Día 07-. ¡LIBRE!
Tema: ¡Enfermos Mentales!
Pareja: All For Nana (All For One y Shimura Nana).
Notas:
•All For One es el protagonista, pero en vista de que su nombre es desconocido, evité el hacer referencia a este.
•El número 6031 se lee como "sesenta, tres, uno".
•Me disculpo de antemano si la lectura es un poco confusa, pronto se explicará todo.
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6031
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Nada, nada era audible en aquella habitación. Incluso habría sido menos abrumador un llanto a ese tortuoso silencio. Las paredes, tan pulcras e impecablemente pintadas de blanco, trataban de reflejar un aura de inocencia de manera tan incesante, que resultaba deprimente, puesto que probablemente, de todas las cosas que jamás podrían estar en un lugar como ese, predominaban dos en el gran ranking: la inocencia, y la cordura.
El chasquido de dos dedos logró finalmente devolverle la razón. Miró un poco perdido a la psiquiatra frente a él, y simplemente guardó silencio.
—¿Todo en orden por allá? —inquirió con esa voz tan atractiva y sensual, moviendo sus carnosos labios y clavando sus opacos ojos sobre él.
—Sí —respondió volviendo a quitar su mirada de Shimura Nana velozmente.
—¿Por qué no me miras? —preguntó, y sin vergüenza volvió a reír.
—Porque no estás aquí.
—¿De qué hablas?, estoy justo aquí.
—No es verdad.
—Mírame —ordenó, y en vista de que fue ignorada repitió la orden. El paciente 6031, volvió a dirigir su desfigurado rostro a la Psiquiatra, y Shino Sosaki lucía su semblante inexpresivo de siempre—. Estoy aquí.
La mujer que hablaba era Shino Sosaki. Sin embargo, de sus labios escapaba Shimura Nana. Esa mujer lo volvía loco, incluso más de lo que ya estaba, eso era peligroso, y por primera vez en toda su vida, optó por alejarse.
—Ya veo —respondió el paciente y por poco rasca su nuca, de no haber sido por la camisa de fuerza que se lo impidió—. ¿De qué hablábamos?
—Me estabas hablando de ella. Después sólo...
—Me fuí.
—Exacto.
—Perdón por eso.
—Podemos dejarlo de lado.
—Lo lamento, no recuerdo dónde estaba.
La mujer se acomodó en su asiento, cruzó las piernas y miró su blog de notas. Realizó algunas anotaciones e ignoró por completo al hombre de edad avanzada.
—¿Cuándo volveré a casa? —preguntó de repente, aunque conocía perfectamente la respuesta. Simplemente habló porque el silencio era demasiado fuerte, y odiaba el silencio.
—Ya sabes que nunca.
—Pero he sido bueno.
—Sabes que no lo fuiste, es por eso que estás aquí.
El hombre bajó la cabeza. Comenzó a ver la alfombra de aburrido color gris y la odió. Como ya era costumbre, su mente comenzó a divagar traviesa, con sencillez abandonó la habitación y se extravió en la infinidad del mundo del que era privado. Sin vergüenza atravesó una puerta imaginaria y se encontró con el cuerpo de ella, de Shimura Nana, tirada en el suelo sin rastro de vida. La alfombra de su oficina, que era igualmente gris que el resto de su deprimente vida, era teñida lentamente por la sangre que escapaba del cuerpo de la mujer que robó toda la cordura que pudo poseer.
—Volvería a matarla —confesó de repente, obligando a su mente a regresar a su retorcida cabeza.
—¿Qué? —por primera vez desde que la había conocido, Shino Sosaki habló mientras se acomodaba para darle mayor atención.
—A Nana —explicó—, si pudiera tenerla devuelta, volvería a matarla. Incluso quisiera devolverla, sólo para hacerlo otra vez, quizás de forma diferente.
—Sabes lo que eso significa. ¿No? —cuestionó suspirando con decepción.
—Claro que lo sé.
—Bien... Supongo que esto es todo.
—¿Me irá a ver?
—No lo sé aún —respondió presionando un pequeño botón. Dos oficiales entraron para llevarse al paciente.
—Me gustaría que fuera a verme —comentó poniéndose de pie.
—Ya veremos —respondió con frialdad antes de que desapareciera de la habitación.
Arrastraba los pies con desdén, las cadenas de sus tobillos rechinaban al moverse, y sus ojos estaban extraviados en los rincones del manicomio al que había sido trasladado. En el fondo, algo dentro de él detestaba todo lo que había ahí. El silencio, las luces, las paredes, y sobretodo, el horrible color blanco que lo acosaba en donde quiera que estuviese. Era un lugar frío, parecía estar vacío, pero resguardaba un millar de mentes y voces locas y espeluznantes. Justo igual que su cabeza.
Los oficiales le dieron un empujón para que entrara a su celda, y el paciente 6031 obedeció con pereza. Volteó a ver a la puerta, y escuchó la llave girar para cerrarla. Lentamente paseó sus ojos por aquellas aburridas paredes blancas, y se detuvo cuando miró, que sentada en la orilla de la cama, estaba Shimura Nana, su psiquiatra, viéndole con su sonrisa tan hermosa y serena.
—Bienvenido —le saludó y palmeó la cama para que se sentara junto a ella. El paciente obedeció y así lo hizo—. No luces felíz de verme.
—No lo estoy. No deberías estar aquí.
—Soy tu psiquiatra, mi trabajo es cerciorarme de que tu salud mental vaya en mejoría.
—No tengo remedio —admitió, como si esa simple idea fuera una tortura.
—Sí lo tienes.
—No lo tengo, y si algún día tuve oportunidad de curarme de lo que sea que me pase, se desvaneció el mismo día en que tú lo hiciste.
Le dijo, con un valor que lentamente se deterioró y se extravió en el tortuoso silencio que insistía en odiar. El ruido de su depresiva respiración copó el lugar de lo que fuera que tuviese que añadir, y desvió la mirada. No quería seguir pensando en ella, pues ella era todo lo que veía. La difuminación de la delgada línea entre la realidad y sus alucinaciones, era tan grande, que pronto la frontera entre ambos mundos iba a diluirse, volviendo lo real en incierto, y lo cierto en irreal.
—Tomemos un descanso —declaró la mujer, tratando de captar una mirada que no obtuvo—. Últimamente has tenido avances grandiosos, continúa así.
—¿Cuando voy a salir de aquí? —preguntó aún con la vista rehuída de la mujer.
No se refería al manicomio en sí. Sino a ese entorno, esa ciudad, ese mundo. Se refería al espacio en el que habitaba en ese momento junto al resto de seres vivos y pensantes, al mundo que lo torturaba con medicamentos, leyes, reglas. Lo torturaba con el simple hecho de recordarle que seguía con vida.
La mujer sonrió de nueva cuenta, y llevando un mechón de su cabello tras la oreja, se dignó en responder.
—Pronto.
Inmediatamente, la puerta de su habitación se abrió, y pudo escuchar que fuera de ella, habían personas murmurando unas palabras, como un corro numeroso a punto de tocar un tema importante.
El paciente 6031 se puso de pie, las cadenas de sus tobillos habían desaparecido, y se movió con sigilo, apoyando en brazo en el marco de la puerta, antes de atravesarla y recorrer ese pasillo solitario y amplio. Poco a poco las voces se hacían más fuertes, incluso llegó a escuchar el sonido de la estática de la radio y una canción en sintonía. Se dirigió en busca del lugar del que provenían los gritos de Nana, y cuando llegó al consultorio donde alguna vez fue atendido por ella, todo quedó en un insufrible silencio. Se vio a sí mismo, más joven y más impulsivo, respirando con agitación mientras contemplaba el cuerpo inerte de Shimura Nana a sus pies. Tenía el pecho completamente deshecho, abierto con el rastro errático del cuchillo que empuñaba con fuerza y una mano temblorosa. La sangre fluía como agua de un arroyo, pintando la alfombra y las paredes blancas de ese rojo escarlata. El paciente entró en la habitación y se cuadró frente a su otro yo, mirando a detalle su expresión temerosa, sus ojos abiertos como uvas peladas, el sudor frío brotando de su frente, los temblores violentos que asaltaban su cuerpo completo y un cadencioso pitido empezó a tomar fuerza.
—¿Qué hiciste? —interrogó el paciente a su otro yo, y viendo que no reaccionaba, comenzó a elevar la voz cada vez más, queriendo ser escuchado—: ¡Qué hiciste, qué hiciste, qué hiciste!
Entonces, uno de los guardias del hospital psiquiátrico golpeó violentamente la puerta de su cuarto y lo sacó de su alucinación.
—¡Silencio, no quiero oír más gritos!
El paciente volvió a la realidad unos instantes. Miró a todas partes, asustado, sin poder reconocer las paredes que le rodeaban, y en ese trayecto, miró a Shimura Nana parada junto a la puerta con una pequeña sonrisa.
—No... —jadeó el paciente cuando advirtió que otra alucinación estaba por comenzar, igual que cada ocasión en la que nacía un poco de silencio.
—¿Qué pasa? —preguntó la mujer con voz suave.
—Tú no eres real... no lo eres, ¡aléjate de mí!
El paciente le dió la espalda y escondió su rostro en la almohada de su cama. No quería verla más, pero justo cuando trató de evitarlo, comenzó a ver la escena en tercera persona, como si fuera una película y él mismo un personaje más. La mujer se sentó a su lado, en la orilla del colchón y acarició su espalda. Podía sentir perfectamente su cuerpo siendo recorrido por esas manos que no existían.
—¡Déjame! —gritó con su voz ahogada en la almohada.
—Nunca te dejaré —respondió en voz suave, antes de inclinarse sensualmente sobre él y susurrar en su oído—: a donde quiera que vayas, te acompañaré.
El paciente comenzó a llorar abrazando su almohada. Lloró tanto y tan desconsoladamente que las horas pasaron y se hizo de día sin que pudiera notarlo. Los guardias entraron, lo jalaron para sacarlo de la habitación, lo arrastraron por los pasillos hasta el cuarto donde le ejecutarían. Ahí, entre las contadas personas que presenciarían la ejecución, estaba Shino Sosaki sentada en silencio, pero cuando el paciente la miró desde la silla donde se le daría la inyección letal, miró, una vez más, a Shimura Nana.
El juez de sentencia comenzó a leer de un papel; hoy, estamos presentes para llevar a cabo la ejecución del paciente 6031 por los cargos de asesinato en primer grado. El acusado apuñaló sesenta veces durante tres horas en el corazón a su antigua psiquiatra. Dado a que la atención médica que recibió posterior a los hechos, el gobierno declara que el acusado representa una amenaza permanente para la sociedad y será ejecutado por inyección letal.
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