Odio
Se podría decir que detestaba la rutina en la que se convirtió mi vida, pero despreciaba aún más que me la cambiaran; y era muy consciente de lo estúpida que solía ser mi manera de pensar.
Llegó el Domingo, día en el que solíamos visitar a mis padres y evitaba pasar "tiempo de calidad" con Isabella. El problema fue que el día anterior vimos a mis progenitores, así que tendría que pasar el dichoso tiempo ignorando a mi esposa, o dejando que ella lo hiciera.
No cumplí mi meta, así que no llegué ebrio la noche anterior. De hecho, estaba demasiado consciente de lo que pasaba en mi vida.
Cervezas y Daniel siempre eran mala combinación: Cuando mi amigo estaba sobrio, no se guardaba nada, pero medía sus palabras, o al menos no era tan crudo en su manera de hablar de ciertas cosas; pero uno que bebía de más, no se guardaba ni medía las palabras.
Así que pasé la mayor parte del tiempo escuchándolo hablar sobre lo triste y patética que era mi vida. De lo manipulable que era, de como nunca les había podido poner un alto a mis padres, de como Isabella era mi nueva autoridad, pues terminaría haciendo lo que ella dijera sin titubear.
Que era el peor marido pero terminaría siendo el mejor padre del mundo porque estaría dispuesto a aguantar un infierno por mi hijo o hija; entre muchas cosas más.
Me levanté del sillón desganado y froté mi rostro con pereza; al llegar a casa encontré la recámara cerrada con seguro, Isabella me dejó fuera pero mínimo me dejó de una almohada y dos cobijas para que durmiera en la sala, su manera gentil de decir "vete al diablo".
No me molesté, de hecho, me sentí aliviado. Era el mejor marido del mundo, ¿verdad?
Y siendo sincero, esperaba que estuviera lo suficientemente enojada para quedarse encerrada todo el día en la recámara, pero obviamente, no tuve tanta suerte.
Estaba al baño echándome agua en la cara cuando escuché la puerta de la recámara abrirse. Salí, al asomarme noté que ella no estaba, así que aproveché para sacar ropa para poder bañarme.
Tras cerrar el baño y desvestirme, me metí a la regadera. Mientras el agua recorría mi cuerpo no pude evitar recordar los labios de Lisa sobre los míos.
En realidad no fue un beso apasionado ni nada por el estilo, podría decir que incluso fue algo totalmente superficial, hasta frío.
Pero eso no evitaba que rememorara el momento.
En mis consultas siempre decía que "odio" era una palabra demasiado fuerte para describir el desprecio. Es atarse a esa persona por la que se sentía tal cosa; solía decir que cuando se dejaba de lado aquél sentimiento uno se liberaba y podía volver a empezar.
Claro que también siempre decía que no había que mezclar el trabajo con el placer y ¿a dónde me llevó eso? A dejarme besar por una de mis pacientes. Podría decir que en mi hipocresía había varias cosas que odiaba en el momento:
Odiaba como se me iba el aire al verla.
Odiaba verla de reojo.
Odiaba saber cómo era y aún así estar atento a lo que hiciera.
Odiaba no poder controlarme.
Sobretodo odiaba saber que estaba mal y aun así dejarme caer.
Terminé de bañarme, me cambié y salí para enfrentar el mundo. Me sorprendí bastante al ver la mesa preparada para dos, como cada mañana.
—Buenos días —dijo Isabella sirviendo café.
—Buenos días —repliqué sin saber qué esperar.
Ella se sentó y comenzó a comer sin mirarme, así que hice exactamente lo mismo. Me pregunté qué haríamos durante el día.
—Llamé a Sofía para que salgamos —comentó de pronto.
«Así que ella tampoco desea pasar tiempo sola conmigo» No dije nada, seguí comiendo.
—Me dijo que estaba con Daniel —prosiguió tomando un sorbo de café.
«El muy maldito» mantuve el silencio.
—Así que le dije que propuse salir los cuatro juntos —concluyó como si no fuera gran cosa.
Tomé la servilleta y me limpié la boca, al parecer Daniel tenía razón: Isabella se estaba convirtiendo en mi madre, tomando decisiones por mí. Traté de pensar en cómo negarme, pero el recuerdo de un beso robado a espaldas de mi esposa me detuvo.
La culpabilidad nos empuja a cometer grandes estupideces.
Tenía algunos colegas que daban terapia matrimonial, la mayoría llegó a comentar que el noventa por ciento de sus pacientes estaba ahí por infidelidad.
El miedo más común en la esposa es que el hombre la comparase con la amante; en el caso del esposo es que la mujer piense en el amante estando con él.
¿El pensar en mi paciente me convertía en la esposa?
Porque no comparaba a Lisa e Isabella, pero sí me encontraba pensando en la primera en presencia de la segunda.
¿Qué tan mal se vería un psicólogo buscando terapia matrimonial? Tal vez debí preguntarle a mi mentor por ese aspecto en especial.
Estábamos en un restaurante italiano donde la mesa era cuadrada, de un lado tenía a Isabella y del otro a Sofía, frente a mí estaba Daniel quien por el aspecto de su rostro, aún seguía un poco crudo.
—Tobías, estás muy callado —expresó la pelirroja con una sonrisa.
Me encogí de hombros.
—Dormí mal —murmuré viendo de reojo a Isabella quien solo entornó los ojos.
—Menos mal que no estás crudo como Dany —dijo dándole palmaditas al aludido en la espalda.
Sofía e Isabella no eran cercanas, de hecho, dudo que se llegasen a considerar amigas. Se podría decir que dadas las circunstancias, no debió extrañarme que no mencionara a Lisa en nuestras escasas reuniones.
Incluso llegué a creer que a mi esposa no le agradaba Sofía. Solo la mantenía cerca por sus conexiones con la gente, ya que muchos de los eventos de mi esposa eran patrocinados por conocidos de ella.
—¿Supiste que los Miller adoptaron? —preguntó Isabella bebiendo de su copa de agua.
Sofía asintió con un gesto tristeza.
—Conocí a la madre biológica —contestó con pesadez—. ¿Recuerdas ese evento de violencia de género? —Mi esposa asintió con interés—. Bueno, la madre biológica era una de las que estábamos ayudando, desgraciadamente el hombre con el que vivía la encontró en el refugio y bueno... Te imaginarás —concluyó con desconsuelo.
—La desgracia de unos es el beneficio de otros —refutó Isabella con frialdad.
Volteé a verla con el ceño fruncido mientras que Sofía la observó con algo de confusión
—¿Eso es lo que piensas?
Mi esposa asintió sin titubear y yo sacudí la cabeza, avergonzado. La otra chica se quedó pensando. Daniel nos vio consternado, supuse que esperó que iniciaran una pelea o algo, Sofía se tomaba muy a pecho la ayuda social, pero la mencionada de pronto sonrió.
—Creo que tienes razón —comentó viéndome brevemente.
Y de pronto se me ocurrió que Lisa le pudo contar lo que pasó ese día en casa de mis padres. Sentí vergüenza y bajé la mirada con el entrecejo arrugado.
Isabella asintió y un gesto de superioridad se formó en sus facciones.
—Claro que la tengo, ¿o no, amor? —preguntó tomando mi mano. Tuve la necesidad de soltarme de su agarre, pero me detuve, de nada serviría armar una escena frente a todos los comensales—. Es como mi Toby —continuó pasando una mano por mi cabello, sentí el mismo desagrado al nombre al instante—. Sin esa gente enferma, él no tendría un ingreso de dinero; su desgracia, nuestro beneficio —justificó sin atisbo de empatía.
La miré con la mandíbula endurecida y los ojos entrecerrados. Una vez más me di cuenta de lo poco que nos conocíamos, yo no veía a mis pacientes como tan solo un ingreso de dinero, iba más allá de eso.
Pero Isabella jamás preguntaba la razón detrás de mis acciones, siempre se mantenía a raya, algo que llegué a agradecer en el pasado pero que al momento me incomodó, pues poco a poco me fui dando cuenta de que en realidad no actuábamos como un matrimonio normal.
—Es como la amante y el marido —intervino Daniel tomando de su copa de vino, me giré y le dirigí una mirada de advertencia.
Sofía sonrió con cierta empatía.
—Claro, el sufrimiento de la engañada es el beneficio de la amante, ¿no? —completó viendo a mi amigo de manera significativa.
Me pregunté si Daniel también sabía del asunto, yo no le mencioné el beso cuando nos vimos en el bar.
Isabella los vio fijamente con un gesto de aparente horror y sentí la tensión acrecentarse.
—Creo que una mujer que se mete en un matrimonio vale menos que nada —espetó con los ojos desorbitados.
Claro, ninguno se dio cuenta de que no estaba participando en el debate. Incluso mi esposa se enderezó en su lugar y yo crucé los brazos al decidir que salir con ellos había sido una pésima idea, hasta tuve ganas de pedir la cuenta.
Sofía se encogió de hombros a la par que se escuchaba un tintineo proveniente de algún celular.
—Creo que una mujer que se casa sin amor, vale lo mismo —evidenció sacando su teléfono.
Vi con claridad como el rostro de mi esposa se llenó de furia al grado de empuñar las manos debajo de la mesa. Fue un golpe bajo lleno de verdad y ambos lo sabíamos. Sin embargo, nuestra amiga no se enteró ya que no desvió la mirada de la pantalla y una expresión de incertidumbre invadió su rostro. De pronto se levantó.
—Discúlpenme —masculló poniéndose el aparato al oído antes de darse la vuelta para caminar en dirección a la terraza.
Daniel la vio preocupado mientras se alejaba e Isabella volvió a beber de su copa sin quitar el gesto de enfado.
—Ahora entiendo porqué nunca has intentado una relación con ella —finalmente le dijo a Daniel al bajar la bebida.
—Isabella —le advertí en voz baja no queriendo que se encendieran las cosas entre ellos dos. Mi esposa me miró con enojo.
—Es la verdad —alegó, indignada.
Mi amigo la vio inexpresivo, parecía estar midiendo sus palabras. Esperé que no agravara más la situación.
—De hecho, no la persuado a una relación porque vale demasiado para un mujeriego como yo —confesó sin titubear.
Isabella lo miró incrédula antes de refutar algo que no alcancé a escuchar, pues sentí mi celular vibrar y quise aprovechar cualquier cosa para ignorar la guerra que seguro se había desatado entre los dos. Lo saqué y noté que Lisa me mandó una foto al Whatsapp.
Terminé de bloquear lo que mis acompañantes se decían, pues al abrir la imagen vi las piernas de mi paciente... Sus piernas llenas de cortadas recién hechas junto a un solo mensaje.
"Lo siento, doc., no lo pude evitar"
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