Capítulo 11
Josh miró el cuerpo de la morena que yacía a su lado con una fina manta ocultando su desnudez. Se levantó y agarró su ropa para ponérsela. La chica lo observó con adoración y se sentó al tiempo que trataba de arreglarse el pelo.
—Tengo que irme, Amber —le informó.
Ese apartamento lo adquirió para poder tener privacidad, ya que Jack no permitía que llevara chicas a la casa para quedarse a dormir. Decía que su hogar no era ningún «motel».
Amber tomó la cajetilla de cigarros que se encontraba en la mesita, encendió uno y le dio una profunda calada.
—¿Tiempo sin vernos y tan pronto quieres deshacerte de mí? —preguntó, pasándole el cigarro. Él lo agarró y la imitó.
—Tengo muchas cosas en la cabeza, es solo eso.
Amber frunció el ceño, después negó con la cabeza. Se levantó de la cama para abrazar por detrás a Josh y besó su cuello, lo que provocó que él cerrara los ojos.
—Sé tus debilidades, cariño, te conozco desde hace tiempo. —Lo giró para encararlo—. Y estoy segura de que tu ausencia es porque hay alguien más —finalizó, tocándole el pecho justo donde se encontraba su corazón.
Él bufó al tiempo que terminaba de arreglarse la camisa.
—Puedes quedarte aquí si lo deseas, Amber.
Josh le dio a la chica un pequeño beso en los labios, quien lo observaba molesta y salió de la habitación sin mirar atrás.
Cuando llegó a su auto, recargó la cabeza en el volante y sin querer, pero siendo inevitable, pensó en la rubia de ojos miel que había invadido sus pensamientos desde el día que irrumpió en la vida de él y su familia.
En otro lugar, Alan llevó las manos a las mejillas de Keily y las ahuecó para profundizar el beso. Sus labios se movían en sintonía, ella se sentía en el cielo. No sabía cuánto tiempo había pasado y, la verdad, no le importaba. Solo se concentró en la boca experta de Alan que hacía estragos en todo su sistema.
Se separaron despacio y él juntó su frente con la de ella, aún con los ojos cerrados. Keily sonrió por lo especial e íntimo del momento. Alan le depositó un beso en la nariz y se apartó, sin dejar de mirarla a los ojos.
Keily se perdió en sus orbes verdes que brillaban mucho más. El corazón se le aceleró y una sensación de calidez le recorrió el cuerpo. Creía que Alan le gustaba más de lo que imaginaba y eso la tenía aterrada.
—Eres preciosa —dijo él, acariciándole el rostro con su pulgar.
Ella se sonrojó y agachó la cabeza, ya que no sabía qué decirle.
—Eres precioso también —le soltó y al instante se arrepintió por lo cojo de sus palabras—. Quiero decir que eres guapo, atractivo...
Alan sonrió.
—Sé que soy irresistible, cariño.
Ella rodó los ojos y le dio un pequeño golpe en el hombro. El juego fue interrumpido por el vibrar del teléfono, eso provocó que saliera de la burbuja en la que estaba sumergida. Todo el color de la cara se le fue, y creyó que tendría un mini infarto, cuando vio el nombre de su padre en la pantalla.
No sabía qué hora era y se le había olvidado el pequeño detalle de que Jack no sabía de su salida con Alan. Las manos le empezaron a temblar sin control, lo que provocó que él la mirara con preocupación.
—¿Qué sucede, Kei?
En otras circunstancias, Keily se alegraría de escuchar el diminutivo de su nombre de los labios de él, pero en ese instante solo le preocupaba Jack. Vio la pantalla de nuevo y la llamada se cortó.
—Es Jack, no le dije que iba a salir contigo y mira la hora.
El reloj marcaba las doce con diez de la madrugada.
Las ganas de llorar se intensificaron cuando el celular comenzó a vibrar y mostró el nombre de su padre otra vez. Keily se lamentó porque no se percató de la hora.
—Responde la llamada —dijo Alan, preocupado—. Si quieres hablo con él y le explico que todo fue mi culpa —finalizó arrugando el ceño.
Keily negó con la cabeza y contestó con manos temblorosas.
—¿Sí?
—¿¡Dónde demonios estás, Keily!?
Jack gritó tan fuerte que tuvo que retirarse el teléfono de la oreja. Estaba segura de que Alan lo escuchó, porque lucía tenso y se puso en alerta.
—S-Salí un rato, no estabas ahí y no tomabas mis llamadas —balbuceó, sintiendo que se iba a desmayar en cualquier momento.
—¿Salir un rato? ¿Con quién estás? ¿Sabes lo peligroso que es estar fuera a estas horas?
—Con Alan... Ya vamos para allá.
—Me van a escuchar jovencita. ¡Te quiero aquí en menos de diez minutos! —gritó y colgó la llamada.
—No llores, cariño. Vámonos.
Keily no sabía que las lágrimas habían brotado, humedeciendo sus mejillas. Caminaron en silencio hacia donde estaba la moto parqueada, se subieron y Alan condujo a toda velocidad.
Llegaron a la casa de Jack bastante rápido. Keily se bajó de un salto gracias al manojo de nervios. Sintió a Alan caminar detrás de ella y se detuvo, eso hizo que él chocara con su espalda.
—¿A dónde vas?
—A entrar contigo y explicarle todo.
Ella negó frenética.
—No, no. Vete.
La puerta se abrió con brusquedad y divisaron la imponente figura de Jack. Su traje estaba arrugado, los botones de la camisa abiertos y su pelo hecho un lío. Miró hacia ellos con el ceño fruncido e irradiando ira por los poros. Abrió más, en señal para que Keily entrara.
Ella se introdujo en la casa seguida de Alan que se negó a dejarla sola. Para colmo de males, todos estaban agrupados en el salón: Carol, Josh, Willy y Charlotte. Ellos hicieron silencio cuando los vieron.
Josh se levantó del sofá y agarró a Alan del cuello.
—¿Quién rayos te crees que eres? —le preguntó, furioso, y Keily chilló por el ataque sorpresivo.
Alan trató de zafarse y forcejeó con él. Willy y Jack los separaron para evitar que se molieran a golpes.
—¡Basta! Quiero una explicación, ahora —gritó su padre y ella tembló aun más.
—Todo es mi culpa, señor Brown —dijo Alan, soltándose de los brazos de Willy—. Yo la invité a salir y se nos pasó el tiempo.
Charlotte bufó con burla.
—Qué bajo has caído, serle infiel a la pobre de Anna con esta —intervino, señalando a Keily.
Alan la miró de mala manera y abrió la boca para contestarle, pero Jack se le adelantó:
—Ve a tu cuarto, Charlotte. —Su voz era dura y sin titubeos.
—Papá...
—Ve a tu cuarto —la interrumpió, recalcando cada palabra.
Ella chilló, frustrada, y se marchó pisoteando fuerte. Carol miró a Keily con desprecio y luego se fue tras su hija.
—Quiero ser claro con esto, sea lo que sea que tengan ustedes dos lo paran ahora —sentenció Jack despacio —. Les prohíbo que vuelvan a salir o verse, y es mi última palabra.
Los ojos se Alan se abrieron por la sorpresa y Keily estaba a punto de colapsar.
—Escuche señor...
—Nadie te dijo que hables —interrumpió Josh con malicia.
La ira se apoderó de Keily, quien se acercó a Jack quedando frente a él.
—¿Qué derecho tienes para prohibirme algo? —escupió, concentrando en esas palabras toda la furia e impotencia que sentía.
—Soy tu padre —respondió dolido.
—Mi padre ahora, ¿no? Que no te queda de otra que serlo. —Jack quiso interrumpirla, pero ella no lo dejó—. Te recuerdo que mientras vivías tu vida perfecta con tus hermosos hijos, tu esposa y todas tus comodidades, yo estaba por ahí, olvidada por ti, preguntándome qué había hecho mal para no merecer tu amor. —A ese punto las lágrimas le caían por las mejillas como cascadas—. Así que ahora no vengas a fingir que te importo ni a creer que tienes la moral o el derecho de decirme qué hacer, porque no te lo voy a permitir.
Alan trató de tocarla, mas Keily retrocedió. Ella no quería la lástima de nadie. A pasos rápidos, abandonó la sala dejando a todos con la boca abierta. Entró al cuarto y cerró la puerta para deslizarse hasta el piso. Abrazó sus piernas mientras lloraba de rabia y dolor.
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