Capítulo 34
Keily conducía por la carretera mientras movía el cuerpo al ritmo de la música. Marian también bailaba desde el asiento del copiloto, agitaba las manos y cantaba a todo pulmón.
Se rieron con complicidad por sus acciones, estaban teniendo un buen momento y lo disfrutaron al máximo. Habían ido a buscar un empleo para Marian porque se quedaría en el pueblo más tiempo. La conexión que tuvo con Willy fue fuerte, aunque él no le había mencionado su enfermedad.
—Espero que me llamen de ese restaurante, Kei, parece decente.
—Lo harán, eres perfecta para el puesto.
Marian sonrió y cruzó los dedos.
—Tengo hambre —se quejó como niña pequeña.
—Te voy a llevar a Matt 's.
En el restaurante, comieron en medio de una charla muy animada sobre cualquier cosa. Keily hizo silencio cuando sintió la vibración de su celular. Lo verificó y una sonrisa adornó su rostro al momento en que leyó el nombre de Alan en la pantalla. El corazón se le aceleró y con manos temblorosas contestó la llamada.
—¿Sí?
—¿Cómo estás, preciosa?
Ella se mordió los labios cuando escuchó su voz.
—Bien, ¿y tú? —respondió deprisa.
Keily tenía la cara sonrojada debido a la emoción que sentía.
—Estoy mucho mejor ahora, Kei. Te extraño.
Las palabras de él provocaron que ella cerrara los ojos.
—Yo también te extraño, Alan —respondió sin pensarlo, y se dio cuenta tarde de que lo había dicho en voz alta.
Escuchó su risa y pudo jurar que él se tocaba el pelo y achicaba sus hermosos ojos verdes.
—¿Qué te parece si nos vemos esta noche? —preguntó y ella se puso más nerviosa, si eso era posible.
—Tengo clases hoy, Alan. Yo...
—Puedo pasar por ti —la interrumpió.
Keily quería verlo, necesitaba sentirlo cerca aunque sea por un momento.
—Está bien, nos vemos en la universidad.
—Genial, te esperaré fuera. Te quiero.
Alan colgó y la dejó sin habla. «Este chico será mi perdición», pensó.
Marian carraspeó, la miraba con una sonrisa pícara.
—Así que la princesa verá a su príncipe.
Keily se cubrió la cara con las manos por la vergüenza, ya que había olvidado que su amiga estaba ahí.
—Sí, y necesito un favor tuyo.
En la universidad, Keily contaba los minutos para que la clase terminara, se encontraba ansiosa. Miró el reloj de nuevo y su impaciencia aumentó.
—Estás nerviosa —dijo Aaron, quien la observaba extrañado.
Ella se mordió el pulgar y asintió con timidez. Ellos no habían hablado de lo que pasó en el parque. Keily se sintió mal por él; sabía que le gustaba, pero solo lo estimaba como un amigo.
Al fin terminó la clase y Keily recogió los útiles con rapidez. Se levantó para salir del aula, pero Aaron la agarró del brazo y la detuvo.
—Quiero que hablemos, siento que me evitas.
Ella negó con la cabeza ante sus palabras.
—No es cierto —respondió, desviando la mirada.
Salieron juntos y él se paró frente a ella con la intención de seguir hablando.
—¿Volviste con Alan? —preguntó despacio.
Los ojos de Aaron brillaban con intensidad y sus mejillas lucían sonrojadas. Él era un chico excepcional, apuesto, inteligente y todo un caballero.
—Es complicado. Lamento mucho lo que pasó, yo estoy muy apenada por cómo acabó ese día que fuimos al parque.
—No te preocupes, Keily, entiendo que estás enamorada de él —respondió y agachó la mirada.
El corazón de ella se encogió, le dolió presenciar la tristeza que reflejaba. Sabía que estaba herido y no tenía idea de qué podría hacer para enmendar lo que pasó. Sin embargo, nunca le diría una cosa por otra, eso sería desastroso.
—Hablando del rey de Roma... —él murmuró mientras fijó la vista hacia un punto detrás de Keily.
Ella siguió su mirada y divisó a Alan, quien estaba aparcando su moto. Vestía todo de negro y colgaba un bolso de lado.
Alan se quitó el casco, dejó libre su cabellera castaña que lucía desordenada y sonrió cuando la vio. Ella no apartó los ojos de él mientras se acercaba hacia donde ellos estaban.
La sonrisa de Alan se desvaneció cuando se percató de Aaron y este último se puso tenso ante su presencia.
—Vámonos, preciosa.
Le extiende la mano, pero ella no le correspondió porque había sido grosero.
—Saluda, Alan —reprendió, cruzándose de brazos.
Él resopló y miró a Aaron con desprecio.
—Buenas noches —saludó con desdén.
—Nos vemos luego, Keily. Cuídate.
Aaron se despidió de ella e ignoró por completo a Alan antes de retirarse. Keily abrió la boca en sorpresa por el comportamiento de ambos.
—Ves, Kei, es un maleducado.
Le dio un abrazo que Keily correspondió al instante. La apretó contra su pecho y ella se deleitaba con su aroma.
—Tú empezaste primero —dijo, aferrándose a él con fuerza.
Alan empezó a caminar sin dejar de abrazarla hasta que llegaron a la moto. Le colocó el casco, luego la ayudó a subir y se perdieron en la oscura carretera.
Él entró por un camino muy conocido por Keily, desde donde se vislumbraba una gran fogata. El claro estaba iluminado por las llamas y la luz de la luna. Ese lugar era aún más precioso de noche. Había una manta gruesa en el piso y Alan sacó un recipiente de su bolso.
—Traje cena, Kei —dijo con entusiasmo.
Él le agarró las manos y se sentaron uno frente al otro. Puso unos emparedados delante de ella con jugo de limón.
—¿Preparaste todo esto para mí? —preguntó Keily, sorprendida.
Él asintió con cierta timidez.
—Hice lo que pude, quería llevarte a un restaurante o algo...
—Esto es perfecto —lo interrumpió y él sonrió.
Terminaron de cenar y se tumbaron en la manta, uno al lado del otro, a observar las estrellas.
Keily estaba nerviosa y no sabía qué decir. Se mantuvieron en silencio, pero Alan acortó la distancia y la acomodó en su pecho. Cubrió su mano con la suya.
El corazón de ambos latía con rapidez. El calor del cuerpo de Alan le quemaba la piel a través de la tela que la cubría. El momento era íntimo, tan especial que sintió los ojos llorosos.
Alan se dio cuenta de eso y llevó una mano a su rostro.
—No llores, Kei, por favor —le rogó con dulzura.
—No puedo más, nunca he necesitado a alguien de esta manera.
Las palabras salieron de su boca sin control.
Alan estaba triste. A pesar de lo que pasaba, sus ojos no mentían. Keily sentía lo mismo. Él acercó el rostro al de ella sin dejar de sostenerle la mirada.
—Yo nunca he amado a alguien como te amo —confesó y los sentimientos de Keily se desbordaron, así que tomó la iniciativa y lo besó con intensidad.
Era uno desesperado, le mostraba cuánto lo quería, qué significaba para ella. Él le correspondió mientras le acariciaba las mejillas con dulzura. Llevó una mano a su cintura, lo que provocó que pasara fuego por sus venas. Keily le levantó la camiseta y rompió el beso para poder quitársela.
Alan se dejó llevar por sus acciones, estaba fascinado por la manera en que ella lo manejaba a su antojo.
La imitó y abrió los botones de su blusa despacio. Keily cerró los ojos ante el toque porque las manos de Alan eran delicadas en su piel, como si de un cristal frágil se tratara. Los besos bajaron desde su boca hasta el cuello y fueron los causantes de que ella jadeara.
Se deshicieron de toda la ropa y él besó cada parte de su cuerpo con adoración y vehemencia. Hicieron el amor sin dejar de mirarse a los ojos, se dijeron lo que con simples palabras hubiese sido imposible.
El cuerpo de Keily yacía sobre el de él, aún temblaba por la intensidad del momento.
—Ti amo —dijo Alan, luego le besó los labios.
Keily cerró los ojos ante las muestras de cariño que él le proporcionaba. Una idea descabellada le pasó por la mente, pero era la única salida a sus problemas.
—Escapemos, Alan, vámonos de este lugar.
***
💁♀️ Se aproxima el final de Inercia.
Gracias por leer ❤
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