Capítulo 42
Un pitido molesto hace que despierte poco a poco. Siente su cuerpo adormecido y la cabeza le da vueltas, al menos sabe donde se encuentra al ver la vía colgar cerca de su cabeza, está unido a ella mientras los medicamentos lo mantienen tranquilo y lo sanan.
—Romeo, ¿puedes escucharme? —un murmullo lejano lo obliga mirar a un lado y esforzarse por enfocar su vista.
—S-Si... ¿qué me p-pasó? —pregunta al reconocer a Torres y a Vega.
—Apareciste con El caníbal, tú lo trajiste a la base —responde Diego, midiendo sus palabras—. ¡¿Por qué lo hiciste?!
—Es mejor que te tranquilices —dice Torres cuando empuja hacia atrás a su compañero—. No debemos presionarlo, pasó por mucho —le recuerda mientras habla en un tono bajo.
—Ya lo sé, puedes decirlo... fue mi culpa y esto también.
—No es-
—Fuiste el único que estaba preocupado mientras yo decía que la infantería estaría bien. ¿Por qué no te escuché? —Diego recuerda perfectamente ese día aunque haya pasado tiempo.
Como soldados de infantería 7-C había veces en las que debían ayudar a las nuevas camadas en su formación, en su caso debían asistir a los de 1-C y prepararlos para su bautismo de fuego , por lo que Mauricio y él fueron elegidos. Los jóvenes tenían la misión de atrapar a unos cazadores furtivos en una sección de los bosques de la Patagonia y los representantes de la infantería 7-C irían como apoyo. Esos recuerdos tienen un sabor agridulce para Diego.
—¡Firmes! —ordenó Torres, dándole un susto a más de uno en la formación. Diego lo acompañaba porque debían convivir con los jóvenes para conocerse un poco y que la misión resultara bien. Rápidamente notó a un chico delgado que temblaba, él, al escuchar la orden, levantó la barbilla y dejó mis brazos a los lados del cuerpo.
—Los asustas —comentó sonriendo. Mauricio sólo miró a un lado, continuando con su actitud seria—. Deberías ser maestro.
—Soy Mauricio Torres y él Diego Vega, somos de la infantería 7-C. Nos encargaremos de ustedes. Haremos unas prácticas, pondremos a prueba sus poderes y sus capacidades.
—¿Te estudiaste ese discurso?
—Somos sus superiores y debemos comportarnos como tal —contestó en un tono bajo mientras Diego reía. En ese momento ambos comenzaron a discutir, haciendo que la infantería 1-C se distraiga. Diego es quien acaba dándole la espalda a su compañero al decir que quiere conocer a los chicos.
—Hola —saludó al muchacho tembloroso—. ¿Cómo te llamas?
—Ruidíaz Romeo, señor —alzó un poco la voz para contestar, pero la misma falló y se oyó un molesto chillido. El resto de sus compañeros se burlaron de él, entonces Torres los hizo callar, haciendo que Diego desee tener un carácter así.
—Yo soy Diego, ¿él te asusta? —preguntó al señalar a su compañero, quien regañaba a los demás diciéndoles que burlarse de los demás está mal y que no deben se así con uno de ellos.
—N-No.
—Él era como ustedes, también yo. No deben preocuparse.
—Yo no quiero estar acá —comentó otro—. ¿Por qué no está nuestro instructor de siempre? Seguro se cansó de nosotros.
Ese muchacho, a comparación de Romeo era mucho más agresivo en su forma de hablar y de expresarse.
—¿Y tú eres...? —preguntó el mayor.
—Antonio Hernández, mis viejos me encerraron aquí por una estupidez —respondió al subir y bajar los hombros.
—Pero-
—Diego, debemos comenzar —lo interrumpió Mauricio, entonces debió regresa a su lado.
—Creo que encontré a un revoltoso —le dijo en voz baja cuando llegó a su lado.
—¿Por qué estás en el ejército? —Antonio giró hacia Romeo, haciendo que este tiemble.
—P-Para... Para... Mis padres d-dijeron que me daría seguridad.
—¿En serio? Entonces vas a ser el primero en morir por maricón.
—Ya tenemos a dos voluntarios. —Torres se acercó hacia ambos y les sonrió. Vega negaba desde su lugar porque sabía que utilizó su sonrisa más aterradora para intimidarlos.
—¿Voluntarios para qué? —cuestionó Antonio.
—Lo sabrían si hubieran prestado atención.
Él les ordenó pasar al frente para hacer una demostración de sus poderes. El resto los observaba y Diego notó que Romeo estaba muy nervioso.
—Está bien —murmuró Antonio, luego giró hacia el castaño tembloroso. En eso, ya se encontraba corriendo hacia él y terminó golpeando su mejilla. El golpe lo lanzó al suelo mientras sentía el dolor esparcirse por toda la mandíbula. Los ojos de Romeo comenzaron a lagrimear y se sintió patético.
—Necesito metal, necesito... —dijo bajo mientras miraba a su alrededor. El techo de los dormitorios el pareció una buena opción, no se sentía seguro. Pero volvería a dejar todo como estaba. Entonces corrió hacia allí, con Antonio detrás. Hasta podía escuchar las burlas de los demás, diciendo que era un cobarde por escapar. Levantó la mano derecha para hacerse con el metal, sin embargo no tenía la suficiente fuerza para separarlo, entonces hace otro movimiento arrancando las canaletas de las paredes y sin pensarlo arrojó las piezas de metal hacia su atacante.
—¡Ahhh! —Se oyó un grito desgarrador por parte se Antonio. Entonces Romeo abrió los ojos, respiraba de forma agitada y terminó cayendo sentado sobre el césped. En ese momento llevó la vista hacia su compañero, él estaba encorvado, sostenía su brazo mientras el metal se hallaba enterrado frente a él. Los demás gritaron. El castaño no sabía lo que sucedía hasta que algo cayó sobre su regazo.
Sintió algo húmedo y caliente mojándole los pantalones. Él hubiera deseado que fuera orina, ya no le importaba pasar vergüenza. Pero no. Lo cálido era rojo y sobre su regazo descansaba en brazo de Antonio. Todo su cuerpo se paralizó y, por un pequeño espasmo involuntario de su cuerpo, el brazo cayó a su lado.
—Mierda —murmuró Diego atónito. Sabía en qué consistía los poderes del muchacho Hernández porque había leído el informe, pero jamás se imaginó que se molestaría en hacer esa cruda actuación. De repente Romeo gritó. Muy fuerte, su garganta se desgarró mientras intentaba alejarse. Comenzó a llorar desconsoladamente mientras sostenía su cabeza con las manos.
—Hey, chico. —Mauricio se acercó a él rápidamente. Al notarlo el castaño se encogió y cerró los ojos con fuerza, en espera de algún castigo. Pero el mayor lo abrazó—. Ya, tranquilo —susurró palmeándole la espalda.
A lo lejos Romeo podría ver apenas los rostros pálidos de sus compañeros. Algunos temblaban, aterrados. Pero lo que más le sorprendió, fue que el brazo de Antonio comenzó a crecer de nuevo. Iniciando por el hueso y luego los músculos, él tenía una expresión relajada y sonreía mientras su brazo volvía a estar completo.
—Regeneración, ese es su poder —comentó Diego para calmar los ánimos. Sin embargo Antonio tomó su brazo del suelo y comenzó a correr detrás de sus compañeros, haciendo que más de uno devolviera su desayuno o se desmayara.
—Ustedes no se aguantan nada —decía entre risas.
Los siguientes días debieron acompañar al muchacho Ruidíaz con una psicóloga del ejército para combatir el trauma causado, y como castigo de su superior ambos debieron encargarse de Antonio. El joven era muy verdadero desastre de persona, se burlaba de sus compañeros constantemente, buscaba pelea con las demás infantería y desobedecía a todos. Ya entendían porque su familia lo dejó allí para que lo disciplinaran.
—¿Qué quieren? —preguntó al ver que los mayores entraron a la habitación de los varones.
—¿A dónde vas? —Diego se cruzó de brazos, impidiendo que él se vaya. Esa era otra mala costumbre, Antonio se iba cuando se hartaba de escuchar a los adultos y los dejaba hablando solos.
—¡Salí de mi camino! —exclamó. Entonces recibió un golpe en su pecho por parte de Diego, quien sólo usó sus dedos, sin embargo el menor quedó sin aire—. Ca-rajo. —Hizo un gran esfuerzo para dar una profunda inhalación, que terminó lastimando su interior por alguna razón.
—Ya estamos hartos, pendejo de mierda. Si no aprendes por las buenas será a golpes —dijo Mauricio cuando lo tomó del cuello de su ropa.
—N-No pueden hacer algo así —contestó el joven mientras sentía que la tela comenzaba a pelar un poco la piel de su nuca.
—Tenemos un rango más alto, además quién tiene la fama de agresivo aquí, ¿a quién le van a creer?
—Los vieron entrar para golpearme —dijo al arañar la mano de Mauricio. Este lo soltó, haciendo que caiga de espalda al suelo.
—Si, eran los mismos chicos que siempre insultas —asiente el mayor para luego darle una sonrisa que hace temblar a Antonio.
—Pero... —En ese momento vio a Diego levantar su puño con rabia, por lo que cerró los ojos con fuerza mientras se abrazaba así mismo. El golpe no llega a tocarlo, sin embargo el viento, creado por la fuerza de este, revolvió su cabello.
—¡¿Qué están haciendo?! —La voz un poco chillona de Romeo se hizo oír, llamando la atención de los mayores.
—¡Ya era hora! —exclamó Diego, sabía que los demás soldados de la infantería estaban escuchando todo lo que estaba pasando. Pero parecía que ninguno iba a defender a Antonio.
—¿Iban a castigarlo? E-Eso está prohibido —les dijo, colocándose frente a ellos y protegiendo al desconsolado Antonio, quien comenzó a llorar en silencio. Él muchacho bajó la cabeza y la sostuvo con sus manos.
—Vamos Diego, me conformo con esto —habló Mauricio antes de salir junto con su compañero. Afuera se topan con el resto de los jóvenes, quienes huyen al verlos—. Menos mal que se terminó —murmuró cuando expulsó el aire retenido.
—Otro más al que traumé —respondió el morocho cabizbajo—. ¿Cómo actuaste así? A mí no me salió ni ahí. Hasta yo te tuve miedo.
—Era la única forma de enderezarlo, además ahora hizo un nuevo amigo.
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