Capítulo 46

Con el ejército y las fuerzas intentando contener el pánico y los secuestros por parte de la organización de los Originales, es normal que las acciones de un pequeño grupo de soldados pase desapercibidas. Además, a partir de las 12 del medio día se dio un toque de queda por razones de seguridad, debido a esto las calles están vacías y no se ve ni un alma.

—Ahora podemos ir —dice Ángelo cuando ya están fuera de la base.

—¿Estás seguro? —le pregunta Julián, él y los demás vieron actuar al morocho un poco raro, entonces hablaron con él y se ofrecieron a acompañarlo.

—Ya pasó mucho tiempo desde que se fue, vamos —dice Simón al dar los primeros pasos. Pero se detiene en seco al ver la transformación de Delfina, Ángelo está sobre su cabeza y se sostiene con ayuda de unas cadenas que ella muerde con su boca.

—Caminando no vamos a llegar —habla el morocho y les ordena a los demás subir. A Brayan no le parece bien usar a Delfina con un simple transporte, sin embargo los acompañará para asegurarse que nada malo pasará. Nota a Julián un poco nervioso, entonces le pregunta la razón.

—Estás muy cerca, puedes electrocutarte y caer.

—¿Ah si? Eso te gustaría—responde para luego darle un zape en la cabeza, el rizado se queja, pero luego ríe al ver el cabello de puntas del castaño—. También tenía que venir, soy el líder.

El viaje dura bastante para el gusto de Ángelo, sabe que Delfina dobla en las esquinas lo más rápido que puede y el rastro debe ser difícil de seguir. Pero quiere encontrar a su padre ya. En ese momento la gran serpiente se detiene al captar el fuerte olor a sangre en el aire, entonces, a unos metros divisan a Romeo junto con Diego.

El castaño viste la bata del hospital, sólo que está desgarrada, sucia y cubierta de sangre. Por su parte Diego yace en el suelo, inmóvil a causa de los hierros enterrados dolorosamente bajo su piel, la sangre gotea bajo él, creando pequeños charcos.

—¡Papá!

Delfina no duda en atacar a Romeo, embistiéndolo, sin embargo el otro da un salto y la esquiva para quedar sobre su cabeza ante los muchachos. Ángelo queda paralizado al ver su expresión inhumana, el rostro manchado y sus ojos sin brillo. No pueden detenerlo y él acaba por cortar la marca de transformación, Delfina se agita y pierde el control de su propio cuerpo, lanza a sus compañeros y termina chocando contra contra la vidriera de una tienda.

—¡L-La puta ma-dre! Ahggg... —exclama Simón mientras reúne fuerzas para ponerse de pie—. ¡¿Fran?!

—Estoy acá —responde, sus codos y rodillas raspadas.

—Julián, vamos —le ordena Brayan. El rizado asiente al sentir la ira en las palabras del castaño, la energía atraviesa su cuerpo y se concentra en sus piernas para darle velocidad. Julián lo sigue, ambos corren al encuentro de Romeo, duda por un momento de las intenciones de Brayan, es capaz de matar al mayor si no controla toda esa electricidad, aunque sólo lo ve patear su rostro. Romeo lo detiene y lo aleja de un rápido movimiento antes del ataque de Julián.

De repente el moreno siente un horrible dolor en sus pies al correr y termina tropezando a causa de esto, al mirar, sus zapatillas están llenas de sangre y una pieza de metal se encuentra atravesando su pie derecho. Gruñe al intentar pararse, pero sus heridas lo obligan a quedarse quieto. Desde su lugar sólo puede ver como Brayan también cae luego de pisar unas piezas de metal del suelo, en su caso es mucho más violento porque roda sobre el asfalto un par de veces.

Los hermanos atacan, Simón invadido por la ira logra congelar y atrapar la pierna derecha de Romeo. Sin embargo la sonrisa de su rostro desaparece al ver que el metal se calienta hasta el punto de estar al rojo vivo, el calor derrite el hielo alrededor del mayor y se libera sin mucha dificultad. Francisco le dice que no se confíe, entonces es su turno de atacar, hace estallar las tuberías debajo de ellos y lanza una gran cantidad de agua hacia Romeo. Este contraataca de nuevo con el metal al rojo vivo, el cual evapora todo el agua.

—No se detiene... ¡Reacciona Romeo! —le dice el rubio al correr hacia él.

—¡No te le acerques! —exclama Simón al ver que el otro lo cortará. No tiene tiempo para detenerlo, así que dirige su ataque hacia el mayor. El hielo se acerca rápidamente, casi al mismo tiempo que Francisco.

Al ver eso, Romeo empuja al muchacho para colocarlo en la trayectoria del ataque de hielo. El brazo del rubio queda atrapado y su cabeza es golpeada con fuerza, a tal punto de dejarlo inconsciente.

Simón no puede creer lo que acaba de pasar, ve atónito como Romeo suelta la cabeza de su hermano luego de estrellarla contra el hielo. Sólo un punzante dolor lo regresa al momento y su espalda golpea contra la pared más cercana, su sangre caliente comienza a bajar desde el hombro. Un grito es arrebatado de lo profundo de su garganta debido al dolor.

—No... no entiendo... —susurra Ángelo. En cuestión de minutos todos sus amigos fueron reducidos a nada por Romeo, pero lo que más le sorprende es que ellos tuvieron el valor de enfrentarlo luego de ver a su padre derrotado. Él, por otro lado, sólo pudo mirar al estar paralizado por el miedo.

Al ser el único que queda de pie, llama la atención del mayor. Sabe que no hay oportunidad, aún así se mantiene firme mientras el otro se acerca lentamente.

—¿Por qué no te mueves? —pregunta al estar a un sólo paso de distancia—. Cobarde... ¡Dejaste morir a todos! —al terminar lanza al morocho de una patada en el estómago.

—Ah... ¿q-que?

—Es como si disfrutaras ver la sangre, los pedazos de cuerpos a tu alrededor y escuchar los gritos —murmura antes de patear nuevamente. Ángelo siente el sabor metálico en su boca y devuelve el desayuno, su garganta quema y le cuesta respirar.

—¡Basta! —le grita Diego antes de que vuelva a golpearlo. Ocupó sus últimas fuerzas en ese grito y ahora su visión comienza a hacerse borrosa.

—¿Qué quieres? Ya ma-taste al caníbal —habla Ángelo mientras limpia su boca con el brazo, se encuentra cansado y adolorido—. Ya te vengaste... sa-sabías que e-eso no iba a devolverte nada —agrega mientras se levanta, su cabello húmedo y manchado de barro, haciendo que sea de un tono marrón.

—¡No quería venganza y lo sabes! —responde, aunque esta vez da un paso atrás—. Quería que me llevara con ellos. Pero ahora... n-no sé qué hacer. ¡Ahhhh! —suelta un grito al tomar sus cabellos con fuerza.

Ángelo le da una rápida mirada a los demás, pronto vendrá la ayuda, antes de venir se aseguró de enviarle un mensaje a su madre para que ella se encargue de todo. Pero al enfocarse en su padre nota que él no tiene ese tiempo, sus heridas son superficiales, aunque hay mucha sangre.

—Debió estar sangrando por mucho tiempo —piensa para luego mirar a Romeo. Da un paso al creer que está distraído, sin embargo el mayor aparta las manos de su rostro para mirarlo.

—Soy un soldado, mi deber es ayudar —dice luego de tragar fuerte, forzándose por sonar firme y seguro. El otro no responde y sólo mantiene su mirada en el muchacho, lo ve dar unos pasos, temblar y sudar.

Ángelo controla su respiración, su corazón late muy rápido y el miedo le ordena huir lejos. Sin embargo continúa adelante, el único objetivo es llegar a su padre y detener las hemorragias. Para eso debe pasar junto a Romeo.

Todo a su alrededor parece estar mudo, sólo se oyen sus pasos sobre el asfalto húmedo y el irritante palpitar que resuena en sus oídos. Logra avanzar hasta que Romeo queda a sus espaldas, entonces, al ver el semblante pálido de su padre, corre la distancia que sobra para luego arrodillarse a su lado.

—P-Papá, no te muevas. Aguanta —le dice, su voz se oye débil y un poco quebrada. Con las manos temblorosas comienza a revisar la bolsa que trajo consigo, algunos medicamentos fueron rotos por los ataques del castaño. Lo primero que saca son una cuantas vendas y alcohol, pero primero debe quitar el metal que está bajo la piel.

—Voy a... —Al tocar la pieza del brazo, Diego reprime un grito y aprieta con fuerza los dientes—. Perdón, resiste —murmura mientras toma el objeto con ambas manos esta vez, sin embargo sólo consigue cortarse las manos y causarle más dolor.

—No, no puedo hacerlo. —Mira sus manos temblorosas y aprieta los puños por la impotencia.

—Es porque siempre fuiste un inútil —le responde Romeo—. Sabes usar a los demás como escudo humano, nada más.

Ángelo reacciona de forma violenta a esa voz grave y llena de rabia, todo su cuerpo se estremece mientras cierra los ojos con fuerza.

—¡Cállate! —exclama para luego voltearse y enfrentarlo—. ¡No dejaste morir a nadie!

Cegado por sus emociones, Ángelo lanza un golpe de puño hacia el mayor. Su brazos es detenido con rapidez y siente el fuerte agarre de Romeo sobre él. Poco a poco va doblando su brazo de una forma no natural hasta que finalmente se rompe. Volviendo a sentir ese dolor horrible, sus nervios destrozados y el crujir de los huesos en su interior.

—¡Ahhhh! —suelta desde el interior de su garganta. Entonces, con su mano libre rompe una ampolla en la muñeca de Romeo, los pequeños cristales lastiman su mano y también cortan ambas pieles.

—¡¿Eso es todo?! —Ángelo es lanzado al suelo con violencia y acaba cerca de su padre. Dando lentos y torpes movimiento, se arrastra hacia él, soltando quejidos y maldiciones, sin importarle que sus huesos crujan como unos engranajes viejos y oxidados.

—Hice t-todo lo q-que pude... Perdón papá —le dice con lágrimas en los ojos y luego se esconde en su pecho, buscando un último abrazo. El nudo de su garganta apenas lo deja respirar y las lágrimas queman sus mejillas.

—Es... Está... bien... —oye el susurro débil y pausado.

—No te duermas, la ayuda ya viene.

—S-Si no muero a-ahora... t-tu madre me m-mata después...

—Aguanta —esta vez se lo ordena. Entonces gira para mirar a Romeo, incluso si sus heridas lo atormentan, le tiene algo importante que decir de frente—. Eres el más fuerte de todos, por eso más te vale resistir... No quiero volverme un asesino.

—¿Que? Hum... —Él no había notado el abrazador calor en su muñeca lastimada hasta ahora, era una herida muy pequeña. Sin embargo ahora está muy roja y la piel alrededor se encuentra irritada—. Q-Qué me... ¡Grr!

Ya no es capaz de hablar porque su garganta se cierra, el aire no llega a sus pulmones y acaba tendido en el suelo mientras sostiene su cuello.

—Ahora ya estamos a mano —murmura Ángelo, lo mira retorcerse mientras escucha las sirenas de las ambulancias a lo lejos.

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