Capítulo 14

Luego de un día atareado, Brayan va a su habitación para hacer una tarea sobre su árbol genealógico. Muy sencillo y termina antes de lo que pensaba, así que sale al patio a tomar aire, le gusta sentarse en el césped y mirar el cielo estrellado hasta que lo obliguen a entrar. Casualmente encuentra a Delfina en su lugar.

—Quítate —le ordena con una voz grave y autoritaria. Ella voltea lentamente, dejando ver sus ojos oscuros llenos de lágrimas—. ¡Perdón! No quería hacerte llorar.

—Ya me voy. —La castaña se pone de pie, entonces él le ofrece unos pañuelos descartables—. Gracias. Es q-que es tan... N-No sé qué hacer.

—¿De qué hablas?

—Mi hermano, apareció luego de abandonarme y no sé si debería amarlo u odiarlo. —Ella suena su nariz con un pañuelo y luego lo hace bolita—. Vine aquí a pensar un poco. No quería molestar a nadie con mis problemas.

—Ah, se oye terrible. Pero no deberías hacer eso, en lugar de guardar todo eso, es mejor hablar —opina y recibe la mirada de la muchacha. Sus ojos están un poco rojos al igual que su pequeña nariz.

—Gracias por escucharme, lo tendré en cuenta —responde mientras limpia su rostro.

—Si, cuando quieras. ¿Quieres seguir hablando de tu hermano?

—Bueno... si. —Delfina abraza sus piernas y siente al muchacho sentarse a su lado—. Pienso en que pudo encontrarme mucho antes.

—Este lugar es bueno para pensar —comenta—. ¿Le preguntaste por qué tardó tanto? Supongo que ir como un gato gigante todo el tiempo no debe ser fácil —agrega. Delfina debe aceptar que las personas son bastante paranoicas y prejuiciosas cuando se trata de transformaciones físicas.

—No —susurra en respuesta.

—Entonces deberían hablar, no sé. Yo no tengo hermanos pero creo que resolveríamos todo a golpes —bromea el castaño, sacándole una risa a ella—. Hey, él puede ser de la infantería. Ángelo desertó y es una lástima, quería conocerlo un poco más.

—Si, también yo. Su padre es una buena persona —comenta.

Tanto padre como hijo sueltan un estornudo sorpresivo, dándole una pequeña pausa al sermón de Milagros.

—¿Cuándo pensaban decírmelo? Dijiste que nada le pasaría a nuestro hijo y sólo en unos días aparece con el brazo roto.

—No creí que iba a pasar algo así, era una práctica normal con otra infantería —se defiende Diego, aún así mantiene la vista abajo—. Además estabas en el trabajo.

—Eso no importa, ustedes son mi prioridad.

—No fue su culpa —interfiere Ángelo —. Los médicos dijeron que no puedo levantar o mover algo que supere mi fuerza física.

—Nunca lo habías intentado antes —agrega su padre dándole una pequeña sonrisa—. Pudo ser mucho peor.

—Claro que sí. —Al menos ahora ambos están de acuerdo—. Coman, antes de que la cena se enfríe —ordena ella mientras toma asiento.

Ángelo de inmediato nota que no puede usar el tenedor y el cuchillo, sin embargo se las arregla con su poder, ya que con una sola mano puede manipular los cubiertos. Ahora sabe que sólo puede mover cosas pequeñas y limitarse a eso.

—¿Y ahora qué? —le pregunta su padre—. Querías ser un héroe, pero con tu debilidad descubierta será difícil. Pero no imposible.

Ángelo le da una mirada a su madre en lugar de responder. Luego suelta un suspiro.

—No dejarás el ejército —lo interrumpe ella—. La educación es mucho mejor allí, además es imposible que tu antigua escuela te acepte a estas alturas.

—Pero estoy lastimado.

—No importa, mientras te recuperas podrás entrenar de otra forma y hacer los exámenes que la infantería haga —le explica mientras da pequeños bocados a su comida.

—Si, Torres podrá designar a alguien que se ocupe de tu entrenamiento hasta que puedas regresar —agrega Diego.

—Siendo su padre deberías ser quién lo entrene y así yo estaría más tranquila —murmura la mujer, para luego guiñarle el ojo a su pequeño disimuladamente.

—Es una excelente idea —responde dándoles una sonrisa—. Bien, supongo que para el entrenamiento debemos buscar un buen espacio abierto. ¿Ya tienes un regalo para tus abuelos? —dice, haciendo que el morocho sonría porque también tuvo la misma idea.

Al día siguiente, toda la familia se traslada a la casa quinta de los Vega en las afueras de la ciudad. Los padres de Diego los reciben con los brazos abiertos y también avergüenzan a su nieto un poco. Aunque el yeso del muchacho cambió drásticamente el agradable momento.

—¿Cuándo pasó? —pregunta su abuelo.

—¿Por qué no cuidas a tu hijo? —Diego es regañado por su madre. Entonces Ángelo llama la atención de ambos para explicarles que sus heridas fueron causadas por su habilidad, más bien, por los límites de ésta.

La pareja se disculpó con su hijo, sin embargo continuaron mirando mal a Diego cuando supieron que permitió que Ángelo ingresara al ejército sólo por querer. Según su abuelo, él no tiene porqué estar allí, su poder no es peligroso y sabe controlarlo.

—¿Y si lo lastiman de nuevo? Puede terminar condicionado de por vida.

—Eso no pasará papá —niega Diego mientras sube a Ángelo sobre sus hombros para llevarlo al jardín trasero de la casa—. Disculpen, debemos empezar con el entrenamiento.

—¡Cuida a mi nieto o te las verás conmigo! —responde el hombre. Él no recibe ninguna palabra a cambio y Milagros debe ser quien tranquilice un poco los ánimos.

Mientras tanto, Ángelo es llevaron con mucha facilidad por su padre, cosa que lo incomoda un poco.

—Ya no soy pequeño —se queja e intenta bajar, sin embargo termina con un fuerte dolor al mover bruscamente su brazo.

—Lo sé —murmura Diego para luego dejarlo sobre sus pies—. Por eso empezaremos con un entrenamiento arduo, quieres hacer cosas grandes y yo te ayudaré.

—¿En serio?

—Empezaremos con un trote y luego flexiones de... No, mmm, mira —él cambia de tema mientras se acercan a la sombra de un gran árbol—. Este gigante está aquí desde que tengo memoria, cuando tenía tu edad papá me contó la historia de cómo este árbol empezó siendo una semilla. Casi tuvo un ataque al corazón cuando yo lo arranqué de raíz.

—¿Cuándo pasó? —Ángelo suelta una risa porque imagina a su abuelo sorprendido y molesto al mismo tiempo.

—Tenía 5 años cuando pasó. Él estaba quitando la maleza y yo quería ayudar, entonces empecé a arrancar todo lo que estaba en mi camino, arbustos pequeños, luego árboles, era tan fácil que terminé levantando este árbol. Papá gritó y giré asustado, me estaba mirando asombrado y poco a poco coloqué el árbol en su lugar. Él era fuerte pero yo lo soy mucho más. —No es por presumir, esa es la realidad, y además fue muy difícil para él adaptarse a su poder.

—Mi caso es diferente —comenta el morocho y le indica el yeso.

—Pude ser, pero de que eres fuerte no hay duda. Los hombres de la familia Vega somos así.

—Si tú lo dices.

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