17
Pestañeo.
Eso es todo lo que hago cuando algo dentro de mí tira con fuerza para que abra los ojos por fin y vea la realidad que tengo delante. Mis extremidades duelen, mi torso duele y mi cabeza está dando tumbos por todos lados en vez de quedarse quieta para que pueda tomar una respiración que consiga relajarme.
Me doy cuenta de que no estoy donde se supone que debería de estar. En esta habitación entra menos claridad, el colchón en el que estoy es más blando y no puedo captar la mezcla de olores que me han estado rondando estos días.
¿Dónde estoy?
Quiero moverme, estirar mis brazos y mis piernas del entumecimiento que siento, pero no puedo. Algo tira en mis brazos y mis piernas se sienten pesadas y adoloridas. Trago profundo y paso mi lengua por mis labios. Los siento secos, muy secos. Intento respirar profundo antes de abrir mis ojos por completo. La escasa luz me ciega un momento, tanto que casi estoy tentada a volver a cerrar mis párpados y mantenerme en la oscuridad de mi mente, pero no lo hago. Me obligo a reaccionar y comienzo moviendo los dedos de mis manos. Los estiro con dificultad y trato de levantar el dedo indice, pero eso me cuesta horrores.
Parece que me han dado una paliza.
Y entonces sucede. Tan rápido que no puedo evitarlo. Mis ojos vagan por una habitación que no es la mía, pero aunque haga eso no veo nada de lo que me rodea.
De lo único que soy consciente es de todas las escenas que he estado reviviendo estos días. Él estaba sobre mí, castigándome, tomándome como solía y hiriéndome más de lo que ya estaba. Casi siento como mi garganta se aprieta como si una mano estuviera haciendo presión, y con un movimiento que sacó un gruñido doloroso de mi garganta, llevé una mano hacia mi cuello encontrándome solo con mi piel fría, rozando lo congelado.
¿Por qué me siento así?
Sacudo la cabeza con un esfuerzo enorme y todo parece volver a su sitio. La cama se queda quieta de repente y ya puedo ver el espejo que está al fondo de la habitación, justo al lado de un armario de dobles puertas de madera. Las cortinas están corridas y la luz del amanecer, o atardecer, se está colando por los pequeños huecos que encuentra entre las hondas de tela que llegan hasta el suelo.
Paseo mis ojos por mi alrededor. Tengo una vía conectada hacia dos bolsas con un líquido transparente y amarillenta. Cuando soy consciente del tubito que tengo incrustado en mi brazo derecho comienzo a sentir como los líquidos que descienden por él se adentran en mi torrente sanguíneo. Frunzo los labios sintiéndome más confundida.
¿Qué ha pasado?
Probablemente estoy tan débil que ni siquiera me estremezco cuando la puerta se abre. Intento incorporarme, como si de esa manera pudiera hacer algo para defenderme de lo que sea que estaba entrando, pero no puedo. Sigo teniendo la mano en el cuello, cubriéndolo, pero simplemente decide caer a plomo a las sábanas cuando intento incorporarme. Gruño, aunque es más un quejido.
A penas me siento, casi no se ni como mis pulmones siguen metiendo aire para inflarse.
— Por fin, has despertado.
La voz suena aliviada, casi agradecida. Mis ojos se fijan en su figura. Es alta, atlética y con cabello negro. Viste unos pantalones ajustados y una blusa que muestra un escote decorado por un colgante de media luna. Hay algo familiar en ella, algo que parece encenderse en mi mente, pero no logro ubicar nada que me haga saber algo de ella.
Me siento confundida.
No digo nada, solo me quedo mirándola fijamente durante el mismo tiempo que ella me mira a mí. Tal vez está esperando a que diga algo, a que la responda a una pregunta que no ha formulado pero que debería de saber.
Lo único que sé con certeza es que no sé que hago aquí.
— ¿Cómo te sientes?— ella se mueve hasta las bolsas que tengo a un lado. Parece inspeccionarlas durante unos segundos antes de bajar su mirada oscura hacia mí.
Sigue habiendo algo familiar en ella, en su expresión y en su forma de moverse.
Yo sigo sin hablar.
No tengo permitido hablar.
Siempre fue una arma de doble filo. Solo hay que hablar cuando se te da el permiso, ella no me ha dado el permiso y no sé quien es. Tal vez tiene relación con algún alfa importante y me acusa por mal comportamiento ante él.
Ya me habían castigado antes por hablar de más.
Ella pestañea mirándome. Parece seguir esperando una respuesta por mi parte que nunca llega. En su gesto veo algo que la desconcierta, algo que no está entendiendo.
Tal vez ya había cometido un error y debía de castigarme.
Entonces eleva una de sus manos y yo me encojo con dolor. Ella se paraliza en el acto, justo en el momento que mis piernas han reaccionado encogiéndose sobre sí mismas y mi boca a soltado el único ruido desde que entró aquí.
Vuelve a pestañear, como si no diera crédito a esto, y antes de darme cuenta se va de la habitación más apurada de lo que entró. Me quedo sola, y no sé si eso es bueno o malo. Miro hacia las bolsas que siguen drenando líquido por el tubo hasta entrar a mis venas. Mi cabeza rebota y vuelve a rebotar entre las cuatro paredes de la habitación. No sé donde estoy, no sé que he hecho y no tengo ni idea de que me ha pasado.
En mi cabeza solo hay un recuerdo. Él. Pegándome, violándome, castigándome, marcándome...
Me quejo otra vez. Tengo que llevar la mano otra vez hacia mi cuello pero no siento nada, no hay nada nuevo, parece igual que siempre.
Estoy confundida, muy confundida.
La puerta vuelve a abrirse. Una señora más mayor entra ahora. Lleva un bastón en una de sus manos y le falta un ojo. Hay una gran cicatriz que decora su cara, justo en a zona que el ojo no está. Es como un gran zarpazo. No evito hacerlo. Me recuerda a la cocinera de la casa más grande. Sus cicatrices parecen alienarse con las de esta señora, pero aún así estas parecen hechas con mucha más fiereza que las de la cocinera.
¿Será que su castigo fue muy grave?
No era raro encontrar a mujeres con miembros faltantes. Extremidades, ojos, orejas, manos...Solían ser una seña de identidad, asociados a un castigo muy concreto.
Si te faltaba una pierna se debía a que nunca hacías tus tareas a tiempo.
Un ojo por ver algo que no te correspondía.
La oreja por escuchar lo que no debías.
La lengua por hablar de más.
A mí todavía no me habían cortado la lengua, lo intentaron, pero mi amo lo prohibió, le gustaba mi sonido.
Adoraba oírme gritar y no se iba a privar de eso.
— Nimri, hija.
Frunzo mis labios otra vez. ¿Hija? ¿Por qué me llamaba así? Ella no era mi madre como para llamarme de ese modo, ella no estaría aquí tan temprano.
Si ella volvía el juego terminaba.
Mantuve silencio. La señora me miraba fijamente, pero yo no hacía lo mismo. Tampoco sabía quien era como para devolverle la mirada, yo no era nadie para mirarla de igual forma.
Entonces, ¿quién era?
Trago en seco buscando la respuesta a esa pregunta. Ella me llamó Nimri, como el tigre, mi animal favorito, pero yo ahora mismo no me sentía como uno. No era fuerte, no era valiente, era débil y vulnerable.
Aunque tampoco podía ser Verónica.
Y quería ser Verónica desesperadamente.
No puedo, no puedes, no debo y no debes.
La señora se acerca hacia mí y el sonido de su bastón opaca los paso que da otra persona al entrar en la habitación. Es la mujer de antes, la pelinegra que entró a verme al principio, aunque esta vez se queda a una distancia prudencial de mí.
No se acerca como lo está haciendo esta señora.
— Vamos a ver— intento aguantar el dolor que me cruza por el cuerpo cuando la señora se sienta al filo de la cama, sujetándose de su bastón. Su ojo me mira y me mira, como si pudiese ver más allá y comprender cosas que yo no— ¿Sabes que te ocurrió?
Pestañeo sin mirarla directamente como está haciendo ella.
No contesto, me mantengo firme en mi lugar, tratando de no hacer ningún gesto que pueda significar un castigo.
— Nimri, puedes hablar— trago en seco escuchando la voz de la señora, era una orden directa— ¿Recuerdas que pasó?
Esta vez niego con la cabeza con mucha dificultad.
— No— sale ronco, tal vez demasiado, y creo que no es del gusto de ellas escucharme hablar, por lo que vuelvo a cerrar rápidamente la boca.
Solo no quiero que me castiguen.
No otra vez.
No lo aguantaría.
— ¿Qué...?— la chica pelinegra da un paso hacia delante y yo me encojo de nuevo. La señora está muy atenta a ese gesto, y su expresión se vuelve algo sombría, tal vez es tristeza lo que hay en su mirada.
— Arianne, avisa al médico de que Nimri ya despertó, pero que venga a atenderla un omega— en su tono no había lugar a réplica.
— Maggie...
La señora negó.
— Haz lo que te he dicho, y cuando lleguen Jungkook y Namjoon que no entren por nada del mundo, ¿me has entendido?— ella asintió sin mucha convicción, pero no dijo nada para replicarla. Simplemente se giró y se fue, dejándome sola con ella.
Su mirada parecía ver más de lo que yo era consciente.
— ¿Te sientes débil?— no contesto, no debo, aunque creo que ella no está pensando como yo— Tienes permitido hablar, no te va a ocurrir nada.
No sé si creerle, pero tampoco me siento preparada para pensar demasiado.
— ¿Dónde estoy?— mi voz raspa en mi garganta y duele. Me siento ahogada, con la tráquea cerrada como si alguien me hubiera apretado por demasiado tiempo.
Mi cuello también parece escocer, aunque no siento marcas.
No está la marca.
— A salvo— es lo que ella dice, como si no necesitara saber más— ¿Recuerdas algo?
Desvió mi mirada y dejo que se pierda. O tal vez la perdida soy yo. No lo tengo claro, no se siente claro. Solo hay escenas de dolor en mi mente, castigos merecidos por desobedecer.
— Dolor...— no pronuncio más, no necesito entrar en más detalles.
Tampoco los recuerdo.
— ¿Quién?— me estremezco, porque creo que ella sabe quien es el que me ha hecho esto.
El que me ha dejado así.
Porque tenía que ser alguien, ¿verdad?
— ¿Lo..Lobo...Fe...Feroz?— más que una afirmación es una pregunta, porque yo no estoy segura.
— Nimri...— parece compadecerse de mí, aunque no lo capté en su tono a la primera.
Por el contrario, sentí la necesidad de afirmar que así me llamaba, como si esa fuera la completa verdad.
— Sí, así me llamo, Nimri— ella me mira, puede que confundida, sin entender del todo bien por qué digo mi nombre en una afirmación innecesaria.
Al menos de ese modo yo también me lo creía.
— No estás allí, ya no más— ella dice cosas como si me comprendiera, como si tuviera una necesidad de hacerme saber algo que no sé— Escapaste hace mucho niña.
¿Escapé?
Eso era imposible.
Solo pestañeo devolviendo mi mirada hacia ella. Hay algo que no consigo descifrar que es, pero parece estar descubriendo algo que debía de haber permanecido oculto.
Obligué a mis pulmones a llenarse de oxígeno. Inflé mi pecho antes de soltar todo el aire por la boca. Mis costillas dolieron en el proceso pero no me importó.
Creo que así se respiraba la libertad.
¿Era libre entonces?
— ¿Lo hice?— necesito preguntarlo, buscando una respuesta que me lo afirme.
Entonces ella asiente, como si fuera todo lo que necesitara para relajarme.
— Lo hiciste— su mano se eleva, pero no me encojo, esta vez no siento la necesidad de hacerlo, y la posa sobre mi cabeza, acariciando el pelo que estaba enmarañado sobre la almohada— Pero todavía necesitas ser libre.
Y como un balde de agua fría todo cae sobre mí. Lo nota en mi rostro, en la expresión que se ha formado en mis labios y mis ojos. Ella parecía entenderme, comprenderme a unos niveles que ni yo misma era capaz.
Parecía alguien que ya había sido atada una vez.
— No puedo— bajé a la realidad en ese momento, era un hecho.
Nunca sería libre.
El lastre era demasiado grande.
— Podrás— sonaba segura.
Yo no lo estaba tanto.
— Solo hay dolor.
— El camino nunca es fácil— sus dedos siguieron acariciando mi pelo— Solo es cuestión de no rendirse.
Sonaba sencillo.
Aunque en realidad no lo fuera.
— No tengo fuerzas, me siento sin fuerzas— era verdad, completamente verdad.
— Tienes más de las que imaginas— ella aparta su mano con cuidado y mira hacia las bolsas, comprobando algo que la otra chica había querido hacer antes— Ya has llegado hasta aquí, todavía firme y sin perder la cabeza.
Lo repetí para mí misma.
Y sin perder la cabeza.
No estaba tan segura de eso.
— Perdí lo más grande que tenía, lo más grande que alguna vez tuve— sonaba derrotada, completamente hundida.
Deshecha en mil pedazos.
— ¿Y qué era eso?— la señora sonaba tranquila, su tono de voz era tranquilo.
Eso me relajaba.
— Me perdí a mí.
Silencio. Eso era lo vino después de mis palabras. Su rostro se giró hacia mí con lentitud, pero su mirada nunca dio en mí. Al menos no directamente. Sentí como bailó unos instantes por mi cuerpo antes de detenerse en mi cara. Mis ojos se habían vuelto a perder en la habitación hasta detenerse en el espejo que estaba al lado del armario. Me miré a los ojos. Estaban vacíos, escalofriantemente vacíos. Una mirada azul sin vida, perdida y completamente destruida.
¿Había fallado en vivir?
Estaba segura de ello.
— No creo eso, te sigo viendo aquí— su voz seguía siendo tranquila como si no la hubieran afectado en lo más mínimo mis palabras.
Esa no era la realidad.
— No estoy aquí— estaba rota, mi voz estaba rota.
La señora me dio una pequeña sonrisa, y mientras yo seguía mirando mi reflejo en el espejo ella continuaba mirándome fijamente a mí.
¿Quién era quién?
— Estás aquí— su mano se elevó hasta acariciar mi mejilla, como si de esa forma asegurara su punto de vista— Nada desaparece por completo, nunca lo hace.
— Eso no es cierto.
Ella negó, parecía que no iba a ceder a la realidad.
— Sí lo es— su mano desaparece de mi mejilla, solo queda el frío, el placentero frío— Lo que una vez tuvo vida nunca desaparece, siempre deja algo como prueba de su existencia.
La miro, parece convencida de lo que dice.
Yo no lo estoy tanto.
— No es...
Me corta, como si quisiera impedirme negarlo una vez más.
— Es cierto— era una afirmación, no me completaba la frase, la estaba formando por sí sola— Lo que nunca debió partir siempre encuentra su modo de regresar.
Niego, porque no es verdad.
Porque el tiempo me ha enseñado que no, que lo que no se debe ir nunca regresa. No hay un camino dibujado que indique la vuelta a casa, no hay nada que me guíe para volver a resurgir.
No hay nada a lo que aferrarme.
Y eso lo tenía muy presente en mi realidad.
Mi madre se fue, nunca regresó a pesar de que lo prometió, y yo, por consecuencia, me perdí sin saber como volver.
Miró a la señora de nuevo. Sigue pareciendo muy segura de sí misma, como si tuviera muy claro lo que iba a pasar, y abro la boca para negar de nuevo, aunque no soy capaz de hacerlo.
No tengo fuerzas para hacerlo.
La puerta se abre de nuevo, dejando paso a una nueva mujer que no parece mirarme demasiado. Sonríe hacia la señora, que no se mueve de donde está, y vuelve a mirar los líquidos que no han parado de entrar en mi sistema. Toca algo, mueve cosas y rodea la cama para mirarme desde el otro lado sin levantar a la señora. Me doy cuenta en ese momento que la chica de antes a vuelto a la posición de antes, apoyada en la pared cerca de la puerta.
— Vamos a ver Nimri, curaremos las heridas de nuevo— la señora se levanta y entonces la chica nueva que ha entrado me destapa.
No tengo el valor de bajar la mirada pero me veo por casualidad en el reflejo del espejo. La chica que está apoyada en la pared se lleva una mano hacia la boca y parece querer llorar. Yo no lo hago, supongo que estoy acostumbrada a esto.
La chica pasa gasas por mis piernas. Hay arañazos y moratones que comienzan a coger un tono verdoso que contrasta con mi piel blanquecina. Quisiera sentir algo de dolor, pero creo que mi cuerpo ya se ha rendido ante la pesadez y apenas siento la gasa acariciando mis heridas. No escuece, no duele y no sé como sentirme al respecto.
Solo me siento muy cansada, demasiado cansada.
Y muy confundida.
Demasiado.
La chica sigue a lo suyo mientras la señora me sigue mirando apoyada sobre su bastón. Ahora está de pie, mirando mi cuerpo magullado y mi rostro derrotado.
Antes de cerrar los ojos la escucho murmurar en el mismo tono en el que me ha estado hablando todo el tiempo, con la misma seguridad que había mantenido en cada afirmación que me había dicho.
— No estás perdida, porque ya te han encontrado, sólo falta que tú lo aceptes— pestañeo luchando contra la pesadez y el cansancio. No puedo, me rindo ante mi propio delirio— Solo queda que vivas la realidad de verdad.
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Narración especial
Maggie
No evito preocuparme, aunque no dejo que se me note, en lo más mínimo. Mantengo mi postura, mi porte y mi tono mientras la observo ceder ante el cansancio. Probablemente no recuerde nada de nada cuando despierte de verdad, cuando las medicinas hagan efecto y traigan de nuevo a la niña obstinada y cerrada que había conocido durante todos estos años.
Yo la había criado. Tal y como hice con Arianne, pero Nimri era más difícil que todas las enseñanzas que había intentado inculcarlas.
Porque Nimri ya parecía haberlas aprendido cuando intenté mostrárselas.
Y esa fue la primera alarma que saltó en mis fueros internos. Conocía tan bien el maltrato que era capaz de verlo a lo lejos, en los pequeños gestos y en las pequeñas miradas. Nimri había sido como yo, fuerte para soportarlo, para no dejarlo ver, pero siempre hay una vez que cedes.
Ella no estaba cuerda cuando lo hizo.
Pero terminó mostrándose.
La mirada perdida, vacía y sin vida. Estremecerse con cada movimiento, encogerse con cada gesto, eran cosas que conocía muy bien.
— Maggie...— la voz de Arianne estaba preocupada, lo sabía de sobra, porque yo también lo estaba— Sé que sabes que es lo que ha ocurrido ahí dentro, ¿qué narices ha pasado?
— Lo conoces bien hija— solo digo eso, porque no hay más que añadir.
Porque no se puede añadir más.
— Ella pasó lo mismo que todos en esa casa Maggie— estaba intentando encontrarle explicación a lo que había ocurrido— No me ha reconocido, ni a ti tampoco, ni si quiera era la misma de siempre.
Simplemente no estaba.
— No asegures lo que no sabes— continuo avanzando por el pasillo a pasos lentos, asegurándome de que el bastón está bien apoyado sobre la alfombra que cubre el suelo.
La siento fruncir el ceño.
— ¿Qué estás diciendo?— confusión en su voz, sé que la hay.
Porque yo también estoy así.
Intento hilar toda la información para obtener una respuesta que me de una pista del por qué del comportamiento de Nimri, pero no estoy segura de nada.
Solo hay duda.
— Esto es más grande que lo que pudo ocurrir en esa casa Ari, hay más, mucho más detrás de todo ello.
Ella suspira y mira al suelo. Por el rabillo del ojo veo su tez. Está más pálida que de costumbre y eso no me gusta. Su olor ha parecido disminuir, y no sé si es porque ella lo está reteniendo o por otra cosa.
Aún así no me callo.
— ¿Te encuentras bien hija?— sus labios se fruncen unos segundos antes de asentir.
Aunque no la creo nada.
— Sí, simplemente estoy así porque Jungkook está lejos, pero mejoraré cuando él regrese— frunzo mi ceño sin creerla de todo.
— No creo que sea eso— ella me mira, como si en verdad diera la razón a mis palabras.
Vuelve a suspirar.
— Solo llevo unos pocos días sintiéndome rara, no es de preocuparse— sonaba segura, aunque tenía muy claro que era una fachada.
La conocía como la palma de mi mano.
— Mejor ve a descansar, estos días han sido un completo a caos— la apremió para que vaya hasta su habitación— Yo me iré ahora hacia la casa a descansar.
Sus labios se fruncen, y ya siento su negación antes de que se produzca.
— No mamá, deja que te lleve a casa y luego vengo a descansar.
Niña terca.
— Estaré bien hija— la doy un pequeño empujón con la mano con la que no sujeto el bastón— Uno de los alfas me llevará hasta casa, tú céntrate en descansar bien, tu marido tardará unas horas en llegar todavía.
Suspira cansada, claro que lo está. Ari se ha pasado estos tres días al cuidado completo de Nimri. No se ha despegado de ella en ningún momento. Primero en el hospital y luego aquí, en la mansión.
— Está bien mamá— ella lleva su mano hacia su cuello, la zona de la marca, y se centra en masajearía levemente— Si necesitas cualquier cosa me avisas.
— Anda, ve niña terca— sonríe, claro que lo hace y la observo desaparecer por las escaleras hacia el piso de arriba.
Suspiro en ese momento y dejo que la preocupación domine mi expresión. Giro mi cuerpo hacia el pasillo, observando al fondo la habitación donde Nimri está durmiendo y descansando. Algo no está del todo bien y lo puedo sentir.
Es lo que siente una madre cuando algo no va bien con su cachorro.
Estaba completamente segura de que ella no estaba sintiendo a su loba de la misma forma en la que yo lo hacía. La loba de Arianne hacía lo mismo cada vez que soñaba con Amarillo. Corría a mí, se refugiaba en mí y me pedía a gritos que alejara todo el dolor de ella.
Nimri había hecho lo mismo hoy.
Aunque su loba parecía buscar algo más reconfortante que yo.
Y tenía muy claro quien era.
— ¿Todo bien con Nimri?
Tengo que volver a girarme para ver hacia las escaleras. Sonrío a medias, sintiendo como algo dentro de mí se relaja como si lo necesitase. Merlín me mira desde el rellano de la escalera mientras se apoya en su bastón al igual que yo.
— Eso me gustaría afirmar— su gesto se contrae y decide acercarse unos pasos.
— ¿Cómo de malo es?— él y yo parecemos entendernos sin apenas hablar.
Hemos vivido demasiado como para saber el verdadero dolor de la vida.
— No lo sé, pero no es nada bueno— Merlín observa mi rostro, como si pudiese ver más allá de mis palabras.
— Tendremos que estar alerta— asiento amargamente.
Parecía que este periodo de paz estaba viendo su fin.
— Necesita a Namjoon más de lo que quiere admitir— cierro los ojos sintiendo como él se acerca más a mí— Y eso es un problema, porque dará todo de ella para no dejarle entrar.
— El chico lo logrará Margie— le miró de nuevo, a penas nos separa un palmo— Esos dos son pareja destinada, ambos lo sabemos y sus lobos lo saben.
— Ella lo tiene que aceptar todavía.
— Su loba ya lo hizo.
— Pero ella no lo dejará entrar, la conozco demasiado bien como para saber que se negará a ello hasta quedarse sin fuerzas— su brazo me rodea apegándome a él.
A pesar de los años Merlín sigue teniendo un pecho muy duro.
— Si mi nieto lo logró con Arianne no dudes ni por un segundo de que Namjoon lo hará también— su rostro estaba muy cerca del mío, sabía que se estaba aprovechando, aunque yo no me quejaba— Cuando Namjoon se propone algo lo consigue a como de lugar, Jungkook y él no son como hermanos por nada.
Niego con la cabeza como si no tuviera caso.
Aunque al menos quería creer que si había una posibilidad de que eso ocurriera.
Suspiro con cansancio.
— Espero que tengas razón viejo demente— él sonríe, como siempre que le llamo así, y entonces me deja un casto beso en los labios.
Le miro alejarse con lentitud, y con su brazo en mis hombros me vuelve a conducir por el mismo pasillo de antes.
— Ya verás que si mi viejita guerrera— sonrío sin que me vea, ya era costumbre— Ahora vamos a dormir, ambos necesitamos descansar todo lo posible. Siento que nos van a necesitar más que nunca.
Asiento.
Eso se sentía como una verdad aterradora.
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Holoooooooooo,
Lo prometido es deuda y aquí os dejo el capítulo que se suponía que debía de haber subido el viernes😅
Y bueno, parece que aquí solo hay teorías y más teorías, además de que tenemos una narración bastante especial (por no decir muy especial)
Honestamente, debo decir que la conversación entre nuestra protagonista y Maggie es bastante importante, así que recomiendo fijarse muy bien en los detalles, porque hay una cosa muy importante en la narración que da una pista muy clara de como ve Nimri la realidad. Aunque bueno, ¿es Nimri o Verónica quien está hablando en este capítulo?
Os dejo divagar en teorías, aunque me gustaría leer vuestras opiniones😋
Y ya sin más me despido hasta dentro de otros 15 días, donde traeré otro capítulo (esta vez procuraré que sea a tiempo😅)
No leemos chikis;)
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