Tormento

Siempre creí que el día más largo y tormentoso de mi vida había sido el de mi boda. Pero definitivamente el anterior lo superó por mucho.

Necesitaba ropa y un lugar donde bañarme, y aunque mi enojo con Daniel había disminuido, no me atreví a ir a su departamento.

Todos sus mensajes fueron de disculpa, me pedía una oportunidad para explicar porqué no mencionó la infidelidad de Isabella. Y aunque tenía curiosidad por saber, no me animé a llamarlo, aún no estaba listo para lidiar con ese problema.

Compré algo de ropa para cambiarme, no quise ir al departamento y encontrarme a mi esposa, era consciente de que las cosas podían acabar peor de lo que ya estaban.

Hacía tiempo que no salíamos de viaje, así que me sentí relajado al entrar al cuarto de hotel que renté decidiendo sacar lo mejor de la situación.

Tenía que ver a un paciente en dos horas; afortunadamente los viernes no atendía tantos y como ese día sería para plantear la transferencia, no estaría mucho tiempo en el consultorio.

Me bañé y cambié rápidamente, ni siquiera desayuné, estaba tan ansioso que el comer me llevaría a pasar todo el día con retortijones estomacales. Al llegar a mi lugar de trabajo, encontré al primer paciente ya esperando. Le pedí disculpas por el ligero retraso y le platiqué sobre la transferencia.

—¿No afectará con mis avances? —preguntó, consternado.

Ese hombre en especial era muy inseguro, tardé un año en ganarme su confianza y seis meses más en llegar a la estabilidad que lo dejó con una sesión semanal.

—Te puedo asegurar que no, el doctor Israel fue mi mentor —le conté.

Sus ojos dieron un destello de alivio.

—Entonces estaré bien —comentó.

Asentí y saqué un folder.

—Aquí tengo referencias sobre él para que las estudies y puedas decidir mejor. —Le ofrecí los papeles y los tomó ansioso.

Observó el folder durante varios segundos en completo silencio mientras se movía como sintiéndose incómodo.

—La primera vez que entré aquí supe que usted me iba a cambiar la vida —susurró.

Lo miré con detenimiento, no parecía tener señales de alguna recaída, pero se escuchaba afanoso.

—¿Pasó algo? —cuestioné dejando de lado el plan de solo plantear las transferencias para ponerme en modo psicólogo.

Me vio con emoción, sus ojos se tornaron vidriosos.

—Mi esposa está embarazada, apenas nos enteramos ayer —explicó, conmovido—. Nunca creí sentirme apto para guiar a otra persona, menos a alguien que me va a buscar para consejos y soluciones. —Su mirada se llenó de lágrimas cuando soltó un tembloroso suspiro—. Pero ayer me di cuenta de que estoy listo, supe con certeza que podré guiar a ese pequeño ser sin miedo a destruirlo; y todo es gracias a usted.

Sentí un calor expandirse por mi pecho a causa sus palabras; llegué a tener pacientes agradecidos, pero nunca a ese grado.

—Tú tienes mucha parte en tu avance.

Asintió y bajó la mirada al folder.

—Pero usted me encaminó de manera correcta.

No tuve palabras para responder, solo pensé con cierta tristeza que ojalá hubiera podido hacer lo mismo con Lisa.

Después de platicar durante una hora con mi paciente, salí por un café al Starbucks de la esquina. No era fanático de la franquicia, pero me estaba cayendo de sueño, así que necesitaba cafeína.

Al momento de pagar, la cajera rozó mi mano, sin querer; a pesar de que bajó la mirada para que su gorra cubriera su rostro, alcancé a ver que sus mejillas se colorearon de color rojo. La situación no me pasaba muy seguido, pero sí la había presenciado con Daniel.

Y no es como que haya sentido chispas o que me hubiera estremecido ante el contacto, pero me quedé en el establecimiento a pensar sobre ese roce; no por la cajera que terminó por huir a la parte trasera del establecimiento al notar que no me retiré, más bien por otra persona a la que no quería ver ni en pintura en esos momentos.

¿Cómo puede ser tan tormentoso un roce?

Recordé como el día anterior ella rozó sus dedos con mis labios, como ese pequeño contacto aceleró mi corazón a tal grado que me costó respirar.

Siempre he pensado que las manos son la parte del cuerpo que más influencia tienen al momento de la intimidad, son las que logran transmitir los sentimientos y deseos mucho mejor que las palabras.

Dejé escapar una sonrisa llena de ironía recordando que el vídeo de Isabella con Rodrigo sería un buen ejemplo visual de mi teoría.

Y el día anterior, las manos de Lisa me transmitieron deseo y entrega. Si no hubiera sido por lo que la llevó a mí, estaba seguro de que me hubiera dejado llevar hacía mucho. Pero tal y como le dije horas atrás, no era correcto.

Tenía mi celular sobre la mesa, se encendió al recibir un mensaje. Lo desbloqueé y noté que era de Isabella, me pedía vernos para comer, le urgía platicar de algo.

Vi fijamente sus palabras no entendiendo porqué se me revolvió el estómago, fue como cuando se presiente que se va a recibir la peor noticia de la vida. Aunque después de enterarme de qué tan falso era mi supuesto matrimonio, no creí que existiera una noticia que me pudiera hacer sentir más miserable.

Cuando terminé con mi paciente, caminé al restaurante dónde Isabella mi pidió que nos viéramos. Escogió uno donde las luces permanecen tenues y las mesas son cubículos separados por cortinas; se podría decir que tenía aspecto romántico, pero algo me decía que Isabella lo escogió por la intimidad, y que no era la primera vez que asistía.

Al llegar a la mesa, noté ella ya estaba ahí, tecleaba con velocidad un mensaje. Dudé que me estuviera escribiendo para ver si ya estaba en camino.

Me senté sin decir nada y ella me miró con sorpresa.

—No te escuché llegar —señaló, nerviosa, y bloqueando rápidamente su dispositivo.

Me encogí de hombros, su reclamo más bien fue que interrumpí lo que sea que estuviera haciendo.

—¿Podemos hacer esto rápido? Tengo cosas que arreglar en el consultorio —pedí con frialdad.

No estaba listo para verla, lo sabía, en cualquier momento comentaría algo sobre su aventura.

Ella me miró pensativa, como si estuviera dudando de hablar sobre lo que en un inicio quería.

—Sé que hemos estado alejados, pero creo que lo podemos resolver —empezó viéndome directamente a los ojos.

Crucé los brazos y arqueé una ceja, tenía que estar bromeando.

—Dudo que podamos, Isabella —atajé tratando de contener las ganas de echarle en cara lo de Rodrigo.

Tomó un poco de agua antes de argumentar—: Yo creo que sí podemos, Toby; hay razones para que intentemos dejar nuestros errores atrás —En ningún momento titubeó y eso me hizo ver lo ciego que creía que estaba.

—No me digas Toby —exigí endureciendo la mandíbula. Isabella me vio con sorpresa, pues por fin me había armado de valor para pedirle que dejara ese horrible apodo. Sacudí la cabeza descartando el tema, tenía que volver al punto—. Este matrimonio estaba destinado al fracaso. ¿Cómo puedes pretender que no lo sabías?

Me miró con molestia por unos momentos.

—Si te hubieras esforzado... —Comenzó a decir.

—¿Más? —alegué, incrédulo—. Hacía tu santa voluntad, me vestía como querías, dejé de hacer cosas para que estuvieras cómoda, «aunque aparentemente con otros sí puedes tomar» hice todo para tenerte feliz; no me digas que no me esforcé —reproché.

Isabella me vio con una expresión molesta; aparentemente todo lo que mencioné no era suficiente, necesitaba aún más para creer que había puesto de mi parte para que nuestro matrimonio funcionara. Igual debí darle mi alma para que se sintiera satisfecha.

—Nunca quisiste un hijo —espetó.

Bufé al entornar los ojos.

—Si crees que un hijo iba a salvar esta relación, no sabes de qué se trata el matrimonio —refuté sacudiendo la cabeza.

Ella cruzó los brazos y me vio de manera desafiante.

—Pues lo vamos a averiguar —refutó con seguridad.

Fruncí el ceño no pudiendo creer a donde nos quería llevar.

—No te voy a embarazar —aseguré, escéptico.

Sonrió con ironía.

—No lo harás, porque ya lo hiciste.

No pude evitar la sonora carcajada, la gente nos vio extrañados mientras yo reía. Isabella estaba furiosa, su rostro incluso se tornó rojo, pero no me importó. Negué y entre risas me levanté, saqué dinero de mi cartera y lo dejé en la mesa mientras mi futura ex esposa me veía como si estuviera loco.

—Llama a Rodrigo, yo invito la comida, pero sólo eso, no voy a mantener a su hijo —susurré con frialdad.

Mi supuesta esposa me miró con sorpresa, incluso tenía la boca un poco abierta. Volví a sacudir la cabeza antes de salir del restaurante.

Si había algo de lo que me sentía orgulloso, era de que podía recordar ciertos eventos por fecha: Cuatro días atrás tuve​ intimidad con ella, pero antes de eso, habían pasado tres meses desde nuestra última vez.

Dudaba mucho que ese bebé fuera mío, aunque finalmente entendí porqué aquel día acudió al estudio: al parecer ella y Rodrigo pensaban dejar que yo mantuviera a su hijo, y tal vez lo hubieran logrado de no ser por Lisa, tendría que agradecerle.

Muy al fondo de todo, esperé que Isabella fuera lo suficientemente sensata para dejar de tomar con su embarazo.

Otro paciente que se reservaba el derecho de decidir hasta no leer referencias y comprobarlas; no me sorprendí, de hecho, esperaba esa reacción en todos.

Durante mis espacios libres pensaba en el hombre que con emoción me contó sobre el embarazo de su mujer y no pude evitar preguntarme cómo hubiera reaccionado si no supiera que el bebé que Isabella esperaba tenía muy poca probabilidad de llevar mi sangre. Suspiré y miré hacia la ventana.

«¿Cómo me sentiría si Lisa fuera a tener un hijo mío?» ¿Acaso estaría igual de emocionado que mi paciente?

Mi celular sonó y revisé esperando que no fuera Isabella, pero al notar quién llamaba, contesté.

—No es necesario que me hackees —comenté levantándome.

—Creí que no responderías —dijo Daniel.

Me encogí de hombros.

—Me exalté.

—Estabas en tu derecho.

—Isabella está embarazada.

Escuché un largo suspiro.

—¿Tuyo? —preguntó, preocupado.

—Lo dudo —respondí viendo hacia el callejón dónde días atrás besé a Lisa.

—¿Qué harás?

—Lo que tuve que hacer al día siguiente de casarme —musité. Estaba seguro de que Isabella no se iba a oponer, después de todo, si llegaba a comprobar que el bebé no era mío, nos íbamos a divorciar y la gente se enteraría del porqué.

Ella jamás pasaría por la vergüenza de una separación por adulterio, preferiría que nos separáramos a gran velocidad para decir que Rodrigo le daba lo que yo no y que estaban tan enamorados que rápidamente se embarazó.

—Será el divorcio más rápido de la historia —señaló Daniel sabiendo lo mismo.

—Dile a Sofía que ya no se atormente, las cosas pasan por algo —le pedí.

—Lo haré —masculló.

Colgué y vi fijamente el celular antes de abrir el Whatsapp y escribir un mensaje:

"Lamento lo de esta mañana, estaré en esta dirección, habitación 508, por si necesitas algo"

Lo releí, escéptico, antes de mandarlo junto con la ubicación del hotel. En realidad no supe qué esperaba lograr con ese mensaje, pero lo envíe de todos modos.

Escuché truenos a lo lejos y entendí que de nuevo se desataría una tormenta; afortunadamente ahora sí tenía mi carro y no sufriría por caminar bajo el fuerte aguacero.

Tocaron la puerta de la habitación de manera desesperada. Revisé la hora de mi celular antes de apagar la televisión; no me podía imaginar quién podría ser con ese clima y a esa hora. Sin embargo, al abrir me quedé mudo.

Lisa se encontraba ahí parada totalmente mojada, vestía un pants gris y una blusa verde de manga larga. Noté desesperación en sus ojos.

—Lisa, qué... —Empecé a decir pero ella se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza.

—No quiero estar contigo por venganza —murmuró en mi pecho.

Estaba tan mojada que empecé a sentir que el agua penetró mi ropa. La tomé de los hombros para tratar de alejarla, pero noté que su cuerpo se estremecía.

—Lisa, estás temblando, ¿qué pensabas al salir con esta lluvia? —le reprendí.

Ella sacudió la cabeza, desesperada.

—Casi lo hago, estuve a punto de hacerlo —susurró.

Fruncí el ceño, consternado, no supe si temblaba por el frío o por lo que me estaba contando, pero la miré preocupado.

—Lisa —musité separándola un poco.

Ella me vio con lágrimas recorriendo su rostro, sus ojos reflejaron el pavor que sintió en el momento.

—No me abandones, por favor, no soporto la soledad —rogó abrazándome con fuerza—. Perdón, no quise que pensaras eso. —Estaba balbuceando y no supe qué hacer ante la situación, sólo la sostuve mientras lloraba—. Quería hacerlo, ansiaba hacerlo, pero pensar en ti me detuvo. —Levantó su rostro y me miró a los ojos—. Ayúdame —gimió.

Me miró con tanta vulnerabilidad que terminé por abrazarla con fuerza sintiendo que se estaba perdiendo a sí misma, eso me llenó de pánico.

Era momento de tomar otras medidas.

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