Capítulo 23
Keily conducía por las calles del pueblo en dirección a la bodega donde trabajaba Alan. Sus manos apretaban el volante con enojo mientras pensaba en que nunca debió golpear a Willy, ese chico era su debilidad. Si buscaba que lo que sentía por él se convirtiera en algo negativo, lo estaba logrando.
Llegó al lugar, aparcó el vehículo y salió deprisa. Abrió la puerta de manera brusca, eso causó que la campanilla emitiera un sonido. Miró para todos lados en busca de Alan, aunque solo divisó a Carlos, quien estaba arreglando algunos productos.
—Hola, Keily. ¿En qué te puedo ayudar?
—¿Dónde está Alan? —preguntó descortés, pero al segundo se arrepintió porque él no tenía la culpa de nada—. Disculpa, Carlos, ¿cómo estás?
Él se encogió de hombros, restándole importancia.
—Bien, linda. No te preocupes, al parecer todos están de mal humor en estos días.
—¿Y Alan? —repitió al mismo tiempo que miraba a los alrededores.
—Está en el baño.
No terminó bien de hablar cuando lo vislumbró atravesando la puertecita que había entre el mostrador y la parte trasera de la bodega.
Se percató de que su rostro estaba pálido, tenía los labios hinchados con cortes en ellos y la nariz muy roja. Las ojeras gritaban lo cansado que se encontraba, el pelo desordenado le caía por la frente.
Alan se quedó estático, su rostro cambió de despreocupado a tenso. Apretó los labios por los nervios y sus orbes verdes mostraron alivio y tristeza a la vez.
—Déjanos solos, Carlos —pidió a su compañero.
El aludido asintió, se quitó el delantal y se retiró, dejándolos en medio de una batalla de miradas. Alan se fue acercando poco a poco, pero ella retrocedió por instinto.
—Keily, tengo muchas cosas que decirte, tanto que explicarte.
Le atrapó la cara entre sus manos para que lo mirara directo a los ojos. Ella negó con la cabeza y se apartó.
—Solo vine a advertirte que si le pones otro dedo encima a willy, te vas a arrepentir para siempre.
—Él fue que vino aquí a golpearme, traté de hacerlo entrar en razón y no funcionó. Estoy cansado de que tus hermanos me agredan por nada.
—¿Por nada? Eres un cínico.
Alan la agarró por los brazos y la pegó a la pared en un movimiento ágil.
—Lo que dijo Gian no es cierto, Kei, te amo y eres lo mejor que me ha pasado —confesó, mirándola con intensidad.
A Keily le dolieron esas palabras, a pesar de que mostraba sinceridad en sus ojos, tenía miedo de confiar en él otra vez. Pensar en eso le dio el valor de zafarse de su agarre.
—¡No me mientas más! —gritó con desesperación.
Él la atrapó de nuevo y pegó su cuerpo al de ella.
—Mírame, te amo —recalcó las palabras despacio. Keily se quedó muda ante la intensidad del momento. Alan juntó su frente con la de ella—. Y sé que tú también me amas. Te juro que Gian mintió, él quiere arruinar lo que tenemos, pero no se lo voy a permitir. Voy a luchar por lo que sentimos.
Las defensas de Keily habían caído casi de la misma manera en que la incertidumbre la carcomía. No sabía qué creer ni cómo iba a actuar, su sola presencia la dejó desorientada. Cerró los ojos cuando Alan posó sus labios con suavidad sobre los de ella. Él se quedó quieto, esperaba que tomara la iniciativa.
—Alan.
Una voz masculina fue la causante de que Keily abriera los ojos de repente y que Alan se separara con temor. Un señor asiático había entrado a la bodega, vestido de un traje impecable negro. Tenía el ceño fruncido y sus facciones denotaban enojo. No era tan alto, pero su porte imponía poder y autoridad.
Alan se posicionó delante de Keily de manera protectora.
—Señor Lee, no sabía que estaba por aquí —dijo tenso y nervioso.
—Ricci, ¿quién es la señorita?
—Ella es Keily, la hija menor del señor Brown.
El señor Lee levantó una ceja con curiosidad y se les acercó. Se paró frente a ella, luego le extendió una mano.
—Mucho gusto, señorita Keily —saludó con una sonrisa que denotaba amabilidad.
La recorrió por completo, eso hizo que ella se sintiera intimidada.
—El gusto es mío, señor —le respondió por cortesía.
Las manos de Alan se encerraron en puños por la impotencia que le generaba que ese hombre la había conocido. Una tensión densa se adueñó del lugar.
—Disculpa mi interrupción, Alan, no sabía que estabas ocupado —se dirigió a él con fingida pena.
—No, señor, solo conversaba con Keily. De hecho, ya ella tiene que marcharse.
Esas palabras provocaron un malestar en Keily, porque pensó que Alan se quería deshacer de ella. Bajó la mirada y se mordió el interior de la mejilla para que no notara lo decepcionada que se encontraba.
—Keily, nos vemos luego.
Sin permitir que ella hablara, la agarró por un brazo y la condujo hacia la puerta. Salieron de la bodega, pero Alan la detuvo y le levantó el mentón para que lo mirara a los ojos.
—Escucha, preciosa, debo arreglar algo con el señor Lee. Te veo esta noche a las ocho fuera de Matt's. Te quiero.
Habló tan rápido que no le dio tiempo de refutar sus palabras, le dio un casto beso en los labios y entró en la bodega deprisa.
***
«Ir o no ir».
Keily había repetido como un mantra en su cabeza desde que regresó a casa. En dos horas, más o menos, era que tenía que verse con Alan, pero tenía una batalla interna sobre eso.
Si no iba, no sabría lo que, según él, debía explicarle. En cambio, si cedía, le diría «todo», quizás mentiras y ella caería a sus pies como siempre. Estarían juntos hasta otro drama que la haría llorar otra vez.
Gritó por la frustración que le causaban sus pensamientos, golpeó el peluche gigante que le había regalado Jack por la ansiedad que le provocaba no saber qué decisión iba a tomar. Se pasó las manos por la cara, se levantó y caminó de un lado a otro.
—Keily.
Willy abrió un poco la puerta y asomó la cabeza. Ella asintió en su dirección para que entrara y él lo hizo. Keily observó los moretones en su cara, lo que provocó que se enojara de nuevo. No se podía imaginar a nadie haciéndole daño a su hermano y menos al chico que le gustaba.
Willy se sentó en la cama y la miró de una manera extraña.
—¿Qué te pasa ahora? Pareces un cachorro enjaulado.
Rio de sus propias palabras mientras hacía gestos con las manos.
Ella rodó los ojos por lo infantil que podía llegar a ser. Se posicionó frente a él y le acarició el pelo.
—Tengo que tomar una decisión y no sé cuál —expresó con tristeza.
Willy se acomodó en medio de la cama y le hizo ademán para que se acerque. Ella se sentó frente a él, cubriéndose la cara con las manos.
—Se trata de Alan, asegura que Gian mintió y quiere que nos veamos —habló rápido—. Me citó a las ocho y no sé si debo ir.
Se dejó caer sobre la almohada bajo la atenta mirada de Willy. Estaba convencida de que podía confiar en su hermano. De hecho, a los únicos que les dio detalles de lo que sucedió fueron a él y Zoe. Fue muy vergonzoso para ella, porque le dio un discurso de cómo podría evitar un embarazo.
—Entonces, ¿estos golpes fueron por nada? —farfulló con fastidio y cruzó los brazos en su pecho.
Keily rio ante la actitud que había tomado.
—¡Esto es serio! —vociferó, luego le tiró una almohada que él atrapó sin problemas.
—Lo importante aquí es si le crees o no.
—No lo sé —admitió con sinceridad—, pero tengo miedo de que mienta y quede como estúpida de nuevo.
Él bufó y se levantó de la cama.
—Considero que debes ir y así sales de dudas. Es mejor enfrentarlo a quedarte con la incertidumbre de qué hubiese pasado —explicó, encogiéndose de hombros.
—¿Me puedes llevar, por favor? —pidió mientras juntaba las manos en forma de ruego.
—Está bien, Kei, arréglate y nos vamos.
Dicho eso, salió del cuarto y ella se tumbó en la cama con una sonrisa brillante porque vería a Alan otra vez.
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