Capítulo 43

En los siguientes días, la actitud de Antonio había cambiado considerablemente, ya no buscaba peleas y todo era gracias a Romeo o al susto que recibió. El castaño siempre estaba al tanto de su compañero. Su nuevo amigo poco a poco se comenzó a mostrar más amigable y alegre. Por su parte, Romeo siempre se mantenía callado y era tímido, pero gracias a él Antonio pudo integrarse un poco al grupo. Todo marchaba bien, se volvían más fuertes con cada práctica hasta la llegada del día del bautismo de fuego.

Junto con ellos también crecieron sus poderes. Por ejemplo; Romeo simplemente podía manipular el metal que se encontrara a un radio de 20 metros de distancia. Ese número aumentó a 40 metros con el entrenamiento. Aunque todavía tenía problemas, no relacionados con sus poderes, sino consigo mismo. Se paraliza al ver sangre, aunque esta provenga de un pequeño corte, él se asustaba demasiado.

—¿Sigues con miedo? Es una gota, nada más —le dijo Antonio mientras acercaba su dedo al castaño.

—Basta, está muy pálido —lo regañó Mauricio para luego regresar la vista a su libreta. Él estaba ocupado rellenando un formulario, cosa que llamó la atención de Diego.

—¿Qué es eso?

—Bueno... es para ser instructor de las nuevas infanterías —respondió—. Me encanta asustarlos.

—Bueno, si sientes que es tu vocación... ¿Cómo están los mellizos? —preguntó, causando una sonrisa en el rostro de su compañero.

—Crecen rápido, quieren golpear a los malos como su papi. ¿Y cómo está Ángelo? —dijo para luego apartar la vista de la hoja y mirar a Diego.

—Es como yo, jeje, un día desapareció en la casa de mi mamá y lo encontramos en el hábitat de las víboras —comentó soltando una risa nerviosa.

—¡Dios, no deberías tener hijos!

Ese mismo día viajaron hacia su destino, un sector en los bosques de la Patagonia. Los árboles eran inmensos, el aire fresco les dio la bienvenida y Romeo estaba nervioso. Mauricio les dio las indicaciones y toda la información con respecto a la misión. Los envió al bosque mientras él y Diego los siguieron sin que lo supieran.

Matías iba a la cabeza, él era un séptimo hijo aunque podía transformarse a voluntad, por lo que le encargaron rastrear a los cazadores furtivos con su agudo olfato. Algunos de sus compañeros iban distraídos, admirando el paisaje y tomando fotos.

—¿Podemos acampar? —preguntó Antonio.

—No creo, es una misión de sigilo. Si los cazadores nos ven primero van a escapar —le respondió Romeo, ya que los demás aún no veían al muchacho como parte de su grupo.

Unas horas después de caminata, la mayoría estaban cansados, pero Matías aún continuaba moviéndose. Romeo prefirió acompañarlo en lugar de descansar con el resto, entonces, luego de recorrer unos metros más, Matías se detuvo y levantó sus orejas.

—¿Qué? ¿L-Los encontramos? —El gran animal empezó a empujarlo con su cabeza, llevándolo hacia la dirección en la que venían. Sin embargo se regresó y comenzó a gruñir a la figura que se acercaba lentamente—. ¿Y eso? —se preguntó Romeo mientras retrocedía. Lo reconoció cuando salió de las sombras y el sol iluminó su rostro. Era un criminal peligroso, todos lo llamaban El caníbal. Famoso por devorar todo lo que se cruzara en su camino, incluso personas.

—¡Debemos irnos ya!

El caníbal miró a los jóvenes soldados y se lanzó hacia ellos. Haciendo volar a Matías de un sólo golpe, quien quedó empalado por una gruesa rama y Romeo gritó su nombre mientras lo veía retorciéndose y chillando de dolor, hasta que quedó inmóvil. El castaño logró divisar un coche viejo y abandonado, el cual lanzó hacia El caníbal. Pero unas fauces negras y cubiertas por unas hileras de filosos colmillos detuvieron el auto. Literalmente se lo tragó ante la mirada atónita de todos los presentes, pues los demás habían escuchado los gritos y corrieron a ayudarlos. La monstruosidad con colmillos era parte del cuerpo del joven que los atacaba, como una extensión más de él, las fauces estaban adheridas a su piel aumentando considerablemente su tamaño.

Toda la infantería estaba asustada, atónita al ver el cuerpo de Matías. Acorralados. Romeo aún no podía reaccionar luego de la muerte de su compañero y Antonio ya se encontraba saltando sobre la espalda del monstruo. Las fauces regresaron con su dueño y se ubicaron en su espalda. Entonces Antonio fue lanzado hacia el resto, los gritos no se hicieron esperar y el castaño cayó arrodillado ante él. Sus ojos eran cascadas mientras observaba en silencio su cuerpo o lo quedaba. Era imposible que sobreviviera a un daño tan grave.

Quedó paralizado, a su alrededor oía gritos, corridas y sonidos desagradables. El hedor a sangre llegó a su nariz, haciendo que levante la mirada lentamente.

—N-No, no, no... —negó al creer que se encontraba dentro de una horrible pesadilla. Hacia donde miraba se topaba con ese tono rojo, ensuciando los troncos de los árboles y la tierra. Él seguía allí, a unos metros del muchacho. Vio sus ojos, azules, puros.

—Te voy matar —le dijo mientras se levantaba. Se tambaleaba al caminar, sus pasos no eran firmes y estaba a punto de desmayarme, aunque algo más lo mantenía consciente. Se movía hacia El caníbal sin importar que se sintiera aterrado—. ¡Mataste a todos! —Golpeó su pecho con los puños, el otro lo miraba como si solo fuera un pequeño estorbo.

—¡Te mataré, haré que escupas a todos. L-Luego te... arrancaré los o-ojos! —gritó entre lágrimas.

El muchacho no respondió, simplemente movió esos colmillos hacia su pecho. Esperaba arrancarle los brazos cuando ese molesto niño intentara golpearlo de nuevo. Pero este dio unos torpes pasos hacia atrás, entonces dejó caer los hierros que mantenía sobre ellos, era toda la basura metálica y parte de las carpas que trajeron. Algunos se enterraron en el objetivo, haciendo que suelte un terrible grito de dolor, sin embargo sólo parecían raspones y la única herida importante era la de su hombro.

De un movimiento se los quitó con mucha facilidad y, por primera vez, mostró emoción humana en su rostro. Rabia y odio. Romeo le sonreí como respuesta, porque sabía que era la hora de su muerte.

—¿Por qué? —le preguntó, quería saber la razón de la masacre. El caníbal no contestó, solo se quedó allí, mirándolo, sangrando. Hasta que simplemente se alejó a pasos lentos, cojeando a cada movimiento. Dejó un camino de pequeños charcos de un tono oscuro.

El castaño no entendió y, con la poca fuerza que le quedaba, hizo una llamada. Luego cayó junto a Antonio. Sus ojos estaban abiertos, fijos en los de Romeo. Un hilo de sangre bajaba desde su comisura y barbilla. Parpadeó, dándole un susto como a los que estaba acostumbrado a darle. Entonces Romeo suspiró y giró sobre su espalda, le costaba respirar y cerró los ojos por un momento.

—Hey... reacciona. —Alguien lo llamaba y palmeaba su rostro con energía. Ya comenzaba a dolerle.

—B-Basta —respondió y una intensa luz lo obligó a cerrar los ojos de nuevo.

—Está bien.

—¿Matías? —Hizo un esfuerzo y lo vio de pie a su lado, en su forma humana, le sonreía de manera forzada.

—¿Estoy en el cielo? —preguntó al notar que su alrededor era muy blanco y luminoso.

—Gracias, pero no. Estamos en el hospital.

—P-Pero, vi como...

—De esa forma no matas a un lobizón. Perdón por asustarte así —murmuró y bajó la mirada a sus manos. Él llevaba el torso descubierto y con vendas a la altura del pecho.

—No pasa nada —respondió el castaño mientras se sentaba en la camilla, un poco débil y mareado.

—Cuando desperté... todos estaban-

—No hables —lo interrumpió, para luego cubrirse los ojos con las manos y respirar profundamente.

—Si lloras, también voy a llorar. —Una voz hizo que Romeo gire de inmediato hacia la puerta y vio a Antonio empujar una silla de ruedas dentro de la habitación mientras le sonreía a ambos.

—Ah...

—Te dije que no llores —lo regañó y sólo así el castaño notó que su rostro estaba húmedo. Antonio se acercó, moviendo la silla y levantó el puño hacia sus compañeros. Matías no dudó en chocarlo como un saludo, mientras que Romeo los miraba, aún inseguro y rezando que todo no sea un sueño.

—No me dejes colgado. —Entonces respiró profundo y lo hizo, siendo un poco brusco. Sus nudillos se lastimaron un poco, pero fue gracias a esa pizca de dolor que pudo sonreír al fin.

—¿Qué hospital es este? —pregunta al sentarse en la cama. Esto llama la atención de Torres y Vega, quienes le responden. Pero al oír el nombre de dicho luchar, Romeo suelta un grito ahogado mientras se arranca las vías. Mauricio intenta tranquilizarlo pero algo lo empuja con fuerza hacia atrás y lo fija a la pared, al mirar a su derecha ve una parte del hierro de la camilla enterrada en su hombro.

Diego la toma con firmeza y la saca de la pared, luego, por orden de su compañero dobla el metal alrededor de su brazo.

—¿Estás bien?

—Apuntó a mi pecho —responde al tocar la pequeña herida en su torso, ésta sólo perforó su piel ya que sus huesos, músculos y demás son muy resistentes—. ¡¿Por qué nos atacas?! —grita, dirigiéndose a Romeo esta vez.

El castaño se pone de pie, ni siquiera los mira y termina arrancando un trozo de pared gracias a los hierros de la estructura, con una sola cosa en mente, huir.

—¡1602! —exclama para luego dejarse caer desde ese piso. Los otros dos se acercan rápidamente y lo ven alejarse, utilizando el metal como puente para finalmente bajar a tierra.

—¡Se escapa! —Torres no duda en usar su habilidad para alcanzarlo. Diego, por su parte, corre lo más rápido que puede, alertando a los empleados del hospital de lo que pasó. Al salir afuera se detiene en seco, pues un grupo de personas está rodeando algo mientras unas enfermeras intentan asistirlo.

Diego queda sin palabras al ver a su amigo ensangrentando en el suelo, debajo de él hay un gran charco de sangre, demasiada sangre. En ese momento sólo una cosa viene a su mente, la habitación 1602 de ese hospital.

A paso lento camina hacia dicha habitación, ignorando la agitación de su alrededor, como si nada importara ya. Al llegar al piso correspondiente nota que ese lugar no está abierto al público, cosa extraña teniendo en cuenta que en su última visita si lo estaba.

—¿Diego Vega? ¿Qué hace aquí? —En los pasillos encuentra a una doctora junto con dos enfermeros—. Está herido, lo llevaremos a emergencias.

—Quiero ver a Antonio.

—No es hora de visitas, además él debe recuperarse de una operación que hicimos esta mañana —responde ella. Sin embargo Diego continúa adelante, ignorando por completo las palabras de la doctora.

Llega a la puerta 1602 y la abre con prisa, notando además que estaba bajo llave. En ese momento un fuerte olor a sangre lo rodea, obligándolo a cubrir su nariz con el brazo. Pero lo que lo deja paralizado es la gran masa de carne viva ente sus ojos, un deforme ser que llena la habitación, no, llena varias y hay diferentes aparatos conectado a él.

—¿Qué... le hi-cieron?

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