Capítulo 30

—Eso fue lo que pasó, no hablé con Romeo desde entonces y tampoco con la señora Lucero. Ella sólo quería ayudarme —Ángelo baja la mirada por un momento mientras espera la reacción de sus compañeros.

—¡Por eso me ganaste! Sabía que yo soy más fuerte —exclama Julián, aturdiendo a Simón.

—Basta —le dice el castaño y luego suspira—. Che, ¿esa ayuda no contaría como una habilidad artificial?

—No cuenta porque no tengo ninguna discapacidad. Además son muy costosas y yo nada más tuve que escuchar los cuentos de esa señora a cambio —da una pausa y mira a los otros dos con una media sonrisa—. Pensé que Torres me iba a echar a patadas pero todavía estoy en la infantería.

—Si, eso de abandonar y al final no ya me está hartando —comenta Simón—. Si no estás quedo con estos boludos —agrega mientras señala a Julián con su cabeza.

—¡Eh, el boludo está presente!

—Jaja, ¿y Francisco?

—Él cuando está solo es tranquilo. Pero se deja llevar por Julián, Brayan y sus retrasos —responde, dejando mucho más indignado al rizado.

—Hola, ¿se puede? —Un hombre bastante parecido a Diego Vega entra a la habitación en ese momento, teniendo un bol repleto de comida. Ángelo se acerca a recibirlo dándole una sonrisa.

—Todavía estoy en la infantería, Torres no me echó —se apresura a decirle.

—Eso es bueno —responde, pero un segundo después su expresión cambia—. ¿Te quitaste la costra? —cuestiona mientras señala sus heridas, la vendas están un poco manchadas de rojo.

—No, bueno... Tuve una pelea amistosa con mi rival.

—Si, mi seguidos debe mantenerse en forma —murmura Simón al mirar a Julián, este último sonríe de manera egocéntrica—. Mi compañero debe ser hábil también, no tanto para que me opaque pero ya me entiendes —agrega para luego darle un codazo para que borre esa sonrisa.

—¿Quiénes son ustedes? —les pregunta el mayor curioso. Es la primera vez que ve a su sobrino con amigos.

—Soldados de infantería 1-C, Barrios Simón y Villalba Julián —contesta el rizado.

—Soy Darío Vega Espinoza —responde el hombre—. Ex soldado de infantería 1-A.

—¿Infantería 1-A?

—Muchos estuvimos en el ejército alguna vez para controlar nuestros poderes —comenta al desenvolver las heridas de Ángelo con cuidado—. Mira eso, te quedarán cicatrices pero se verán muy bien —agrega al ver las marcas de su piel. Julián aparta la mirada un momento al ver los cortes rojos y sangrantes, Simón, por otro lado, se cuestiona ya que esas heridas no pudieron haber sido un accidente.

—¿A qué te dedicas ahora? —pregunta el castaño.

—Soy paramédico y tengo un récord personal, jamás perdí a nadie. —Darío se concentra en las heridas, haciendo que la sangre se mueva y se solidifique a lo largo del corte, así se forma una costra que impide el sangrado. Pero le vuelve a recordar a Ángelo que no se las quite.

—Manipula la sangre... ¿Puedes controlar personas? —Julián es el más emocionado de los tres, haciendo que Darío ría.

—Si, pero sólo cuando no están quietos al sanarlos —contesta para luego ponerse de pie—. Debo irme a casa, no son vacaciones si no peleo con tu abuela.

—No se insulten tanto —le pide riendo, a lo que Darío le dice que no promete nada.

Unos minutos después de su partida, un castaño entra a la habitación, encontrando a los tres chicos comiendo del bol. Dos de ellos elogian la comida hecha por la madre de Ángelo. Este último se atraganta con un bocado al ver a Romeo en la puerta y provoca un gran escándalo.

—Eso te pasa por angurriento —dice Simón mientras le palmea la espalda junto con Julián.

—Vega. —El mayor da unos pasos, provocando que el muchacho palideciera.

—S-Si.

—Me dijeron que te lleve a almorzar pero ya estás comiendo. Olvídalo. —Romeo se da media vuelta, balbuceando cosas para sí mismo mientras camina hacia la salida. Pero Simón lo detiene.

—¿Quién es Antonio Hernández? —pregunta, dejando sin aliento a Ángelo por un momento.

—¿Por qué quieres saberlo? —Esta vez el morocho nota mucho más relajado a Romeo al hablar sobre ese tema.

—Es que no sabemos nada de tu infantería. ¿Dónde están? ¿A qué se dedican? —responde Simón, dejando en claro que no tiene ninguna clase de tacto al tocar temas delicados.

—Todo está en los registros, investiguen —contesta el mayor para luego sonreír. En su mente se pregunta porqué todos son tan curiosos por su vida ahora, al dar unos pasos fuera se topa con Torres, quien lo mira con el ceño fruncido.

—¿Por qué tardan tanto? —cuestiona. A lo que Romeo simplemente señala a los muchachos comiendo—. Ustedes dos, 80 flexiones de brazos por mentir —ordena cuando ve a Simón y Julián. Ambos jóvenes rápidamente salen del lugar para cumplir con su castigo, dejando solo a Ángelo con los superiores.

—¿Todo está bien? —dice Torres en voz baja, pero el morocho logra escucharlo.

—Perfecto señor —responde Romeo.

—Estás un poco extraño... Ah, ya casi es hora, supongo que debes irte —comenta luego de ver su reloj.

—No, quiero ver el castigo que le darán —murmura y da media vuelta hacia Ángelo—. Supongo que engañar y mentir es algo grave, ¿no?

El muchacho traga saliva al escucharlo, y también se pregunta qué demonios ha hecho para recibir todo ese odio de parte de Romeo. Torres también lo mira y le da una sonrisa.

—Ángelo, deberás ayudar a tus compañeros en sus prácticas. —El nombrado suelta un poco de aire al sentirse aliviado—. Necesitan un objetivo móvil al que golpear.

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