Capítulo 21

Keily y Alan se encontraban en Matt's, lugar donde iban a compartir con Willy y Madison, pero ellos no habían llegado.

Ella sentía que su cuerpo estaba ahí, mas la mente le vagaba por los acontecimientos de los últimos días, específicamente en Charlotte y Joshua.

Su hermana estaba saliendo con Gian y Josh se comportaba cada vez más extraño. Aunque no quería hablarle, él invadía su espacio personal e insistía. Incluso le había asegurado que el bebé que Amber esperaba no era suyo, y estaba dispuesto a hacerle una prueba de paternidad.

Alan la observó con curiosidad, porque no había hablado nada en el tiempo que tenían ahí.

—¿Qué sucede, Kei? Estás muy pensativa —indagó, preocupado.

—No es nada. —Le tomó la mano y lo miró directo a los ojos—. ¿Sabes lo que está pasando entre Gian y Charlotte?

—Pues...

—Hermanita —interrumpió Willy, quien acababa de llegar junto a una chica.

—Madison, ella es mi hermana Keily y él es su novio Alan.

Los aludidos se pusieron de pie para saludar.

—Hola, Madison. Willy me ha hablado mucho de ti —dijo Keily entusiasmada.

—De ti también he escuchado mucho —respondió tímida mientras Alan le daba la mano con cortesía.

—Gusto en conocerte.  

Luego de que se presentaron, se sentaron en la mesa y pidieron la comida.

—Háblanos un poco sobre ti, Madison —pidió Keily, observándola con interés.

—Tengo diecinueve años, trabajo en una pizzería y vivo con mi abuela —respondió, encogiéndose de hombros—. No hay mucho qué contar.

—Nos conocimos un día que fui a comer a la pizzería —añadió Willy, sonriente, mirándola con ojos brillosos.

Siguieron conversando de una manera amena, y eso permitió que Madison se relajara y mostró su buen sentido del humor. Cada uno de ellos contó algo sobre sus vidas, qué hacían y estudiaban. Las bromas no faltaron.

—Nosotros debemos irnos, Kei —informó Willy, levantándose y dejando dinero en la mesa.

Alan y Keily lo imitaron y se despidieron.

—Hoy me toca llevarte —le recordó ella.

Keily fue la que los movió en su auto y la encargada de regresar al apartamento.

Salieron del restaurante. La tarde estaba nublada debido al cielo gris que anunciaba la lluvia. En el camino, hablaron de sus sueños y metas: ella le contó cuánto deseaba trabajar lo que le gustaba y él, con palabras sutiles, dijo que daría lo que fuera por algún día obtener la ansiada libertad.

—¿Quieres pasar? —preguntó una vez estaban frente al edificio donde vivía.

Le acarició las mejillas con dulzura, lo que provocó que ella cerrara los ojos antes de asentir. Alan le agarró la mano y cuando subieron las largas escaleras hasta el cuarto piso, abrió la puerta y la dejó pasar de primero.

—Gian no se encuentra —anunció porque se percató de lo nerviosa que ella se encontraba y miraba a todos lados.

A Keily, una vez más, le agradó lo limpio y ordenado que estaba el apartamento de Alan.

Alan le hizo una seña para que lo siguiera por el pasillo y ella caminó detrás de él sin dejar de observar todo a su alrededor. Se detuvieron frente a una puerta blanca con un cartel que rezaba «peligro» en letras negras.

Entraron, no pasó desapercibido por Keily que ahí también había orden y olía a él. Las paredes eran grises con algunos pósteres de artistas en ellas. Había un armario, una cama grande y una TV. En su escritorio reposaba una laptop y algunas figuras de caricaturas que no logró distinguir.

—Ponte cómoda, preciosa —dijo mientras se quitaba la camisa.

Él se quedó con la camiseta sin mangas y Keily no pudo evitar mirar sus brazos trabajados. Estaba embobada observando su cuerpo y Alan rio con coquetería cuando se percató de ello.

—¿Te gusta lo que ves, Kei?

Un leve sonrojo le tiñó las mejillas y desvió la mirada a causa de la vergüenza. Alan soltó una carcajada, luego le besó los labios con dulzura. Ella le correspondió, rodeó su cuello y le dio caricias en el pelo de su nuca.

Un relámpago resonó en la habitación, eso hizo que ella saltara por el susto y se aferró a él. El ambiente se tornó candente y excitante debido a los besos, caricias y la lluvia que caía como cascada por el cristal de la ventana.

La ropa de cada uno fue quedando por toda la habitación y, en un movimiento suave, él la depositó sobre la cama mientras le dejaba un reguero de besos por la mandíbula y el cuello.

Keily cerró los ojos, pero Alan le puso los labios sobre los párpados para que los abriera y sus miradas se entrelazaron. Entre besos, caricias y gemidos se entregaron al otro.

Ella no podía despegar la vista de Alan y le resultó maravilloso cómo todas sus facciones reflejaban el placer que estaba experimentado.

Su mirada dilatada y sonrisa cómplice fue todo lo que necesitó para perderse con él en un mar de sensaciones que jamás había sentido antes.

***

Keily abrió los ojos despacio y miró a su alrededor. El susto provocó que se sentara de golpe, pero se relajó un poco cuando los recuerdos invadieron su mente.

Se fijó en la hora de su teléfono y agradeció en voz baja que no era tarde. Se percató de que la lluvia aún no había cesado, también que se encontraba a solas en la habitación.

Se levantó de la cama, cubriendo su cuerpo desnudo con la manta. Buscó la ropa que yacía doblada en el escritorio. Sonrió porque él tuvo la delicadeza de dejarla ahí. Sin perder tiempo, se vistió y salió a pasos lentos del cuarto.

Logró escuchar voces desde el pasillo; reconoció la de Alan que parecía que discutía con su hermano. Se acercó con cautela y los vio en la cocina.

A Alan solo lo cubría un pantalón de pijama, tenía el pelo desordenado y sostenía una taza de café. Estaba de espalda a ella y a Gian de frente a él, quien lucía molesto.

—Quiero que pares esa idiotez, no tiene caso estar con Charlotte por una venganza sin sentido —recriminó Alan mientras señalaba a su hermano.

Gian posó los ojos sobre Keily y sonrió con malicia.

—Ese era nuestro plan, hermanito, ¿recuerdas? Tú te acostabas con Keily y yo con Charlotte, supongo que nos ha funcionado de maravilla.

—¿De qué hablas, Gian? —preguntó Alan, sorprendido por las palabras que acababa de decir su hermano.

 El grito ahogado de Keily provocó que él se girara. Abrió los ojos por sorpresa cuando se percató de su presencia e intentó acercarse. Ella retrocedió, se llevó una mano a la boca a la vez que lágrimas pesadas caían por sus mejillas.

—Keily, ¿cuánto tiempo llevas ahí? —cuestionó preocupado y con los orbes llorosos.

—¿Así que yo era un plan de venganza? Josh tenía razón, nunca debí confiar en ti —dicho eso, salió del lugar deprisa.

Bajó las escaleras y llegó hasta su auto, empapada por la lluvia que arreciaba. Alan la alcanzó y le agarró el brazo para evitar que se marchara, pero ella se zafó de manera brusca.  

—Keily, te juro que no es lo que crees. Déjame explicarte, por favor.

Alan se encontraba descalzo, semidesnudo y mojado por completo en medio de la calle.  Sus ojos lucían desesperados y tristes ante el dolor y la rabia que emanaba de ella.

Keily se descontroló tanto que le pegó una cachetada con todo el coraje y la fuerza que logró reunir.

—Ya conseguiste lo que querías, felicidades, ahora déjame en paz.

Entró al auto y condujo con rapidez por la carretera, a pesar de que tenía la visión nublada por las lágrimas. El dolor en su pecho crecía por cada segundo que era consciente de lo que había sucedido.

—Caí en el juego de los Ricci y he perdido —se lamentó en voz alta mientras sollozaba desconsolada.

Alan la vio desaparecer por la carretera y temió que algo le pasase. Percibió un sentimiento indescriptible al recordar cómo lo miraba. Ella creía que todo era un plan, cuando para él fue lo mejor que le había pasado en la vida.

Subió las escaleras deprisa, entró al apartamento y observó a Gian que se encontraba sentado de manera despreocupada en el sofá. En un arrebato, lo agarró por el cuello y lo estampó en la pared.

—¡Eres un maldito imbécil! ¿Por qué te empeñas en arruinarme la vida!

El grito le causó risa, lo que aumentó el deseo de que Alan quisiera matarlo.

—Solo velo por lo mejor para nosotros. Tu relación con esa niñita nos va a traer problemas.

Alan, cegado por la ira, le dio un puñetazo y sangre le salió de la nariz. Gian se limpio con la mano mientras sonreía burlesco.

—¿Qué te hizo la bastarda para que te pongas así?

Alan se abalanzó sobre él y le propinó golpes de manera errática. Quería herirlo y descargar la frustración e impotencia que sentía. Su hermano siempre tomaba decisiones que lo perjudicaban.

—¡Es suficiente! —Gian gritó y lo golpeó varias veces, lo que provocó que él retrocediera.

—Keily era lo más hermoso que tenía y lo has arruinado.

La  voz le salió entrecortada por la desesperación. Unas inmensas ganas de llorar se apoderaron de él; pero no sucumbió, no frente a Gian.

El mayor negó con la cabeza y acercó su rostro al de Alan. Se miraron directo a los ojos en una batalla que ninguno pensaba perder.

—Te advertí que no te enamoraras, mucho menos de esa rubia, pero nunca me haces caso. Tienes que volver con Anna, Lee me lo advirtió y sabes que sin su apoyo estamos muertos. Nos hice un favor.

—Nunca volveré con ella, no pueden obligarme a nada. Voy a arreglar las cosas con Keily.

Gian rio al escucharlo.

—Sabes lo que pasará si no hacemos lo que Lee quiere. Actúa como un hombre por una vez en tu vida —dicho eso, se retiró furioso.

Alan entró a la habitación cabizbajo, los recuerdos de lo que hicieron horas atrás causaron que sollozara. Sin lugar a dudas, fue el mejor momento de su vida. No podía renunciar a ella. 

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