Capítulo 2
Hoy es el primer día de Ángelo en el ejército y se encuentra bastante emocionado. Tanto que todas las cosas de metal son atraídas por su cuerpo como si fuera un gigantesco imán.
—¿Estás bien? —Su padre ríe cuando un pequeño tacho de basura vuela y golpea al morocho en la cabeza.
—Ah, todo bien —responde y rápidamente se quita todo de encima cuando ve pasar trotando a un grupo de chicas al momento de salir al campo de entrenamiento. Debe dar una buena impresión. Diego Vega, su padre, se encargó de la inscripción y, aunque la esposa de este no estaba de acuerdo, él le prometió que nada le ocurriría a su pequeño.
—Tú eres un soldado de infantería ahora y te entrenarán para dominar tu poder y utilizarlo para la defensa del país —dice el mayor estando demasiado orgulloso. Tanto que siente que las lágrimas saldrán en cualquier momento al recordar su primera vez en los campos.
—Gracias papá, ya puedes soltarme —contesta estando atrapado en sus brazos.
—Perdón, me emocioné. —Se disculpa y lo deja a cargo de su mejor amigo, Mauricio Torres. Este se ocupa del entrenamiento de los nuevos reclutas cada año y casualmente será el instructor de su hijo.
—¡En formación! —Cuando Diego se despide, Torres comienza con las prácticas. Pero los jóvenes están más ocupados en utilizar sus celulares que en prestar atención a su jefe al mando. Entonces el hombre recurre a las medidas drásticas, un fuerte viento sopla en ese momento y Ángelo queda sorprendido al ver que todos los celulares, incluso el suyo están dentro de una caja y en manos del hombre.
—¡Hey! Yo no estaba usando el mío —protesta, pero es ignorado por su superior.
—Cuando yo les dé una orden ustedes deben cumplirla de inmediato —habla para todos y cada uno mientras los mira con el ceño fruncido—. Aquí comenzará con su carrera, serán entrenados en las bases del país, con fin de adaptarse a cada uno de los ambientes geográficos de la Argentina. Norte, Litoral, Centro y Patagonia. No olvidemos el mar y la Antártica. ¿Alguna pregunta?
Un cadete de cabello negro y rizado levanta la mano, lo que llama la atención de Torres y la del resto de los presentes.
—Yo, Julián Villalba. ¿Antártica? ¿Es en serio? —comenta y suelta una risa nerviosa al ser el centro de atención.
—Villalba, un punto menos por completo desconocimiento de las actividades programadas —dice el superior y procede a sacar una lista—. Primero se los agrupará de acuerdo a las calificaciones que obtuvieron en la prueba escrita.
Para sorpresa de Ángelo, las simples preguntas que había contestado hace unos minutos definirían su destino y ni siquiera tenía idea. Debido a su calificación, él acaba en la infantería 1-C junto a otros jóvenes, siendo él el número nueve del grupo.
—Ahora quiero que troten, haremos dos kilómetros y regresaremos para el almuerzo. Los últimos tres lavarán la ropa hedionda de sus compañeros —les comunica y de inmediato, luego de quejas, el grupo comienza a trotar.
Ángelo trota detrás de dos de sus compañeros, por lo que escucha la discusión de ambos con respecto al castigo.
—No quiero lavar la ropa de nadie, que asco —dice uno que tiene marcas en su rostro, hay dos puntos sobre cada mejilla.
—Me imagino la peste luego de correr todo el día. No, yo no quedaré último —responde el tal Julián, dejando notar su acento cordobés.
—¿Seguro? —Ángelo casi pierde el equilibrio cuando golpearon su hombro. Se trata de otro castaño, aunque éste tiene ojos azules y un lunar bajo su ojo izquierdo—. Lavar toda la ropa, también incluye la de las chicas.
—¿D-De las chicas? —dicen ambos, quienes rápidamente son rebasados por Ángelo y el otro.
—Cayeron muy fácil por unos calzones —el de ojos azules suelta una corta risa para luego mirar al morocho—. Simón Barrios —se presenta.
—Ángelo V-Vega —responde y siente que su respiración comienza a agitarse.
—El hijo de Diego Vega, te pareces a él —comenta para luego extender su mano—. Mi viejo no es conocido pero si poderoso como el tuyo, debemos ser rivales.
—¿Rivales? ¿Por qué? —cuestiona, negándose a tomar su mano.
—Competencia, a no ser que tengas miedo. Tu papi no está aquí para cuidarte, ¿o si?
Ángelo aprieta la mandíbula, sintiéndose frustrado ya que seguramente su padre está en algún lugar de la base para cuidar que nada malo le suceda. Simón arquea una ceja para luego sonreírle, no es muy fácil de convencer. Aunque, si por las buenas no resultó, deberá ser por las malas. De repente el pie derecho de morocho se traba y no puede levantarlo, haciendo que caiga de cara al suelo, él ve pasar al grupo, algunas chicas sonríen por su torpeza hasta que ve una mano acercarse.
Él la toma, encontrando al chico rubio que quedó detrás del grupo desde el inicio. Ambos miran su zapatilla, encontrando un trozo de hielo que lo fijaba al suelo.
—Suerte que el hielo no era tan grueso o se te hubiera roto el pie al caer —le explica éste mientras él termina de quitar el hielo.
—Gracias.
—Estoy atrás para ayudar, no porque quiera ver la ropa interior de las chicas —dice una vez que reanudan el trote, tienen mucha distancia que cubrir para alcanzar al grupo.
—Yo tampoco quiero eso, ni siquiera mi poder es de hielo. Fue él, Simón —responde cuando señala al castaño. Éste trota a la par del instructor Torres y una chica rubia.
Diez minutos después Ángelo siente que uno de sus pulmones escapará, se encuentra jadeando, aunque no es el único agotado. Él cree que todo terminó cuando ve a Torres detenerse, sin embargo era sólo para dar media vuelta y trotar de regreso a la base. Todos se quejan, aunque siguen al mayor. Junto a él continúa la chica rubio y el rizado los sigue de cerca, él no se ve cansado como el resto por alguna razón.
—Que calor —se queja, sintiendo que su ropa está completamente húmeda. Ángelo se tambalea y es sujetado por el rubio, quien lo empuja para seguir. Al mirarlo nota que también está ayudando a una chica de cabello corto.
—Tu nariz sangra —señala ella con una voz aguda.
—Tropecé —responde para limpiar rápidamente su rostro. Todos lo vieron y fue patético.
—Vamos detrás de esa chica —señala a otra rubia, quien suelta una extraña niebla al correr. Los tres trotan detrás, descubriendo que esa niebla es muy fresca, de hecho ella está cubierta de escarchas debido a sus poderes de hielo.
Al terminar con el recorrido Torres voltea a ver a la infantería, todos terminaron tendidos sobre el césped y sin aliento. El chico con sangre en el rostro llama tu atención, por lo que les da unos minutos para descansar y tomar agua.
—Mini Vega, ¿estás bien? —le pregunta al acercarse—. ¿Necesitas ir a la enfermería?
—Estoy bien —contesta, haciendo al mayor asentir.
Unos minutos después, mientras la mayoría rodea a la chica helada debido al calor, Torres les comunica quienes lavará la ropa. Él señala a dos chicas, preguntándoles su apellido y nombre.
—Aguirres y López, Valentina les mostrará cómo lavar —dice, haciendo protestar a la rubia del moño—. Silencio, siempre corres y eso es igual a trampa —agrega y ella se cruza de brazos.
—Pero nosotros llegamos al último —dice Julián al sacudir su mano.
—Las chicas lavarán su ropa y los chicos la suya —aclara el mayor, haciendo que la sonrisa de ambos desaparezca.
—¡¿Qué?!
—150 flexiones para ambos por pensar con la cabeza equivocada —ordena para luego pasar a los tres chicos restantes—. Ustedes pueden lavar la ropa o las flexiones —propone, aunque es obvio que eligen la primera opción, están demasiado cansado para hacer algún ejercicio más.
Ya en la noche y con los jóvenes soldados en las habitaciones de sus respectivas infanterías, Ángelo junta la ropa sucia de los demás al igual que Simón y el rubio amable. Me duele todo, se dice el morocho mientras siente las piernas muy adoloridas, incluso no han dejado de temblar.
—Esta es mi ropa del entrenamiento y éstas traje de casa, ya no había jabón —dice el castaño de las marcas mientras coloca prenda tras prenda dentro de la canasta—. Es un honor para mí que el hijo de Diego Vega lave mi ropa —agrega, haciendo que los otros volteen a mirar.
—¿Diego Vega? ¿En serio? —pregunta el rizado.
—Si, Torres lo llamó Mini Vega —comenta Simón.
—Si es todo ya me vio —responde el morocho, teniendo una expresión aburrida en su rostro. Él carga la pesada canasta de ropa sucia hacia la lavandería. No tiene idea a dónde se dirige, sino que está siguiendo al rubio y a Simón.
Éstos se guían por los mapas que hay en las paredes de la instalación. Al cruzar un par de pasillos llegan a su destino, encontrando las máquinas industriales de lavado. Allí también hay soldados de otras infanterías.
—Miren, tenemos dos lavadora para nosotros —señala Simón ya que cada una tiene una placa que corresponde a cada infantería. Los tres ven como las chicas toman la que está en medio, dejando la de arriba para ellos, aunque está muy alto.
—No hay de otra —murmura Ángelo al dejar la cesta en el piso. Él encuentra un recipiente con cientos de broches, entonces, con ayuda de su poder, los usa para llevar su ropa hacia el interior de la lavadora, asegurándose que nadie ve su ropa interior. Cuando todas las prendas están dentro retira cada broche ante la mirada de sus compañeros.
—¿Y si uno queda dentro? —cuestiona el rubio.
—Oh, yo siento cada pieza de metal. Ahora sólo hay cierres y botones de las ropas, ningún broche —le explica, para luego sentir como unas gotas de transpiración caen por su frente. Habló en público y hasta ahora lo había notado, hablar en clase es una cosa. Pero delante de extraños es otra completamente diferente.
—Entonces... ¿tu poder no es súper fuerza? —cuestiona Simón, a lo que él niega con la cabeza—. Creí que tendrías el mismo poder que tu viejo.
—Yo manipulo el metal.
—Eso se oye débil, no puedes ser mi rival moviendo broches. Serás mi compañero —piensa en voz alta al momento de señalarlo.
—¿Eh? —suelta confundido, cada cosa que dice le resulta un disparate.
—Cada gran héroe tiene su seguidor, su compañero. Obviamente más débil para que no lo opaque —le explica, haciendo que Ángelo se sienta un poco ofendido.
¿Quién se cree?, se pregunta mientras termina de colocar el suavizante y jabón para luego iniciar el lavado de la primera tanda de ropa.
—Mejor acepta, Simón Barrios siempre tiene lo que quiere —comenta el rubio, haciendo que el nombrado lo mire con el ceño fruncido.
—No te conozco. ¿Cómo sabes mi nombre?
—Lo escuché por ahí, puedo lavar tu ropa si quieres. En casa lavaba toda la ropa de mis hermanos —comenta. Aunque el castaño se niega diciendo que ninguno de ellos tocará su ropa, la cual necesita tratamiento especial para que la tela no sea dañada. Eso lo especifica en las cientos de etiquetas que cada prenda tiene.
—Es más etiqueta que ropa —murmura Ángelo, entonces dirige su mirada hacia el rubio de mirada tranquila. En realidad no sabe cómo lavará toda esa cantidad ya que las lavadoras están ocupadas. Sin embargo lo ve caminar hacia una canilla, las cuales están ubicadas en el centro de unas mesadas. Él la abre, dejando que gran cantidad de agua salga, con unos movimientos de sus manos lo ve mover el agua a su antojo, burlando a la gravedad y formando un gran círculo a su lado.
—Jabón y lavandina —dice al colocar cada cosa dentro del círculo acuoso, luego comienza a colocar las prendas sucias. Ángelo ve sorprendido como todo en su interior comienza a girar, como lo haría dentro del electrodoméstico.
—Control del agua, nunca lo había visto en vivo —murmura mientras se acerca lentamente—. ¿Cómo te llamas?
—Francisco Bravo.
—¡Así es fácil lavar! Por eso no te estabas quejando —lo señala Simón para luego cruzarse de brazos—. Bien, serás mi rival —declara.
—Claro —contesta el rubio al subir y bajar los hombros
—Menos mal —suspira Ángelo.
—Sigues siendo mi compañero Mini Vega.
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