09

⚠️Advertencia: este capítulo contiene escenas fuertes, si eres sensible, queda bajo tu responsabilidad leerlo⚠️

12 años antes

Estaba cansada, mucho, y creía desfallecer en cualquier momento. Todas estábamos igual. Metidas aquí abajo, con grilletes en nuestros tobillos después de todo un día sirviendo para los alfas.

Hoy parecía ser un día importante....pero no para nosotras.

La humedad en la bóveda era inmensa, pequeñas gotitas caían al suelo creando un sonido expandido por el eco. Todas estábamos sentadas contra la pared, dejando un pasillo en el centro para que los alfas pasasen para coger a la siguiente. Solo éramos mujeres, de todas las edades posibles, y el miedo se palpaba en el aire.

Un ambiente cargado de terror.

Mi pelo enmarañado caía a cada lado de mi cara, mojado y anudado, no resultaría nada atractiva para nadie. Ocho años de edad no serían una opción para nadie, incluso menos de eso, pero estaba muy equivocada.

Aquí no importaba la edad que tuvieras, si gustabas, eras la elegida.

Y una vez al mes todas pasábamos por esto. Un nuevo alfa era escogido, seleccionado por los jefes para "estrenarse" con quien él eligiera, no importaba quien, esa era su decisión y nadie podía rebatírsela.

Y aquí estábamos, en exposición para el nuevo alfa que atravesaría ese pasillo que conduciría a una muerte segura. Todas desnudas, sin nada que nos protegiera de la fría humedad de la bóveda, con grilletes en los tobillos que nos mantenían a todas unidas, sin poder escapar. Voces se escuchaban desde algún punto, no sabía cual, todo estaba demasiado oscuro y las omegas a mi alrededor no dejaban de aullar asustadas.

Pidiendo una clemencia que nunca iba a ser otorgada.

La primera vez que vine a este lugar tenía 5 años. Era demasiado pequeña y menuda, pero ahora había crecido un poco. No entendía el por qué teníamos que estar aquí todas, desnudas y muriéndonos de frío, no dejando de temblar y arrejuntándonos la una con la otra para entrar en calor. Me acuerdo de reconocer varias caras. Muchas de ellas habían venido conmigo en el camión donde había visto por última vez a mi madre. Esa vez se llevaron a una omega joven, sobre sus veinte, no entendí para qué pero poco me importó.

No había sido yo.

La segunda vez, con 6 años recién cumplidos, volví a aquí. Realizaron un selección de entre 80 omegas para traernos a todas aquí entre empujones y latigazos. Recuerdo que mis ojos se llenaron de lágrimas cuando aquel alfa me agarró del pelo y me tiró aquí dentro. Después, uno de sus compañeros, me arrastró hasta colocarme pegada a la pared antes de ponerme los grilletes en los tobillos. Antes de eso, antes de entrar en este lugar, me quitaron la camisa sucia a la fuerza, desnudándome frente a cuatro alfas que no dejaron de mirarme. Luego me bañaron en agua helada, borrando de mi todas las marcas de suciedad que se acumulaban con el pasar de los días.

Esa vez no me llevaron a mí tampoco, pero nunca se me olvidará el grito de horror de una de las madres del camión cuando su hija de 5 años fue la escogida.

Nunca más la volví a ver.

Y otra vez estaba aquí. Siendo la sexta vez que me enfrentaba a la selección de la muerte, como me gustaba nombrarla. Había tantas omegas en este lugar, que habían decretado un criterio de selección, aunque algunas de nosotras no habíamos determinado nuestra raza todavía, pero si eras mujer, por muy pequeña que fueras, siempre pasarías por la bóveda.

Esta vez me habían pillado de nuevo. Intentaba mantener un perfil bajo en mis tareas, no destacar e intentar siempre estar lo más desaliñada posible. No había tenido suerte. El alfa al que serví esta mañana había determinado que debería estar aquí hoy.

Ocho años, solo tengo ocho años.

Cinco años, esa niña solo tenía cinco años.

Las voces parecían hacerse más claras. La puerta se abrió en un estruendo, y unas sombras gigantes se abalanzaron por el pasillo hasta elevarse en la pared del fondo. Las luces anaranjadas iluminaron a las primeras omegas, temblorosas y empapadas en el agua fría que nos habían echado encima para parecer más limpias. Hacía años que no había vuelto a ver lo que era un jabón, pero aquí era lo último que necesitaba. Mis costillas se marcaban, como en todas las demás, casi parecía que nuestra piel era la ropa que vestía nuestro esqueleto, no cuerpo.

Mi cuerpo no era mío, había dejarlo de serlo.

Pasos retumbaron en el suelo. Mis oídos lo captaron como si de un gigante se tratase. En mi mente todo estaba temblando y moviéndose, como si un terremoto estuviese teniendo lugar. Noté como todas las niñas se hacían más pequeñitas en su lugar, encogiéndose como podían, arrastrando sus pies encadenados hacia ellas, como si de esa manera pudiesen salvarse de cualquier cosa.

No había escapatoria para nosotras.

Y puede que ese fuera mi error. Saber de antemano de que esto era cuestión de suerte, que era una lotería, una moneda que lanzabas al aire. Esperabas temblorosa en tu lugar, sabiendo que en el mejor de los casos saldrías de esta bóveda de piedra llena de húmedades con un billete de vuelta para dentro de un o unos meses.

Rezar podía ser una esperanza inútil, pero cuando es lo único que te queda, la fe en una divinidad, probablemente, inexistente aflora en tu interior. Había aprendido un par de oraciones de una de las omegas más viejas que había entre nosotras. Normalmente, cuando me tocaba estar en la cocina, esa señora se la pasaba aferrada a una cruz pequeñita que colgaba de su cuello mientras cocía las legumbres del día. La escuchaba con atención. La primera vez su murmullo llamó a mi curiosidad, y la segunda vez que estuve en cocina, me aseguré en apegarme a ella para escuchar lo que decía.

"Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén."

Y no mentiría, la repetía como un mantra cuando me encontraba en este tipo de situaciones. Mi mente conseguía engañarse, haciendo aflorar ese pequeño porcentaje de salir ilesa de cualquier situación, aunque los números estuvieran en mi plena contra.

— A ella, la quiero a ella— su voz era profunda y me sonaba familiar.

Me tensé. Desde los pies a la cabeza un temblor me atravesó. Supongo que hoy la fe no me había servido para nada. Todo parecía haber ido en mi contra, pero repito, saber que esto era como un juego, en el que las probabilidades de perder eran más que las de ganar, fue mi error.

No me sorprendí cuando sentí el tacto del alfa en mis brazos huesudos. La presión en mis tobillos desapareció, y con los ojos cerrados me imaginé que estaba volando, que me transportaba a un lugar mejor que este.

En el que estaba con mi madre y volvía a ser Verónica de nuevo.

Pero esa no era la realidad.

No temblé más, o al menos eso intentaba aparentar por fuera. Por dentro todo era un caos, quería llorar, gritar y desangrarme hasta morir. Tal vez un golpe en la cabeza no sonaba tan horrible, una caída desde las escaleras o un tropiezo hasta dejarme ir por una ventana. Todas eran opciones, pero tendría que ser certera para matarme en el acto. No estaba segura de si podría soportarlo, habían sido tres años ya, tres años en los que había tenido que crecer de golpe, proteger y protegerme. Aprender a cubrir las espaldas a una compañera no había sido una gran experiencia, pero sabía que el resto no podría aguantar igual de bien que yo.

Tenía 8 años, solo 8 años.

Y eso no me frenó. Todos esos pensamientos acudían a mí cada día. Las posibilidades estaban en mi mano, un cuchillo en mi pecho, una mala caída o incluso provocar a un alfa para que me terminara por rematar.

Supongo, que en cierto modo, me negaba a ello.

La fe es lo último que surge cuando la esperanza se termina. Crees en divinidades extrañas, que nunca has conocido, pero te aseguran que existen, y comienzas a venerarlas, rezarlas e incluso rogarlas. Bien, yo lo hacía, cada día desde hace unos pocos meses. Aquel día en la cocina donde escuché atentamente a la anciana con el crucifijo, comencé a rezar en silencio con ella. Pedía todos los días que mi madre volviera, que apareciera para sacarme de aquí.

Que apareciera para volver a llamarme Verónica.

Me había cansado de ser Nimri, no quería ser más fuerte, no quería aguantar, no quería sufrir...pero aquí estaba, siguiendo un juego que no llevaba a ninguna parte, que solo tenía un final.

Todo era un juego, ganar o perder...aunque las estadísticas llevaran a la derrota más directa.

La puerta se cerró en un ruido estridente y ronco. El sonido del cerrojo me estremeció, y mis ojos se cerraron fuertemente en un espasmo. Tragué hondo, aguantándome el frío y el hambre. Me habían dejado en el suelo de piedra, en una habitación de la que no tenía constancia. No sabía donde estaba, a esta zona no había accedido nunca, y tampoco hubiera tenido curiosidad por conocerla. Estaba oscuro, apenas la luz de la luna se filtraba por una pequeña reja en la parte superior de la pared. El sitio era amplio, mucho más amplio de lo que hubiera imaginado, bastante más que la celda en las que nos quedábamos las niñas.

Mis brazos estaban a cada costado de mi escombroso cuerpo. Estaba muy delgada, y desde fuera daba la sensación de que me rompería en un toque. Unos pies se pusieron delante de mis narices. Mis ojos se mantenían solo un poco abiertos, casi que prefería mantenerlos cerrados e imaginarme que me encontraba dentro de mi armario, sabiendo que allí podía sentirme segura.

— ¿Cómo te llamas?— su voz era profunda, y parpadeando un par de veces subí mi mirada de forma rápida.

La piel blanca, los ojos afilados y el pelo grisáceo de ese lobo se encontraban frente a mí. No había un olor particular que lo definiera, o tal vez solo era yo no queriendo catalogar su olor en alguna posición en mi cabeza. Él me miraba, fijamente, esperando una respuesta.

— Nimri— mi voz había salido ronca. Me dolió hablar, bastante.

Sentí mucho frío, me había pasado varias horas en la bóveda, con el pelo mojado y la piel húmeda, secándome en un ambiente lleno de suciedad.

Sus labios se tensaron. No parecía conforme con eso, y estiró uno de sus brazos para obligarme a ponerme de pie.

Me aguanté el dolor de mis piernas. Estaban dormidas de haber estado varias horas en la misma posición. Mis músculos estaban entumecidos y helados, casi podías romperlos solo con mirarlos. Mis ojos se mantuvieron estáticos en su pecho, la oscuridad me había dado el lujo de poder observarle de pasada, rápida y sin ser notada, para reconocerle. La camisa de lino que llevaba no tenía nada que ver con la ropa que llevaba hace un año en la sala de castigo. El olor a sangre casi no predominaba ya en él, pero sabía que otros muchos horripilantes olores se habían quedado impregnados en su piel.

Miedo, pánico, tristeza y muerte...sobre todo muerte.

Sus dedos se aferraron a mi brazo. Notaba sus ojos bailar por todo mi cuerpo desnudo, y las ganas de vomitar afluyeron en mí. No quería pensar que podría pasarme, no lo quería pensar, pero supongo que era inevitable. Todo esto solo había sido atrasar lo que alguna vez iba a tener que pasar sin que yo lo quisiera.

Y tendría que aguantarlo, como siempre.

— Has crecido....— la bilis se subió a mi garganta cuando sentí a su lobo sobre mí.

No lo quería sobre mí, no lo quería pegado a mí, no lo quería en ningún lugar en mí.

No dije nada, me quedé callada. Seguía sin temblar, o al menos eso era lo que quería creer. Noté como su rostro descendía, su nariz se hundió en mi cuello, aspirando todo a su paso, haciendo que el ardor en mi esófago picara más por querer echar mis jugos gástricos hacia afuera. Mis manos se hicieron puños, mis labios desaparecieron y mis ojos se cerraron fuertemente. Su nariz descendió desde detrás de mi oreja hasta el final de mi hombro, dejando un casto beso antes de separarse.

Las lágrimas se amontonaron en mis ojos. No las dejé salir.

— Todavía eres pequeña...— mi labio inferior temblaba, no podía ocultarlo— Todavía no estás lista para mí.

Quise boquear. Me lo impedí, porque sabía que si lo hacía saltaría al llanto y nada me detendría. Me aseguré en mantener mis labios pegados, si no se separaban nada saldría de mí.

No recibiría nada de mí.

Sus dedos me acariciaron. Mis pechos no habían crecido todavía, no como los de las mujeres más mayores, y eso lo agradecí. Su mano descendió ligera, con delicadeza y cuidado. No quise mirar su expresión, no quise mirar nada, porque esto me estaba repugando, asqueando y asustando más de lo que debería.

Ocho años, solo tengo ocho años.

Y parecían ser los suficientes para hacer lo que él me estaba haciendo. Tocando todo lo que quería tocar, sin detenerse. Su manó tapó mi culo por completo y dio un leve apretón haciendo que cerrara mis ojos fuertemente de nuevo. Mi estómago dio otra vuelta, queriendo sacar todo, tal vez echárselo encima a él y salir corriendo de aquí.

No podía hacerlo de todos modos.

Mi piel se estremeció. Tal vez, él se pensaba que había sido porque me estaba gustando lo que hacía, acariciarme donde podía, donde quería. No había ningún hueco en mi parte trasera que no quedara sin tocar, pero cuando su mano pasó hacia delante di un paso atrás asustada.

No quería que me tocara ahí, si le permitía entrar ahí estaría perdida.

— No...— había sido un sonido auto protector, pura supervivencia. Casi en un suspiro había sacado la fuerza para decirlo, pero sabía que poco le importaría.

— Me estaba preguntando cuanto tardarías en hablar— sus labios formaron una sonrisa sádica, algo que ya había visto en esa habitación roja— Hoy no haremos eso, pero te prometo que algún día, cuando estés lista, sucederá.

Me costó tragar. Dolió demasiado hacerlo. Casi creí que me había ahogado con el propio nudo que había creado mi garganta. Ojalá hubiera sido así, de verdad que ojalá hubiera sido así.

— Aléjate de mí...— no sabía de donde había sacado ese acoplo, no tenía ni la más mínima idea.

Él elevó sus cejas sorprendido antes de volver a sonreír encantado. Estaba disfrutando de esto, le encantaba tenerme acorralada, sentirse superior.

— Vaya...serás interesante...— se acercó a mí dando un paso, el mismo que había dado yo para alejarme— No haremos eso...pero por el momento nos podemos divertir de otras maneras...— su voz era baja y ronca, casi un susurro de terror. Me tensé en cuanto capté sus palabras. Volvió a alargar el brazo, enrollando sus largos dedos en mi inexistente bíceps y tiró de mí hacia él. Su rostro volvió a bajar, y entonces los capté más nítido que antes—Y si te portas bien, tal vez...—una sonrisa, tétrica, fría y sádica— tal vez, no te duela tanto.

Me empujó, fuerte contra la pared. Mi pequeño cuerpo convulsionó, viéndose vapuleado por el impacto. Caí al suelo de rodillas apoyándome en mis rasguñadas palmas. La piel muerta de mis manos se desplazó dejando paso al escozor de la carne viva. Las lágrimas estaban acumuladas, dispuestas a salir en cualquier momento, pero eso solo sería darle gusto. Volví a ponerme en pie, pero no por mí misma. Había sido él quien me había vuelto a coger, elevándome y pegándome hacia su cuerpo. Sus labios fríos se posaron en mi cuello, y sentí la humedad de su lengua deslizarse en piel. Parecían cuchillos que se iban clavando poco a poco por la extensión de mi hombro, abriéndome la piel dispuesta a dejarme sangrando para siempre.

— Eres deliciosa...no puedo esperar a que tu loba aparezca para hacerte mía— un hilillo de aire escapó de mis labios cuando volvió a hablar.

Intentaba no temblar, lo estaba intentando.

— No...— ¿esa había sido mi voz? No lo sabía, pero solo había salido como si fuera correcto decirlo.

Él dejó escapar una risa seca, casi incrédulo por lo que me atrevía a hacer. Creo que le encantaba la situación. Se volvió a mover, rápido y eficaz, y curado me di cuenta mi mejilla estaba apoyada sobre una plancha de metal.

¿Dónde estábamos?

El sonido de grilletes captó mi atención. Mis tobillos volvían a estar inmóviles, separados, dejando completo acceso desde atrás. Mis manos siguieron su mismo camino, el mismo sonido, el terrorífico que me encarcelaba. No podía moverme y él estaba campante por ahí.

El lobo feroz acechaba siempre antes de atacar.

— Veo que no aprendiste la lección...— sus dedos volvieron a deslizarse por mi espalda, esta vez siendo más duros en su caricia— Es una pena que no tenga ningún juguete aquí, pero estoy seguro de que nos vamos a divertir los dos.

Mis manos volvieron a ser puños. Mis nudillos blancos y las cadenas tirantes. No sabía que iba a pasar, pero si de algo estaba segura es que este era otro juego que ya había perdido. Mis oraciones habían fracasado una vez más y aquí estaba de nuevo, enfrentándome a otra prueba más.

Supongo que ya me había preparado mentalmente para cualquier cosa que vendría. El grito salió tan fluido de mí que ni siquiera me sorprendí. Mi garganta ardió, pero el sonido fue claro y estridente. El crujido de mis vértebras lo acompañó seguido de las lágrimas de mis ojos. Las cadenas que se movieron, bruscas y fuertes, me acorralaron haciéndome indefensa.

Dolor, seguido de dolor, luego amanece, me vuelvo fuerte otra vez y espero a que escampe...pero aquí...nunca lo hace.

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PRESENTE

Me removí incómoda y con dolor. Mi espalda ardía y no atribuí una respuesta correcta que explicara la causa. Me costó abrir los ojos, legañosos y llenos de lágrimas que se pasaron en un par de pestañeos. Me sentía tranquila y extrañamente en calma.

Namjoon.

Mi lengua remojó mis labios resecos. Cuando mi cabeza se asentó y comprendió donde estábamos todo pareció acudir como un recordatorio. Me había inmiscuido en la zona de los alfas, había recibido un latigazo por Namjoon y ahora estaba en la enfermería de la manada. Mi espalda se notaba tirante y algo adolorida, pero sabía que me recuperaría rápido de ello.

Me había recuperado de situaciones peores.

Algo en mi brazo pinchó, y como pude bajé mi mirada para observar la vía intravenosa que no hacía más que vertir un líquido trasparente a mis venas. Intenté girar el cuello, mirar el otro lado de la habitación en la que estaba. No había nadie, estaba sola, pero me pareció sentir en el aire el aroma de Namjoon.

Con eso pude tranquilizarme aún más.

El sonido de la puerta me alertó. No podía ver quien entraba. Estaba boca abajo en la camilla, con mi mejilla pegada a la almohada y mi pelo bailando en un nudo por toda la superficie. El olor a miel me llegó en un suspiro a mi sistema. Era Arianne quien había entrado, y no pude evitar sentir la decepción dentro de mí.

Supongo que esperaba que fuera otra persona.

— ¿Nimri?— su voz se filtró en mis oídos.

— ¿Qué pasa?— ronca y grave, como si me acabara de despertar de una siesta y no hubiera pasado nada.

Un suspiro salió de los labios de la pelinegra, y antes de que me diera cuenta, ya se estaba sentando en la silla que había a un lado de mi cama.

Sus ojos me escanearon de arriba a abajo. Había aprendido con el tiempo que siempre hacía eso cuando alguien salía herido. Sus ojos estudiaban minuciosamente cada parte, aunque tan solo te diera un repaso. Ella sabía cuando algo andaba mal, tenía intuición para eso, por eso siempre pensé que sería la más peligrosa.

Siempre pensé que sería la que descubriera mi oscuro y doloroso secreto.

— ¿Cómo te encuentras?— mi lengua remojó mis labios otra vez.

Me tomé unos segundos para responder.

— Como si me hubieran dado un latigazo con una cadena de hierro— Ari hizo una mueca con sus labios, no le había gustado mi pequeña broma.

Supongo que el humor era algo a lo que creía poder aferrarme antes de recordar la oscuridad que era mi vida.

— No tiene gracia Nimri, me asusté mucho— sentí su preocupación, ella era buena pasando sus emociones a los otros, pero también lo era escondiéndolas.

— ¿Cómo está Namjoon?— cambié de tema, a lo que ella elevó sus cejas sorprendida.

— ¿Por qué?— mi ceño se frunció y traté de acomodar mejor mi mejilla en la almohada.

— ¿Por qué, qué?— los labios de Arianne se volvieron una fina línea.

Estaba buscando las palabras para decírmelo.

— Dos años ignorándole, asegurándome de que nunca te fijarías en él, y ahora esto. Lo salvas, desesperada, como si de verdad sintieras algo por él— mi loba emitió un gruñido.

Yo no sentía nada por él. No sentía nada por nadie.

— No siento nada por él, no te confundas— mis dedos se curvaron levemente sobre la sábana fina que me cubría hasta mitad de mi espalda— No se lo merecía, era una injusticia.

Arianne se puso recta en la silla. Su rostro se elevó y sus ojos certeros dieron con los míos.

— E intenté interceder yo en eso, porque sabía que lo era, pero cuando Jungkook emite un veredicto se cumple, ya sabes como funciona— detuve el suspiro de frustración que quería salir de mis labios dejando que continuara— Namjoon había aceptado su castigo, sabía a lo que se enfrentaba y aún así se arriesgó, pero tú...

— No era justo, se acabó— la corté a mitad de su discurso— Por mi culpa fue que él vino a mí, por mi culpa...

— Tú loba le llamaba Nimri, y no fue hasta que él estuvo a tu lado que dejaste de sufrir...— mi ceño se frunció, Arianne continuó con su palabrerío— Sucedió lo que sucede con los compañeros....

— No somos compa...— no pude terminar la frase.

— El dolor se alivia cuando tu compañero está a tu lado, sufriéndolo contigo— despegué mi vista de ella.

No quería mirarla. Sentía que si lo hacía descubriría todo lo que había en mí.

Y no quería eso.

El silencio se extendió entre nosotras. La tensión se sentía palpable entre ambas, por primera vez en años, y me sentí sola de nuevo. Tal y como estuve en ese lugar. Solitaria y desprotegida, muerta de miedo y esperando el castigo del nuevo día.

~ Lo vas a disfrutar— mis piernas temblaban, atadas a los grilletes tatuados con mi sangre— Sé que lo vas a disfrutar.

Ve a ver al psicólogo Nimri, hazme caso— su mano se había deslizado entre mis dedos.

Los retorcí, queriendo que no me tocara, que nadie me tocara más.

— Para con eso, estoy bien— sus ojos se entrecerraron. No me creía nada.

Yo tampoco lo hacía.

— No lo estás, no te intentes engañar— sus ojos, certeros en los míos, me miraron como si me comprendieran— No te liberas hasta que no sale de ti, no vives hasta que no lo echas de ti.

— Para ti es fácil decirlo, Jimin está muerto— sus labios se fruncieron disgustados. Su mano se separó del colchón y aterrizó en su regazo.

Casi parecía como si la hubiera golpeado con mis palabras, pero esa era la realidad. Su captor, su único fantasma, estaba muerto, desaparecido del mapa con la seguridad de que no volvería más. Los muertos no reviven, no vuelven a cuestionar tu seguridad.

En mi caso, yo no estaba en esa situación.

Había escapado. La primera vez fue cuando mi madre me sacó de casa aquella mañana tras una noche llena de sangre. Recuerdo ver como la pieza que se había colado bajo el sofá, mi puerta, la seguridad de mi pequeño refugio, estaba incrustada en uno de los ojos de un hombre que no conocía. Ese día solo recuerdo ver a mi madre abrir el armario y cogerme en brazos, tratando de taparme la cabeza para que no viera al hombre desnudo tirado sobre la alfombra del cuarto frente a la puerta del armario. No cogimos nada, absolutamente nada. Solo huimos por la puerta hasta adentrarnos en el bosque.

Supongo que la suerte nunca estaría de nuestra parte. Esa misma noche unos hombres nos atraparon y nos metieron a un camión lleno de mujeres. Algunas de nuestra manada, otras no, pero todas llegamos al mismo sitio.

Entramos al mismo infierno.

Y eso, Arianne, nunca lo entendería.

— No es justo Nimri, solo intento ayudarte— una sonrisa amarga se dibujó en mis labios.

— No lo hagas, no lo lograrías, estoy bien como estoy— no era verdad, ni por asomo eso era verdad.

— ¿Te convences a ti misma con eso?— mi pecho subió, sintiendo la presión del colchón y la punzada en mi espalda.

Me desinflé por completo.

— Vete, estoy cansada— de verdad lo estaba.

Cansada de luchar contra lo mismo cada día.

Arianne se quedó observándome unos segundos. Sabía que quería seguir hablando, pero para ser firme en mi posición, giré mi rostro, apoyando mi otra mejilla en la almohada.

Lágrimas traicioneras acudieron a mis ojos.

— Nimri....— mis ojos se cerraron fuertemente ante la mención de ese nombre.

Nimri, Nimri y Nimri.

No quería ser esa persona más, no quería ser fuerte más tiempo.

La puerta volvió a abrirse. Arianne giró su rostro hacia esta y yo me hice la dormida. Lo último que quería era que alguien más me diera una charla sobre lo que debería hacer y lo que no.

Un suspiro salió de los labios de la pelinegra y escuché el sonido de la silla al echarse hacia atrás. La mirada de Arianne se posó en mí unos segundos más de tiempo, y yo no dejaba de pedir porque se fuera de una vez y me dejara sola.

Sentía que me ahogaba en lo mismo de siempre.

— Cuando verdaderamente quieras hablar...seré yo quien esté dispuesta a escucharte...siempre— la puerta se cerró y me permití soltar un suspiro.

Un suspiro acompañado de lágrimas silenciosas. Sonreí amargamente de nuevo...

Dolor seguido de dolor...así sería siempre.

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Holooooooooooooooooooooooooooooooooo,

¿Cómo estáis? Espero que muy bien😊 Aquí os traigo otro capítulo (el primero de 2021)...con más pasado de Nimri.

Y bueno, aquí hay una pequeña escena bastante cruda de uno de los momentos más determinantes de Nimri. Así van a ser estas escenas, una recopilación de momentos determinantes que irán explicando su comportamiento de a poco...y bueno...¿qué os ha parecido este?

Sé que es algo durillo (y muy fuerte), pero aunque penseis que esto es ficción, no dudeis que estas situaciones si que han ocurrido a lo largo de la historia (obvio, y espero, no tan heavys como las estoy explayando yo en esta historia; tengo muy en cuenta que son lobos, por lo que puedo exagerar algo más con los castigos >_<)

Y bueno, ¿qué pensais que viene ahora? ¿Cómo actuarán Nam y Nimri? Os leo!!!

Y bueno, no sé si lo he hecho (bc ando ahora con muchas cosas a la vez) pero quisiera agradecer por las más de 2K de lecturas ya. Wow, no me esperaba que con tan pocos capítulos esta historia tuviera tantos lectores ya, y solo puedo agradeceros de corazón el apoyo que estáis dando a Inferno. Os quiero un montón🥰🥰🥰🥰🥰🥰🥰🥰

Bueno, ya me despido de vosotros hasta el próximo capítulo🤗🤗🤗

Nos leemos chikis;)

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