Capítulo 7

Alan abrió la puerta de un coche rojo, muy bonito, para que Keily entrara. Se percató de que se hubiese acomodado para subir al volante y empezó a conducir a través de la oscura carretera que se abría paso.

Ella estaba nerviosa casi de la misma manera que emocionada. Era la primera vez que salía con un chico y no sabía qué debía decir ni cómo tenía que actuar. Alan no se lo puso fácil, pues se mantuvo en silencio durante todo el trayecto.

No le pasó desapercibido lo bello que se veía desde donde estaba. Alan estaba concentrado y con la mirada fija en la carretera, sus manos presionaban el volante mientras sus dedos se movían una y otra vez.

Su mente vagó en lo hermoso que eran los ojos de él, la manera en que sus labios se curvaban cuando reía y la mandíbula definida que le daba un toque varonil. Había llegado a la conclusión de que era el chico más lindo que había visto en su vida.

—¿Qué música te gusta? —Alan interrumpió sus pensamientos.

Él tenía los dedos sobre la radio como si estuviese esperando a que ella hablase para encenderla.

—De todo un poco —contestó, avergonzada por las meditaciones que tenía sobre él.

Un hip hop pegadizo se escuchó en todo el auto y Alan empezó a mover la cabeza de arriba abajo. Ella rio ante lo cómico que se veía, pero después le siguió el juego.

Llegaron a un pequeño restaurante. Su fachada no era lujosa, pero por dentro era muy acogedor. Una música suave ambientaba el lugar y un camarero los dirigió hacia una mesa al fondo, frente a un gran ventanal. Tomaron asiento y les entregaron el menú.

Alan no podía retirar la mirada de Keily, eso provocó que las mejillas de ella ardieran.

—Te sonrojas mucho —dijo entre risitas—, y eso te hace ver muy tierna.

Keily notó que él dirigió la vista de sus ojos a la boca. Por instinto, ella se mordió el labio inferior y se cubrió el rostro con el menú por culpa de la vergüenza. Al pasar los minutos, ambos relajaron la postura rígida que habían adoptado. Pidieron la comida y cenaron entre risitas y conversaciones triviales.

—No puedo creer que hemos hablado por casi una hora y no sé nada de ti.

Alan la miró directo a los ojos al decir esto.

—¿Qué quieres saber?

—Empecemos por lo básico. Cuéntame algo de tu vida, Keily. Lo que sea.

Ella estaba nerviosa, porque no sabía qué decir. Además, él no había mencionado algo relevante tampoco, pues solo había aclarado que el auto en el que andaba no era suyo. Mencionó que un amigo se lo había prestado por esa noche.

—Soy Keily Brown y tengo diecisiete años. Aspiro a estudiar diseño en la universidad... —Hizo silencio, pues no sabía qué más contarle—. Ahora dime tú.

—Soy Alan Ricci, tengo veinte años y estudio Informática.

A keily le pareció gracioso la manera en que él la imitó.

—Italiano, ¿cierto?

Esatto. De hecho, vine a este pueblo hace más de un año con mi hermano mayor y vivimos juntos —contestó deprisa—. Casi de inmediato conseguí el empleo en la bodega y de noche estudio —finalizó y se atrevió a tomar su mano entre la suya.

Ese movimiento repentino provocó que Keily se asustara. Así que la retiró despacio mientras simulaba que buscaba algo en el bolso. Estaba muy nerviosa, y no quería hacerlo notar.

—No sabía que el señor Brown tenía una hija menor —cambió de tema—. Me sorprendí mucho cuando escuché los rumores.

Alan sabía que no era prudente hablar de eso, pero quería sacarle más información sobre su vida.

—Bueno, eso es una historia un poco complicada —contestó, dejando claro con eso que no le apetecía seguir—. ¿Qué hablaban tú y Jack mientras me esperabas? —preguntó para desviar el tema.

—Me informaba las mil maneras que conoce para matar a alguien —respondió serio.

Se miraron a los ojos por unos segundos, después estallaron en carcajadas al unísono.

Por otro lado, la cocina de la familia Brown estaba hecha un desastre. Jack trataba de calmar a su hija que se encontraba histérica. Gritaba a todo pulmón lo hijo de puta que era Alan Ricci al atreverse a salir con su bastarda hermana cuando sabía que ella había intentado algo con él hacía mucho tiempo y nunca obtuvo nada de su parte.

—La odio, papá. ¿Qué le ve Alan? Es una rubia insípida. Nunca debiste traerla, es tu culpa —chilló, dirigiéndose a su padre mientras lo miraba de mala manera.

—¡Ya basta, jovencita! Estás bastante grande para hacer estos espectáculos —espetó Jack, irritado por la situación.

Josh también se encontraba molesto, porque consideraba que su padre no debió permitir que Keily saliera con el italiano.

—Papá, Alan tiene algo con Anna Lee. ¿Acaso quieres que juegue con tu hija de esa forma?

Jack lo observó boquiabierto y bufó con molestia.

—¿Tú también? ¿Ahora se pondrán a una para fastidiarme? —escupió con rabia mientras posaba los ojos sobre cada uno de sus hijos.

Willy levantó las manos de forma inocente.

—No me entres en el paquete, papá. A mí no me importa lo que haga Keily. Si son felices, por mí está bien —dijo en medio de una sonrisa amable.

Charlotte rodó los ojos con hastío.

—Tu opinión no cuenta, anormal —habló con desdén, pero su mellizo solo se encogió de hombros.

—¿Cuál es el escándalo?

Carol irrumpió en la cocina.

—Mamá, me han jugado sucio, he sido traicionada —dijo Charlotte de forma dramática y con lágrimas en los ojos mientras abrazaba a su madre.

Los tres hombres presentes hicieron gestos de fastidio ante sus palabras y acciones. Jack sostuvo su cabeza, ya que sentía que iba a estallar en cualquier momento; Josh rio, divertido, por la escena de su hermana y Willy aprovechó la ocasión para escabullirse de la cocina y no seguir soportando tanto drama sin sentido.

—Jack, ¿qué sucede? —preguntó su esposa una vez más, sosteniendo a su hija que seguía lloriqueando.

—Habla, papá. Dile que la maldita rubia se le metió por los ojos a mi Alan —gritó Charlotte como cría de cinco años.

Josh negó con la cabeza y se dirigió hacia donde se fue Willy, pues se había colmado de los berrinches de su hermana.

—Basta ya, Charlotte. No hables así de Keily, no te lo voy a permitir — advirtió Jack, cansado del tema.

—Querida, ve a tu cuarto que tengo que hablar con tu padre.

—Pero, mamá...

—Ve, después conversaremos tú y yo.

Charlotte salió de la cocina, no sin antes azotar la puerta con fuerza para llamar la atención.

Jack le explicó todo a su esposa y deseó olvidarse de eso para poder ir a descansar.

—¿Ves los problemas que trae esa niña? Te dije que era mala idea que se quedara.

—Entonces, ¿la tenía que dejar desamparada? Ella no tiene la culpa de nada. Alan nunca le ha hecho caso a Charlotte para que se comporte así. —Trató de razonar con su esposa.

—¿Vas a defenderla por encima de nuestra hija?

—Keily también es mi hija.

—No tiene caso discutir contigo. Te informo que haré todo lo posible por hacer feliz Charlotte y la voy a apoyar, así tenga que llevarme por delante a quién sea —sentenció antes de retirarse.  

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