9. Frida

Unos ojos grises me observaban de cerca, un roce en mi mejilla y unos carnosos labios pronunciando un "preciosa" en mi dirección. Podía recrear aquel baile con una nitidez preocupante, incluso llegaba a recordar sus manos grandes y fuertes en mi cadera, ayudando a liberarme y comenzando a tener un ritmo escondido que no sabía era capaz de tener. Por un momento pude verme en tercera persona, con una sonrisa relajada, riendo como hace mucho no lo hacía, viviendo y no solo existiendo.

Recordé su rostro tan cerca del mío, la manera en que por una vez quise que alguien conociera mi tatuaje y cómo tomó mi mano fuertemente para no apartarse; ni siquiera necesitaba concentrarme para escuchar otra vez su voz baja y ronca preguntando si podía besarme. Me cuestionaba si hacerlo sería igual que estar a su lado, si me sabría a libertad, si me sentiría por una vez... solo dueña de mí.

Desperté agitada cuando escuché el llanto de Noel, podía sentir pequeñas gotas de sudor en mi frente y la respiración algo agitada queriendo creer era consecuencia de haber despertado abruptamente, sin embargo, podía recordar con claridad qué era lo que me tenía tan afectada. Moví mi cabeza saliendo de mis pensamientos y dirigiéndome con rapidez hacia el cunero donde se encontraba mi hermano.

—Hey pequeño, ya estoy aquí tranquilo —susurraba mientras con un ligero balanceo intentaba calmar su llanto para dirigirnos a preparar el biberón. El pasillo fuera del cuarto solo era iluminado por una pequeña lámpara en la esquina, por lo que el trayecto fue lento al no querer tropezar teniendo al bebé en brazos; cada rechinado y el llanto de Noel solo me hacían apretar los labios esperando que todos tuvieran el sueño lo suficientemente profundo para no ser molestados. Lo que menos quería era que mi tío Eduardo o su esposa se vieran afectados por ello, mucho hacían teniéndonos a los seis ahí siempre que lo necesitábamos.

Suspiré agitando el biberón antes de acomodar a Noel en mis brazos, después de aquella noche donde mi madre en un estado de ebriedad desconoció a sus hijos me permití llorar un momento, todo por no lograr ver entre tanta neblina a la que una vez fue mi ejemplo y una mujer que desbordaba alegría y cariño. No era novedad que el alcohol la hiciera tener arranques, tanto de ira como de tristeza, pero no quería que aquellas palabras llegaran a mis hermanos, ellos aún creían que mamá trabajaba mucho y por ello casi no la veían; no iba a permitir que los destrozara, fue así como llegamos ahí por el fin de semana.

—¿Quién podría no quererte eh? —le susurré a Noel quien me miraba fijamente con sus grandes ojos azulados, tomaba el biberón con aquellas pequeñas manos, gorgoteando de vez en vez tras reírse de algo; podía jurar que era el bebé más tranquilo y obediente de todos. Me balanceaba muy ligeramente mientras hacía lo que yo creía eran sonidos consoladores hasta que llegó el momento de sacarle los gases y volver a dormir, no fue hasta que regresamos al cuarto que sus ojitos poco a poco iban desistiendo pero sin cerrarse por completo; decidí llevarlo conmigo y crear un fuerte de almohadas en el lado libre de la cama, después de todo no creía volver a dormir pues pronto debía arreglar los lonches e ir a trabajar. Dejé un pequeño beso en la frente de mi hermano susurrando—. Yo sí te quiero.

***

—Tierra llamando a Frida. —La voz de Katia junto al chasquido cerca de mis ojos me hizo espabilar lo suficiente para recordar que seguía en el trabajo, y que, aunque me sintiera dormida mantenía los ojos abiertos—. ¿Qué tienes linda?

—No he dormido muy bien, es todo —comenté encogiéndome de hombros restándole importancia, haciendo click en unos archivos sobre los que debía trabajar, sin embargo, el bostezo que precedió no me dejaba mentir.

Los sonidos de pulseras chocando entre sí mas el ligero tintineo de un tranquilo andar se escuchó por el pasillo a nuestro lado, aún cuando aquella sección periodística siempre contaba con un escándalo ensordecedor. Laura se detuvo en mi cubículo con una sonrisa y ojos brillantes acomodando de vez en vez sus gafas; de reojo pude notar a Alex moviendo su silla en nuestra dirección pero sin alzar la vista por completo, era gracioso la sutileza que él pensaba tenía, aunque siendo la castaña tan despistada le funcionaba.

—Buenos días seres de luz, ha comenzado la luna en mercurio así que les traje una copia de mi artículo a cada uno para que sepan lo que les depara. —De su túnica sacó tres sobres medianos entregándolos al segundo; fue un momento cómico la manera en que miramos aquello sin abrirlo, era muy normal que Laura hiciera aquello, el temor era lo que podíamos leer. Nuestra vista se posó de nuevo en ella quien solo suspiró y le restó importancia con un movimiento de manos—. Está vez suena prometedor, pero léanlos cuando estén solos. Ahora Frida, cuéntanos cómo te fue esa noche con Héctor.

—¿Saliste con Héctor? ¿El modelo? —inquirió Alejandro participando por primera vez, aunque siendo callado rápidamente por las manos levantadas de Laura y Katia quienes me miraban expectante.

—Sí Alex, ya habíamos salido, pero a lo que ella se refiere fue a la noche donde maquiavélicamente me tendieron una trampa —dije enmarcando cada palabra con seriedad.

—Admite que te encantó. —La voz cantarina de mi pequeña amiga llegó apenas terminé de hablar. Rodeé mis ojos soltando un bufido y acomodando papeles que en realidad no tenía que mover, y de los cuales ni siquiera recordaba qué eran, todo con el propósito de no afirmar lo que desde aquella noche me daba vueltas en la cabeza; quizá si tardaba se les olvidaría. Cosa que para mí estaba siendo imposible.

Con solo mencionarlo volvía aquella sensación de incertidumbre, reclamos por haber entrado en aquel juego pensando que sería un chico más huyendo de todo lo que yo traía conmigo, afirmando que sería fácil serle indiferente hasta que se cansara en poco tiempo sin haber involucrado sentimientos. Sin embargo, ahí estaba, pensando en sus ojos grises y traviesos, puede que siguiera reacia a dejarme llevar por completo, a dejarlo entrar, pero debía admitir que estaba curiosa y anhelante de la libertad y cosquilleo que me causaba su compañía.

—Se está sonrojando —escuché sacándome de mis pensamientos y girando mi silla para encararme a mis amigos.

—Claro que no, yo no me sonrojo.

—Pues tus mejillas pareciendo fresas dicen otra cosa —comentó Katia risueña elevando sus cejas—. ¿Entonces se besaron?

—No. —«Pero lo intentó» pensé.

—¿Pero quedaron de verse de nuevo? —inquiría una intrigada Laura sentándose en posición de indio en medio de todos, como si no estuviéramos en horario laboral. Negué con mi cabeza en respuesta haciendo que todos soltaran el aire desganados.

—No se pongan así, saben que no yo no busco una pareja. Y antes de que digan, "pues solo diviértete" tampoco es posible; demasiada inestabilidad en mi vida como para agregar otro escalón mal puesto.

—En primera, las parejas no se buscan, llegan. Nadie te pregunta si estás listo, si lo quieres, solo aparece alguien en el momento en que el universo piensa es correcto, con nuevas energías que le agreguen un nuevo color a tu entorno, y segundo, el chico aún no sabe que Noel es tu hermano no tu hijo y sigue mandando esas flores naranjas que sabrá Dios dónde las consigue. —Observé las peonías intentando no sonreír ligeramente al recordar porqué el color—. Pero tienes razón, es tu decisión, si lo aceptas quiero ser madrina y si huyes sabes que ahí está mi casa.

Laura dejó un beso en mi cabeza antes de alejarse a su lugar de trabajo con un símbolo de amor y paz mientras sus palabras se repetían en mi cabeza. «¿Qué pasaba si ese nuevo color no solo influía en mi mundo, también en el de mis hermanos?» Recordé a un Tomás soñoliento preguntando si el chofér del taxi como lo conocía volvería para jugar con él, ni siquiera lo había visto tanto y ya lo recordaba, ¿qué haría si lo dejaba entrar y todo terminaba mal?

***

Salí del periódico aún con la luz del día pegando sobre el edificio grisáceo. Ajuste mi bolso cruzado dejando una mano protectora sobre él, moverse sola por la ciudad por tantos años me había hecho ser cautelosa y desconfiada de cualquiera, todo lo que llevaba era muy caro como para permitirme perderlo aunque fuera a manos de un robo.

Tras un viaje en metro aplastada e incómoda, una larga caminata y una parada para tomar algo de aire en la sombra, llegué a la pequeña papelería a la que prometí ir por los útiles faltantes de los gemelos. Después de una búsqueda por los objetos más económicos entregué mi tarjeta para pagar mientras números y cálculos pasaban por mi cabeza, descifrando la manera en que nos afectaba ese dinero menos en la semana.

Suspiré agradeciendo a la cajera tomando las bolsas para dirigirme a la salida. Iba a emprender el camino de regreso al metro cuando la librería cruzando la calle llamó mi atención, como si fuera un imán siendo atraída, en poco tiempo estaba frente al ventanal admirando que la mayor parte de las secciones estaban siendo exhibidas.

Desde novelas, cuentos, ensayos políticos y libros de economía que seguro traerían a Alejandro suspirando con anhelo, podía asegurarlo porque eso mismo hacía yo con aquello enfocado a la política.

Con pequeños pasos me acerqué a la puerta tomando el pomo con alegría, no obstante, antes de llegar a abrir me paralicé. No podía comprar nada, entrar solo me supondría una tortura y tristeza inminente. Todo rastro de energía que el mirar los libros me había hecho tener se redujo a nada en segundos.

—¿Entonces entrarás?

—¡Jesús! —grité llevando una mano a mi corazón por el susto, sintiendo los latidos incrementarse al momento tras escuchar que me hablaban.

—No, soy Héctor. —Se rió un poco señalándose y haciéndome rodar los ojos. Llevaba una camisa ligera color verde claro que se adhería a su cuerpo naturalmente, era delgado y con unos brazos marcados además de ser muy alto, en definitiva un modelo carismático que parecía seguirme a todos lados.

—Eres muy gracioso —comenté sarcástica—. ¿Qué haces aquí? Comienzas a asustarme.

—Estaba en la tienda de a lado comprando pintura cuando te vi cruzar la calle, lo juro —dijo atropelladamente, fue entonces que noté sus manos ocupadas y descubrí que por eso sus brazos se veían tan tensos con una ligera vena notoria—. ¿Entonces entrarás?

Lo miré confusa hasta que hizo una seña en la cabeza recordándome la librería.

—No, voy tarde a casa será mejor que me vaya.

—Puedo llevarte —dijo antes de que pudiera avanzar—. Vas cargando con muchas cosas y pronto anochecerá.

Me limité a asentir y darle una sonrisa ladeada, estaba cansada para discutirlo, física y mentalmente. Cansada de darle tantas vueltas a ese asunto, de sobre pensar en todos los factores externos, cansada de mostrarme firme e independiente las veinticuatro horas del día todos los días y sentirme culpable por ser ayudada. Por esa ocasión quise ser a quien cuidaban.

Abrió el maletero ayudándome a dejar las cosas cuando una señora aún más baja que yo se acercaba, era algo regordeta y lucía amigable con aquel peinado de trenzas muy bien hecho, con pequeños rastros blancos en su oscuro cabello. Al estar a una corta distancia se detuvo, sus ojos café claro no dejaban de mirarme con interés hasta que Héctor la notó.

—Mamá, ¿conseguiste los churros? —preguntó acercándose a ella como un niño emocionado extendiendo su mano hasta que esta fue golpeada por la señora quien ahora sabía era su mamá.

—Churros nada, no me dijiste que nos acompañaría una señorita así que le das esto y tú te quedas sin churro porque no te voy a dar el mío. —Coloqué mis manos entrelazadas frente a mi cadera intentando contener una risa al mirar aquella escena, pronto se acercaron a mí causándome un nerviosismo al que no le encontraba explicación.

—Frida ella es mi madre Brisa. Mamá ella es Frida. —Extendí mi brazo escuchando la presentación de Héctor, sintiendo una calidez maternal cuando apretó mi mano suavemente extendiéndome un churro.

—Gusto en conocerte niña, perdón por no traerte uno pero este no me dijo que tendríamos compañía. ¿Eres amiga suya?

Parpadeé con asombro por la familiaridad con la que me hablaba y algo alegre de que su propia madre disfrutara de fastidiarlo al igual que yo, reí y acepté el postre que me ofrecía agradeciéndole.

—Se podría decir... —contesté sin poder encontrar las palabras correctas para definirlo. Brisa movió su cabeza asintiendo algo perdida.

—Estos jóvenes de ahora, nunca entenderé sus términos—murmuró a nadie en particular dirigiéndose a la puerta trasera del Tsuru. Observé a Héctor quien negaba con su cabeza apenado y sus manos ocultas en los bolsillos.

—Solo cerca de tu madre podrías parecer tímido —comenté de un mejor humor, más despierta que hace unos días y con la vitalidad que solo molestarlo podía darme. Le di un bocado al postre en mi mano mirando a Héctor quien había abierto la puerta del copiloto para mí, cuyo mohín lastimero al ver el churro me soltó una pequeña risa.

El trayecto fue largo pues primero iría a dejar a su madre a casa quien durante el viaje pareció dormir un poco.

—Discúlpala, siempre busca saber todo —dijo en algún momento siendo interrumpido.

—Aún no estoy tan vieja para ser sorda, hijo.

Héctor dio un respingo al escucharla mientras yo solo podía apretar los labios conteniendo una sonrisa.

—En todo caso, ya llegamos mamá.

—Bien, gusto en conocerte Frida, tienes mi permiso para regañarlo en cualquier momento.

—¡Mamá!

—Ya me estoy yendo, ya me estoy yendo —dijo Brisa levantando las manos en son de paz antes de bajar del auto y despedirse con un movimiento de mano al que correspondí con un poco de timidez. Me fue inevitable pensar que, si no fuera por todas las cosas que habían pasado, por el alcoholismo y nuestras dificultades económicas, quizá esa hubiera sido la relación que tendría con mi madre.

—¿Estás bien? —cuestionó Héctor con voz cauta picando mi pierna momentáneamente para regresar mi atención al presente, solo bastó que lo mirara para que sonriera.

—¿Nunca dejas de sonreír, cierto?

—Cuando sea viejo quiero verme al espejo y saber que todas mis marcas fueron de felicidad, que mi vida no estuvo llena de ceños fruncidos, si no de risas. Además, sería bonito por fin tener algo parecido a los hoyuelos.

Sonreí un poco sintiéndome más ligera, como si por ese momento no necesitara levantar un muro entre ambos, ni recordarle que nada de nosotros resultaría o incitarlo a desistir. Solo ese instante quise imaginar que éramos una compañía agradable que me daba alegría y algo de calma entre tanto orden y preocupaciones; y al parecer lo hice bien pues, mientras miraba las calles por la ventana y la música acústica llenaba el interior del coche cerré los ojos sumiéndome en un sueño profundo que no tenía hace mucho.

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No saben lo feliz que me hace volver a escribir de estos dos, me encanta que todo fluye fácilmente sobre los pensamientos de ambos. Amo cómo es que Frida sigue teniendo ese instinto protector con sus hermanos pero comienza a ver que ella también merece ser vista. ¿Ustedes qué piensan? ¿Cederá al querer o no?

Simplemente me gustó escribir este capítulo, espero que a ustedes les haya gustado, si es así no olviden apoyarme con una estrellita o comentario.

Gracias por su paciencia y gracias por leer.

Karina.

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