Capítulo 33
Alan sintió besos por todo el cuello, mantuvo los ojos cerrados y no supo distinguir si era un sueño o la realidad. Lo disfrutaba, por tal razón, ladeó la cabeza para darle mayor acceso. La imagen de Keily le pasó por la mente, haciéndolo sonreír.
—¿Te gusta?
Frunció el ceño cuando escuchó esa voz que definitivamente no era de su enamorada. Abrió los orbes de golpe y vislumbró a Anna sobre él mientras le acariciaba el pecho desnudo. La retiró y se levantó de la cama.
—¿Qué rayos haces aquí?
Se pasó las manos por los rizos desordenados y ella rio al observar con descaro su cuerpo que solo lo cubría un bóxer.
—Vine a visitarte, mi amor, y te veías tan tierno dormido que no me aguanté.
—No me llames así, ¿cómo lograste entrar?
Alan se puso un pantalón y camiseta lo más rápido posible. Anna se levantó de la cama y se posicionó frente a él con cara de niña inocente.
—Quiero que hablemos, Alan.
—Pudiste esperar a que estuviera en la bodega.
—Aquí hay más privacidad.
Ella se acercó y él retrocedió. No quería que estuviera en su casa, la única chica que había llevado ahí era Keily y no deseaba que eso cambiara. Sintió que la estaba engañando con la sola presencia de Anna en ese lugar.
—¿Cómo entraste? —preguntó de nuevo, frustrado.
Ella resopló con fastidio.
—¿Eso importa? Tengo mis trucos, amorcito.
Alan rodó los ojos y la agarró por el brazo para sacarla de la habitación.
—Sea lo que sea que quieras, tendrás que esperar. Necesito que te vayas.
—Eres muy grosero, Alan, y no es necesario.
—Lo siento, pero en serio tienes que irte. Hablaremos luego en otro lugar.
—¿Por qué no aquí? —inquirió mientras llevaba los dedos a la barbilla, simulando que pensaba—. ¿No será que tienes una cita con la bastarda?
Alan encerró las manos en puños y avanzó hacia ella deprisa. La ira colmaba su paciencia.
—No la llames así —dijo con labios apretados.
Anna se encogió de hombros y sonrió burlona.
—Si volviste con ella, mi padre se va a enojar. ¿Sabes cómo se pone papi cuando no está feliz, Alan?
Él sabía que lo estaba amenazando, era consciente de todo lo que encerraban esas palabras.
—No estoy con Keily —ella sonrió, victoriosa—, tampoco contigo.
Las facciones de Anna cambiaron y sus ojos mostraron rabia contenida. Si las miradas mataran, él hubiese quedado en cenizas.
—¡Eres un malagradecido! Estás vivo por mi papá, comes por él, tienes esta casucha asquerosa por su benevolencia —gritó mientras lo señalaba con el índice—. Lo menos que puedes hacer es obedecer. No eres nadie, Alan, tu hermano tampoco. Solo son dos malditos huérfanos que respiran por la lástima de mi padre.
Alan cerró los puños con fuerza debido a la molestia. Si no fuera una chica, ya la hubiese golpeado. Sintió impotencia y frustración porque parte de lo que había dicho era cierto, pero otras no.
—Nada es en vano, ¿crees que todo ha sido gratis? —Se rio sin gracia y dio pasos hacia ella de una manera dramática. Anna retrocedió con temor—. Gian y yo hemos trabajado para Lee; yo en la bodega y él en sus sucios negocios.
—Da igual, le deben todo a él y si me entero que vuelves con la bastarda no dudaré en hundirlos. —Caminó a la puerta y lo miró con desprecio—. Si regresas con Keily Brown, no solo tendrás la pérdida de tu madre en la consciencia.
Se fue y dio un fuerte portazo, dejando a Alan paralizado al entender que acababa de amenazar con la vida de Keily.
***
Alan tenía miedo. Pocas veces había percibido ese sentimiento de incertidumbre, una molestia en el estómago y dolor de cabeza por darle tantas vueltas a algo. Desde temprano, sus pensamientos se basaron en lo que Anna mencionó.
—Estás muy distraído —dijo Carlos, quien se quitó el delantal y después lo colgó.
—Lo siento, solo estoy algo cansado.
Su compañero no le respondió y se retiró.
Alan se dispuso a organizar algunos productos y a limpiar el polvo de estos. La campanilla sonó, indicando que alguien había entrado.
Gian caminó hacia a él, acompañado de dos chicos con unos maletines negros en las manos.
—¿Hay alguien más aquí? ¿Carlos ya se marchó? —preguntó a la par que miraba a todos lados.
Alan negó con la cabeza. Sabía lo que harían, a veces usaban la bodega para contabilizar la mercancía.
—Perfecto. Marcos ve con Oscar a la parte de atrás y revisen todo.
Los aludidos se fueron sin decir ninguna palabra. Gian tomó unos chocolates y se los metió en la boca.
—Lleva tu porquería a otra parte —advirtió Alan con voz dura.
Gian rio y negó con la cabeza.
—Esa porquería es de Lee al igual que esta bodega. —Se acercó y lo miró directo a los ojos—. ¿No te aburres aquí, hermanito? Puedo darte un trabajo más emocionante y la paga es mucho mejor.
—No me interesa ese tipo de trabajo, Gian, no quiero nada que tenga que ver con eso.
Las palabras de Alan le causaron gracia, por tal razón, se carcajeó y le palmeó la mejilla varias veces.
—Qué equivocado estás, te has metido hasta el fondo. ¿Ves esto? —Abrió los brazos, señalando todo el lugar—. Está cimentado en la droga y armas que traficamos y tú, querido hermanito, eres tan responsable como yo.
Alan odió que él tuviera razón. Su deseo era hacer todo bien, pero mientras siguiera laborando para Lee sería partícipe de toda su basura.
—Anna me amenazó —cambió de tema—. Me dijo que si volvía con Keily mamá no iba a ser mi única pérdida.
A la mención de su madre, el rostro de Gian se transformó. No le gustaba hablar de ella porque se hacía responsable de su desaparición.
—No menciones a Isabella nunca más. —Su voz salió dura, pero sus ojos se cristalizaron y la angustia surcó sus facciones—. Esa chiquilla está loca, dale lo que quiere y sal de ella.
—No puedo, Gian, amo a Keily. Quiero dejar todo esto para poder ser feliz a su lado.
La voz de Alan salió desesperada, aunque no le gustaba hablar de sus sentimientos con él porque creía que eran una pérdida de tiempo. De hecho, Gian nunca había tenido una novia formal.
—No me importa lo que quieras o no. —Le apuntó con el dedo de manera acusatoria—. Estamos dentro y no hay salida.
Alan abrió la boca para reclamarle, pero Marcos y Oscar caminaron hacia ellos.
—Está todo perfecto, Gian —dijo Marcos y le entregó uno de los maletines.
—Genial —habló, complacido, y sacó de su bolsillo una bolsita con polvo blanco—. Te regalo esto, te ves tenso.
Se rio al ver la cara de espanto de su hermano y salió junto a sus colegas.
Alan tiró el paquetito a la basura con enojo. Sintió odio y rencor al pensar en todos los problemas en que estaba metido por culpa de su hermano. Emitió un grito debido a la impotencia y lanzó todo lo que encontró a su paso con rabia.
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