Capítulo 9

Keily caminó de regreso a casa. Había ido a llevar una solicitud y entregar unos papeles para iniciar sus estudios universitarios. El campus que le tocó era bonito, aunque no muy grande.

Después de la revelación de Zoe, había tratado de evitar a Jack a toda costa. Se sentía molesta con él de una manera inexplicable y quiso gritarle todo lo que pensaba, pero siempre se mostró tan amable que le costó encararlo como deseaba.

Una motocicleta se le atravesó, lo que provocó que parara en seco y así logró salir de sus pensamientos. Se llevó una mano al pecho por la impresión.

El mismísimo Alan Ricci se quitó el casco protector de la cabeza y dejó sus rizos al aire. Algunos mechones le caían por la frente y le cubrían parte del rostro. Estaba vestido todo de negro, con una mochila de lado.

—Hola, preciosa —saludó, sus labios se curvaron en una sonrisa, y ella le correspondió de la misma manera —. ¿Quieres dar un paseo, Keily? —preguntó, travieso, y le extendió una mano.

La tomó, sin pensarlo dos veces, y él la ayudó a subir. Alan le pasó el casco, después ella lo ajustó en su cabeza. La motocicleta salió disparada, esto obligó a que Keily posara sus brazos alrededor de su cintura con fuerza. Se percató de que olía divino, creyó que se podía derretir al percibir el calor que emanaba de su cuerpo.

Los árboles pasaron en borrones y sintió una sensación de libertad cuando la brisa le hacía volar el pelo, que sobresalía del casco, y le acariciaba el rostro.

Alan aparcó la moto frente a un claro que estaba rodeado de árboles. Ella se quedó embobada por el bello lugar, abrió los brazos y cerró los ojos mientras aspiraba el aire puro.

—Es hermoso, Alan —dijo.

Él la contemplaba, satisfecho.  

—Aquí vengo siempre que me siento saturado y quiero pensar —expresó mientras se sentaba en un tronco seco que había en la grama.

Se echó a un lado y le hizo una seña con la cabeza para que ella lo imitara.

—Quiero decirte algo —dijeron al unísono. Él sonrió y ella se sonrojó por la vergüenza.

—Primero la dama.

Keily negó con la cabeza.

—Dime tú primero —replicó, pues quería tener tiempo para pensar cómo abordarlo con el tema de su «relación» con Anna.

Alan resopló, nervioso, y se pasó una mano por el pelo en repetidas ocasiones. En cambio, las mariposas despertaron e hicieron fiesta en el estómago de Keily cuando él extendió las piernas sobre el tronco y se posicionó de manera que quedaron frente a frente.

—Me gustaría saber si podríamos salir de nuevo para conocernos mejor —él habló despacio, sus mejillas estaban rojas y sus ojos verdes lucían más claros.

Keily Abrió y cerro la boca, pues no sabía qué responderle.

—¿A qué te refieres?

Él se pasó una mano por el pelo otra vez y se mojó los labios con la lengua. La mente de Keily imaginó besándolos y eso provocó que sus mejillas se calentaran. Agachó la cabeza y observó sus dedos para disimular la vergüenza que le provocaron sus pensamientos.

—Me refiero a vernos más seguido, que me des tu número de teléfono y hablemos. Mientras estemos saliendo, me gustaría que seamos exclusivos. —Agarró sus manos entre las suyas—. Me gustas mucho, Keily.

El corazón le latía salvaje. Tenía el impulso de querer salir corriendo y sudaba por culpa de la emoción que le provocaron sus palabras. Pero la conversación que tuvo con Josh regresó a ella como balde de agua fría, así que retiró sus manos de entre las suyas en un arrebato.

Alan estaba sorprendiendo y dolido en partes iguales ante su comportamiento tan repentino.

—¿Y qué pasó con Anna Lee? Me enteré de que estabas con ella —soltó, sin medir sus palabras.

Alan se quedó serio y, de un momento a otro, se echó a reír. Ella lo miró desconcertada y se levantó dispuesta a irse, aunque no sabía cómo. Quería alejarse de él, que solo se estaba burlando en su cara.  

—Espera, espera. —Alan la agarró de un brazo—. Lo siento, me dio risa lo que dijiste porque no tengo nada con Anna —explicó serio—. Salimos unas cuántas veces, pero no hay algo entre nosotros. Te aseguro que desde que te conocí no he vuelto a verla siquiera.

Keily quiso creerle, su corazón pidió a gritos que aceptara lo que él estaba ofreciendo, pero tenía miedo. No sabía si valía la pena arriesgarse y enfrentarse a todo lo que iba a conllevar salir con él o tener algún tipo de vínculo.

—Necesito pensarlo —dijo antes de que caminara hacia la moto, haciéndole saber que quería irse.

Cuando Alan la llevó a su casa, intercambiaron números.

—Esperaré por tu respuesta el tiempo necesario —él le dijo y le dio un beso en la mejilla, después se fue a toda velocidad en su motocicleta.

***

Jack besaba a la joven con pasión mientras sus manos se posaron en las caderas de ella y la levantó, esto provocó que rodeara las piernas en su cintura. Él rio en sus labios y le susurró un «te quiero» que le erizó la piel. La vibración del celular le molestó, pero decidió ignorarlo y seguía adueñándose de su boca.

—Contesta, Jack —le dijo sin soltarlo.

Él resopló y la puso sobre sus pies, después tomó la llamada sin fijarse de quien se trataba.

—¿Qué? —contestó molesto por la interrupción.

—Necesito que vengas, Jack —dijo Carol, quien lloraba desde el otro lado de la línea—. Es Willy, te necesita.

Se tensó y miró a la rubia que estaba entretenida haciendo unos emparedados de atún, sus favoritos.

Colgó la llamada.

—Tengo que irme —anunció y le dio un beso en la frente.

—¿Y la cena? —preguntó triste.

—Te lo compensaré, linda.

***

Jack salió de sus pensamientos y observó a Carol que entraba al cuarto que compartían. Ella se fijó en él e hizo una mueca de disgusto.

—Habla con Charlotte, ya no sé qué decirle para que salga de su habitación.

El suspiró y se pasó las manos por el rostro para liberar un poco la frustración. No sabía cómo iba a lidiar con su hija que, desde el incidente con Keily y Alan, había estado depresiva y negándose a comer.

Decidió ir a enfrentar a su hija, pues sabía que era algo inevitable. No tenía caso huir de la situación. Salió de su cuarto y, cuando estuvo frente a la puerta, golpeó varias veces. No obtuvo respuesta, así que siguió insistiendo.

—Ábreme, necesitamos hablar.

Charlotte obedeció. Él sintió compasión cuando vio que tenía los ojos rojos de tanto llorar, el pelo hecho un desastre y la habitación desordenada. Se adentró y la fundió en un abrazo mientras ella lloraba en su pecho. Charlotte siempre fue una niña de papi y él la consentía en todo lo que quería su princesa, como la llamaba.

—No llores, mi amor.

Le secó las lágrimas con los pulgares. Ella se alejó y le dio la espalda.

—Jessica vio a Keily subirse a la moto de Alan, papá. Sabrá Dios qué cosas hicieron —dijo la chica, quien sollozaba de nuevo.

— ¿Estás segura? Quizás Jessica se equivocó.

—¡No la defiendas, papá! —gritó, alterada—. Esa zorra logró su cometido.

Jack se masajeó las sienes como acostumbraba cuando se sentía frustrado.

—Hablaré con Keily, pero ya deja el drama, por favor. Tú sabes que ese chico nunca mostró interés en ti.

Charlotte giró los ojos y negó con la cabeza.

—La defiendes tanto, ¿pero sabes qué? Tienes razón, no debo torturarme por eso. —Se pasó las manos varias veces por el rostro—. Ellos sabrán quién soy yo.

—¿Qué vas a hacer, Charlotte? Déjalos, yo me encargaré de poner todo en su lugar.

—No haré nada. Ahora déjame sola que debo arreglarme. Parezco una indigente. —Se miró al espejo con cara de asco mientras Jack salía confundido y preocupado de la habitación de su hija. 

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