero no tengo el valor suficiente como para enfrentarle.

Cierro los ojos y me coloco de nuevo. Me he vuelto a echar a temblar, y eso Arianne lo nota demasiado bien. Sus manos vuelan hacia atrás de nuevo y no dudan en agarrarme de ambas manos. Mis ojos se dirigen hacia ese gesto. Es algo muy pequeño, ínfimo, pero para mí lo significa todo en este momento.

—Joder...

Elevo mi mirada sin pretenderlo. El siseo entre dientes que ha emitido el hombre que acompaña a rojo me provoca un escalofrío que no me gusta nada.

Las venas de su cuello se marcan tras su piel, y es fácil adivinar el esfuerzo que está haciendo para no caer sobre sus rodillas.

La loba de Arianne les está sometiendo con una facilidad que sé que les ha dejado descolocados a ambos. Probablemente nunca habían dado con una omega tan fuerte como ella, y eso solo hace que su sangre hierva más enfurecida que de costumbre.

— ¿Cómo habéis entrado aquí?— Arianne mantiene su fuerza sobre ellos—. En estas tierras no hay cabida para alfas como vosotros.

Otro escalofrío recorre mi espina dorsal y no sé si es por la sonrisa de medio lado que ha dejado deslizar el hombre pelinegro o es la mirada que éste le ha dado a su acompañante.

Sea lo que sea, no me gusta, ellos aquí no me gustan.

— Dudo mucho eso...puta— el pelinegro lo sisea entre dientes, con notable esfuerzo en su voz.

Todo lo que hago es pestañear, es lo que me da tiempo hacer. No sé que pasa en ese momento. Es muy rápido y ni si quiera soy consciente de lo que realmente ha ocurrido. Sólo sé que ambos hombres son capaces de volver a erguirse sin temblar ni un ápice. Mi piel quema, es lo que siento en este momento, y tardo demasiado en darme cuenta del por qué.

Puedo ver sus rostros. Los de ambos. El de él.

Arianne ha desaparecido y ya no me está cubriendo. Todo lo que queda es el ardor de mis dedos al haber sido arrancados de cuajo de los suyos en apenas un milisegundo. Aire escapa de mis labios de forma errática cuando soy plenamente consciente de que estoy al descubierto, desprotegida y completamente vulnerable.

Pero él ya me había notado desde hace tiempo.

Él ya sabía que yo estaba aquí.

— Te escondiste bien mi reina.

Él ya me ha encontrado.

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Holoooo,
¿Cómo estáis? Espero que muy bien♥️

Aquí os traigo un capitulillo que trae de todo. Verónica se abre en canal por primera vez y Arianne la escucha con atención, pero esperemos que estos personajillos que acaban de aparecer no hayan escuchado mucho, preferiblemente nada xd. Además, una cosa que quiero remarcar, es que hay una parte en la que se pueden crear teorías, pero no os voy a decir cual es 😋. Así todo, estaré pendiente de los comentarios y espero que os haya gustado mucho este capítulo, y el siguiente, si todo va bien, vendrá dentro de dos semanitas más o menos.

Estoy tratando de cogerle ritmillo a esto otra vez, así que tenerme un poquito de paciencia plis☺️

Nos leemos otro día chikis;)

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