12. Héctor
Sabía que debía actuar, que debía ser más que solo esa persona de pie como espectador ante un suceso que no podía controlar. Pero desde el momento en que Frida había sido agredida me había paralizado y estaba a segundos de golpearme a mí mismo si no conseguía reaccionar y ayudarla como tantas veces había pregonado que lo haría.
Me detuve a su lado en cuclillas, con una mano en su hombro para captar su atención que por un segundo llegó a sorprenderme cuando por fin me miró de nuevo. Su cabello se veía revuelto tras aquel ajetreo, sus ojos estaban hinchados por las lágrimas derramadas y algunas contenidas, su labio inferior temblaba y aquellos ojos que siempre cargaban consigo emociones intensas ahora se encontraban desorientados.
El deseo de borrar cualquier tristeza en su semblante me embargó en una oleada repentina; sabía que aquella situación me sobrepasaba pero ya era un adulto, podría con ello y sobretodo lo haría por ella. Tragué saliva asintiendo como quien toma fuerza e ignorando su última declaración en el auto; podría preocuparme luego.
—Debemos llevarla al hospital, anda. —Logré decir como si pudiera tener todo bajo control y cuando Frida asintió siguiéndome me recordé mentalmente que todo estaría bien, que ella no confiaría en mí si no fuera a lograrlo.
Colocamos a su madre en el asiento trasero con delicadeza. No respondía, su respiración seguía sin ser normal y a pesar de que el aire en la ciudad comenzaba a ser fresco, ella estaba por demás fría.
—¿Y mis hermanos?
—Puedo regresar por ellos. —Me ofrecí de inmediato al mismo tiempo que ella negaba con vehemencia.
—No quiero que la vean así. Hasta ahora ninguno ha salido y lo preferiría.
—En serio tenemos que llegar al hospital ahora Frida. Creo que estarán bien por una hora más con los gemelos y pensaremos algo en el camino.
—Bien, sí, sí. —Dio dos pasos antes de subir al lado del copiloto de manera automática. La seguí y encendí el auto esperando el tráfico estuviera a nuestro favor.
De reojo podía observar cómo jugaba con las manos entrelazadas en su regazo, la manera en que mordía su labio inferior o removía su cabello de un lado a otro. Podía notar su preocupación y me sentía como una persona horrible por no tener una manera de consolarla, de decirle que todo estaría bien. Ni siquiera lograba controlar mi propia angustia al mirarla tan diferente, ahora podía notar con claridad sus facciones cansadas, que llevaba maquillaje debajo de sus ojos y sus hombros caídos como si ya no pudiera más con la carga.
Por la forma en que le habló a su madre, el que pensara podría controlarla me dio a entender que no era la primera vez, que llevaba tiempo lidiando con eso y hoy simplemente se escapó de sus manos. Desearía volver al inicio del día, incluso me gustaría verla a la defensiva conmigo, con sus comentarios astutos y mirada intensa; pero al mismo tiempo, aún cuando me inquietaba su agotado semblante, ya no estaría a ciegas. Podía decir con firmeza que estaría para ella.
Su suspiro me hizo mirarla cuando sacó su celular mascullando algo en voz baja.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—Llamaré a mi tío, él puede cuidar de mis hermanos, no sé porqué no lo había pensado antes, simplemente... no lo pensé —susurró lo último negando con la cabeza como si se recriminara.
—No siempre se tiene un manual de instrucciones para cada mala situación, estás reaccionando a las cosas como llegan y está bien. Lo haces bien, Ro.
Aún conducía por lo que no logré ver su reacción pero alcancé a escuchar un susurro de su parte: «lo hago bien» decía.
Respiré hondo, quizá yo tampoco lo hacía tan mal después de todo.
*
Llegamos a la clínica y agradecía al ejercicio diario poder cargar con el peso de un cuerpo inerte y al mismo tiempo correr para que alguien se diera cuenta de la urgencia de la situación. Pronto llegaron con una camilla mientras una serie de preguntas llovían sobre Frida quien trataba de responder a todas aún cuando continuaba en un estado de shock. «Sí, vomitó y se desmayó.» «Sí, estaba tomando una botella de algún licor fuerte.» «No, no sé cuánto llegó a tomar.»
La camilla junto a su madre desaparecieron por las puertas azules sin dejarnos ir tras ella.
—Pronto nos vendrán a informar, ¿quieres que te traiga algo? —pregunté mientras la mirada de Frida no se despegaba del corredor.
—Quizá sea bueno sentarnos. Me gustaría sentarme.
Nos guié a la sala de espera con una mano en su espalda de una manera casi superficial, sabía que su espacio personal era importante, desconocía si quería ser abrazada o solo acompañada pero quería asegurarme de que entendiera que estaría ahí y podía apoyarse en mí.
Estuvimos sentados, en silencio, con la palma de mi mano abierta en el reposabrazos en medio de nosotros, dejando la invitación abierta para cuando estuviera lista para ser sostenida.
—Ella no era así, ¿sabes? —habló nostálgica y repentinamente después de un buen rato. La miré prestándole atención aún cuando su mirada se encontraba perdida al frente—. Era una madre increíble... mi mejor amiga. Todo este tiempo he querido creer que volverá a ser como antes. Pero creo que finalmente debo aceptar que no lo hará y es difícil, porque aún con todos los problemas que causa, no quiero perderla.
A pesar de que la situación con mi propia madre no se asemejaba en nada, no era difícil pensar en que, si la viera tan ausente, si llegara a decirme parte de las cosas que hoy Frida había sido víctima, estaría más que devastado. Podría parecer que era un niño de mami pero sinceramente me daba igual, no me avergonzaba el ser un adulto funcional, económicamente independiente y aún así tener la dicha de poder contar con un amor maternal al cual refugiarme por consejo o cuando emocionalmente no era el más estable.
Aún recargado en aquella silla plastificada e incómoda, noté que su labio temblaba y los vellos de sus brazos se encontraban erizados. Con trabajo logré sacar los brazos de la cazadora café que traía conmigo y la pasé sobre sus hombros con una delicadeza que extrañamente era la primera vez que empleaba. Me miró por un segundo esbozando una ligera sonrisa de labios cerrados que hizo revolotear mi interior.
—No soy alguien capaz de predecir el futuro. Solo puedo decirte que confío en que en algún momento se dará cuenta de la oportunidad que está dejando pasar de ver a esta Frida adulta, inteligente, fuerte, divertida, preciosa... —mencioné soltando una pequeña risa cuando rodó los ojos por lo último—, y tan especial, que aunque no quiera que nadie lo sepa, tiene sentimientos sensibles; lo suficiente para esperar a que ella decida mejorar para estar ahí ayudándola sin resentimientos.
Elevó la mirada que aún se notaba algo decaída detrás de sus espesas pestañas. Me generaba una sensación de malestar, un hormigueo en la punta de los dedos el que todos estos problemas crearan una bruma densa alrededor de Frida, impidiéndole ser de alguna manera, libre de sentirse vulnerable e incapaz de abrirse a los demás aún con tanta carga. Incluso desde el primer momento, podría decir que notaba aquella chispa extrovertida en su forma de ser, un lado de ella reprimido que aún encontraba la manera de abrirse paso al exterior, ojalá no tuviera que ocultarlo todo el tiempo.
Un toque cálido en mi mano hizo que dirigiera mi atención ahí notando que Frida comenzaba a entrelazarla con la suya. Su agarre era firme pues, aún en las situaciones tambaleantes, su personalidad decidida no desaparecía algo que me hizo sonreír; sobretodo cuando después de un suspiro larguísimo apoyó su cabeza sobre mi hombro más cercano, tanto que al inhalar podía alcanzar a notar el aroma a coco de su cabello.
—¿Sabes? He aprendido que puedo cuidarme sola —susurró haciendo que mi mano apretara la suya instintivamente—. Pero admito que me gusta sentir que también me cuidas.
Respiré hondo, una confesión como aquella sabía no era fácil para ella y al mismo tiempo mi pecho se llenaba de una sensación de orgullo y calidez de ser quien recibía tal tipo de confianza de su parte, algo que había visto no cualquiera lo ganaba. Dejé un beso en lo alto de su cabeza por más tiempo del que se consideraba necesario.
—Puedes apoyarte en mí siempre que quieras. Te sostengo, preciosa.
—Ya te he dicho Héctor... no soy tu preciosa —susurró mientras se acomodaba mejor sobre mi hombro. Reí un poco apoyando mi cabeza sobre la suya un poco aliviado que a aún con la situación mantuviera su humor; quizá esa sería nuestra frase, una manera muy nuestra de decir que estábamos con el otro.
*
—Te ves terrible.
—Gracias Poncho, por la respuesta a una pregunta que no hice. —Palmeé el hombro de mi hermano con más fuerza de la necesaria mientras este reía.
—¿Por qué señor? ¿Por qué no solo me mandaste niños menos conflictivos? —dijo mi madre colocándome un plato con chilaquiles y una taza de café al momento en que me senté. Le agradecí sonriendo excesivamente—. Quita esa cara Héctor, sabes que comoquiera preguntaré porqué tantas ojeras.
Suspiré audiblemente tomando un poco del café y removiendo mi plato haciendo algo de tiempo. Anoche, después de un tiempo en el hospital el doctor con su jerga médica nos mareó un poco antes de decirnos que la madre de Frida había sufrido una intoxicación por alcohol, que el vomito le había ayudado un poco a que no llegara más grave y la mantendrían por una noche en supervisión con algún suero y vitaminas que le ayudarían a recuperarse.
Había notado que la preocupación de Frida disminuía aunque fuera momentánea, al menos podía estar segura que su mamá saldría de eso en unos días, pero aún había algo en su semblante, en su mirada que me decía continuaba triste. Aquellos ojos que tanto me gustaban no tenían aquel brillo usual y durante toda la noche que la acompañé no dejaba de preguntarme: ¿cómo es que su madre la dañaba tanto?
Supongo que los padres tienen derecho a ser humanos ¿no? Sin embargo, esa justificación no me satisfacía y cuando miré a la sala de la casa casi pude observar a mi padre de pie con un Alonso de diez años hecho un ovillo en el suelo siendo golpeado, castigado y silenciado por el simple hecho de querer estudiar baile. Cerré mis ojos para borrar ese recuerdo, esa imagen nítida de mi niñez que no debí ver y que mi hermano no debió sufrir. Recordarlo causaba una presión molesta en mi pecho, una sensación de ahogo, impotencia y enojo de haber sido agredido por alguien que biológicamente debería estar programado para amarnos.
—Hijo... cariño, ¿qué sucede? —preguntó mi mamá con preocupación, creo que debí responder hacía ya varios minutos.
—Lo siento, estaba pensando. Me quedé con Frida anoche —solté. Alonso elevó las cejas lo que me hizo negar con la cabeza rápidamente—. No de esa manera. Tenía un problema y la quise ayudar, así que no he dormido mucho.
—Hubieras avisado, no te íbamos a exiliar por faltar a un desayuno —mencionó mi hermano.
—¿Y dejar que te conviertas en el favorito? Jamás.
—Soy el primogénito, yo siempre seré el favorito.
—Niños, niños —llamó mi madre chasqueando los dedos para llamar nuestra atención—. Entonces Héctor, es la primera vez desde que dejaste de ser adolescente que mencionas a alguien. ¿Ya dejaron de ser "amigos o algo así"?
Reí al mismo tiempo que Alonso del pobre intento de mi madre por ser moderna, incluso ella terminó por reír con nosotros.
—Aún tenemos mucho que hablar. —«Como el hecho de que mintió sobre Noel» pensé, necesitábamos hablarlo o comenzaría a creer todas aquellas razones que mi cabeza se encargó de pensar en las últimas horas—. Pero te diré cuando suceda. Ahora pasemos el interrogatorio a Poncho, él sí tiene novia y no veo que la haya presentado. Mamá ya hasta le dijo a Frida que si quiere puede maltratarme.
—Le dije que puede regañarte solamente, dramático. Alonso, ¿cuándo vendrá Sophia?
Sentí una patada debajo de la mesa y le saqué la lengua a mi hermano de manera burlona antes de continuar con mi desayuno.
Ese día en la tarde después de una larga siesta, estacioné afuera del periódico. Coloqué mis lentes de sol antes de salir del auto para esperar a Frida, fue cuando mi teléfono sonó con el nombre de mi representante Natalia en la pantalla.
—Hola Nat. ¿Qué sucede?
—Tengo una nueva oferta para ti, es una marca confiable, la paga es buena y creo que te gustará la temática de la sesión pero debes pensarlo bien —habló con aquella voz ejecutiva que utilizaba siempre. Las hojas se escuchaban al fondo y era muy fácil para mí imaginar que se encontraba trabajando frenéticamente en esta nueva propuesta.
—¿Por qué? No escucho nada malo en lo que dices, es más, parece muy bueno para ser verdad.
—Es porque existe esta cláusula. Es un límite de peso, un listado de alimentos permitidos y medidas tanto en cintura como en brazos. Si no cumples con los requisitos físicos pueden no hacer la sesión. —Pasé una mano por mi rostro al escucharla.
Ciertamente, pareciera que ser modelo venía con esa cláusula implícita por lo que no debería ser problema, ir al gimnasio nunca me había disgustado y podría ser disciplinado con la comida si me lo propusiera, solo había una cosa.
—¿Están conscientes de que se me declaró como ectomorfo, cierto? Haré todo lo que me pidan pero hay un límite que mi cuerpo no puede pasar aunque quiera. Y no quiero firmar nada en donde me obliguen a usar esteroides —dije contundentemente. Amaba el modelaje, esa parte buena de darme confianza, de dejar de verme como el "flacucho" al que todo mundo criticaba por no poder subir de peso, ayudó a mi autoestima; estaba bien conmigo en ese momento y me había prometido que entraría a este mundo siendo fuerte sobre mis ideales. Mejoraría y me vería de la manera que necesitara, sin utilizar métodos externos; era un apasionado de la química después de todo, no podía evitar pensar en la composición de los esteroides y generar una ansiedad a su uso, sabía que a ciertos compañeros les había funcionado, pero también me conocía lo suficiente para saber que yo era un paranoico y no podría.
—Lo saben. Sería una terrible representante de dejarte firmar algo así sabiendo que no quieres. Pero sí piden que tu abdomen se marque más y que tus brazos crezcan un poco.
—Podré hacerlo —dije asintiendo aún cuando no me podía ver. Fue entonces que las puertas de aquel edificio se abrieron dejándome ver a Frida saliendo de ellas con su mochila sostenida fuertemente, llevaba dos trenzas a la altura de su barbilla, una blusa azul celeste que hacía resaltar sus ojos y aquel pantalón afianzado a sus caderas, se veía dulce y sexy al mismo tiempo que no podía controlar mis emociones haciendo corto circuito, chocando entre sensaciones. Me miró frente a ella y esbozó una pequeña sonrisa ladeada antes de dirigirse hacia mí, era absolutamente deslumbrante.
—¡Héctor! —gritaron en mi oído lo que me hizo reaccionar. Probablemente llevaba llamándome desde hace un rato.
—Lo haré, firmaré.
—No tomes decisiones apresuradas... —«Algo en lo que soy muy bueno» pensé—. Te haré llegar el contrato, léelo y decide. Entrarás al mundo del modelaje de ropa interior, pero que la emoción no te nuble.
—Gracias Nat. —Frida llegó hasta donde estaba y presionó sus labios mirando a todos lados excepto a mí—. Te llamo después.
Colgué guardando el celular y dejando las manos en mis bolsillos mientras titubeante daba un paso en su dirección, inclinándome para dejar un beso en su mejilla; una presión medianamente larga.
—Hola, preciosa.
—Hola, rulitos —susurró con una media sonrisa haciendo que mis cejas se elevaran.
—Así que ya tengo un apodo, ¿en qué nos deja eso?
En lugar de contestarme entrelazó sus manos al frente de su cadera, balanceándose sobre sus pies. No podía presumir que se trataba de nervios puesto que Frida era la viva representación de la calma, como si todo lo tuviera bajo control. Ni siquiera existía un sonrojo o expresión que se reflejara en su rostro impasible.
—¿No preguntarás lo que quieres preguntar? —inquirió ladeando su cabeza y haciendo que ahora yo presionara mis ojos con nerviosismo sin poder estar quieto. Decidí abrir la puerta del copiloto.
—¿Has comido algo? —Me miró confundida lo que me hizo reír y trazar con mi dedo la arruguita de su frente—. ¿Quieres hablarlo frente a tu lugar de trabajo?
Su postura se enderezó como dándose cuenta del lugar en el que estábamos. Sus ojos se movieron a todos lados para al final sostener su mochila con más firmeza y subir al auto.
Una suave melodía se escuchaba de fondo mientras nos adentrábamos en el tráfico de la ciudad. Fue hasta que encontramos el segundo semáforo que aclaró su garganta poniéndome en alerta.
—Lo hice para alejarte —confesó. La miré un segundo antes de volver la atención al camino—. No es mi hijo, pero alguien tiene que cuidarlo y has visto que mi madre no está en condiciones. Supuse que, la responsabilidad te alejaría. Lamento si te juzgué pero, hice lo que en ese momento pensé que estaba bien.
Asentí en señal de que escuchaba y esperando a que mis propias ideas se llegaran a acomodar. Por un lado se encontraba esa espina molesta en la que era cansado ser engañado, sobre todo cuando me encontraba en un medio público donde muchas personas se acercaban con falsas intenciones o incluso aquellas con quienes había estado a veces era con el fin de ser estafado o amenazado con fotos íntimas si no accedía a sus exigencias que llegaban desde el dinero hasta contactos; debería llevarle un regalo a mi representante, desconocía cómo es que había salido de esas situaciones sin que medio México conociera el tamaño de mis partes.
Pero luego estaba Frida. No había mentido para obtener algún beneficio, todo había sido con el fin de proteger a sus hermanos, de poner una responsabilidad que no le tocaba pero que había tomado por encima de todo.
—¿No dirás nada? —continuó.
—Estoy consciente de que soy una persona impulsiva, Ro. No quiero serlo contigo, al menos no con esto. Estoy ordenando mis ideas.
—Bien —respondió apretando sus labios y mirando por la ventana.
Estacioné cuando llegamos a un pequeño local de comida; me apresuré a bajar cuando ella lo hizo, rodeando el auto y tomando su muñeca al alcanzarla deteniendo su paso colocándome enfrente.
—Dime algo. ¿Lo hiciste porque querías alejarme o porque sentías que debías hacerlo? —pregunté en un susurro sin soltar su mano, pasando un mechón suelto de una de sus trenzas de vuelta a su lugar. Siguió mis movimientos con la mirada, sin inmutarse como comúnmente, salvo el respiro hondo que tomó haciéndome saber que algo de mí causaba algo en ella.
—Siempre me repetí que era lo correcto, que podría superarlo si no lo dejaba avanzar... —decía con seguridad; cada palabra suya aumentando el ritmo de mis latidos que si llevara su mano a mi pecho podría sentirlos, fuertes y constantes a su voz—. Pero creo que quiero intentar... hacer algo que quiero aunque no sea lo que se deba.
Mi sonrisa se ensanchó al escucharla llevando mis manos a su cintura haciéndola retroceder hasta que su espalda chocó con el auto, colocándome lo suficientemente cerca para sentir su respiración en mi barbilla antes de bajar el rostro, aprisionándola. Sus ojos se abrieron con sorpresa sonriendo un poco y tentativamente colando las manos alrededor de mi cintura.
Besé la punta de su nariz dejando después dos presiones en sus labios comenzando el beso de verdad, mordiendo su labio inferior para profundizarlo, explorando el interior de su boca de una manera que la hizo soltar un leve y probablemente involuntario gemido, llevando a que mis brazos la envolvieran en un abrazo completo, atrayéndola hasta que no existió espacio alguno entre nosotros; podría jurar que incluso la había levantado un poco del suelo al ser ella tan baja de estatura.
El sonido fuerte de un claxon me devolvió a la realidad, ralentizando el beso terminando en suaves presiones a sus ahora muy hinchados labios, sus pies volvieron a tocar el suelo y cuando abrió los ojos el que estos brillaran un poco me embargó de felicidad.
—Andando, preciosa.
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¡Volví! He estado inspirada y motivada. Espero avanzar con muchos capítulos más.
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Karina C.
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