Tú mi Luz. Tú mi oscuridad.

Hace unos años, existió la Luz, Y la oscuridad. Ambas, eran formas humanoides, muy diferente a la otra.

Mientras que la luz se rodeaba de todo lo alegre, la claridad y el reconfortante calor de verano.

La oscuridad se rodeaba de todo lo frío, tenebroso, y hasta muerto. Era desolada, y nadie la prefería, hasta había quienes la odiaban.

En algún punto ambas se cruzaron, viéndose después de existir por años, frente a frente. Estando tan cerca que sus auras formaban un precioso atardecer al chocar juntas.

Fueron conociéndose. Aunque todo el mundo le rogaba a la luz que se alejara de la oscuridad, esta quería seguir conociéndola, quería confirmar que solo su apariencia era oscura, no su alma. Y poco a poco se hicieron cercanos. La oscuridad estuvo cerca de la luz, y la luz, demasiado cerca de la oscuridad. Sin darse cuenta cuanto afectaba la oscuridad a la luz, literalmente. Todo lo que esta tocaba, se oscurecía en menos de un segundo, no había excepciones. 

Un día, en una pequeña fuente, escondida en el jardín personal de la Luz, ambos decidieron estar allí. Félix fue el primero en meterse al agua, la cual resplandecía como nunca antes, era tan brillante y clara que la hacía ver demasiado hermosa a pesar de su vejez. Y la oscuridad, queriendo alejar al chico, solo metió un pie dentro del agua para que este se ennegreciera en gran parte, casi tocando a la luz, quien se alejó por inercia

"No podemos estar juntos, te apagarás si lo haces. Y si pasa, el mundo me odiará, no puedo quitarle su Luz."

Miró tristemente al rubio, antes de poner su otro pie para caminar dentro del agua que se ennegreció casi por completo, solo chocaba contra la luz, quien ahora solo mantenía sus pies en el agua y se iba alejando poco a poco de la oscuridad. No fue hasta que lo tuvo enfrente, casi tocándose, que Félix reaccionó mirando al mayor, le sonrió dulcemente y solo dijo:

"No me apagaré por un poquito de oscuridad. De todos modos, uno no existiría sin el otro. Se necesita luz para que haya oscuridad, al igual que se necesita oscuridad para que exista la luz. Estamos destinados a convivir, solo no quieres hacerlo por temor a corromperme, y eso no pasará."

Lo que él no notaba, era que sí pasaría, pues bajo sus ropas, su piel se iba oscureciendo, no de forma rápida y menos notoria, pero con el paso de los días, su tono brillante se volvía más opaco, más gris, hasta su actitud se volvía un poco más fría, y así mismo, la oscuridad se iba haciendo más clara, más alegre, más viva.

No fue hasta que el cambio se notó demasiado, que ambos decidieron separarse, aunque ya era tarde, la Luz se había oscurecido y la Oscuridad se había aclarado. Todos pudieron verlo, y el mundo culpo a la oscuridad, queriendo matarla por corromper lo único bueno que tenían. Aunque no fue su culpa, nadie le creería.

La Luz no quería alejarse de la oscuridad, se había enamorado de ella, la necesitaba más que a nada. Y ya no le importaba sacrificar su poco brillo solo para estar juntos, si fuera por él, se lo daría todo con tal de abrazarse, aunque sea una sola vez, la cual podría ser la última.

Se encontraron al atardecer, en donde siempre la luz y oscuridad chocaban para darle paso a la otra, en una colina alejada, ambos se vieron con pena y amor, se habían enamorado y ese fue su peor error, estaban destinados a convivir, a llevarse el uno al otro, pero no debían estar juntos, no como querían, eso no era parte de su destino. Lo que los terminó de matar fue eso, un simple abrazo acompañado de un beso, donde Luz y Oscuridad se tocaron por primera vez, siendo totalmente uno, y contaminando al otro sin frenarlo ni evitarlo, de todos modos, ya no importaba.

La Luz se volvió oscuridad, y la oscuridad se volvía Luz, y aunque quedaba restos de lo que fueron, ya no era lo mismo, perdieron su esencia, una parte muy importante de ellos. Y el destino los odió por ello, los odió por hacer lo único que no debían hacer, amarse. Así que, sin avisar ni preguntar, condenó a vivir eternamente a estos enamorados juntos, pero sin tocarse, sin forma etérea, ya que sus cuerpos se desvanecieron en el aire, ambos podían encontrarse en muchas formas, cuando el sol alumbraba todo un claro, pero la sombra poseía un lugar, allí, donde chocaba, estos dos enamorados podían sentirse, y ese sentir era aún más fuerte durante los atardeceres, donde la luz y oscuridad volvían a chocar, y cada uno podía sentir la calidez, o frío, del contrario. No podían tocarse físicamente, ni verse como querían, pero tenían su forma de estar juntos, y así permanecerían, amándose con lo poco que tienen eternamente. 

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