10
Supongo que así se desarrollarían los días a partir de ahora. Me había recuperado, como siempre, y había retomado mi rutina de nuevo. Levantarme, salir a caminar, preparar el desayuno, ir al mercado, trabajar, cerrar la tienda, volver a casa, cenar y dormir.
La monotonía había vuelto, pero faltaba algo.
Namjoon. Él había parecido desaparecer. No le había visto desde el día del castigo, ni si quiera sabía como estaba o si se había recuperado bien de sus heridas. Habían pasado 21 días, casi un mes completo, sin saber de él. Y no pensé en echarle tan en falta como lo hacia. No había sido consciente de lo presente que estaba en mi vida hasta su ausencia, y eso me confundía, porque al fin y al cabo esto se supone que era lo que quería desde hace un par de años, que desapareciera y me dejara en paz de una vez, que se alejara de mí, volver a mi tranquila soledad de nuevo.
Y me molestó.
Mi loba me impulsaba a ir a buscarle, bueno, no lo haría, nunca. Sabía que eso no sería prudente, mucho menos sabiendo que probablemente él esté molesto conmigo. Había sido mi culpa que él hubiera perdido el control, había sido mi culpa que él recibiera ese castigo.
Definitivamente había sido mi culpa.
Y nunca antes me había sentido tan culpable de algo desde que vi caer a mi madre con mis propios ojos.
La sensación era la misma, y no me gustaba.
Lo llevé bien, o al menos eso quiero creer. La gente me miraba raro, ya no me trataba como antes y su cambio de actitud era palpable. No hacía mucho caso tampoco, no era lo peor que me había pasado y podía lidiar con ello.
Betany no lo hacía de igual manera.
— Aishh...no ha entrado nadie, ¿no?— negué con la cabeza viendo como la gente pasaba de largo de la tienda.
En 21 días no habíamos vendido casi nada, las ventas habían bajado en picado y sabía que era por mí.
— No, no ha entrado nadie— cerré los ojos y solté un suspiro— Lo siento.
Betany me observó, últimamente lo hacia mucho, y sus labios formaron una sonrisa tranquilizadora. Su negocio se estaba yendo a pique por mí, y creo que era hora de aceptar las consecuencias.
— No te preocupes, ya remontaremos— su mano se posó en mi hombro, y mis ojos se fijaron en ella. Su pelo castaño con mechas rubias recogido en un moño bajo, dejando al descubierto su rostro decorado con un maquillaje simple— Esto solo es una mala racha.
Otro suspiro salió de mí y negué con la cabeza.
— No Bet, sabes tan bien como yo que esto es mi culpa— me levanté de la silla que se encontraba tras el mostrador. Me había sentado cansada, esperando que alguien se decidiera a entrar por la puerta— Creo que es hora de que me vaya...no quiero hundirte el negocio.
Los labios de la mujer se tensaron y negó con su cabeza.
— No, si la gente no quiere entrar es su problema, no tu culpa— mi lengua remojó mis labios—No quiero que te vayas.
Mi mano agarró la suya. Mis ojos bajaron hacia nuestras manos unidas, mis labios se estiraron en mi rostro, en una sonrisa de labios cerrados. Negué con la cabeza una vez más, y completamente resignada anuncié.
— Me ha encantado trabajar contigo estos casi tres años, de verdad, pero es momento de que me vaya. Por experiencia sé que la gente no cambia de opinión, y tu has dado mucho por este sitio como para echarlo a perder— mis brazos la rodearon, su brazos quedaron inertes a cada costado de su cuerpo.
— ¿Estás segura de lo que estás haciendo?— asentí disfrutando unos segundos más del abrazo.
— Lo estoy— me separé de ella dejando mis manos sobre sus hombros.
Mi estómago se revolvió, pero esto era lo correcto.
— Sabes que si necesitas algo siempre podrás contar conmigo— su voz se había ahogado un poco y sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero ella las estaba reteniendo bien.
— Lo sé Bet, lo sé— mis pulgares barrieron las lágrimas que habían caído de sus ojos— No llores anda, estaré bien, podré encontrar algo, ya me las apañaré.
— Pero...— negué con la cabeza, no quería que hablara más porque sabía que se terminaría por romper.
— Saldré ahora por la puerta trasera, no te preocupes por mí, ¿vale?— una respiración profunda infló su pecho.
— Dios niña, mira como me pones— sus manos limpiaron sus lágrimas y una pequeña risa escapó de mis labios.
Volví a abrazarla sintiendo como un nudo se formaba en mi garganta. Me daba pena dejarla, dejar esto que tanto me había gustado, pero supongo que así debía de ser. No quería perjudicar a nadie.
— Me iré ahora— me separé de ella, con lentitud, como si no quisiera irme nunca— Cuídate, ¿vale?
Betany asintió con sus labios tensos. Estaba segura de que cuando me fuera ella rompería a llorar, así que, dándola una última sonrisa, cogí mi chaqueta y bolsa y salí por la trastienda.
Noviembre ya había llegado, y el frío no se hizo esperar tampoco. El día nublado y el viento helado golpeando mis mejillas, enrojeciéndolas como si me hubiera estado dando golpecitos repetidamente. Metí las manos en mis bolsillos y decidí ir a caminar sola por la explanada.
Mucho había cambiado en 21 días.
Supongo que de una manera u otra terminaría llegando este momento. El desinterés y la indiferencia siempre afloraba con una excusa, esperaba paciente a que sucediera, y aquí estaba, ya había sucedido. Un celo para que todo terminara.
Y con razón.
Arianne tenía razón en cierto punto. Las mujeres como nosotras estaban destinadas al sufrimiento y la soledad perpetua. Apestadas de la sociedad, sufriendo en silencio y levantándonos cada día como si lo que se avecinaba no fuera a ser la misma mierda de siempre.
Daba igual a donde fuéramos, solo era cuestión de tiempo que sucediera.
Y a mí me había llegado, tal y como estaba pronosticado. La soledad golpeaba a mi puerta ansiosa por consumirme, por terminar conmigo, aunque no era nuevo, no se sentía como algo nuevo y eso me dolió. Ya era familiar esa sensación, amargamente familiar, una vieja amiga que volvía otra vez...para quedarse.
Por lo que, tragando el nudo de mi garganta seguí caminando hasta la explanada. La hierba estaba húmeda y podía ver el rocío cayendo con premura hacia la tierra. Apenas había pasado la hora de comer, y por la manada no había mucho movimiento todavía. Había podido salir del mercado sin mucha complicación, sin llamar demasiado la atención.
Me subí a la roca de siempre. Estaba húmeda y fría, como el día, pero no me importó demasiado. Crucé mis piernas al más puro estilo indio y metí mis manos en los bolsillos de mi chaqueta de lana. Mis ojos se clavaron en un punto fijo, en el mismo rincón de siempre, y solté un suspiro.
Así que...así iba a ser.
Eché mi cabeza hacia atrás. Dejé que el viento me golpeara suavemente, tal vez así podría aclarar el borrón extraño que habían sido estos 21 días. La rutina, todo se reducía a la rutina. Mantenerme ocupada para no pensar, para no recordar nada.
La primera lágrima cayó, el nudo de mi garganta se hizo más grande.
Eso era imposible, no recordar era imposible. Y ahora, con esta nueva situación, podía añadir una nueva marca a mi espantoso currículum.
¿Qué hubiera pasado si nunca hubiera escapado?
No lo sabía con exactitud, tal vez estaría muerta. Si, eso no sonaba tan mal, morir era atractivo para alguien como yo, atada a una vida esperando poder liberarse del suplicio en el que había sucumbido. Sino me dejaba era por una sola razón, por un solo motivo, y era aquella persona que me había atado a esto.
Si moría, lo quería hacer siendo Verónica, no Nimri.
Volví a enderezar mi cabeza. Todo estaba muy tranquilo. La paz que se sentía en este lugar era inmensa, tanto que no pude evitar rezar.
"Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén"
Tragué saliva. Las imágenes difusas de aquella señora repitiendo como un mantra esa frase mientras revolvía las legumbres estaba nítida en mi mente. Casi podía oler el hedor que salía de las ollas, el sonido de los cuchillos cortando las verduras y el tintineo de los cubiertos. Trabajar en la cocina era lo mejor de la semana. Casi saboreaba aquel día, anticipándolo como una mañana de navidad. Las cocineras siempre nos dejaban relamer los restos de las ollas, dándonos un pedazo de pan con el que rebañar el metal. Mi lengua casi pudo saborear el recuerdo de las salsas especiadas y la dureza del pan duro que se le tiraba a las gallinas.
"Santa María, Madre de Dios. Santa María, Madre de Dios. Santa María, Madre de Dios."
Un mantra, si eso era. Y entendía el por qué, lo entendía mejor que nadie. No quedaba nada, no te quedaba nadie, y era mejor pensar, imaginar, que alguien te acompañaba, que velaba por ti en algún lugar recóndito de la Tierra. Aunque la realidad era más hostil, más dura, en la que hacías lo posible para mantener la cordura.
Nimri era yo, era quien actuaba, era quien me cuidaba.
Pero Verónica seguía conmigo, perdida en algún lugar recóndito de mi mente, luchando por salir. Hacerme entender que ya habían pasado 15 años desde la última vez que vi a mi madre. 15 años en los que este juego destinado a perder había comenzado.
Y parecía que iban a ser muchos más.
Bajé de la roca de un salto. Esta era mi vida, si que lo era. Fría, terrorífica y llena de soledad. Lo único que me quedaba era afrontarla, como siempre, avanzar de nuevo hasta que llegara otro punto de inflexión en el que tendría que avanzar de nuevo.
Estaba cansada de avanzar.
"No te liberas hasta que no sale de tí, no vives hasta que no lo echas de ti"
Bien, yo no me podía liberar nunca. Siempre lo llevaba conmigo, siempre estaba muy presente en mi mente. La forma en la que me tocaba, cada respiración que daba encima de mí, cada golpe, cada caricia, cada penetración...No solo fue él, fueron muchos más.
Él solo fue el primero, fue quien me abrió al resto, fue el que me presentó al resto.
Corría en círculos. Siempre terminaba volviendo al mismo punto de partida, al mismo crudo punto de partida. Mi vida era la rutina, la rutina era mi vida. Casi no podía diferenciarlas, estaban unidas en una línea que se había borrado. El tiempo se había hecho cargo de eso, había ayudado a sumirme en lo mismo una y otra vez.
Cada día te levantas y te das cuenta de que es la misma mierda de siempre.
Luchar por no pensar, luchar porque no duela, batallar con lo mismo una y otra vez. No quería pensarlo, pero simplemente sucedía. Volvía a mí, riéndose a carcajadas, con su sonrisa tétrica de siempre, su piel blanquecina decorada por las venas de su sistema y sus ojos oscuros.
El demonio hecho persona.
Y volvía al infierno, me sumía en su calor a pesar de que me cercioraba en mantenerme fría. No funcionaba, nada funcionaba y cuando me ahogaba volvía a huir otra vez.
Y eso estaba haciendo. Huyendo, porque parecía que se me daba bien. Me adentré en el bosque salteando a los guardias que no se percataron de mi presencia. Oler a lavanda a veces tenía sus ventajas. Cuando me inmiscuía entre la naturaleza mi olor se diluía, podía camuflarme entre la maleza y era difícil ubicarme. Me abrazaba a mí misma mientras avanzaba hacia dentro. No sabía a donde me estaba dirigiendo pero simplemente esto era lo que tenía que hacer.
Desaparecer, hacer de cuenta de que nunca estuve aquí. La gente se olvidaría de todo lo que había pasado, Namjoon odiaría a un recuerdo y yo encontraría otro lugar del que huir de nuevo.
Esta era la tercera vez que huía de un sitio.
Casi era costumbre hacerlo, una mala costumbre de mí, pero era mi forma de sentirme segura, de no perder la cabeza.
— Nimri, Nimri, Nimri— mi piernas avanzaban entre la maleza, decididas a alejarse.
Decididas a empezar otra vez.
Creo que ya había salido de los límites de la manada, aunque no se sintió tan bien.
La noche cayó sobre mí decidida. Seguía caminando hacia algún lugar. El bosque no parecía terminarse, y no había encontrado ninguna carretera por el momento. Lo desconocido se extendía delante de mis narices y yo me adentraba a él sin miedo.
No importaba mucho lo que pudiera pasarme, en el mejor de los casos moriría y ahí se terminaría todo.
Descansaría por fin.
Frené un momento queriendo descansar mis piernas. Me apoyé en el tronco de un árbol, escuchando a los animales nocturnos merodear por el lugar. Los sonidos tétricos me rodeaban, como si protagonizaran la banda sonora de mi marcha. Metí mis manos heladas en los bolsillos de mi chaqueta. Los árboles me rodeaban y no parecía haber nadie a mi alrededor.
Creo que suspiré por eso.
Mis tripas sonaron. No había comido nada en todo el día y ahora parecía quejarme por ello. Me resguardé aun más en mi chaqueta de lana y continué avanzando. Tal vez, si llegara un poco más lejos podría encontrar algo que llevarme a la boca.
Me enderecé.
Un crujido había sonado a mi espalda alertándome de que algo me estaba siguiendo. Mi ceño se frunció y olfateé el aire curiosa. Seguramente sería algún animal nocturno.
Continué avanzando. La noche sobre mí y mi audición completamente alerta de lo que ocurría a mi alrededor. Desde ese crujido mi loba había levantado la cabeza fijándose muy bien en su alrededor. El ambiente había cambiado y una sensación familiar me recorrió de arriba a abajo.
No me gustaba.
Paré en seco y giré mi cabeza. Miré a todos lados posibles, no había nada, absolutamente nada. Y creo que eso fue lo que me alertó más.
Parecía que la caza había comenzado.
Intenté buscar un sitio, un lugar o algo que sirviera para refugiarme. No me atrevía a avanzar más, mi loba me lo estaba impidiendo. Olfateé el aire, buscando alguna pista que me permitiera asegurarme un poco más.
No había nada.
Mi labio inferior tembló y mis manos se hicieron puños en mis bolsillos. Algo se había movido detrás de mí, a mi espalda, y estaba ahí, acechándome, muy pendiente de mí.
Me di la vuelta, y ojalá nunca haberlo hecho.
Un lobo gris, de ojos oscuros casi rojizos me estaba observando muy atento. Su olor se difundía en el aire, no dejando en claro un aroma concreto. Todo me golpeó en la nariz, trayéndome todos los recuerdos a mi mente, dejándome paralizada en mi sitio.
— N...n....no— el lobo parecía tranquilo en su sitio, mirándome fijamente sin perder detalle.
Mis ojos se habían llenado de lágrimas que no solté. Mi estómago dio una vuelta de campana en mi abdomen y quise vomitar. No sabía si esto era una alucinación o era real, por eso cerré los ojos fuertemente. Aunque fue un completo error. Según mis párpados habían claudicado, su toque se hizo real en mi piel. Me quedé muy quieta, sintiendo el asco resurgir de lo más profundo de mí. Sus manos bailando por mi espalda, mi culo, mi abdomen y mis pechos. Mi garganta picaba llena de repulsión, y la acidez de mi vómito afluyó en mi esófago. Abrí los ojos de nuevo. El lobo seguía ahí, muy quieto, observándome. Mis piernas fallaron, mi mente reprodujo el mismo empujón que me había dado la primera vez. Mis rodillas contra la tierra y mis manos aguantando el peso de mi cuerpo.
El horror emanando de mí.
Y eso le gustó. Un gruñido pequeño salió de sus fauces y dio un paso adelante. Casi podía adivinar sus pensamientos, lo que su retorcida mente estaba imaginando. Su lengua pasó por sus bigotes, como si se estuviera preparando para un festín. Permanecía quieta, paralizada por el miedo, y mi loba estaba igual que yo. Se había echado a llorar mientras esperaba a que él terminara de acercarse.
Un juego en el que estaba acostumbrada a perder, en el que me tocaba perder.
Sentí sus pasos como si fuera un terremoto. Todo parecía temblar a mi alrededor, caerse a pedazos y entonces me cuestioné si había sido buena idea salir de la manada. Estaba claro desde el principio que no lo había sido, estaba perdida allá donde fuese.
Sentí su aliento muy cerca de mí. Casi pude sentir como me olfateaba antes de hundir su hocico en el hueco de mi cuello. Mi cuerpo se echó a temblar y mis ojos liberaron lágrimas silenciosas. Mi boca se entreabrió queriendo soltar un quejido que no me permití.
Y entonces lo sentí, su marca, su comienzo en mí. Un beso en el hombro, un lametón en su caso, pero ahí estaba, presente.
Dejé de escuchar y de sentir. Estaba preparada para dejarme hacer, como siempre, sin luchar, esperando a que terminase rápido. Tal vez moriría esa vez.
Un mal golpe, una mala caída, un mal movimiento.
Pero no pasó, nada de eso pasó. En su lugar, el lobo se alejó de mí, casi sintiendo su sonrisa sádica hacia mi persona. Abrí los ojos, viendo como retrocedía hasta desaparecer en la oscuridad del bosque. Mi loba rompió en llanto y yo también. Mis manos se apoyaron en la tierra, sosteniéndome de nuevo, notando como pequeñas piedras se clavaban en mis palmas. Las lágrimas cedían ante el dolor, pero no me sentí mejor en ningún momento.
Solo me llené de terror y de pánico, solo quise desaparecer en ese momento.
El calor volvió, el ambiente cambió y me vi sumida en el mismo cuarto rojo. Él había estado ahí, siendo yo su primera vez, su primer castigo. Las cadenas impactando contra mi piel, los grilletes ajándome las muñecas, las mordazas y las vendas. Las lágrimas que desperdiciaba cada vez que las rejas sonaban, cada vez que el pestillo se cerraba.
Mi cuerpo entumecido y yo tiritando. Aguantando el envite que terminaría por tumbarme, haciéndome cerrar los ojos y solo desear una cosa....
Desaparecer de una vez por todas.
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⚠️Atención: no leas si eres sensible, sino queda bajo tu responsabilidad⚠️
12 años antes
Boqueaba en busca de aire. Mis brazos estaban entumecidos sobre la plancha de metal y mis tobillos ardían. Mi torso...no le sentía, había desaparecido de mí dejando un dolor agudo en mi espalda. Mi cuello se mantenía rígido en su sitio, y tenía miedo de que si me movía lo dejara de sentir al igual que mi torso.
Lloriqueaba de dolor. Mis labios temblando y mi garganta picando.
El sudor recorría su frente. Se había deshecho de su camisa dejando al descubierto su marcado torso. En sus manos se podían apreciar salpicaduras de sangre que seguramente era mía. Su respiración errática y su pecho subiendo y bajando como si acabara de salir de un gran esfuerzo. Las venas de sus brazos se notaban más, mucho más marcadas que de costumbre.
Se acercó a la pequeña dejando un beso casto en su hombro.
Mis ojos fueron testigos de como los suyos se cerraron. Estaba muy quieta, inmóvil, y el miedo volvió a fluir de mí. Sus manos acariciaron mi hombro, como si de esa manera pudiera dejar marcado de por vida el beso que me había dejado por portarme bien.
— Lo has hecho bien— su mano descendió por mi fracturada espalda hasta quedar estática sobre mi culo— Me encantas...
Su voz era ronca y grave, casi parecía cargada de excitación. Mis dedos se movieron erráticamente, casi parecía querer cerciorarme de que mis extremidades funcionaran bien aunque ahora mismo no estuviera sintiendo del todo mis piernas.
— Te curaré ahora pequeña...te pondrás bien para mí— mis ojos se cerraron otra vez, deseando que todo terminara de una vez por todas.
Él hizo lo suyo. Curó a la pequeña niña rubia que le había encandilado desde la primera vez que la vio. La desató y la vendó correctamente para que su espalda sanara. Él mismo la llevó a su celda poniéndola antes una camiseta suya, una camiseta que la distinguiera como suya. Los guardias le dejaron pasar, y él dejó bien claro que quería que ella se recuperara. Nadie le discutió, nadie lo hacía nunca con el próximo jefe, y así fue como se hizo.
Volvió a la habitación después de dejar a la pequeña. El olor a todas las hormonas soltadas permanecía en el ambiente, y eso lo volvió loco. Deseó que su pequeña se hiciera mujer pronto para así tenerla para sí mismo. Ella iba a ser suya, así lo había decidido el mismo día que la castigó por primera vez, su primera vez. La manera en la que la pequeña lo miró a los ojos le había gustado, y la excitación que lo invadió a medida que descargaba cada latigazo contra ella, hacia un año escaso, todavía estaba muy vigente en su memoria. Su hermano le había hecho un favor enorme cuando le dijo esa mañana que había dejado una sorpresa para él en la bóveda.
Y menuda sorpresa había sido.
Verla ahí, desnuda e indefensa, le excitó demasiado. Su obsesión incrementó y cuando su rostro bajó por el cuello de ella casi no pudo contenerse. Las ganas de ponerla en cuatro, elevando su pequeño culo hacia él, le parecieron demasiado tentadoras, pero era consciente de que había un límite...por el momento.
Sus ojos ladinos miraron la plancha de metal. Todavía conservaba alguna gota de sangre producida por el forcejeo con los grilletes. Una sonrisa se deslizó en sus labios y no pudo evitar recordar los gritos de su pequeña. Los espasmos de su pequeño cuerpo mientras él ejercía presión sobre sus vértebras, sintiendo como sus pequeños huesos cedían ante la fuerza de sus dedos. Sus oídos reprodujeron cada sonido, como si lo estuviera volviendo a vivir.
La excitación no tardó en aparecer.
Su polla se agitó duró, y él no dudó en bajar su mano. Bajó sus pantalones, dejando que su polla le saludara erguida y muy dura. Un suspiro salió de sus labios cuando sus dedos rodearon toda su longitud. Su muñeca impulsó el movimiento y los gemidos no tardaron en salir de sus labios. Su mente proyectó la figura de su pequeña, tan delicada y frágil como el cristal, siendo suya, completamente suya. Se imaginó su cuerpo, volvió a reproducir el toque de sus dedos en su piel, la manera en la que su mano cubría todo su pequeño culo. El orgasmo le golpeó fuerte, y mientras se recuperaba, se vio deseando que el tiempo jugara en su favor y pasara rápido, haciendo que su niña creciera solo para complacerle a él. Sonrió cansado, imaginando todo lo que podría hacer con ella.
Así fue como se desató el verdadero infierno.
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Holooooooooooooo,
¿Cómo estáis? Espero que muy bien😋
Así que, aquí os traigo un nuevo capítulo que espero que os haya gustado mucho. Aquí pasan muchas cosas, muchos pensamientos y recuerdos crudos de la niñez de Verónica, ¿en qué creéis que desencadenará todo esto? Y como alguien dijo en el capítulo pasado, Namjoon se ha alejado, ahora, ¿cuales serán sus razones? Os leo🙃
Bien, ahora tengo que hacer un par de anuncios, del que sé que uno de ellos no os va a gustar así que empiezo por el bueno.
En primer lugar, como ya sabéis ha habido revuelo con Wattpad y las recientes noticias, por lo que, ante la incertidumbre de que pasará con los fanfics y demás, tengo todos pasados a otra plataforma, en la que, en caso de que haya algún problema en esta, se subirán allí y los podréis seguir leyendo todos (he dejado un mensaje en mi muro diciéndolo, por si queréis echarle un vistazo)
En segundo lugar, y el anuncio que menos os va a gustar, es que entro en exámenes , y bueno, eso quiere decir que no actualizaré ninguna de mis historias por casi un mes. La razón de esto es porque este año tengo todos los exámenes muy juntos (estoy en 3º de carrera y el tiempo no me sobra) y no voy a tener tiempo ni de escribir ni de editar capítulos, por lo que ni si quiera entraré a Wattpad para nada. Espero que podáis comprenderme, y tengáis paciencia, que no dejaré de subir esta historia.
(De todos modos, la semana que viene pondré un mensaje en mi muro avisando, en el que explicaré de forma más detallada y bueno, puede que algo más para cuando me libere de exámenes😋)
Así que, dicho esto, me despido hasta cuando sea😙
Nos leemos chikis;)
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