Epílogo
Rey a observado a su paciente por unos días e intentó hablar con él en más de una ocasión, sin embargo parece estar encerrado en sus más profundos recuerdos.
—Parece que es candidato para el tratamiento especial —murmura su acompañante. Él es un hombre alto, de cabello negro y trabaja junto a ella, su poder el permite entrar en la mente de las personas que toca, gracias a esa habilidad puede determinar de qué manera deberían tratar a los reclusos para que mejoren.
—Hazlo, pero con cuidado.
—¿Cuidado? Tienes miedo de que vea demasiado, ¿no?
—No quiero que lo alteres, Sebastián. Aunque no lo creas asesinó a El caníbal —contesta, ignorando por completo lo que acaba de insinuar.
—¿Él? ¿En serio? —Sebastián no puede ocultar su sorpresa, al ser un soldado es imposible para él pensar que Romeo quitara una vida—. El caníbal lo hizo enojar mucho.
—Por eso, con cuidado. Vamos —indica mientras se levanta de su escritorio. No dejará a Romeo solo, pues ha asistido a todos sus tratamientos desde que llegó. Sebastián mira extrañado al ver que no van al ala de los reclusos, sino a otra dirección—. Tuvimos que hacer una habitación especial para Ruidíaz, completamente de plástico.
—¿Por qué no dejarlo con el resto de presos con el mismo poder? —cuestiona el hombre mientras camina junto a ella, luego se detienen frente a una puerta de seguridad. A partir de ese lugar las paredes, el piso y demás son de plástico y vidrio, pero el lugar está diseñado para parecer al resto del completo con esa pequeña diferencia.
—No es igual que ellos, ¿me entiendes?
—Si, si. Pero ese favoritismo puede ser peligroso y es poco profesional —comenta al detenerse detrás de ella—. Buenas tardes —saluda a los guardias cordialmente, aunque ellos no respondan al final.
—No estoy como profesional para él, sino como amiga —murmura antes de ordenarles a los guardias quitar las madera que bloquean la puerta, hay tres tablones gruesos y macizos que impiden al reo salir de la habitación.
Una vez que tienen acceso, Sebastián sigue a su compañera y escucha que la puerta nuevamente ha sido cerrada. Al girar para ver el lugar hace una mueca al ver que todo es igual a una habitación cara de hotel, muy lujoso y con objetos que un recluso no debería tener.
—Celestina.
—No levantes la voz.
Rey no dice más, entonces avanza hacia Romeo, quien se encuentra atado en la cama por seguridad. Ella le da una sonrisa al encontrarlo despierto, al saludarlo él simplemente la mira por una fracción de segundo y regresa la vista al techo.
Sebastián se pregunta por qué no hay cámaras en la habitación luego de mirar a su alrededor, pero lo que más le sorprende es la confianza que su compañera tiene al liberar al reo. Él da un paso atrás por su seguridad, sin embargo no ve que Romeo haya luchado contra sus ataduras, de lo contrario sus muñecas y tobillos estarían lastimados por lo menos. Pero no, simplemente está entregado a las órdenes de Rey.
Ella le dice que los acompaña Sebastián, presentándolo como su compañero de trabajo que lo ayudará y le pide por favor que coopere. Rey se sienta a su lado en la cama para luego indicarle al hombre que se acerque, éste duda por un momento, pero termina de pie junto a la cama y extiende su mano hacia el castaño.
Al tocar su cabeza, Romeo cae en un sueño profundo mientras Sebastián entra en su conciencia.
La mujer los observa desde su lugar, teniendo la cabeza del castaño recostada por su hombro. Su compañero mantiene los ojos cerrados por un momento y luego lo nota fruncir el ceño. Luego Romeo se sacude con violencia al mismo tiempo que suelta un grito. Sebastián da unos pasos hacia atrás mientras limpia el sudor que apareció rápidamente en su frente.
—¿Qué hiciste? —pregunta Rey, entonces se divide para sujetar a Romeo y mantenerlo recostado en la cama.
—Nada, no pude... Todo estaba oscuro y...
Celestina baja la mirada al momento que Romeo deja de luchar para recobrar el aliento. Su pecho sube y baja, pero lo que llama su atención son sus movimiento de labios.
—¿Qué quieres decirme? —le pregunta con calma, entonces se inclina un poco para intentar escuchar lo que balbucea.
—Quiero... hablar c-conmigo...
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