Capítulo 17

—Lamento llegar tarde, este día fue bastante agitado —se disculpa Romeo mientras baja de su coche. Su cabello está desalineado y su ropa se encuentra húmeda en partes. Hoy es el día en que debe visitar a Ángelo para ver su progreso, hace tres semanas le encargó al muchacho entrenar para una serie de pruebas que serán tomadas hoy.

—¿Estás listo? —le pregunta.

—Si, sólo estoy esperando a papá —responde Ángelo para luego regresar su vista a la calle de tierra que comunica la quinta con la ruta.

Romeo asiente, sin embargo los próximos minutos no deja de mirar la hora en el celular. Milagro nota ese detalle y se dirige a Ángelo, diciendo que será mejor hacer la prueba ya que Romeo tal vez tenga otras cosas que hacer.

Su hijo acepta luego de soltar un suspiro y caminan al jardín trasero. Este es, de hecho, una gran extensión de campo abierto pues los caballos deben tener lugar para correr libres.

—¿Pasó algo malo? —pregunta Milagros.

—Oh, ¿esto? Dos soldados se pelearon, ambos están fuera de peligro pero tuve que deshacerme de toneladas de hielo —contesta Romeo, soltando una risa nerviosa al final.

—Gajes del oficio —dice ella también riendo.

—Bien, ¿estás listo? —Ángelo asiente mientras se coloca unos guantes, muy parecidos a los que usa su padre. Coloca el de la mano derecha y mueve sus brazos, completamente aliviado al no tener el molesto yeso—. Comencemos, prueba de velocidad.

Romeo busca el cronómetro en su celular y mide el tiempo que le lleva a Ángelo recorrer cierta trayectoria. Como le fue bastante bien en los exámenes escritos, ahora solo quedan las pruebas físicas.

En poco tiempo, Ángelo demuestra estar más que preparado para regresar a la infantería nuevamente, pasando las pruebas con facilidad al mismo tiempo que recibe el apoyo de casi toda su familia.

—Muy bien, parece que nunca te habías roto el brazo —comenta el castaño cuando el joven soldado termina de realizar las flexiones ordenadas—. Ahora la última prueba. Tu límite de peso era de 25 kilos, para pasar debes demostrar que tu poder ha crecido levantando 50 kilos o más.

—¿50? —repite, tragando saliva cuando ve la pesa que Romeo trajo consigo. El mayor la mueve con facilidad y la deja frente a morocho.

Ángelo extiende sus brazos hacia la pesa y logra que esta se eleve unos centímetros del suelo. Inmediatamente él siente sus músculos contraerse como si estuviera tomando la pesa con sus propias manos.

—Más alto —ordena el castaño.

La pesa sube un poco más a la altura de su cintura, para entonces tiene la sensación de sus brazos arder por el esfuerzo.

—Más —insiste Romeo. Sin embargo la pesa cae al suelo cuando Ángelo siente unos fuertes calambres en los brazos.

—Ya está —le dice su madre mientras llega a su lado y le frota los brazos para que el dolor pase.

—No, tengo que levantar eso aunque se rompan mis huesos.

—Pendejo —Milagros la da un zape por su cabeza—. Yo soy la que tiene que cuidarte cuando estás lastimado —lo regaña haciendo que esa idea salga rápidamente de la mente de Ángelo.

—Bien, no te preocupes. Regresaré en dos semanas para realizar la prueba nuevamente —le dice Romeo dirigiéndose al muchacho.

—Estuvo bien, ¿quién quiere un poco de arroz con leche? —pregunta la dueña de casa. Le estaba hablando especialmente a su nieto, pero pudo verlo caminar lejos.

—Eso lo sacó de su padre —se defiende Milagros al cruzar sus brazos.

—Hablaré con él —murmura Romeo—. Con permiso.

El castaño sigue a Ángelo hasta llegar a un especie de establo, lo detiene justo antes de entrar y el morocho suelta un suspiro.

—¿Que?

—¿Por qué estás molesto? —Ángelo sólo guarda silencio y evita mirarlo—. Tu poder mejorará con el tiempo, de 25 a 50 kilos es una mejora. 

—Mi abuelo llegó a levantar un auto pequeño a los 12, papá un árbol de toneladas a los 5 años.

—¿Y? Tu habilidad no es la fuerza.

—No, pero de qué sirve mi poder si no puedo levantar coches o romper puertas de metal. —Ángelo gruñe para luego patear con todas sus fuerzas una pequeña roca que estaba junto a su pie.

Romeo guarda silencio por un momento, luego busca algo dentro del bolsillo y toma su billetera. Dentro de la misma saca una foto, cuidadosamente doblada, y se la muestra. En la imagen se puede ver a un grupo sonriendo hacia la cámara, muy desalineados y sucios.

—Esto fue cuando entré al ejército. La infantería 1-C de mi generación —habla e indica a un joven delgado en una esquina de la foto—. Ese era yo. A tu edad apenas podía levantar 25 kilos de peso, sumándole el límite de los 100 metros. Pero hace tiempo el peso dejó de importar.

—¿Cómo hiciste?

—Mucho entrenamiento y práctica, no hay atajos para eso —responde y da una pausa—. Yo siento envidia de ti, tu poder no es destructivo y sabes controlarlo. Pero tus límites están aquí —agrega y señala su cabeza.

—Lo que digas. —El morocho roda los ojos.

—Debo irme —dice mirando la hora—. Entrena mucho, los demás esperan a su compañero —comenta sonriendo.

—¿Cómo están ellos? —pregunta cuando la curiosidad puede más.

—Bien, también entrenando. Tuvimos unos problemas pero nada grave —responde mientras camina hacia la salida—. No olvides lo que dije, sólo sigue practicando.

Ángelo asiente a sus palabras y lo ve alejarse. Él suelta un suspiro al tocar su brazo que estaba roto, los dolores han pasado pero está seguro que regresarán.

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