Capítulo 38

Los pies se le movieron solos, ella no sabía a dónde se dirigía hasta que entró a la bodega del chico de sus sueños. El corazón se le quiso salir del pecho cuando lo vio detrás del mostrador, sonriente. Intercambiaron miradas y se perdieron en los orbes del otro.

Un estruendo se escuchó, eso provocó que Keily saliera, encontrándose con muchas personas que gritaban. Varios hombres en motocicletas, vestidos de negro y con aspectos de chicos malos, se apoderaban de la calle como si se trataba de una manada. Uno de los tipos fijó su mirada en ella y sonrió con malicia.

Avanzó hacia dónde estaba y la cargó en su hombro como si de un costal de papas se tratara. Sus gritos eran ahogados por el rechinar de los neumáticos de cada estruendosa motocicleta.

Lo último que ella vio fue al chico de la bodega que corría en su dirección.

La llevaron a un lugar hediondo, parecía un laberinto con muchos cuartos sin puertas conectadas unas con otras.

—Linda chica has conseguido hoy.

Dijo uno de ellos mientras se mordía los labios. La arrastraron hacia una de las habitaciones sin dejar de reír todo el tiempo. Sus piernas reaccionaron y se echó a correr con lágrimas en los ojos.

Entraba y salía por los mismos lugares como si estuviera corriendo en círculos. Pasó al final de una puerta y vio una gran pared a lo lejos, estaba en un lugar alto cercado de un terreno con plantas secas.

Regresó a la habitación y caminó entre los cuartos anteriores. Esa vez, vislumbró al chico perverso detrás de ella. Corrió hacia un claro donde se encontraban más hombres semidesnudos y con los rostros pintados.

Posó la vista en una pared, le llamó la atención una imagen dibujada de ella junto al hombre que la raptó. Él llegó a su lado y siguió sonriendo de manera horrorosa. Uno de ellos tenía una lanza, Keily se acercó y, en un movimiento rápido, se la arrebató de las manos. Le apuntó en señal de ataque, lo que provocó que el tipo borrara su sonrisa.

Todos hicieron silencio y alguien tachó su imagen en la pared con un líquido rojo que esperaba sea pintura. Le entregaron otra lanza al hombre que estaba furioso, al mismo tiempo que llegaba el chico de la bodega en cámara lenta.

Keily despertó de golpe, los sudores bañaban su frente y el dolor de cabeza hizo que se quejara en voz alta. Los sueños habían empeorado al pasar de los días, cada uno de ellos trataba sobre Alan. Se pasó las manos por la cara y se levantó para ir al baño. Se lavó con agua fría para refrescarse un poco.

Escuchó unos toques en la puerta, así que caminó despacio hacia allá. Willy miraba a todos lados para evitar el contacto visual por lo avergonzado que se encontraba.

—Quiero decirte algo.

Ella se echó a un lado para que él pasara. Se sentó en la cama y Willy la imitó, posicionándose frente a ella. Keily se quedó en silencio para darle tiempo a que hablara.

—Amo a Marian —dijo, agachando la mirada.

Keily sonrió y tomó su mano entre las suyas.

—Eso es genial, Willy, ella siente lo mismo por ti. —Le acarició la piel con ternura.

Marian le había confesado días atrás que quería quedarse a su lado, aunque él estuviera enfermo.

—Quiero pedirle matrimonio.

Willy sacó una cajita de terciopelo de su bolsillo, la abrió y le mostró un diminuto anillo de diamantes muy delicado.

—Es hermoso, Will —exclamó con los ojos cristalinos. Ella estaba muy feliz por él.

—¿Crees que acepte, Kei? —preguntó con timidez—. Sé que puedo morir en cualquier momento, pero quiero hacer esto.

—Ella dirá que sí, eres el mejor hombre del mundo.

Lo apretó en un abrazo mientras lloraba en silencio sobre sus hombros.

***

Keily conducía por la carretera que se sabía de memoria. Llegó al claro, como se le había hecho costumbre todo ese tiempo desde que Alan se fue. Los recuerdos pasaron por su mente y la dañaron, pero no podía dejar de ir.  

Estando ahí se sentía cerca de él, que todo lo que sucedió era verdadero. Aunque tenía cierto resentimiento hacia Alan, pues debió llevarla consigo.

Percibió pasos detrás de ella y el cuerpo se le erizó. Su mente le gritó que era Alan, el corazón le latía con fuerza por la emoción.

Unas manos frías le agarraron el brazo y le dieron la vuelta.

Ojos grises, pelo castaño desordenado fue en lo primero que se fijó. Quiso gritar, pero la voz no le salió. «¿Cómo llegó aquí? ¿Cómo supo de este lugar?», se preguntó en silencio. Su presencia solo mancillaba el recuerdo de Alan.  

Los orbes de Josh carecían de brillo, su rostro lucía cansado y con más años de los que tenía. Llevaba el pelo largo recogido en una coleta y barba abundante. Su ropa estaba desaliñada y sucia.

Lo último que Keily supo de Joshua fue que su hijo nació muerto. Al parecer, se había encariñado con él porque su alcoholismo lo llevó a quedarse sin dinero.

—No te haré daño —dijo con voz rasposa.

Ella estaba temblando, los nervios la paralizaron y la dejaron sin habla. Retrocedió para alejarse, pero él se lo impidió y la agarró por los brazos.

—Necesito que me perdones, Kei. Lo siento mucho.

Su disculpa sonó sincera, hablaba con pesar y a Keily le dio lástima. No era ni la sombra del Josh que conoció.

—Suéltame —logró decir con temor.

Él negó con la cabeza varias veces.  

—Debes hablar con Jack, necesito su ayuda. Por favor, Kei, estoy en la calle porque tuve que hipotecar mi apartamento y lo perdí.

La voz se le quebró y el corazón de Keily se estrujó. Le dolió mucho verlo de esa manera.

—¿Y carol? —preguntó, sabía que su madre nunca lo dejaría solo.

—Ella no tiene dinero, me ha ayudado muchas veces y ya no puede.

Josh agachó la cabeza con pesar porque era un golpe bajo a su orgullo.

—¿Cómo llegaste aquí? Este era nuestro lugar —le recriminó con angustia.

Ya no solo el recuerdo del italiano tendría al volver ahí.

—Te he seguido muchas veces para hablar contigo, pero no me atrevía.

—Vamos a casa para que le expliques a mi papá —dijo mientras caminaba entre los árboles para llegar a su auto.

Josh la detuvo de repente y negó con la cabeza.

—Si me ve en la casa me va a matar, Kei, mejor habla tú con él —pidió con miedo en su mirada.

—No, tienes que enfrentarlo y pedirle perdón. Que vea lo arrepentido que estás. Yo no tengo dinero, Josh, solo él puede ayudarte...

—Sí tienes —la interrumpió —. Jack abrió una cuenta con una buena cantidad de dinero a tu nombre.

Eso era cierto, pero ella nunca lo había tocado y no pensaba hacerlo sin su consentimiento.

—La única ayuda que te puedo dar es llevarte a él e intervenir por ti.

Josh suspiró y asintió a sus palabras. No tenía otra salida que hacer las cosas como ella pedía.

Él se acomodó en el asiento del copiloto y Keily empezó a manejar, nerviosa. Su presencia le daba miedo.

—Lo haces muy bien. —Ella lo miró, confundida por sus palabras—. Conduces bien, Kei, ¿recuerdas cuando te enseñaba?

 Keily sonrió a medias cuando su mente se llenó de las veces que él se alteraba por cualquier error que cometía.

No dijeron nada más después de eso. Ella encendió la radio para evitar el silencio incómodo y se perdieron en la carretera directo a casa. 

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