Capítulo 47
Ángelo es asistido al igual que los demás, aunque le dio prioridad a Romeo y a su padre. Los paramédicos son guiados por las órdenes de Darío y él mismo se encarga de atender a los heridos de gravedad.
—No puede respirar, ¿por qué? —dice confundido, además le llama la atención la herida irritada.
—Es una reacción alérgica a la penicilina —contesta el muchacho para luego ver los restos del medicamento en la palma de su mano. Darío asiente y extrae la sustancia desde la herida, asegurándose de concentrarla en la menor cantidad de sangre posible para luego sacarla del cuerpo. Luego lo deja al cuidado de sus compañeros para que continúen contrarrestando la reacción.
Entonces se acerca al tembloroso joven y le revuelve el cabello, le da una sonrisa para calmarlo mientras lo mueve un poco. Debe sanar a su tarado medio hermano y se asegurará de que sea bastante doloroso para que no quiera volver a lastimarse.
—Voy a sacarte esas cosas, no hagas escándalo —habla mientras envuelve su mano con unas telas, se toma su tiempo para hacerlo bien.
—Ya... ya perdió mucha sangre —murmura Ángelo al tirar un par de veces de su ropa para llamar la atención.
—Por pelotudo —comenta, con unos simples movimientos de manos la sangre fresca se separa del suelo y de las impurezas para regresar lentamente al interior del cuerpo—. ¿Por qué no me llamaste? En un segundo controlaba a Romeo.
—Era mi problema... te-tenía que hablar con él... ¡Ahhh, uhg! ¡A-Amor! —Diego se retuerce cuando el metal es extraído de su cuerpo de una sola vez gracias a Milagros. Ella camina a paso lento hacia ellos mientras el tintineo del metal resuena al caer sobre el asfalto.
—Diego Bladimir Vega, ¿en qué mierda estabas pensando? ¡No te golpeo no más porque mi bebé me necesita! —sus palabras cambian completamente cuando se dirige a su pequeño, quisiera abrazarlo con fuerza, pero le haría daño—. Hiciste muy bien en avisarme, ¿dónde duele? ¿Quieres algo mientras vamos al hospital?
—U-Un... cambio d-de pantalones.
Ya en el hospital, Milagros y Darío permanece en la sala de espera mientras miran las noticias. Están transmitiendo en vivo desde las supuestas instalaciones de la organización de los Originales, la cual es un enorme edificio. La periodista está explicando la situación al mismo tiempo que unos drones capturan imágenes aéreas, en ellas se puede observar a un grupo de soldados avanzar por cada piso.
—Hemos estado siguiendo la noticia desde este medio día y vimos a estos chicos luchar y vencer a varios miembros de la organización. Ganaron, pero sólo uno de ellos queda en pie. —En ese momento la parte superior del edificio estalla y el último piso se comienza a incendiar—. ¡Algo salió volando! —exclama la mujer.
Se trata de nada más y nada menos que de Daniel, envuelto en sus telas mientras abraza con fuerza a Alicia. Ambos caen suavemente al planear y acaban cerca del cordón policial que rodea la zona.
Las cámaras se acercan rápidamente e interrogan al muchacho con cientos de preguntas, entonces él le da la palabra a la chica.
—La organización ya no existe —responde mientras sonríe.
—Señora Vega —una enfermera le habla, por lo que se pone de pie rápidamente—. Su esposo e hijo ya están bien, pueden pasar a verlos —dice mientras comienza a caminar para guiarlos.
En la habitación Ángelo se encuentra recostado en una camilla y junto a esta está su padre. Luego de una merecida siesta, despierta de su sueño lentamente y mira a su alrededor.
—Papá, ¿estás despierto? —es lo primero que dice al verlo.
—Ahora si —responde al abrir los ojos—. M-Me duele todo, nunca me voy a acostumbrar a esta parte.
—¿Estás... enojado?
—¿Por qué? Sabía que el cabezudo de Ángel iba a desobedecer —comenta para luego reír—. Justo como yo.
—Mmm.
—Sólo iba a hablar con Romeo. Escapó del hospital y estuvo vagando por la ciudad, quería que reaccionara. Pero me atacó y... me ordenó que lo asesinara —explica con una voz profunda—. Los atacó y yo ya no podía moverme para detenerlo.
—¿Yo lo maté? —le pregunta Ángelo, su voz débil.
—Hola bellos durmientes —saluda Darío mientras entra a la habitación junto con Milagros.
—Hey, mi salvador —le dice Diego para luego mirar a su esposa—. Mimi.
—No me hables —responde ella frunciendo el sueño. Simplemente continúa caminando para tomar el asiento junto a la camilla de su pequeño—. Mirá cómo estás —murmura al tocar el moretón en la mejilla del morocho.
—Ya no duele tanto y yo seguí a papá, no te enojes con él —responde mientras siente sus caricias en la cabeza.
—Me enojo porque tuve miedo —susurra y le deja un beso en su frente—. Quiero estrangular a tu padre con un abrazo pero tiene que sanar primero.
—También te amo —comenta Diego.
—Bueno, bueno. Deben tener hambre, ¿verdad? —dice Darío mientras revisa el interior de la mochila que trajo consigo—. La comida de hospital da pena. ¡Provecho! —agrega al momento de darle un sándwich milanesa completo a cada uno y también una fruta de postre.
—Gracias —responde Ángelo, casi se le cae la baba. Pero, antes de dar el primer bocado se detiene y mira a Darío—. ¿Qué pasó con mis compañeros? ¿Y con Romeo?
—Ah, eso... —murmura y su expresión cambia a una más seria—. Pudimos salvar a Romeo, ahora está con resguardo policial y cuando se recupere lo llevarán a una prisión de máxima seguridad. Tus compañeros... Bueno, Delfina no puede volver a su forma humana hasta que sane por completo y puede que luego haya secuelas. No lo sabemos. Julián no puede caminar, tenía muchos fragmentos metálicos en sus pies, al igual que Brayan. Pero el caso de este es peor, por la caída a esa velocidad tiene varios huesos rotos y está completamente inmovilizado.
—Dios, ¿qué pasó con Simón y Francisco?
—Simón tenía una herida importante en el hombro, puede que se reduzca la movilidad de su brazo a partir de ahora. Pero me preocupa más su salud mental. Francisco fue el más afectado, creo yo, estuvo demasiado tiempo expuesto al frío con heridas abiertas y su brazo izquierdo se congeló, tuvieron que amputárselo.
—Es mi culpa —susurra Ángelo al bajar la mirada, su visión comienza a hacerse borrosa por las lágrimas.
—No, son cosas que pasan —le contradice Diego —Lo mejor que puedes hacer ahora es acompañarlos en estos momentos —le aconseja para luego sonreír.
—Exacto, ahora come. Tienes muchas visitas que hacer —concuerda Darío—. Comete el sanguchito que no lo hice al pedo.
Luego que el horario de visitas acabara y que su padre se encuentre dormido, Ángelo se levanta de la cama con cuidado. No es nada nuevo tener el brazo enyesado, por lo que se pone unos pantalones bajo la bata con facilidad y sale de la habitación.
—Oh, hola. ¿Buscas el baño? Está dentro de la habitación —le dice la enfermera con la que se encuentra en los pasillos.
—Sólo doy un paseo —responde para luego continuar. Con cada paso que da puede sentir un dolor punzante en su estómago, aunque lo puede tolerar—. Es ésta —murmura al llegar la puerta donde Darío que dijo que estarían los hermanos, y, efectivamente ambos están recostados en sus camillas. Simón cambiando el canal de la televisión con rapidez.
—No hay nada para ver —dice y deja el control de lado.
—¿C-Cómo están? —pregunta el morocho luego de entrar y cerrar la puerta detrás de sí.
El castaño no responde y dirige la mirada hacia Francisco, quien continúa dormido, con vendajes en la cabeza. También tiene el torso desnudo y otras vendas envuelven la herida que está en lugar de su brazo.
—Bien, supongo. —Simón desvía la mirada.
—No te culpes. —Ángelo camina hacia la camilla y lo mira a los ojos—. Tus poderes no lastimaron a Francisco, fue Romeo.
—¿Qué? — y una sonrisa burlona aparece en su rostro—. Obviamente fue él, yo no tengo poderes.
—¡¿Qué?! Pero-
—Shhh... Es un hospital, cerrá el orto —lo interrumpe, gritando en susurros—. Che, ¿qué le hiciste a Romeo? ¿Le diste veneno?
—Eh, no... No era veneno —contesta mientras toma el asiento que está junto a la camilla—. Cuando estuve en Registro también vi su expediente médico, es alérgico a la penicilina. No iba a usar eso contra él porque podía matarlo. Pe-Pero después... Hizo todo lo que hizo.
—Ganaste. Yo sólo estaba mirando y temblando, por eso me hirió —comenta el castaño cuando toca su herida—. Me aaaarde.
Ángelo aparta la mirada, confundido y sobre todo preocupado por Simón. La sensación de culpa lo invade nuevamente y ahora siente un peso enorme sobre sus hombros. De repente la puerta es abierta de golpe y un hombre rubio de barba entra a la habitación, exclamando el nombre de Francisco. Aunque, al ver al castaño de ojos azules su respiración se entrecorta. Ángelo lo mira sorprendido y expectante, esperando la reacción del hombre.
—Shhh, Fran está ahí —Simón rompe con el silencio del lugar—. Debe ser su papá, ¿no? Se parecen mucho.
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