Límite

La idea de Lisa sobre viajar me estaba dando vueltas en la cabeza desde que lo mencionó, mientras más lo pensaba, más me animaba a que lo hiciéramos una vez que saliera del sanatorio.

Me encontraba sentado en una oficina con mi aún esposa frente a mí con una expresión de repulsión.

—Solo hace falta firmar —dijo mi abogado pasándome los papeles, leí un poco y noté que al parecer estaba todo bien.

La semana pasó rápido, Isabella movió sus influencias para que el divorcio se diera de manera fluida. Ella se quedaba con la mitad de todo, obviamente; eso es lo que se gana uno al casarse por bienes mancomunados.

Firmé sin titubear pensando en el viaje que me esperaba con Lisa.

Isabella me vio un poco feo cuando su abogado le pasó los mismos papeles, pero firmó en silencio. Mientras más rápido se juntara con Rodrigo, menos hablaría la gente sobre su embarazo y la verdadera razón del divorcio.

—Eso es todo, ¿verdad? —pregunté, ansioso, a mi abogado.

Él sólo asintió mientras revisaba las firmas, con una última mirada a mi, ahora ex esposa, me retiré de ahí lo más rápido posible.

Lo primero que hice al salir de la oficina fue marcarle a Lisa, pero extrañamente no contestó.

Esperé que no hubiera resurgido su ansiedad por la plática que tuvimos antes de que fuera a mi apartamento para recibir los nuevos muebles.

Decidí que lo mejor era darle la noticia en persona, pues llevaba días guardando que estaba a punto de firmar el divorcio. Quería estar seguro de que no habría nada que se volviera a interponer entre nosotros antes de darle alguna esperanza de hacer oficial la relación.

Al llegar toqué varias veces, sin embargo, nadie abrió la puerta; de hecho, no se escuchaba nada al interior.

Volví a marcar su número pero el buzón de voz me recibió después de timbrar varias veces. Decidí marcarle a Sofía pensando que tal vez estaban juntas.

—¿Diga? —contestó entre risas.

—Hola, Sofía; ¿está Lisa contigo? —pregunté tratando de contener la ansiedad.

—Es Tobías —dijo en voz baja—, no, estoy con Daniel comiendo —contó, alegre.

Me daba gusto que estuvieran disfrutando de esa oportunidad que se dieron, pero me sentía ansioso por no saber de Lisa.

—Vine a su casa pero no abre y no contesta el celular —expliqué mientras volvía a tocar.

—Hay una llave debajo de la maceta de la esquina —explicó con suma tranquilidad—. Ayer me comentó que se desvelaría terminando el proyecto, supongo que sigue dormida.

La ansiedad no disminuyó como esperé, incluso, sentí una opresión en el pecho.

—Gracias —murmuré tratando de sonar calmado—. Salúdame a Daniel —le pedí agachándome para sacar la llave de dónde indicó.

—¡Claro! Nos vemos después —exclamó y colgó.

Abrí la puerta con cautela, al entrar me encontré con que todo estaba demasiado silencioso y las cortinas se encontraban cerradas.

Caminé a la habitación esperando ver a Lisa dormida, pero el latido de mi corazón se alteró al encontrar la cama vacía y tendida. Fruncí el ceño, quise asegurarme de que tal vez acababa de despertar y la arregló antes de hacer otra cosa. Sentí mi estómago comenzar a revolverse como fruto de la ansiedad que cada vez aumentaba más y más.

Me acerqué a la puerta del baño al notar que estaba entre abierta, traté de abrirla con el corazón resonando en mis oídos pero sentí algo bloqueándola.

Una horrible presión que me dificultó respirar se posó sobre mi pecho y empujé con más fuerza la puerta. Cuando finalmente logré una abertura por la que pude pasar mi cabeza, mi mundo se derrumbó.

Un cuerpo inmóvil se encontraba tirado en el piso del otro lado, dos charcos de sangre rodeaban cada muñeca.

—¡Lisa! —grité, desesperado. Empujé la puerta como pude y rápidamente tomé las toallas que colgaban de la pared para ponerlas sobre sus muñecas e intentar detener la hemorragia—. Por favor, responde —rogué con un nudo en la voz mientras trataba de sacar mi celular.

Llamé al número de emergencias, pero la espera se me hizo eterna. Cuando finalmente contestaron, clamé por ayuda y respondí las preguntas del operador atropellando las palabras. El rostro de Lisa estaba muy pálido y la sangre comenzaba a manchar las toallas alcanzando mi piel.

La persona me informó que estarían ahí en unos minutos, que mientras esperaba debía seguir presionando para tratar de parar el sangrado. Cuando colgué, dejé caer el teléfono al piso e hice más presión como si con aquello pudiera revertir lo sucedido.

—¿Por qué? —pregunté con la voz quebrada.

Todo pasó muy rápido: un momento estaba explicándoles a los paramédicos lo que sucedió, y al siguiente me encontraba en el baño del hospital tratando de quitar la sangre que manchó mis manos.

Podía sentir mi cuerpo temblar mientras el agua se llevaba el exceso de líquido rojo, me puse una vez más jabón mientras dejaba escapar aire por la boca. Sentía que no podía respirar, mis pulmones habían dejado de cooperar desde el momento en el que encontré a Lisa; el agua se mezclaba con la sangre y yo me estremecía.

«¿Por qué?» en mi mente se repetía una y otra vez como un mantra; no lograba entender qué empujó a Lisa a cometer tan aberrante acto.

Deseaba con toda mi alma que aquello fuera una horrible pesadilla. Esperaba despertar en cualquier momento y encontrarla en mis brazos quejándose de cómo no la dejaba dormir.

Solté un suspiro que amenazó con convertirse en sollozo y, tras cerrar la llave del agua, puse las manos a cada lado del lavabo, temblaba como si me estuvieran electrocutando y podía sentir dolorosos tirones en el corazón.

Debía estar bien, tenía que sobrevivir, no podía hacernos esto...

Finalmente tomé una toalla desechable y sequé mis manos, la tiré en el cesto y salí del baño; al llegar a la sala de espera encontré a Daniel y Sofía, ella tenía los ojos hinchados y llenos de lágrimas mientras mi amigo la abrazaba.

Ninguno dijo nada, solo nos sentamos a esperar noticias.

En mis palmas aún había rastros de su sangre, por más que las lavé no logré quitar todo. Me incliné hacia el frente y enredé las manos en mi cabello, no podía dejar de pensar en el cuerpo pálido e inmóvil de Lisa.

—Sofía. —la llamó una voz grave.

Levanté un poco la mirada y encontré a Marco junto al padre de Lisa. No me pude contener, a pesar de que Daniel trató de detenerme, caminé directo a uno de los hombres y lo empujé a la pared.

—Sabías lo que le pasaba y no te importó presionarla —grité empuñando el cuello de su camisa.

Mi amigo trató de separarnos mientras la gente nos veía. Sin embargo, Marco metió sus brazos entre mis manos y logró que lo soltara antes de aventarme.

—Se suponía que la ibas a ayudar, tienes más culpa que yo, la terminaste de matar —me acusó al señalarme.

Daniel se puso frente a mí para evitar que volviera a acercarme al desgraciado.

—Contrólate, no vale la pena —susurró empujándome por los hombros.

Respiraba de manera errática y no quité la mirada del maldito que insistió en una boda para controlar a su pareja; aún así, de reojo noté que el padre de Lisa nos veía con la mandíbula tensa y los ojos entrecerrados. Estábamos en el hospital del Ángel, por eso se enteró de lo que pasó.

—Jonathan. —Uno de los doctores le llamó.

Todos vimos con escepticismo cuando el aludido se acercó al hombre, éste puso la mano en su hombro y sacudió la cabeza mientras susurraba algo.

El padre de Lisa asintió endureciendo el gesto antes de observarnos una vez más y seguir al hombre. Sólo bastó esa mirada para que entendiera lo que pasó.

Lisa no sobrevivió.

El mundo se detuvo por un ínfimo momento; voces, ruidos, todo mi entorno se desvaneció mientras la mirada del doctor Jonathan atormentaba mi alma.

Se fue, no hubo nada qué hacer, llegué tarde y no la salvé.

«No quiero ser salvada»

Me di la vuelta con el corazón y mi respiración siendo el único sonido en mi cabeza, no supe cuántos pasos di ni a dónde me dirigí hasta que el aire en mi rostro me hizo saber que me encontraba afuera.

—Espera. —Escuché vagamente a mis espaldas.

Pero no me detuve, incluso mis pies aceleraron el paso al grado de sentir que se habían sincronizado con mi corazón.

Todo a mi alrededor se tornó borroso y me sentí fuera de mi cuerpo. Terminé siendo espectador en una película dónde el protagonista buscaba una clase de escape al sentimiento que había abierto su boca cual león rugiente listo para devorar a su apacible víctima.

Sentía que si me detenía la realidad de la situación me iba a alcanzar; que tendría que aceptar la verdad, el fracaso y la desolación.

Respiraba una y otra vez buscando algo, no supe qué, me bloqueé y miré al aparcamiento donde gente y ambulancias eran la audiencia ante la caída libre que amenazaba con arrancarme el alma.

—¡Tobías! —El fuerte agarre de Daniel me detuvo antes de cruzar la avenida.

—Es mi culpa, fue mi culpa, tenía razón; ella me estaba... —balbuceé.

Mi amigo puso ambas manos sobre mis hombros.

—¿Te estás escuchando? ¡Tobías, reacciona! Sabes mejor que nadie que cuando una persona...

Me solté con brusquedad.

—¡No vi las señales! —grité a la par que algunas personas se detenían a observar. Yo respiraba de manera frenética mientras mi amigo me veía con preocupación—. ¡Era su maldito psicólogo y no vi las señales, Daniel! ¡¿Dime cómo carajos pasó?!

Él bajó la mirada y suspiró sabiendo que no tenía manera de refutar. Sacudí la cabeza y sin postergar más mi huida, cruce la avenida.

No había manera de asimilar la situación... No la había.

¿Cómo explico lo que pasó después?

Sofía le contó la verdad al padre de Lisa, no hubo nada que ocultar una vez que sus colegas le enseñaron las marcas en la piel de su hija. Pero siendo la persona orgullosa que era, prefirió echarme la culpa, llegando al punto de amenazar con demandar y lograr que me retiraran la licencia.

Así que definitivamente no estuve invitado al funeral.

Mi padre llamó mínimo veintinueve veces en esos días, ninguna le contesté, pues sabía lo que iba a decir.

Por más que pensé en los últimos días, no pude encontrar alguna señal de alarma ni nada que me hiciera saber que Lisa había llegado a su límite. Incluso pareció que sólo había fingido en los días que pasamos juntos.

Me instalé en el departamento y no salí de él, pasé los días pensando y analizando cada pequeña cosa vivida con ella. Se podría decir que me hice masoquista, pues no dejaba de pensar en la primera vez que la vi:

Abrí la puerta del consultorio y la encontré jugando en su celular, como cada que llegaba temprano.

Aclaré mi garganta y levantó la cabeza, fue la primera vez que el azul hipnótico de sus ojos me atrajo como miel a la abeja. No supe cuánto tiempo nos observamos, pero ella de pronto sonrió de esa manera irónica que llegué a conocer a la perfección.

—¿Eres Lisa? —Fue lo primero que pregunté.

Ella asintió y, sin decir nada, se levantó y entró al consultorio, pasó a escasos milímetros de mí provocando que su olor dulce con una mezcla de flores inundara mi nariz. Sacudí la cabeza para escapar del hechizo y tras cerrar la puerta, me senté detrás del escritorio.

Fue la primera vez que noté como su presencia imponía, que movía cosas y me retaba con la mirada.

—Soy el doctor Tobías...

—¿Cuántos años tiene, doc.?

Fruncí el ceño ante la pregunta ya que no era lo primero que solían cuestionar en las sesiones.

—Treinta y un años —respondí tratando de hacerla entrar en confianza.

Siempre era un juego de dar y recibir, yo les entregaba algo de confianza y el trato solía ser recíproco, pero con Lisa jamás fue así.

—Demasiado joven para tratar de salvarnos, ¿no cree? —cuestionó tomando asiento y cruzando las piernas.

Entrelacé las manos frente a mí y la observé con detenimiento, vestía unos jeans negros con una blusa holgada de manga larga color rojo.

—¿Tratar de salvarlos?

Ella puso los brazos detrás y se recargó sobre ellos, me miraba con una expresión de incredulidad.

—La mayoría buscamos destruirnos de manera lenta y dolorosa —respondió con tanta naturalidad que me sorprendió su sinceridad.

—Si buscas destruirte, ¿por qué aceptaste la terapia?

Me vio con algo de sorpresa y yo me di un golpe mentalmente, no supe por qué hice aquella pregunta, fue la primera vez que despertó algo inusual en mí.

Pero de pronto sonrió de manera coqueta y relamió sus labios, algo que me incomodó y preocupó.

—Porque estoy segura de que puedo sacar ventaja de esta situación —respondió en un hilo de voz que me hipnotizó.

El timbre interrumpió mis pensamientos. Me levanté, desganado, y abrí la puerta para encontrar a Daniel y Sofía. Ambos vestían de negro, seguro venían del funeral.

No les dije nada, sólo los miré y ella buscó en su bolsa algo antes de entregarme un sobre mientras sus ojos me veían con lástima.

—La rescaté del buró junto a su cama, es para ti —dijo con un nudo en la garganta.

El sobre tenía mi nombre y parecía tener marcas de gotas de agua, la observé por lo que me pareció una eternidad antes de asentir sin decir nada. Sofía me dio un beso en la mejilla y, tras dirigirme una última mirada de lástima, se alejó con Daniel.

Mi amigo volteó antes de meterse con ella al elevador; sabía que quería hablar conmigo, pues también ignoré sus llamadas, pero estaba seguro de que me daría mi espacio y que esperaría a que yo lo buscara.

Cerré la puerta y vi la carta con recelo y molestia, incluso pensé en quemarla sin siquiera leerla.

Al parecer, incluso después de muerta, Lisa buscaba burlarse de mí.

Caminé a la sala donde suspiré con pesadez y me dejé caer en el sillón, observé el sobre por unos momentos e inhalando todo el aire posible, finalmente lo abrí.

Tobías:

Tengo que tener el poder. Los dos no podemos tener el poder. Quiero lo que es mío. Tú eres mío, ¿no? Sin embargo, yo no soy tuya, no puedo ser de nadie porque ni siquiera soy de mí misma.

Me di a ti. Somos uno y otro, ¿no? Quiero decir, ¿qué más da?

El miedo me ataca desde todos los rincones de mi ser. ¿Qué? ¿Qué es lo que no estoy viendo? ¿Lo que yo percibo no es lo realmente real? ¿Por qué soy yo la única que veo lo que veo y de la manera que lo veo? ¿Qué significa esto? Seguro que esto es lo que va mal con todo el mundo, ¿no? Quiero decir, no puede ser MI problema. No tengo miedo. No estoy asustada, ni soy débil, ni vulnerable. Te necesito... ¡¡¡¡NO!!!! Soy fuerte y no te necesito. Si me permites necesitarte, no te querré más. Y si dices que no te puedo tener, entonces tengo que tenerte. Si me permites tenerte, entonces no te quiero más. Te quiero cuando no me quieres, y te necesito cuando no quieres ayudarme. Es la mordedura y el dolor de esta fría distancia lo que sé que me resulta en cierto modo familiar y esta sensación es la que necesito para que me dé la ilusión de seguridad.

Si estuviera realmente a salvo y segura, entonces estaría expuesta y no estaría a salvo en absoluto. Alejándome me acerco, y acercándome me alejo. Cuando más expuesta estoy es cuando me escondo y escondida intento ser quien yo creo que soy.

¿Qué puedo hacer? No sé qué hacer, así que lo pongo a un lado. Sea lo que sea, lo dejo sentado ahí...y se va construyendo durante el transcurso de la vida. Crece y siempre duele. Duele incluso cuando no lo siento. Necesito conseguir lo que necesito.

Me moriré si no. Me moriré. Me estoy muriendo por vivir, y en mis intentos por vivir muero.

Quiéreme pero ni te atrevas a que te importe de verdad. Me dolería demasiado si te importase de verdad. No entendería de quién o de qué te estarías preocupando porque no sé quién soy.

Odio quien soy y lo que soy. Odio lo que demonios sea que soy. He llegado a odiar lo que pueda llegar a ser o lo que a veces soy. No me gusta el vacío en el que siento que mi ser existe dentro de una burbuja de cristal. Tan cerca y tan lejos de los demás, estoy. Tan cerca y tan lejos de quien quiera que sea yo, estoy. ¿Por quién intentas preocuparte? ¿Qué significa esto, que quieres preocuparte por mí? Eso significaría que yo necesito que te preocupes por mí. Yo no necesito que te preocupes por mí, pero me muero porque te preocupes por mí. De todos modos, preocúpate desde por allá lejos y haz como que no te necesito.

Rescátame dejándome en paz... eso me matará. Déjame en paz, pero rescátame. Necesito que me rescates si tengo que vivir. No estoy viva. Estoy muerta. Estoy muerta cuando intento estar viva. Estoy viva cuando actúo como si estuviera tan muerta que no puedo sentir nada. Siento un dolor agudísimo de entumecimiento. Sentir así la ausencia de mí misma. ¿A dónde van los sentimientos? ¿Dónde se esconde todo ese dolor? Me disocio de todo lo que hiere. Se lo doy a otros. Es culpa de ellos, es su problema, no el mío. Ayúdame mientras me dejes en paz. Déjame en paz, mientras me ayudes. ¡¡¡AHORA MISMO!!!

Tú estabas aquí hace un minuto y me importaba. Pero entonces te fuiste. Mientras te ibas durante dieciocho horas tres minutos y cincuenta y cuatro segundos, me olvidé de que me importabas y ahora me parece imposible de creer que pudieras quererme y dejarme así, durante dieciocho horas tres minutos y cincuenta y cuatro segundos... esperando así, sola, aislada, y atemorizada. No hagas eso nunca más. ¡Prométemelo! ¿Tienes idea de lo que me has hecho pasar? Mis padres me dejaron así. No está bien por tu parte ser sólo tú, y no ser yo cuando yo estoy siendo tú también. 

Sé que las cosas parecen efímeras. Las cosas cambian todo el rato. No las puedo coger ya.

Arrugué la carta al poner las manos sobre mi cabeza, mi cuerpo se estremeció una y otra vez y se me formó un nudo en la garganta mientras mi mente evocaba sus ojos azules, su sonrisa sincera, la manera en que sus labios decían mi nombre, besos, caricias, peleas; todo empezó a dar vueltas en mi mente tan rápido que me sentí en medio de un oscuro torbellino.

Lágrimas invadieron mis ojos y de mi boca escapó un grito lleno de angustia y dolor, uno que me desgarró la voz, la fortaleza y mi alma entera.

«¿En qué momento te perdí?»

N/A: Bajo ninguna circunstancia acepto que el suicidio sea la mejor opción; es la más fácil y la más atrayente en momentos de la vida pero ¡No es la única salida!

La carta de Lisa es real, escrita por una persona con TLP, es sólo un pequeño vistazo a la mente de una persona con este transtorno.

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