2. Héctor
Desperté cuando la luz del sol comenzó a darme de lleno en la cara. Me levanté un poco apoyándome en mis antebrazos para observar cómo Daniela terminaba de peinarse y comenzaba a ponerse los zapatos.
—¿A dónde vas? —pregunté aún con la voz ronca por el sueño.
—Me voy a trabajar, algunos cumplimos con un horario.
Chasqueé la lengua, la indirecta escocía.
—Puedo invitarte a desayunar, solo necesito encontrar mi pantalón —dije mientras me levantaba y la sábana terminó de cubrir mi cuerpo para mostrarlo como Dios me trajo al mundo. Sin embargo, antes de que siquiera pudiera ponerme la ropa interior, Daniela llegó tomándome de los hombros y empujándome para hacerme caer de nuevo a la cama.
—Ya sabes cómo es esto, cariño. Nada de compromisos o cosas cursis, nos divertimos y ahora me voy. —Me dio un beso largo y profundo que la hizo soltar un sonido, pero después de sus palabras, para mí fue un gesto vacío—. Cierra al salir.
Fue hasta que escuché la puerta de entrada que me di cuenta de lo que había pasado. Me recosté con un brazo sobre mi frente y suspiré, era lo mismo de siempre, sexo sin compromisos, aventura de una noche, un cuerpo que utilizar, era una de las muchas maneras que cualquier chica con la que había estado me hacían sentir, alguien desechable incapaz de hacer u ofrecer algo más allá de lo físico.
Revistas y periódicos me catalogaban como un mujeriego, por las múltiples mujeres con las que se me había relacionado, pero es que nadie veía el otro lado de la historia, nadie pensaba que yo fuera el desechado solo por ser hombre y me crearon una reputación de machista y gigolo cuando yo nunca traté a alguien como una aventura.
Después de vestirme llamé a Santiago, mi mejor amigo. Era cuatro años mayor que yo lo que le daba más experiencias con las cuales aconsejarme o regañarme.
—¿Nos vemos en "La abuelita" en quince minutos? —pregunté mientras salía del apartamento y me dirigía al coche.
—Claro, salgo para allá.
El tráfico que emergía por cualquier calle de la Ciudad de México solo hacía que mi humor empeorara, y siguió haciéndolo cuando el aire acondicionado del auto no quiso encender, era un mal día en su totalidad.
Bajé la ventana con la palanca, mi auto era un Suru de los más clásicos y antiguos; era el primer vehículo que adquiría con mis ahorros, estaba algo gastado y viejo, simulaba ser azul pero con los años se tornó a un tono grisáceo, sin embargo cada vez que me subía o pasaba una tarde reparándole algunas cosas, recordaba todo el esfuerzo que me había costado poder dejar el metro y tener algo propio..., era mi manera de mantener los pies en la tierra.
Cuando me detuve en un semáforo, unas chicas que iban caminando por la acera de a lado se detuvieron y empezaron a cuchichear mientras las miraba de reojo. Cuando sabía que ya iba a cambiar el color del semáforo, me volteé, les guiñé un ojo y cuando las observé brincar de alegría me puse los lentes que tenía guardados en la guantera y continué mi camino.
Llevaba siete años en el modelaje, ya fuera de perfumes, lentes o ropa —excepto la interior, pues decían que me faltaba más de esto y aquello para mostrarme en paños menores—, aún así cada sesión era una aventura, me encantaba mi trabajo y la manera en que llegó, tan esporádica y sin pedirla. Creía firmemente en que si algo estaba destinado a ser, ni aunque te intentaras quitar podrías prevenirlo.
Aún recuerdo bien, era un lunes cuando iba en el autobús de la universidad, tenía examen esa semana por lo que no prestaba atención a nada más que a las notas de mi libro, cuando este señor trajeado y de un semblante amable me interceptó en la parada preguntando si no era un modelo, que necesitaba una nueva cara para esa tarde y la mía no estaba mal.
Me sorprendió tanto que al principio pensé en salir corriendo, hasta que me ofreció su tarjeta y observé la firma de la agencia que me acogió desde entonces. Mi comercial tuvo tanto éxito que me empezaron a llover oportunidades, las cuales no me permití desaprovechar; mi representante me vendía como "carita de bebé" por la falta de vello facial, dicho teatrito empezó a desmoronarse cuando mi tardío desarrollo hizo que me creciera la barba a los veinte, ahora cada tercer día debía rasurarme.
Me bajé del auto una vez que llegué a la cafetería, ese lugar era de mis favoritos, acogedor, hogareño y cuyos cocineros tenían un sazón increíble.
En cuanto entré, la dueña del local llegó a abrazarme y a apretar mis cachetes.
—Pero si es mi niño favorito, ¿cómo estas Héctor? —Sonreí cuando dejó de abrazarme y pasé una mano por detrás de mi cabeza.
—Me encuentro estupendo, Conchita. —Le di un beso en su regordeta mejilla, eran tantos años los que tenía de conocerla que parecía como reencontrarme con mi abuela en un sábado por la mañana—. Así que tu favorito eh, me agradará hacérselo saber a mi hermano.
Golpeó mi hombro con ligereza.
—No seas cizañoso que los amo a los dos.
Me reí y comencé a buscar a Santiago en cuánto ella volvió a la cocina. Lo encontré en una esquina con una gorra de la selección mexicana de fútbol y unos lentes de sol mientras tomaba café.
Sacudí mi cabeza mientras me reía, siempre exageraba con mantenerse oculto, aunque dado la manera en que nos habíamos conocido no era de extrañarse.
Llevaba cuatro años como modelo por lo que se podría decir había adquirido cierta popularidad, sobre todo en las mujeres jóvenes quienes una tarde me encontraron vagando por el centro comercial y comenzaron a perseguirme.
Corrí y corrí apartando gente de mi camino, hasta que en un descuido me llevé a Santiago de encuentro. Sus lentes y gorra cayeron haciendo que las chicas comenzaran a gritar por tener no solo a uno, si no a dos celebridades que perseguir.
Lo ayudé a levantarse mientras le gritaba indicaciones para escondernos, sin embargo parecía que no me escuchaba por lo que tuve que tomarlo del brazo y guiarlo hasta que nos escondimos en el baño de hombres más cercano.
—¿Y tú qué haces? —Le pregunté una vez que recuperé mi respiración, ambos estábamos apoyados en la pared, hincados y con las manos sobre nuestras rodillas—. Hey.
Moví su hombro para que no me ignorara, de repente llevó una mano a su oreja haciendo que viera por primera vez su aparato de audición. Tal parece que fue por ello que no me escuchó gritar que se apartara, ni cuando le gritaba el camino a escondernos.
—¿Decías? —habló haciendo que dejara de mirar el costado de su cara.
—¿Que a ti de dónde te conocen?
—Soy músico. —Lo observé tragar saliva y mirarme como esperando que le dijera algo por ello, finalmente me ofreció su mano con la comisura de su boca queriendo dar el inicio de una sonrisa—. Santiago Rivera.
—Héctor González. —Estreché su mano sin saber que ese día conocía a mi mejor amigo.
Llegué a la mesa después de recordar toda aquella travesía de hacía unos tres años atrás, desde entonces había perfeccionado mi lenguaje a señas para cualquier ocasión que se ofreciese.
—¿En serio? ¿Unos lentes sin mica es tu gran disfraz? ¿Quién te crees, Clark Kent? —Fue lo primero que preguntó en el momento que me senté frente a él. Su barba castaña era lo único que lograba distinguir tras su disfraz. Me reí ligeramente antes de llamar al mesero y pedir mi café. No fue hasta que se marchó que empecé a hablar.
—Es muy temprano como para que alguien llegue a este rincón olvidado de la ciudad, relájate —dije mientras me recargaba con los brazos atrás—. Además, a Superman le funcionaba.
Se quitó los lentes de sol haciendo una mueca, bendito fuera el que pudiera hacer que sonriera y dejara de amargarse.
—¿Quién fue ahora? —preguntó rompiendo el silencio. Lo miré entrecerrando los ojos—. ¿Susana? ¿Miranda? ¿Lucía?
—Daniela. —Corté su lista haciéndolo suspirar.
—¿Te gusta ser tratado así? ¿Planeas soportarlo solo para tener con quién dormir?
—Sabes que no.
—¿Entonces, Héctor? —inquirió mordiéndole a la empanada que tenía en su mano—. Las personas llegan hasta donde uno lo permite, y tú nunca piensas en poner límites. Esto seguirá así hasta que tú decidas cambiarlo.
Torcí el gesto mientras le tomaba a mi café. Siempre me consideré una buena persona, que mis acciones me llevarían a ser el hijo perfecto y un compañero que cualquiera quisiera tener a su lado, pero ¿hasta qué punto llega el ser amable y pasa a ser condescendiente?
—No sé cómo decir que no. ¿Cómo rechazar a alguien que antes que nada fue tu amiga?
—Créeme que ver a una amiga desnuda más de cinco veces ya no se vuelve a recuperar la relación así le digas que no a una sexta. —Bufó.
—En eso tienes razón. —Reí.
Almorzamos en silencio sobre aquella mesa de madera que hacía a la cafetería un lugar rústico, poco a poco la campanilla de la puerta anunciaba más personas dentro del local lo que significaba que pronto debíamos marcharnos.
Mis pensamientos giraban sobre un montón de decisiones sobre las cuales debía comenzar a tomar en cuenta si quería un cambio significativo en mi estilo de vida.
—Tengo que encontrar un departamento —dije por fin haciendo que Santiago me mirara con cierta sorpresa—. Pronto cumpliré veintiséis, debo soltar las riendas que tienen mis padres sobre mí y comenzar a independizarme un poco.
—¿Por qué no te vas a vivir con Alonso? Es una buena manera de comenzar.
—Quiero ser independiente. —Repetí más lento—. Además mi hermano ahora tiene a Sophia y no quiero estorbar, es la primera vez que lo veo feliz desde lo que pasó con Paulina..., otra cosa de la que soy culpable.
Me froté los ojos desesperado, Paulina era una hermosa modelo a quien le presenté a mi hermano y rápidamente congeniaron, sin embargo, su exterior era definitivamente lo único bueno que podía tener y solo causó más daños a la ya de por si baja autoestima de mi hermano mayor.
—De acuerdo, te ayudaré a buscar departamento, creo que hay uno por donde vivo. —Asentí, entusiasta por empezar mi plan—. ¿Y después, qué es lo que sigue?
—Calmado, que solo con esto siento que estoy dejando mucho. Piensa en mi madre, no quiero dejarla sola.
—Qué caso tiene comenzar un plan donde solo has pensado en una parte. Yo ya sé lo que sigue —habló masticando. Lo miré esperando que continuara mientras me señalaba con una cuchara—. Aprende a decir que no, se vuelve divertido una vez que le agarras costumbre.
Me reí negando con la cabeza, no era una mala idea pero no le daría el crédito.
—Te mantendré informado. —Observé la hora en mi reloj—. Debo irme, tengo una sesión a las cuatro y aún tengo que hablar con mi madre sobre mi mudanza.
—Buena suerte con eso.
***
Antes de abrir la puerta de mi casa, recogí el periódico de la entrada: "El informante". Me pregunté si mi entrevista había sido publicada, por lo que rápidamente tomé la sección de espectáculos dejando el resto en la entrada. Iba llegando a las escaleras cuando escuché aquella voz acusadora.
—Qué bonito... —habló mi madre irónicamente. Volteé lentamente postergando el regaño lo más que se pudiera; frente a mí, con ambas manos en sus caderas y una ceja levantada se encontraba mi madre mirándome directamente.
—¡Mamá! —Sonreí acercándome a ella con los brazos extendidos pretendiendo abrazarla. Después de veinticinco años aún no aprendía a no acercarme al enemigo, su jalón en mi oreja dolió como la primera vez.
—¿Crees que esto es una posada en la que no debes llegar o avisar dónde andas?
—Ya estoy algo grandecito como para estos regaños ¿no te parece? —Finalmente soltó mi oreja con un suspiro pero aún con su mirada fija.
—Me preocupo por ti hijo, ya habíamos hablado de este asunto.
—Lo sé mamá, pero tengo un plan ¿sí? —Tomé sus hombros y le di un beso en la frente, no era el momento indicado para decirle que planeaba irme; a pesar de que existía mi hermano y mi padre, yo siempre tuve un sentido de apego mayor hacia mi madre, era mi consejera, mi protectora y el intentar despegarme de ello era algo difícil, aún estando consciente de que ya era tiempo de valerme por mí mismo—. Tomaré una ducha.
Subí las escaleras trotando aún con el periódico en mano. Entré a mi habitación aventando mi camisa en la pila de ropa que se encontraba en la silla frente al escritorio. Las cortinas estaban cerradas por lo que tuve que encender la luz, mi cuarto era de un verde extraño que hacía a la habitación sumirse en la oscuridad.
Me tiré sobre la cama suspirando y abrí el periódico buscando frenéticamente mi foto; no era la primera vez que leería mis palabras impresas en papel, pero aún así me emocionaba como si nunca hubiera pasado.
Mi foto apareció casi en las últimas páginas y comencé a leer con entusiasmo; mis palabras se habían respetado, además de que la manera en que la chica me entrevistó y redactó se hizo muy divertido y fácil de leer.
"E: ¿Dejaste la universidad?
H: No. Tengo una ingeniería en química de la que estoy orgulloso.
Ya lo saben chicas, la belleza no está peleada con la inteligencia, y este atractivo y joven modelo puede causar más de una reacción. Literal."
Después de leer ese fragmento mi sonrisa se ensanchó remontándome a ese día; aún podía evocar aquella mirada determinada, y ese roce de nuestras manos que me había llegado a causar una sensación eléctrica, energizante y atrayente a la vez. Hacía mucho que nada me hacía sentir de esa manera, y era revitalizador el pensar que aún existían chicas capaces de hacerte pensar en ellas por un simple toque, o unos ojos cautivadores capaces de leer todo de ti con una mirada.
Pasé la yema de mis dedos sobre la firma del final, llenándolos de tinta en el proceso. Frida Cadena.
Dejé el periódico a un lado y me metí a la ducha intentando que esas ideas repentinas de los pasados minutos se fueran por la cañería, salvándome de hacer una estupidez.
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¿Cómo están? La verdad es que estos últimos días he intentado ponerme al corriente con todas las novelas que necesitaba. Incluso he llegado a escribir muchísimo de esta novela por lo que no los haré esperar tanto.
Sinceramente se está convirtiendo en una de mis favoritas. ¿A ustedes qué les parece?
¿Me dejarían un voto o comentario? Si tenemos 3 votos y 3 comentarios subiré el siguiente capítulo.
Héctor González en multimedia (Debido a que la historia se desarrolla en México todos los representantes de los personajes serán mexicanos)
Gracias por leer.
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