11. Frida
Un incandescente resplandor era todo lo que mis ojos podían observar. La estructura del museo estaba perfectamente diseñada para que su brillo fuera atrayente e incluso mágico para cualquiera que se acercara al menos a un kilómetro del lugar, con su diseño a base de cristal y su forma tan surreal que te dejaba pensando en cómo es que podía sostenerse durante el tiempo y si ese era su exterior, ¿qué tantas obras de arte podría albergar en su interior?
Seguramente había estado embelesada observando que no noté a Héctor a mi lado o reparé en el tiempo que pasó hasta que se aclaró la garganta, haciendo que mi mirada conectara con la suya; en sus ojos se notaba su pícara sonrisa y el destello de saber que escogió el mejor sitio para una cita, al menos conmigo, quien sin entrar aún al lugar ya estaba conteniendo la respiración.
—¿Lista para conocer el interior, preciosa? —preguntó extendiendo su mano frente a mí, pidiendo un permiso silencioso de llevarnos a un nuevo nivel, uno en el que yo aceptara que era una cita en toda la extensión de la palabra. Estaba tan cautivada por mi alrededor que tomé su mano, sintiendo una calidez desde la punta de mis dedos hasta mi pecho cuando hizo que las entrelazáramos. Era curioso, cómo un gesto tan banal a simple vista, era para mí un gran paso de confianza, darle a entender a cualquiera que nos viera que estaba con él de una manera mucho más allá de lo que una amistad común se considerase. Ni siquiera me detuve a recriminarle por llamarme preciosa, por ese día yo quería serlo.
Podía notar que Héctor lo entendía y se regodeaba con el saber que el muro que había formado entre él y el romanticismo se agrietaba con cada paso que dábamos unidos por nuestras manos, de las que juraba sentía una electricidad recorrer.
Pagó nuestra entrada y cruzamos las puertas de cristal, dejando atrás el ruido de la ciudad y los diferentes colores naturales del cielo y el césped, adentro todo era pulcramente blanco, con esculturas en yeso tan magníficamente talladas que me tenían observando cada detalle. Era la colección de Auguste Rodin el cual inspiró sus obras en grandes clásicos como "La Divina Comedia", "Metamorfosis" y "Las Flores del Mal", para una ávida lectora como yo era un momento único que agradecería por un buen rato.
—¿Tu plan entonces es seducirme con metáforas de libros? —inquirí mirando de vez en cuando a Héctor mientras parecía era una niña pequeña llevándolo de la mano para ver cada una de las esculturas exhibidas.
Noté su encogimiento de hombros queriendo parecer desinteresado aún cuando su sonrisa lo delataba. Me asombró descubrir el hecho de que no me asustaba lo mucho que había aprendido de sus gestos.
—Eres escritora Ro, es el camino lógico a seguir... pero no, siempre me ha interesado el arte, quise compartir ese gusto con alguien que lo entendiera; sabía que serías tú.
—¿Qué te hace estar tan seguro? ¿Yo podría ser alguien ruda, sabes? Te recuerdo que no pensabas pudiera tener un tatuaje.
—Del que aún deseo saber más, sí —respondió haciendo que le apartara la mirada con un gesto que intentaba ocultar mi sonrisa—. Más que nadie, sé lo ruda que puedes llegar a ser. Pero eso no significa que no cuentes con la sensibilidad para apreciar el arte, además mira lo bonita que luces cuando no te preocupas por mantenerte apartada de mí.
Giré para mirarlo en el momento en que la pantalla de su celular aparecía en mi campo de visión, mostrando una foto reciente de mí frente a una escultura, con mi cabeza ladeada, concentrada en cada detalle y viéndome tan relajada como hace un tiempo no lo estaba. Era un bella imagen que me hizo suspirar, ojalá pudiera sentirme tan despreocupada todo el tiempo, ojalá pudiera ser esa chica de la foto sin el peso en los hombros, las ojeras pronunciadas y un aura de temor a su alrededor.
Apreté la mano de Héctor instándolo a continuar.
—Vamos, quiero seguir mirando.
Llegamos al área de arte mexicano del siglo XX, mientras avanzábamos por el pasillo se notaba cada pintura mejor que la anterior, cada mural más complejo y detallado, era como si el grado de dificultad en una pintura no conociera límite y solo nos desafiaran a escoger alguna favorita.
Me detuve frente a uno de los murales de Rufino Tamayo, absorta en su diversidad de colores cuando sentí una caricia en el dorso de mi mano que involuntariamente me hizo contener la respiración. Observé primero la caricia sin intenciones de mover la mano, subí la mirada lentamente hasta dar con sus ojos grisáceos que sin la luz del día se tornaban más oscuros y profundos. Parpadeé repetidas veces antes de aclarar la garganta, me molestaba que aún después de todos mis intentos por mantener una distancia considerable, sabía no iba a ser capaz de resistir su intensidad en aquel día donde mis barreras comenzaban a tornarse invisibles y vulnerables.
—¿Sabes? Hay mucho que ver en la pared, no tenemos porqué hacer el juego de miradas —dije fingiendo tranquilidad.
—¿Y tú sabías que dejas de parpadear cuando ves algo que te gusta? Tu mano se mueve como si resistieras la tentación de ir a tocarlo, sonríes ligeramente antes de apretar los labios para contenerte como si no se te permitiera ser feliz. Se te hace una graciosa arruguita en los ojos cuando los entrecierras para leer las placas de las esculturas. Tú puedes ver todo lo que quieras, yo estoy más interesado en mirarte a ti.
Boqueé cual pez ante tal declaración haciendo que su sonrisa se engrandeciera y sus ojos se achicaran, era aquella jovialidad en su rostro la que no me permitía ser tan fuerte como para apartarlo.
Bufé cuando me recuperé lo suficiente para que de mí saliera alguna frase coherente.
—Dios, de verdad eres un cliché andante —dije molestándolo, aunque mi voz no sonó tan autoritaria como comúnmente y él lo notó pues en lugar de amedrentarse solo tiró de mi mano para tenerme lo suficientemente cerca para que su perfume me hiciera querer quedarme a esa distancia por todo el tiempo que se pudiera.
—Te dije que yo podría llenar tu vida de clichés, bonita —susurró apartando un mechón de mi cabello para ocultarlo tras mi oreja. Su tacto era dulce y aún a esa cercanía con su sonrisa llena de intenciones, el gesto no parecía invasivo o incorrecto; era más tímido, como si aún no llegara a confiar que en cualquier momento lo apartaría de un puñetazo, pensamiento que me hizo sonreír inconscientemente.
—No me digas, en tu ensayada escena de película es la parte en que intentas besarme. Muy predecible de tu parte, Héctor.
—En realidad... —Hizo una pausa subiendo nuestras manos entrelazadas separándolas y volviéndolas a juntar con lentitud, analizando cada movimiento de nuestra unión antes de sonreír—. Había planeado llevarte a cenar, rozar tu mejilla al ayudarte con la servilleta y darte un besito de esos que solo cuentan como roce, esperando que fueras tú quien lo continuara. ¿Suficiente novelesco para ti?
—Soy lectora, nada es nunca suficientemente novelesco —admití en un susurro, aunque ir por ese camino parecía peligroso a esa distancia; sobre todo cuando su rostro se acercaba cada vez más, lo necesario para que mis labios se abrieran en expectativa conteniendo la respiración y cerrando los ojos. Fue hasta que dejó un beso en mi frente que solté el aire reprimiéndome por esperar aquel contacto al que tanto me había negado.
—Baila conmigo, Romina.
—Estamos en un museo, Héctor. Ni siquiera hay música —dije lo obvio aún sin abrir mis ojos, con su barbilla en la coronilla de mi cabeza.
—Pero no hay nadie alrededor, hay todo un salón para nosotros además... —En ese momento se separó de mí dándome una vuelta lenta y ejerciendo la presión suficiente para regresarme a su lado, colocando mis manos en su cuello y las suyas alrededor de mi cintura. Tenía brazos tan largos que parecía un abrazo, o quizá solo estábamos muy pegados lo que en ese momento no me interesó cambiar—, dado que ninguno sabe seguir el ritmo de la música creo que no la necesitamos.
—Eres un tonto —añadí golpeando ligeramente su brazo mientras reía.
Comenzó a balancearse de un lado a otro llevándome consigo, era en cierto punto tan relajante que terminé por rendirme colocando mi cabeza sobre su pecho y sintiendo su barbilla en lo alto de mi coronilla. Nunca creí sentirme tan en paz en los brazos de quien consideraba buscaba tratarme como una más, ¿que excusa tendría ahora para rechazarlo? Cuando en realidad en ese momento me hacía sentir tan única y tranquila.
—Si alguien nos ve, dirán que estamos locos —hablé con mi voz siendo amortiguada en su pecho.
—Al menos seremos locos juntos. —Su pecho vibró con sus palabras antes de que su índice se colara bajo mi barbilla para levantar mi mirada hasta conectar con la suya—. Solo di que sí, Mina.
Era increíble cómo podía hacerme sentir tan en calma en un segundo y al otro remover todo en el centro de mi pecho, la incertidumbre, el miedo... el anhelo. No logré descifrar si fue, como diría Laura, el aura del momento, si el apodo tan especial para mí siendo dicho por él de una manera enternecedora o si solo quería por primera vez hacer algo que yo quisiera por el simple hecho de quererlo. Pero en menos de un segundo ya me encontraba colocándome de puntillas a un centímetro de su boca, intercambiando mi mirada entre sus ojos y sus labios. Sus manos en mi cintura ejercieron una leve presión que me hizo sonreír al saber que se encontraba ansioso y a la vez me dejaba ser quien decidiera dar ese paso, que sin palabras sabía sería trascendental para ambos.
Mis labios conectaron con los suyos en un roce tan dulce que solo un segundo después ya me encontraba perdiendo su labio inferior entre los míos, profundizando el beso de una manera algo torpe al haber pasado mucho tiempo. Sin embargo, no faltó mucho para que Héctor correspondiera, y vaya que lo hizo. Una de sus manos subió hasta mi rostro, ladeándolo para que fuera más fácil de que el beso francés se presentara, mordió mi labio inferior antes de lamerlo para calmar el ardor al mismo tiempo que su mano libre ejercía presión en mi espalda baja manteniéndome más cerca. Involuntariamente emití un sonido de gusto que se perdió en medio del beso. Hubiera sido vergonzoso de no ser porque era algo absolutamente irrelevante cuando tenía a ese chico vivaz besándome a un ritmo perezoso y profundo que no pensaría sería su estilo al ser él tan enérgico, pero que, sin duda, no me disgustaba en nada.
No nos separamos hasta que unas voces comenzaron a escucharse a lo lejos y un carraspeo cercano nos sacó de la ensoñación. Una mujer de tez acaramelada y uniforme gris nos miraba con los ojos muy abiertos, en su camisa se encontraba el logo del museo y detrás de ella un número considerable de estudiantes de alguna secundaria que en ese momento no me molesté en reconocer.
—Lo sentimos. —Escuché a Héctor hablar rápidamente antes de que tomara mi mano llevándonos fuera del museo. Sentía mi cara arder, aunque dudaba si era por la situación de haber sido encontrados o por el beso en sí que aún tenía a mis labios palpitando. Fue hasta que llegamos al estacionamiento que nos detuvimos contra el auto a respirar segundos antes de reír.
—Bueno preciosa, espero hayas visto lo suficiente del museo porque tal vez no nos dejen entrar en algunos años —habló después de un rato mientras yo aún recobraba el aliento. Se colocó delante de mí llevando los mechones de mi cabello a su lugar—. Creo que aún tenemos media hora de cita, ¿te parece si pasamos por unas hamburguesas y cenamos de camino a tu casa?
Mi respuesta tardó más de lo normal pues mi cabeza se negaba a centrarse cuando el recuerdo del beso seguía nítido en mi memoria, sobre todo con su rostro tan cerca del mío dejándome ver sus labios hinchados y rojos como seguramente se encontraban los míos.
—Suena a un buen plan —dije sonando lo más normal posible, sin embargo en cuanto sonrió dejando un beso en la punta de mi nariz sentí que mi interior se derretía.
—Entonces andando.
*
Una canción melódica se escuchaba de fondo en la radio de aquel Tsuru austero al que, contrario a mis esfuerzos, ya me estaba acostumbrando. La ciudad, como siempre, albergaba un tráfico horrible que nos detuvo por más de cuarenta minutos; sin embargo, no había un silencio incómodo o pensamientos de arrepentimiento como había esperado me llegaran de pronto. Era más un ambiente de tranquilidad en el que él intentaba robar de mis papas fritas mientras yo golpeaba su mano; existía una complicidad que comenzaba a agradarme... demasiado.
Aún no podía dejar de pensar en aquel beso, mis labios palpitaban con solo pensar en ello, en su tacto, su intensa mirada y a la vez tranquilas caricias; suspiraría de no ser porque se encontraba a mi lado. Mi cabeza se encontraba envuelta en un torbellino de emociones desconocidas, si bien había tenido uno que otro pretendiente de adolescente no parecía lo mismo, sobre todo con la responsabilidad del bebé Noel, el pequeño Tomás y la preocupación constante de los mayores de mis hermanos, hacía tanto que no salía en una cita, me arreglaba por el simple hecho de sentirme bien, o estaba con alguien que se aferrara tanto a exponer mis sentimientos. Por primera vez en años me había hecho sentir como alguien de mi edad, como una mujer que puede hacer más que solo cuidar de los demás, que aún puedo tener esa vena soñadora y romántica que tanto escondía por miedo a ser demasiado problema y alejarlo antes de siquiera intentarlo, que estoy viva y a pesar de la monotonía en mi vida soy una persona que puede sentir deseos sin sentir culpa o entrar en colapso sobre cómo afectaría a nadie más que a mí.
Lo miré por un segundo mientras tarareaba una canción, alegre y despreocupado como era la mayor parte del tiempo. Desconocía en qué punto llegábamos a encajar o cómo es que a esas alturas ya no lo quería alejar; solo sabía que me encontraba indecisa. Si pensar en alejarlo ahora ya se sentía difícil, me aterraba el ir más allá y que se marchase al final. Aunque más miedo me daba lo mucho que quería volver a besarlo.
—¿Una papa por tus pensamientos? —preguntó extendiendo la comida frente a mis ojos, la tomé comiéndomela de un bocado mientras él me miraba expectante. Me encogí de hombros limpiando mis manos con una servilleta.
—Era mi papa a fin de cuentas por lo que me puedo reservar la respuesta.
—Astuta —mencionó justo cuando mi casa aparecía a la vista. Mis piernas comenzaron a temblar con la intención de salir corriendo; había dejado a los gemelos a cargo y comenzaba a reprenderme por preocuparme hasta ese momento, sin embargo, Héctor tomó mi mano deteniéndome—. No presionaré, no preguntaré nada de la situación, solo quería decirte que me la pasé bien hoy y que si quisieras podría repetirse.
Observé nuestras manos unidas, no encontraba el valor para separarlas y al levantar de a poco la mirada me encontré con sus ojos grisáceos y una leve sonrisa. Entrelacé los dedos de nuestras manos sorprendiéndolo, no quería dejar de sentirme así y no estaba lista para no volver a tener la locura que Héctor traía a mis días, por una vez desde hace tanto decidí pensar en mí.
—También la pasé bien y si fuera una pregunta probablemente mi respuesta sería que sí.
La manera en que lentamente se formó una sonrisa en su rostro hizo que le correspondiera, era una reacción genuina en él que comenzaba a gustarme.
De alguna manera nos encontrábamos frente a frente por lo que cuando apartó un mechón de mi cabello pude observar con claridad cómo lamía sus labios mientras paseaba su vista entre mis ojos y mi boca.
—¿Y si la pregunta fuera si puedo volver a besarte? —susurró cada vez más cerca, deteniendo su mano libre en mi mejilla que comenzaba a sonrojarse de su tacto.
—Creí que hace mucho dijiste no perderías el tiempo preguntando.
Al parecer fue la mejor respuesta por hacer. Su sonrisa se ensanchó terminando de acortar la distancia para perder mis labios entre los suyos; pequeñas presiones al comienzo antes de profundizarlo haciendo que mi mano fuera a enredarse en su cabello como si eso me diera la estabilidad que buscaba. Ralentizó el beso cuando el oxígeno se hizo necesario, sin embargo, no dejaba de dar pequeños roces y un último beso en la punta de mi nariz que me enterneció.
—El caos puede ser divertido a veces, preciosa. Déjame enseñarte.
—Si lo arruinamos, si esto es solo una atracción no sería la única afectada. —Por primera vez mi voz se tornó baja. Había expresado uno de mis mayores miedos a intentarlo, sobre todo cuando recordaba a Tomás preguntar por él incluso habiéndolo visto pocas veces. No quería ver a mis hermanos pasar por otra decepción, no quería volver yo a perder el sentido de confianza en todas las personas.
—Puedo decirte las mil y un maneras en porqué esto no se siente como una simple atracción, incluso el pulso acelerado en tu muñeca me dice algo más. Pero sabemos que solo son palabras y que no será hasta que me permitas tener acciones que podrás confiar en mí.
Sentí un aguijonazo en mi pecho que me hizo retroceder un poco de nuestra cercanía, aunque aún manteníamos las manos entrelazadas. Tomé aire como si eso me diera valor y mordí mi labio inferior hasta que dolió. Si de confianza hablábamos, yo era la que había estado mintiendo.
—Tengo que decirte algo... —comencé. Héctor me miraba desconcertado pero asintió atento a cualquier cosa que tuviera por decir—. Noel no es mi hijo... es mi hermano menor.
Sus labios entreabiertos y su mano soltando la mía fueron el resultado de su conmoción, iba a comenzar a explicarme cuando la puerta del copiloto se abrió y alguien me sacó del auto jalando mi cabello haciéndome soltar un pequeño grito entre la sorpresa y el dolor.
—Así te quería agarrar, siempre criticándome y aquí estás tú también. Encerrada con un hombre que bien sabes te usará y desechará. —Sus balbuceos se entendían muy poco pero lo suficiente para ser escuchada. Incluso tambaleándose tenía la fuerza suficiente para lanzarme al suelo con una mano.
Masajeé mi cabeza donde el jalón aún palpitaba y observé a mi madre de pie frente a mí fuera de sí, con la mirada perdida y una botella en su mano izquierda. De reojo pude ver que Héctor se acercaba pero negué con mi cabeza en su dirección, yo podía manejarlo.
—Madre, has tenido un mal día. Vayamos adentro, te prepararé un café y tomarás una ducha. —Intenté decir con voz cauta mientras me levantaba, aunque podía sentir el ligero temblor en mi voz. Siempre había llegado a los excesos pero nunca me agredió ni me dio esa mirada tan desubicada que por un momento tuve miedo.
—Solo digo la verdad y lo sabes. Así como los padres de esos bastardos que duermen en mi casa, te embarazará, te dejará y tendremos otro escuincle al que alimentar. — Negaba con mi cabeza escuchándola, sabiendo que no era verdad, que lo decía porque se encontraba alcoholizada, pero sus palabras calaban hondo al punto en que mi vista se comenzaba a nublar de las lágrimas contenidas, fue entonces que los pasos de Héctor se hicieron más certeros acercándose a mi costado, sosteniéndome de la cintura cuando yo no sabía que necesitaba estabilizarme. No quería que se metiera, me avergonzaba que incluso estuviera presenciando aquella escena tan desastrosa, incluso le llegué a susurrar «no hagas nada, déjamelo a mí»
—¿Crees que alguien se quedaría contigo? Tan sin chiste, tan común. ¿Crees que hemos sido suficientes para retener a alguien? No, tú terminarás como yo, solo alguien de paso, alguien donde todos retozarán pero nadie se quedará —dijo mientras una lágrima escapó y mi temperamento explotó rodeando a Héctor quien se había puesto como un escudo entre ella y yo.
—¡Cállate! Debería de avergonzarte que mi mayor miedo en la vida sea parecerme a ti. No seré como tú, una desobligada, alcohólica y promiscua mujer.
El ardor en mi mejilla y el zumbido en mi oído me hizo consciente del fuerte golpe que me había dado. Para no estar en sus cinco sentidos había sido arrollador, lo suficiente para que Héctor hubiera tenido que detenerme para no caer.
—Es suficiente. Intenté no intervenir pero no dejaré que la maltrate de esa manera, es momento de que se calme señora antes de que me obligue a calmarla yo mismo. —Escuché decir a Héctor antes de que con sus manos evaluara mi rostro de cerca—. ¿Duele mucho?
—Estaré bien —susurré mirando a sus ojos por un breve segundo.
—Tú no me puedes decir qué hacer, es mi hija y yo la educo como se me da la gana.
—¿A eso le llama educar? ¿Por qué no empieza por mirarse en un espejo? —Nunca había notado ese tono de seriedad en Héctor. A pesar de ello, apreté su hombro indicándole que se tranquilizara y llegué hasta mi mamá con pasos sigilosos, se tambaleaba, sus ojos parecían a medio cerrar y pronunciaba incoherencias. No había rastro de la mujer de mi infancia, tan llena de vida, tan persistente y alegre. Sus palabras dolían pero más era mi pesar ver cómo mi mamá se había marchitado y probablemente ya nunca florecería.
Tomé la botella de su mano y le di una triste sonrisa.
—No quiero renunciar a ti madre, pero pareciera que es lo que buscas —dije antes de que las arcadas en ella se hicieran notorias y comenzara a vomitar a un lado de mí. Sostuve su cabello, ya sin lágrimas en mis ojos como si me hubiera entumecido y todo lo hiciera de manera mecánica. Fue hasta que la observé desfallecer que el verdadero pánico me alcanzó.
—¿Mamá? —La llamé palmeando sus mejillas. Estaba muy fría, con los labios casi azulados y en su pecho no se alcanzaba a notar su respiración—. ¡Mamá!
*****************************
Hola hola. Ya salí de vacaciones de la uni, tengo trabajo pero definitivamente quería volver a escribir y no saben lo feliz que me hace. Tengo un gran deseo de continuar y terminar esta historia.
A los lectores que siguen conmigo, infinitas gracias
A los nuevos, bienvenidos a este mundo de drama
Háganme saber si les gustó el capítulo, con una estrellita, comentario o los dos. Espero que el tiempo haya valido la pena.
Gracias por leer.
~Karina.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top