7. Frida
«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?» Pensaba mientras golpeaba mi frente contra el escritorio.
—Hey, bonita. Te dejarás un moretón —habló Katia interponiendo su mano para parar mis golpes. Bufé reclinándome en la silla giratoria dando algunas vueltas lentas—. ¿Qué pasa contigo?
Hice una mueca mientras abría la pestaña de mi artículo en la computadora, Carlos, el fotógrafo de mi sección, había conseguido unas fotos bastante comprometedoras que el jefe insistía en ponerlas.
—Lo eché todo a perder —hablé sin mirarla. Estuve toda la semana recriminándome por la decisión tomada con respecto a Héctor, me permití ser débil por un momento sin pensar en realidad lo que aquello conllevaría, en qué afectaría tanto a mí como a los de mi alrededor.
—¿Por qué dices? —Llegó Alejandro preguntando mientras giraba su asiento en nuestra dirección.
—Salí con Héctor, ¿recuerdan? Y, no sé, fue sencillo, atento, divertido, por un momento permití dejarlo entrar.
—Aguanta —interrumpió Katia—. Ya hemos escuchado la misma historia, sales con un chico que fue tan insistente hasta que lo aceptaras, quizá hubo un beso de por medio y después sacas a relucir tu seriedad, responsabilidades y nunca más los vuelves a ver, ¿qué fue lo que salió mal en esto?
—Que este chico sí me quiere volver a ver. —Me crucé de brazos mientras mis amigos se miraban entre sí con los ojos abiertos—. Y lo peor es que le correspondí.
—¡Pero eso no tiene nada de malo! —gritó mi amiga. Rápidamente la reñí y pedí que bajara la voz pues se suponía estábamos trabajando—. Frida, entiendo que eres una persona muy ocupada, y que te haces responsable por tus hermanos, pero es por eso mismo que divertirte de vez en cuando sería muy bueno para ti. Libera un poco esa carga en tu espalda y permítete ser mujer; ponerte a ti primero en una ocasión.
Golpeé la pluma contra mis labios pensando.
—¿Qué tal si todo sale mal?
—Habrá sido una experiencia aprendida en tu vida —comentó Alex con aquella pereza en su voz restándole importancia.
—Podría aceptar eso, superarlo. Pero vengo en paquete, lo que me afecta, afecta a mi familia de igual manera o incluso más.
—Frida, todos sabemos que quieres hacerlo y que hubo algo en él que te hizo escogerlo. Por Dios, el pobre chico incluso piensa que tienes un hijo y sigue al pie del cañón.
Solté una risa ligera, quizá había sido una medida de defensa algo extrema el haber utilizado a Noel de esa manera. Aunque en vez de ayudarme a ahuyentar a Héctor, me hizo conocer ciertas facetas que me habían intrigado lo suficiente como para dejar de ser tan borde con él. Tenía una actitud jovial e intensa, diferente a la idea que tenía sobre ser pomposo o ególatra por saberse deseado; mi primera impresión había errado por primera vez, aunque no podía estar segura del todo, pero sí lo suficiente para haber querido conocer más.
—Todo es tu culpa. —Señalé con reproche a Laura quien pasaba caminando por un lado, ajena a todo. Cuando me escuchó, volteó a todos lados antes de señalarse a sí misma.
—¿Mía? —inquirió con su voz baja y suave que difícilmente se escuchaba con todo el ruido en el área, por lo que se acercó. Ese día había escogido un vestido casual multicolor que llegaba hasta sus tobillos, con una pequeña chaqueta de mezclilla cubriéndola de las brisas mañaneras que empezaban a surgir.
—Sí, tu plática sobre los chakras, mi estrés y mi sentido del control taladraba en mi cabeza.
—Tuvo una cita —explicó Katia como si se estuviera disculpando por mi actitud, lo peor fue que Laura asintió cerrando los ojos con media sonrisa, como si lo entendiera.
—¿Y pudiste nivelar tus chakras Fridita? —Entrecerré mis ojos hacia ella quien me observaba inocentemente.
—No, querida Lau. No puedo desviarme y tomarme el tiempo de trabajar en esas vibras.
—Capricornio tenías que ser —masculló por lo bajo mientras admiraba sus uñas pintadas de un tono amarillo pálido.
—¿Están teniendo una reunión secreta o algo de la que no me enteré? —inquirió una voz conocida, volteé mi silla para toparme con unos ojos de un azul muy claro y un rubio y lacio cabello rebotando en cada andar. Más pronto que tarde, los cinco estábamos alrededor del pequeño espacio de trabajo.
—No te has perdido de nada, Irving, pero es bueno verte. ¿Qué tal el ala oeste de este piso?
—Aburrido, nadie habla tanto como ustedes, extraño estar acá.
—Pregúntale a Marco como porqué le pareció buena idea que tu columna de moda estuviera a lado de puros periodistas deportivos —comenté extrañada.
—¡Oye! Yo soy de deportes —exclamó Katia indignada.
—Nada personal, K, es solo la típica riña entre secciones. —Me encogí de hombros.
—¿Es tu nuevo artículo? —preguntó Irving entusiasmado mientras se acercaba a leer a la computadora, me di cuenta muy tarde que su sonrisa disminuía hasta hacerse una extraña mueca—. No puedes publicar esto.
—¿Qué dices?
—Es... cruel. —Me observó con el ceño fruncido como si lo hubiera traicionado y no me reconociera.
—Norma me mandó la historia, Marco solo me pidió que la redactara y le diera formato. Sabes que a mi no me gusta esto más que a ti. —Me sinceré, parecía que mi jefe me daba a propósito las noticias más dramáticas, esperando que como siempre fuera a discutirle para que me gritara en la cara el poder que tenía de despedirme.
—Pero... es mi amiga. —Hice una mueca ante el dolor en su rostro, los demás se limitaban a mirarse entre sí en silencio. Nuevamente me debatía ese hecho, ¿hacer mi trabajo era en realidad lo correcto?
—¿Qué hacen todos parados aquí? Vamos, vamos a trabajar. —Salió Marco de su oficina aplaudiendo y ahuyentándonos con las manos como si fuéramos mascotas. Suspiré con resignación y cerré los ojos cuando guardé y envié el archivo. «Perdóname, Irving».
***
—Dijimos que sin acaparar tiempo —hablé cruzándome de brazos, recargándome en mi pierna derecha y mirando a Héctor con los ojos entrecerrados.
Tenía una sonrisa ladeada mientras me observaba con sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón, estaba recargado en aquel auto grisáceo como si ya hubiera tenido un tiempo esperando por mí.
—No planeo hostigarte, solo vengo a llevarte a casa, si quieres claro; en estas épocas las calles comienzan a ponerse oscuras muy pronto. —Señaló hacia atrás donde la luz del sol comenzaba a atenuarse, algunos rayos pegaban en su espalda haciendo que su cabello oscuro se viera un poco más claro.
Cambié de pie de apoyo observando la calle transitada, iba a inventar una excusa, decir que después de tantos años estando sola podía con ello, volver a rechazarlo para que él solo se terminara alejando..., pero debía admitir que me intrigaban sus intenciones y estaba ligeramente interesada en lo pudiera resultar de ello. Volvía a preguntarme si hacía lo correcto.
—De acuerdo, vamos. —Caminé hasta él aferrándome a mi mochila cuando su sonrisa se ensanchó. Abrió la puerta para mí y rodeó el auto rápidamente para ponernos en marcha.
—Me gusta tu estilo de hoy —mencionó tocando una de mis trenzas cuando nos detuvimos en un semáforo. Por instinto tomé la otra de ellas entre mis dedos, me gustaba cortar mi propio cabello, trenzarlo, peinarlo o hacer diversos experimentos para darle un toque diferente cada día, el que estuviera a la altura de mi barbilla hacía más fácil de manejarlo—. Te hace ver más inocente.
—Aún conservo mucha inocencia. —Levantó ambas cejas al escucharme y por un momento me removí incómoda en mi asiento, intenté acomodar mis trenzas para distraerme pero eran tan cortas que ni siquiera llegaban a tocar mis hombros, así que desistí de la tarea con un suspiro, viendo por la ventana al cielo multicolor anunciando el fin a otro día.
—Me refería a que pareces más relajada, más joven y menos seria. —Aclaró su garganta sin voltear a verme cuando giró en una esquina—. Creo que tu cabello muestra muchas facetas tuyas.
—Dudo que hayas podido averiguar algo de mí por observar la manera en que me peino —dije incrédula.
—Creo que me guardaré mis observaciones para nuestra próxima cita. —Sonrió de lado haciendo que sus ojos se achicaran, me permití disfrutar de la vista por un segundo—. La cual podría ser este fin de semana, porque ahora llegamos a tu casa.
—A no. —Negué con la cabeza rápidamente con mis ojos muy abiertos—. No tengo tiempo.
Esperé por su respuesta viendo cómo lamía sus labios y acariciaba en su quijada un leve rastro de barba oscura.
—Ya sé, intercambiaremos números y en el momento que puedas y quieras verme podrías mandar un mensaje. —Lo pensé por un minuto con una mueca en mi rostro—. O me verás aparecer en la entrada del periódico más veces de las que quisieras.
—Está bien, está bien. —Levanté las manos como señal de rendición—. Eres demasiado insistente.
—Soy un hombre con una misión. —Sonrió moviendo su cabeza mientras tecleaba en mi celular, guardando su propio contacto.
—¿Y esa es?
—Conocerte, entrar en tu vida y quizá desordenarla un poco.
—Me gusta mi orden. —Fruncí el ceño cuando me entregó mi celular, con un dedo quiso quitar la arruga de mi frente; me alejé después de unos segundos de contacto.
—A veces un poco de riesgo y caos es lo que hace la vida entretenida.
—¿Estás atrayendo a los problemas al darme tu número? ¿Qué tal si lo subastara en internet? —pregunté con una pequeña sonrisa, aunque, segundos después me di cuenta que sin quererlo mi guardia volvía a estar baja y acababa de hacer una broma. Los hombros de Héctor se elevaron quitándole importancia al asunto.
—Tomé la decisión de confiar en ti.
—Hay personas malas en el mundo, no deberías ser tan ingenuo. —Bajé la vista a las manos en mi regazo, estaba hablando demás.
—Me gusta creer que me rodeo de buena gente —habló, se escuchaba tan cerca que levanté la cabeza para encontrarme con sus ojos grisáceos justo frente a mí, podía oler su perfume, sentir el roce de su cabello en la parte alta de mi cabeza y, si se acercara más, seguro podía averiguar la textura de sus labios.
Antes de que pudiera apartarme, se inclinó dándome un beso en la mejilla.
—Buenas noches, Frida —susurró después de aquella presión, su aliento chocando cerca de mi rostro.
—Adiós, Héctor —dije lo más firme que pude, salí del auto apresuradamente para llegar a mi casa y dejar caer mi espalda contra la puerta una vez cerrada. Sentí mi pulso un poco acelerado y mis labios palpitando a la expectativa de lo que pudo ser, cerré mis ojos como si algo me doliera en el pecho, era una sensación de angustia, no podía evitar por mucho tiempo lo que sucedía; por más barreras que quisiera interponer, el estar un momento a solas podía destruirlas.
Quebraba aquellos muros alrededor de mis emociones con aquella carisma que traía consigo, era un tormento placentero que yo quise tener pero que me negaba a dejarlo fluir.
—¿Eres tú, Mina? —Escuché la voz de Rafael proveniente de la sala, respiré hondo y con una sonrisa me dirigí hacia mis hermanos.
***
Me desperté cuando un golpe proveniente del pasillo se escuchó. Me senté sobre la cama intentando descubrir si era realidad o lo había imaginado, sin embargo, cuando oí otro golpe y una maldición salir en voz muy alta tallé mis ojos con desesperación; con los pies descalzos salí a su encuentro.
Cerré la puerta de la habitación con cuidado no queriendo despertar a Noel, a pesar de que el ruido del exterior podría hacerlo en cualquier momento.
—Rominita —dijo mi madre alargando la última letra, sonreía en exceso con los ojos caídos y mechones desordenados por todo su rostro. La tristeza me embargó, sus ojos café hace mucho no tenían brillo y su cabello castaño ondulado estaba opaco, se encontraba más delgada que otras veces, sus brazos no podían sostener su peso por lo que iba recargada en la pared, arrastrando cuadros y mesas a su paso.
—Mi hijita ador... adorada. —En ese instante se cayó de sentón y empezó a reír sin control, dando palmadas mientras se carcajeaba. Me acerqué a ella para intentar llevarla a su cuarto, fue cuando la puerta a mi derecha se abrió con un Tomás muy adormilado—. ¿Vives aquí?
Su pregunta hacia el pequeño hizo que este retrocediera con temor, traía un muñeco de plástico entre sus manos que parecía lastimarle cuando lo apretó.
—Entra al cuarto, Tom. Si tienes una pesadilla puedes dormir con Rafael por hoy, ¿de acuerdo?
Asintió casi imperceptiblemente, pues su mirada seguía fija en la mujer que se encontraba tirada en el pasillo mientras rodaba. Con un dedo en su estómago, empujé a mi hermano delicadamente hasta que pude cerrar la puerta de nuevo.
Respiré hondo con los ojos cerrados y la frente pegada en la madera, agarré valor y me dirigí a mi madre. La ayudé a levantarse con mucho esfuerzo, pase uno de mis brazos por su cintura y colocó el suyo en mis hombros, lo bueno era que la casa no era muy grande.
—¿Quién... es ese niño que... duerme en mi casa? —preguntó arrastrando las letras, tomando una gran bocanada de aire después de pocas palabras. Su aliento olía a taverna, tenía que aguantar la respiración para poder llevarla.
—Es tu hijo. —Casi me escuché gruñir cuando abrí la puerta y la senté en su cama comenzando a desvestirla—. ¿Dónde estuviste Esther?
—No me... digas así... soy tu madre.
—En esta habitación no está mi madre. —El nudo en mi garganta era muy difícil de tragar, mirarla a los ojos y ver su dolor también era complicado. No quería ser la causante de sus penas, sabía que en algún lugar de su ser estaba aquella mujer que lo había dado todo por mí, quien racionaba su comida para que yo no pasara hambre y trabajaba horas extras para enviarme a la escuela.
No recordaba en qué momento se había perdido, dejó de aferrarse a mí para refugiarse en el alcohol y los hombres. Recordé lo que le dije a Héctor en la tarde, lo de no ser ingenuo y confiar tan fácil era un reflejo que los impulsos de mi madre habían dejado a lo largo de mi crecimiento. Al principio echaba la culpa con quien se relacionaba, pensando que se les hacía fácil aprovecharse de la soledad de ella para atraerla, prometiendo un compromiso futuro.
Después de su cuarto embarazo, con el nacimiento de Tomás, me di cuenta que ella también los buscaba, no sabía estar sola, no quería dejar de sentirse deseada, fue la primera vez que discutimos; era una chica de quince años qué iba a saber yo, me gritaba constantemente. Escondí sus botellas, quise que cuidara de mis hermanos, que volviera a sentir ese tipo de amor maternal que nos ayudó a salir adelante cuando mi padre murió, pero nada funcionó, ya era una adicta que amenazó con quedarse tirada en la calle si no la dejaba tranquila. Desde entonces, las peleas nunca se fueron.
Una arcada la hizo caer de la cama para después vomitar, hice su cabello para atrás acercándole el bote de basura. Tirada en el suelo, con solo la ropa interior sobre su propio vómito me hizo querer llorar, gritar, y zangolotearla hasta que me dijera porqué es que disfrutaba de ello, que si no veía el daño que se hacía a ella y a todos.
Una vez que su vomito cesó, la coloqué debajo de la regadera y dejé caer el chorro de agua haciendo que gritara y se abrazara a sí misma.
—¿Ya me dirás donde estabas?
—Fui co-con unos a-migos —dijo mientras temblaba.
—Son casi las siete de la mañana, ¿qué es lo que te sucede?
—Es sábado.
—¿Y eso qué? Tienes responsabilidades en casa, hace más de un mes que no veo tu salario, ¿es que no te da ni un poco de vergüenza que mis hermanos te vean en ese estado? Por favor mamá, regresa. Tienes que dejar de tomar, yo te ayudaré pero tienes que regresar a mí. —Supliqué, a pesar de todas las veces que había intentado que entrara en razón seguía suplicando, no quería dejarla como un caso perdido, estaba decidida a que algún día la recuperaría, debía tomar la decisión de querer cambiar o aunque la llevara a rastras nunca mejoraría.
—Ellos no son tus hermanos. —Lo dijo con tanta furia y sin tartamudear que enmudecí un instante por su frío tono.
—Claro que lo son. —Fruncí el ceño.
—Son un error, son las mentiras de los cobardes de sus padres, son el reflejo de todas mis desgracias. Todos huyen de mí por no querer hacerse cargo de esos engendros. —La frialdad y desdén en su tono me sorprendió.
—Ellos no tienen la culpa de que tú no supieras cuidarte y anduvieras abriendo la puerta al primero que te llamaba amor.
La cachetada que me dio volteó mi cara, mis ojos ardían por las lágrimas contenidas y mi quijada se endureció. Levanté la vista intentando no quebrarme, aunque dejé salir un respiro tembloroso que quería creer suavizó un poco el semblante de mi madre.
—Veo que estas mejor, puedes llegar sola a tu cuarto. —Me di la vuelta con la cabeza en alto y la respiración contenida, solté el aire hasta que llegué a mi habitación. Recargué mi espalda en la puerta deslizándome hasta llegar al piso para abrazar mis rodillas. Comencé a mecerme mientras tomaba grandes bocanadas de aire intentando no derramar lágrimas, me había pasado, lo sabía, pero mi sangre hervía al escucharla hablar así de mis hermanos; ahora ellos eran mi vida, mi tesoro más preciado y mi deber era protegerlos, así fuera de su propia madre.
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Este capítulo se lleva el premio de intensidad. ¿Qué les pareció?
¿Me dejarían un voto o comentario si les gustó? Me inspiran mucho.
¿Recuerdan de qué historia viene Irving?
Para sorpresas, adelantos y más vayan y únanse al club de lectores (link en mi perfil).
Gracias por leer.
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