Capítulo 37

Keily abrió los ojos despacio, en un intento de acostumbrarse a la luz. Observó las cuatro paredes blancas, luego posó la mirada en una aguja en su brazo que estaba conectada a un gotero hidratante.

«Al parecer estoy en un hospital», pensó al mismo tiempo que trataba de mover las piernas. El cuerpo le dolía y respiraba con dificultad.

Recorrió cada rincón de la habitación hasta que divisó a Jack dormido en una silla.

—P-papá —balbuceó.

Él levantó la cabeza y la miró, sorprendido. Se paró de repente y se acercó a ella.

—Pequeña, estás despierta —dijo, anonadado, como si no creyera lo que veía.

Salió corriendo y, en unos minutos, entró de nuevo con un doctor. Este la chequeó por todas partes y le hizo preguntas que solo pudo responder con monosílabos.

—Le haremos unos cuántos análisis y luego podrá irse a casa —sentenció el doctor.

Unas enfermeras entraron, tomaron muestras de su sangre y se marcharon. Jack le agarró la mano y la besó con dulzura.  

—No sabes lo asustado que estaba. —La voz se le quebró.

—Lo siento —respondió ella, apenada.

Él negó varias veces.

—No tienes la culpa, te juro que los que hicieron esto lo pagarán muy caro.

Su mirada reflejaba odio e ira.

—¿Y Alan? —preguntó con desesperación.

Jack se alejó de ella. Su postura era rígida y apretó las manos.

—No sé —dijo entre dientes.

La mirada curiosa y confundida de Keily se posó sobre él.

—Quiero verlo, papá.

Él negó varias veces, desconcertado.

—Todo lo que pasaste fue su culpa, no dejaré que se te acerque nunca más.

—No, papá, Alan no tuvo nada que ver. Te lo aseguro.

Las lágrimas se hicieron presentes por el temor a no volver a verlo. No comprendía qué realmente pasó, pero sabía que él no tuvo la culpa.

Jack se acongojó al presenciar lo afectada que estaba. La apretó contra su pecho mientras le acariciaba los brazos con suavidad.

—No dejaré que nada ni nadie te dañe, pequeña.

Se apartó un poco para enjugar las lágrimas con sus pulgares y le besó la frente.

—Necesito verlo, por favor —le suplicó y él agachó la mirada.

—Eso no será posible, Keily. Alan se fue del pueblo.

 Meses después, todo había cambiado. A Keily la dejaron interna por un tiempo porque cayó en depresión. Una de las razones de su recaída era que nadie le quiso decir lo que pasó con Alan, solo sabía que se había ido lejos.

Jack estaba en trámites de divorcio y Carol se fue a vivir con Charlotte a otro lugar. Eso ocurrió como consecuencia de que Alan le dijo a Jack todo lo sucedido con Josh y Keily. El hermano mayor de los Brown lo había negado, pero Zoe y Justin lo desmintieron. Fue tanto el escándalo, que Joshua sacó una navaja y casi apuñaló a su primo.

La vida de cada uno se había descontrolado. Jack golpeó a Josh de una manera tan brutal que este terminó en un hospital. Lo echó de la casa, solo le dejó el apartamento y algo de dinero en su cuenta por el bebé que esperaba.

Willy se quedó en la casa con Jack y Marian, porque no aprobaba ni apoyaba todo lo malo que hizo su hermano mayor.

Después de un tiempo encerrada, Keily salió a dar un paseo. Conducía hacia la casita de Alan porque no querían hablarle de él, así que iba a buscar por ella misma las respuestas que necesitaba.

Entró por el portón negro; el entorno estaba descuidado y la maleza había crecido. El corazón se le encogió cuando cayó en cuenta de que en realidad se había ido.

Abrió la puerta y la pequeña sala era iluminada por los rayos del sol que entraban por la ventana. El sofá estaba cubierto por una manta con una ligera capa de polvo sobre ella. Se dirigió a la habitación y encontró todo ordenado, los cajones vacíos y la cama descubierta.

Un grito desgarrador le brotó de la garganta ante lo inevitable: Alan se fue y la dejó.

Los recuerdos de las veces que estuvo ahí pasaron por su mente. El lugar le pareció lúgubre y eso hizo que se estremeciera. Salió de la casita hecha un mar de lágrimas, abrazándose para calmarse.

Con la vista puesta en la carretera, condujo a ningún lado en específico. Sin haberlo sopesado, se encontró frente al apartamento de Gian. «Quizás él sabe algo», pensó.  

Salió del auto deprisa y se dirigió al lugar que creyó jamás volvería.

Subió las escaleras con desespero hasta que se detuvo frente a la puerta. Los nervios estaban a flor de piel, temblaba como una hoja y su cerebro no le daba ninguna orden al cuerpo.

Se pasó una mano por el rostro y, armada de valor, tocó la puerta varias veces. La ansiedad creció cuando nadie respondió. Golpeó más fuerte, lo que causó que se hiciera daño en los nudillos.

Gian abrió, sus ojos se agrandaron por la sorpresa cuando la vio. La tensión era casi palpable al momento que se echó a un lado para que ella pasara.

—Nunca se me pasó por la mente que te vería por aquí. —Le hizo una seña para que se sentara en el sofá. Keily se acomodó y apretó las manos sudadas en los pantalones—. ¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza? —Negó con la mirada agachada. Él suspiró y se sentó frente a ella—. Supongo que esta repentina visita no es para admirar mi alfombra.

Ella posó la vista sobre él, notó que sus ojos verdes la escaneaban con intensidad. El parecido con Alan la abrumó y tuvo que desviar la mirada.

—Quiero saber de Alan, ¿por qué se fue?

La voz se entrecortó al mencionarlo.  

Gian se pasó las manos por la cara en un indicio de lo frustrado que se encontraba.

—Espera, necesito una cerveza.

Se levantó, entró a la cocina y volvió con una botella en mano. Le dio un largo trago, después se sentó de nuevo frente a ella.

—¿Qué te han dicho de él? —preguntó.

—Nadie me ha comentado nada, por eso estoy aquí. Quiero una explicación, por favor, necesito saber qué pasó —suplicó, desesperada.

—¿Qué recuerdas de la noche que te raptaron?

Keily trató de hacer memoria. La hermosa velada con Alan, la llamada de Aaron y la reunión con este último inundaron su mente. Luego de eso, no recordaba nada más.

Le explicó eso a Gian, él se levantó de la silla y empezó a caminar de un lado a otro, pensativo.

—Aaron fue quien le avisó a Anna que tú y mi hermanito estaban juntos.

La boca de Keily se abrió por la sorpresa.

—Eso es imposible, Aaron sería incapaz de hacerme daño —refutó, levantándose del sofá sin dejar de mirarlo de mala manera.

Gian se sorprendió por su arrebato, pero le pareció divertido y estalló en carcajadas. Keily, por su parte, frunció el ceño y cruzó los brazos por su infantil comportamiento.

—Tú y Alan son tal para cual, unos ingenuos de mierda. Creen que todos son buenas personas —dijo aún riendo. Se acercó y le agarró la cara para que lo viera directo a los ojos—. Cariño, Aaron es un peón de Lee y uno de los encargados de buscar chicas para traficarlas a otros países.

Keily estaba anonadada, su cara era todo un poema. «¿Todos están envueltos en cosas ilícitas en este lugar?», se preguntó en silencio.

La respiración se le agitó y se alejó de Gian en busca de aire. Él le agarró un brazo para que no se cayera mientras la miraba con cautela.

—¿Estás bien? Pareces que vas a entrar en pánico.

Se sentaron de nuevo y ella hizo un ademán para que él continúe.

—Anna había amenazado a Alan con hacerte daño si volvían, así que todo fue su plan, pero resultó desfavorable cuando nosotros te empezamos a buscarte. Enfrentamos a Lee y él nos ayudó. Se hizo un tipo de acuerdo: Alan fingió que pagaba tu rescate para no delatar a Lee y sus hombres. Por esto es que para tu padre y para casi todos en el pueblo mi hermano había estado involucrado en el secuestro.

Keily se cubrió la boca con las manos ante el peso de sus palabras. Otra vez Alan salía perjudicado por él y los verdaderos culpables estaban libres y tranquilos. Eso era tan injusto que le dolía.

—Tu padre nos amenazó y ahora la policía tiene como principal sospechoso a Alan. Así que tuvo que salir de aquí sin dejar pistas.

Keily cerró los ojos ante el dolor inmenso que le atravesó el pecho al imaginar todo lo que debía estar pasando Alan. Las lágrimas cayeron de sus ojos incontrolables.

—¿Sabes dónde está? —preguntó entre sollozos. Él negó con la cabeza; su mirada lucía sombría—. Tengo que irme de aquí.

Keily se levantó y corrió hacia la salida sin darle tiempo a reaccionar. 

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