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12 AÑOS ANTES

Mis extremidades se sentían entumecidas. Seguía tumbada, en la misma posición en la que el alfa me había abandonado en la habitación, con el cuerpo tembloroso y el pelo desparramado por todas las partes del colchón.

No podía moverme, ni un ápice. El miedo me había paralizado de arriba a abajo, dejándome ahí tirada, inerte, completamente inmóvil, porque sentía que, si me movía, me rompería en mil pedazos pequeñitos imposibles de volver a juntar.

Mis labios se encontraban entreabiertos. No era consciente de si a mis pulmones les estaba llegando el aire suficiente. Respiraba con muy poca fuerza, de forma desganada, casi obligándome a mí misma a ingerir pequeñas cantidades de aire. Mis ojos se habían quedado muy quietos sobre la viga gruesa del techo. Estaba raída, muy descolorida, y parecía mentira como algo tan roto podía soportar tanto peso sobre su tronco.

Me di cuenta. Yo era como esa viga. Tan golpeada, tan magullada, tan rota, que parecía mentira como había conseguido seguir con vida casi tres años seguidos. Puede que en ese mismo momento me lo planteara, no sonaba mal, nada mal.

Suicidarse no parecía mala opción.

Mi cuerpo se estremeció cuando la puerta de la habitación se abrió. Esa fue la única reacción que tuve. No intenté olfatear, no desvié mi mirada del techo, ni si quiera intenté espabilar a mis extremidades para no recibir un castigo. Solo me quedé ahí. Tumbada boca arriba en el colchón con mi cuerpo entero cubierto por la esencia de un alfa al que no correspondería nunca en mi vida. Mi mandíbula seguía doliendo, mis muñecas también, y podía apostar que mis rodillas estaban raspadas, manchadas de sangre por las heridas que él mismo había abierto en mi piel.

Y aunque todo mi cuerpo dolía, no podía sentir nada en mi interior.

Estaba vacía.

No quedaba nada por lo que aferrarse.

— Dios mío...— la voz de una mujer me hizo pestañear, tal vez esa era mi primera reacción— Por la Luna, ¿qué barbaridad te han hecho?

No me moví de mi sitio, ni si quiera lo intenté. Los pasos de la mujer bailaron por mi alrededor muy rápidos, como si tuviera demasiada experiencia en esto o muy poco tiempo para atenderme a mí.

Cualquiera de las dos que fuera, ninguna era buena.

Algo tapó mi cuerpo desnudo. Una tela de lana, calentita, muy calentita, tal vez el objeto más suave y caliente que en años me habían dado.

— Ven hija, debes estar muerta de frío— la rodilla de la señora se apoyó en el colchón para poder extender sus brazos hacia mí.

Ella fue la que me incorporó. Yo seguía sin responder. Mi mirada vacía, sin nada más en lo que escarbar para mantenerse en pie.

Todas las razones fueron hechas para caer, para sucumbir y dejar que la soga terminara por apretarse en mi cuello.

No había querido suicidarme, me había prometido aguantar...pero no sabía si podría con esto.

No, no iba a poder.

Uno de los brazos de la señora pasó por debajo de mis piernas cuando me cubrió bien con la manta que había traído. Mi cabeza se acomodó en su hombro mientras me llevaba por la pequeña cabaña hasta otra de las habitaciones.

Un baño se abrió paso en mi visión muerta. Las luces azuladas se reflejaban en la pequeña bañera hecha de madera. Varias argollas de metal la rodeaban, seguramente sosteniendo el recorrido de los tablones oscuros que no dejaban que el agua humeante se esparciera por todo el suelo de la pequeña habitación.

La mujer me dejó en el suelo unos segundos para quitarme la toalla, pero nunca me soltó. Volvió a elevarme, pero esta vez por poco tiempo. Mi piel palpó el calor del agua. Hacía varios años que no me daba un baño con agua caliente, y no tenía muy claro si esto era un premio que me había ganado por aguantar sin quejarme o un anticipo de como terminarían todos los encuentros que tendrían lugar cuando mi amo me llamara.

Creo que prefería seguir bañándome con agua fría.

Estaba comenzando a odiar el calor.

Ya odiaba el calor.

Y a pesar de eso, a pesar de mi odio creciente por todo lo que irradiaba calidez, mis músculos se relajaron como si fuera eso lo que necesitaban para espabilar. La señora suspiró, puede que más aliviada o simplemente de resignación, no lo tenía muy claro. De todos modos, ella no se estuvo quieta.

Con un pequeño cuenco, el cual no tenía ni idea de donde había sacado, me echó agua por la cabeza, dejando que mi pelo rubio se mojara hasta casi parecer castaño. Mis ojos se fijaron en el agua que antes era transparente y cristalina. Mi cuerpo parecía haberse desecho de todo lo malo que estaba adherido a él, haciendo que el agua se tornara de un color turbio, abandonado su transparencia perfecta, dejando corromperse por la suciedad que traía conmigo.

— Nunca habían tenido niñas tan pequeñas— la voz de la señora fue bastante clara para mí, parecía muy preocupada— Esto es una atrocidad. Sellar a una niña no debería ser permitido.

Casi pude escuchar el gimoteo en su voz.

Mis labios se tensaron a medida que ella iba deslizando el agua por mi piel, y me tensé en cuanto algo duro y de olor fuerte tocó mi espalda.

Cerré los ojos esperando el dolor, esperando el crujido de mis huesos junto con el desgarro de mi piel.

Nada de eso llegó.

En cambio, la señora, solo me miró con la pena reflejada en sus iris claros. No me había fijado en ella, mis ojos habían estado más pendientes de mirar a un punto fijo sin moverse. Tenía el pelo castaño, aunque ya muchos mechones blancos adornaban sus raíces como si fueran un degradado. Toda su melena iba recogida en un moño bajo abundante y de gran tamaño. Sus ojos estaban protegidos por unas pestañas largas adornadas con pequeñas arrugas de su piel en sus laterales. Su mirada estaba envejecida, tal vez muchos más años de los que en verdad tenía. Su nariz se veía algo torcida, como si hubiera sido rota y no se hubiera tomado el tiempo de corregirla para curarla bien, pero fueron sus labios los que me llamaron la atención.

Gruesos y en forma de corazón, con una sonrisa enorme, como si fuera capaz de protegerla de cualquier cosa.

Como si esa sonrisa fuera capaz de parar todo lo malo y hacerla más fuerte.

Casi invencible.

— Solo es jabón, yo no te haré daño, nunca— tragué saliva con lentitud, y mis ojos, no fiándose de ella, la estudiaron por más tiempo. Su respuesta fue sonreír más, mucho más— Estás a salvo conmigo Nimri, completamente a salvo.

No sé que fue lo que me hizo asentir, pero el caso es que lo hice. Tan solo eso bastó para que siguiera pasando la pastilla de jabón por mi cuerpo, eliminando todo a su paso y dejando una piel que no reconocía en mí.

— ¿Sabes? Yo tengo dos hijos, aunque son algo más mayores que tú— ella estaba plenamente concentrada en limpiarme, ni si quiera me estaba mirando, pero su sonrisa se mantenía— A ambos me los arrebataron de mis brazos nada más nacer, ni si quiera me dejaron mirarles ni sostenerles por primera vez. Una vez fueron sacados de mí se los entregaron a parejas que no podían tener hijos, se los dieron a otros y ni si quiera me dejaron despedirme.

Mi mirada se clavó en el agua turbia. Parecía más sucia que antes, pero ahora había algo de espuma flotando por la superficie. No pude evitar recordar los baños que solía darme mi madre todos los jueves por la noche. Ese día siempre usaba el jabón que decía que olería como yo. Uno de lavanda y moras. Olía muy dulce, muy rico, el mejor olor que alguna vez mi nariz pudo palpar. Recordaba perfectamente como la bañera de cerámica vieja que teníamos en casa se llenaba de espuma morada, dando un toque violeta al agua transparente.

Para mí eran tiempos mejores.

Para mi madre era el mismo infierno de siempre, pero supongo, que los jueves por la noche, mientras ella bañaba mi cuerpo y me sostenía en brazos, era su modo de salir de ese mundo de violencia que era su vida.

— ¿Qué pasó con ellos?— fue mi voz ronca, baja y grave la que se pronunció en el ambiente cargado.

La señora solo sonrió. Nunca dejaba de sonreír.

Aunque sus ojos reflejaban la tristeza y la desesperación.

El dolor de la pérdida.

— Crecieron felices con parejas que les pudieron dar una mejor vida que la que yo les hubiera podido ofrecer— la pastilla de jabón cayó en el agua. Mis ojos la vieron hundirse en el fondo de la bañera, muy pequeña, casi desintegrada por completo, sin oportunidad de flotar— La mayor, Luciana, se ha presentado como alfa hace unos pocos meses. Estoy muy orgullosa de la mujer en la que se ha convertido, aunque ella no tenga ni idea de quien soy, aunque para ella simplemente sea la omega que limpia, lava la ropa y cocine para la manada.

Cerré los ojos con fuerza cuando sentí el agua caer desde mi cabeza.

— ¿Y el otro?

La mujer paró todos sus actos para mirar hacia un punto fijo en el agua. Parecía que sus ojos habían brillado más cuando mencioné eso último, brillado con dolor, pero si fue así lo ocultó muy bien.

Su sonrisa ocultó todo muy bien.

— Mi pequeño Hoseok— sus manos volvieron a recoger un poco del agua de la bañera— A penas está cumpliendo 11 años ahora, dentro de una semana será su cumpleaños.

— ¿Podrás hacerle algo especial?— mi voz sonó muy baja, casi un susurro.

Mi madre siempre me preparaba una pequeña magdalena con una vela para celebrar mis cumpleaños. Ese día me cantaba una canción de cuna después de contarme una historia infantil que siempre me daba ganas de crecer rápido para experimentar como esos personajes.

Ahora me aterraba crecer.

— Siempre intento dejarle pequeñas flores en su ropa cuando se la plancho— la señora se acercó a mí, como si fuera a contarme un secreto, mientras el agua seguía cayendo en cascada por mi pelo— Siempre me quedo por las afueras después de eso, esperando verle con mi flor en la mano o una sonrisa en su rostro por haberla visto.

— ¿Y si la sonrisa no es por la flor?

Ella pestañeó sin borrar la sonrisa.

La sonrisa siempre estaba firme.

— Entonces me imagino que si lo es— dejó el cuenco a un lado de la bañera y volvió a coger la toalla— Anda, ya estás lista, es hora de salir.

Contra todo pronóstico mis piernas la hicieron caso y conseguí moverlas sin quejarme. Ella me ayudó a ponerme de pie antes de envolverme  en la manta en la que me había traído y sacarme de la bañera para dejarme en el frío suelo.

Me estaba secando cuando volví a hablar.

— ¿Dolió mucho?— no me hizo falta especificar a que me estaba refiriendo, ella pareció entenderlo.

Porque aunque su sonrisa siempre estuviera presente sus ojos reflejaban toda la desdicha que había dentro.

— Nada me dolió más en esta vida.

— ¿Y por qué sigue sonriendo?

Era una pregunta que había escapado muy fácil de mis labios, muy directa en busca de una respuesta.

Entonces lo vi. Mis ojos fijos en su rostro vieron como sus comisuras temblaron amenazando con cerrarse, pero no lo hicieron.

Ella las forzó a mantenerse quietas.

— Porque a pesar de todo el daño que me han hecho, ellos, mis hijos, tienen mi sonrisa, y si yo sonrío estoy demostrando al mundo que ellos son míos— sus manos se posaron sobre mis hombros con delicadeza, casi como si de esa forma a mí también pudiera pasarme las fuerzas que comenzaban a abandonarme— Debes recordar Nimri, siempre hay alguna forma de ser más fuerte que ellos, de demostrar que por mucho daño que te hagan nunca te doblegarás ante ellos— su mirada buscó la mía, y lo vi, pude ver todos los años de dolor en su mirada— Porque por muy omegas y mujeres que seamos, siempre seremos mejores que ellos, y eso, debes recordarlo.

Y eso era algo que haría, algo que me prometería en ese instante que haría.

Aunque termine costándome la vida.

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ACTUALIDAD

Mis ojos se abrieron de golpe, casi como si algo hubiera tirado de mis párpados hacia arriba. Aparté la sábana que me cubría la cabeza de mí y desvié mi mirada hacia la ventana. La luz blanca me obligó a volver a cerrar los ojos con una fuerza desmesurada. Mi mano trató de tapar los rayos del sol con la mano, aunque fue medio imposible.

Me incorporé en el colchón con las manos sobre mi rostro. Mi cabeza daba vueltas y me sentía muy mareada, muy débil y sin apenas fuerza para poder mantenerme en la posición erguida en la que estaba sobre el colchón.

Me había pasado cuatro días aquí encerrada, sin probar bocado ni levantarme de la cama. El miedo se había apoderado de todos los rincones de mi cuerpo sin dejarme escapatoria, casi sin darme opción a oponerme.  Mi cuerpo seguía tembloroso, como si fuera su forma de mantenerse alerta de cualquier cosa que pudiera suceder.

Aparté mis manos de mi rostro dejándolas caer hacia el colchón. Intenté abrir mis ojos de nuevo, pero la claridad volvió a cegarme otra vez. No recordaba que esta habitación fuera tan luminosa. ¿Habría dejado las cortinas abiertas? No podía recordar con exactitud que era lo último que había hecho ayer antes de volver a caer rendida bajo las sábanas.

Antes de caer desmayada sobre el colchón.

Parecía que mi ser estaba fuera de mi cuerpo, un ente flotando en el aire, pululando por mi alrededor a sus anchas. Me dejé caer de costado sobre el cobertor de la cama, quien amortiguó mi golpe, y no pude evitar volver a cerrar mis ojos ante todo el mareo que estaba sintiendo.

Mi loba parecía no estar. Eso, o había decidido ignorarme por las estupideces que estaba cometiendo. No comer había sido una acción deliberada, pero no era porque no quisiera.

Era porque me daba pánico abrir la puerta, dejarme vulnerable y desprotegida.

Y aunque estaba dentro de la habitación, en el sitio que consideraba seguro, no evité tensarme. Los recuerdos acudieron como veneno a mi mente, como la ponzoña más letal de todas, y mi mano, en un movimiento involuntario, se posó sobre mi hombro, apretándolo levemente mientras levantaba mi cabeza hacia la puerta.

Dos golpes. Muy claros y secos. Pausados, como si dieran la bienvenida a otro nuevo episodio de terror.

A un nuevo episodio de dolor.

Y no lo pensé demasiado cuando me hice una bola bajo las sábanas del colchón. Tal vez, escondiéndome muy bien, él no me encontrara. Temblé más cuando escuché como la puerta se abrió en un chirrido agudo. No recordaba que la puerta chirriara de esa manera, no podía recordar nada de eso. Sin embargo, me aferré más a las sábanas, sujetándolas fuerte hacia mi pecho, de tal forma que no pudieran ser arrancadas de mí.

Mi cuerpo había comenzado a temblar de forma violenta cuando los pasos se hicieron presentes. Lentos, muy sutiles, pero aún así estridentes y graves dentro de mi cabeza. Mis labios se entreabrieron dejando escapar un pequeño hilillo de aire, y mis ojos volvieron a cerrarse con fuerza cuando la marcha de los pasos se detuvo.

Lo siguiente que sabía era que la colcha ya no estaba cubriéndome.

Me giré sobresaltada, preparada para defenderme como pudiera, pero no había nada a mi espalda. Las cortinas se movían con la brisa del día, y apoyándome con mis manos en el colchón traté de incorporarme un poco para mirar tras la ventana, esperando que simplemente la fuerza del viento hubiera sido suficiente como para apartar las sábanas de mí.

Pero era muy ilusa al creer eso.

Sobretodo cuando la suave brisa dio en mis mejillas. Mis dedos se encorvaron en el colchón, volviendo a temblar, volviendo a dejar que el miedo se apoderara de toda mi extensión.

Labios entreabiertos, ojos cerrados y mis mejillas comenzando a enrojecerse por la cálida brisa.

Un calor abrasador.

— ¿Me has echado de menos?— un susurro en mi oído, mis ojos más apretados y un grito desgarrador que salió de mi garganta sin previo aviso.

Sus manos actuaron rápidas, casi imperceptibles a la vista del lobo más desarrollado. Él estaba sobre mí, con sus ojos felinos envueltos en un manto de raíces rojas. Sus garras se clavaban en mi piel, y yo, desesperada, no dejaba de moverme intentando salir de su agarre. Sus piernas estaban muy bien ancladas a cada costado de mi cuerpo, reduciéndome en nada, dejándome sin libertad de movimientos, acorralándome en la peor de mis pesadillas.

Su sonrisa sádica seguía presente mientras su mirada me estudiaba. Parecía que estaba haciendo un esfuerzo extra por reconocerme, y no tenía muy claro si le estaba gustando lo que estaba viendo.

Puede que por eso me ganara la primera bofetada.

Mi rostro se giró sobre el colchón. Pensé que me había partido el cuello por la brusquedad del movimiento, pero simplemente fue una sensación que tuve. El dolor se extendió por mi mejilla, y no sabía muy bien si era sangre lo que estaba sintiendo en mi boca u otra cosa.

— Pregunté si me has echado de menos— su voz era demandante, como siempre, y temblando como nunca en mi vida murmuré sin apenas fuerza.

— Sí, mi amo.

Volvió a sonreír, esta vez más a gusto con la respuesta, y como si nada fuera suficiente me dio otra bofetada.

Esta vez mi rostro giró hacia el lado contrario.

— Has sido muy mala— sus garras parecieron clavarse muy adentro en mi piel, y no supe si era real o no, pero juré que sentí como su erección crecía contra mi vientre sin frenos— Tendré que darte un castigo para que aprendas a no desobedecer, a no abandonarme.

Una pizca de aire abandonó mi pecho cuando él colocó mis manos sobre mi cabeza sin darme opción a resistirme. Las lágrimas se desprendían de mí muy rápidas, muy certeras y parecían que tampoco tenían frenos que las retuvieran más.

— N..no, pi..pie...piedad— mi voz era ahogada, mucho.

Él solo volvió a sonreír, como si estuviese disfrutando de todo esto, como si hubiera vuelto a los inicios de todo. Parecía más decidido, más empeñado a hacerme sufrir que antes. No supe bien como calaron mis palabras en él. Siempre, sus reacciones, eran todo lo contrario a lo que yo pensaba.

Y volviendo a fijarse en mí, dándome esa mirada que tanto odiaba, vi el brillo de perversión que bailó sobre sus iris.

Mis manos se removieron inquietas, buscando de algún modo la liberación de sus garras, pero como si ya me conociese, como si ya estuviese preparado, hundió sus garras en mis muñecas, rasgando mi piel, partiéndome los huesos. Hizo un gesto brusco con su muñeca, sacándome un alarido de dolor que fue acompañado por un llanto desgarrador. No supe como lo hizo, pero partió sus garras dejándomelas clavadas, hundidas por completo en mi piel.

Sus ojos volvieron a dar conmigo mientras sus manos se deshacían muy fácilmente de mis prendas. Bajé mi mirada muerta de miedo, gimoteando de dolor, y volví a tensarme más cuando vi lo que llevaba puesto.

El camisón blanco. Impoluto, limpio, de un color que casi cegaba la vista.

Menos la de él.

— Siempre fuiste muy ruidosa— sus manos me separaron las piernas mientras sus caninos comenzaban a mostrarse— Siempre fuiste hecha para mí, a mi medida— grité cuando clavó su erección muy en el fondo de mí, rompiendo todo mi interior. Sus caderas comenzaron a moverse rápidas mientras sus manos trepaban hacia arriba, obligándome a mover mi cabeza hacia un lado, dejando mi cuello visible— Toda tú eres mía, él nunca te podrá tener de la misma forma que yo.

Mis ojos se apretaron muy fuerte contra mi brazo. De alguna manera estaba intentando subir mi hombro para no dejar ningún hueco libre en el que pudiera morder, aunque eso significara romperme el hombro en el proceso.

Pero de repente todo paró. El movimiento de sus caderas frenó con un gruñido que me paralizó al completo. Mi rostro seguía hundido en mi brazo, mis ojos cerrados y mi hombro luchando por ocultar el hueco de mi cuello.

Y como si él supiera lo que estaba intentando, aún dentro de mí, agarró mi mandíbula para girar mi rostro hacia el suyo. Mis ojos se aventuraron a abrirse en ese instante, sabiendo que el terror y el pánico sería el protagonista principal de su brillo.

Hasta que lo dijo.

Hasta que todo terminó viniéndose abajo.

— Eso no lo olvides jamás, Verónica— y de un movimiento brusco, de la forma más dolorosa del mundo, con sus ojos teñidos en el rojo de mi sangre, giró mi rostro, dejando libre mi cuello, hundiendo sus caninos en lo más hondo de mi piel.

Sacando de mi garganta el peor grito de dolor que alguna vez en mi vida había dado.

Desgarrando por completo lo que alguna vez quedó intacto de mí.

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Holooooooooooooo,

Sé que vengo muy tarde subiendo esto, pero literalmente he vuelto a reescribir el capítulo en tiempo récord porque no estaba nada conforme con el capítulo que había escrito. Y al fin, después de varios meses rompiéndome la cabeza con esta novela, siento que he vuelto a escribir algo de calidad.

Dejando mis dramas de escritora aparte, ¿qué os ha parecido? Literalmente, y nunca mejor dicho, este capítulo está recién sacado del horno, y aunque me gusta dejarlos reposar unas semanas en los que los reviso y cambio cosas, este lo tenéis recién nuevecito. Verdaderamente, hubo una persona que acertó quien era ese personaje que aparecía nuevo en la historia, y sí, es la madre de Hoseok, y bueno, aquí podéis ver un poquito de su historia, aunque bueno, debo decir que saldrá más veces (ya es un personaje que tengo bastante cerrado en cuanto a su historia se refiere). Además, también habéis visto de donde provienen Hoseok y su hermana Luciana (la cual está un poco desaparecida, pero bue, volverá xd).

Y bueno, hubo alguien que me dijo que los flashbacks se hacían muy pesados de leer😕, y bueno, intento hacerlos lo más llevaderos posibles mezclándolos con la actualidad que está viviendo Nimri, pero si a alguien más se les hace muy pesado que me lo diga y ya miro yo como hacerlos más livianos. Aunque sé, y soy muy consciente, de que la historia de Nimri no es para nada cómoda de leer, pero también os digo que es mediante esos flashbacks que van a ir apareciendo personajes nuevos que se van a ir desarrollando más en la actualidad.

Y ahora, dicho esto, dos últimas cositas, ¿qué pensáis sobre la madre de Hoseok? ¿Viva o muerta? Y también, como no podía faltar, este último pedacito de actualidad que os he soltado, ¿qué pensáis? ¿Habrá sido real o un delirio?

Y ya con esto me voy a despedir y a dejaros por fin el capítulo subido, que ya me he hecho de rogar bastante. (Ya siento que esta nota sea tan inmensa😕)

Nos leemos chikis;)

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