Gaseosa

¿Qué ocurre cuando se agita violentamente una botella de gaseosa y enseguida se abre el tapón? No hay forma humana de controlar el pegajoso líquido que sale a presión salpicándolo todo. Las emociones son como una gaseosa, si algo las agita y de forma inmediata dejamos que salgan, saltan por los aires causando verdaderos desastres.

En los pacientes con TLP aquello suele suceder​ a menudo, me han tocado los desastres y los he tenido que limpiar.

Nunca creí ser la gaseosa.

Toqué con desesperación la puerta frente a mí mientras el vídeo que Lisa me mostró me daba vueltas en la cabeza. Escuché como quitaban el seguro antes de que la puerta se abriera y Daniel me mirara con el ceño fruncido y los ojos llenos de escepticismo, supuse que no esperaba mi visita, mucho menos por la hora.

—¿Lo sabías? —cuestioné, iracundo, al entrar a su departamento.

—¿Quieres pasar? —replicó con sarcasmo cerrando la puerta.

—Demonios, Daniel, ¿sabías o no? —Volví a preguntar viéndolo con enojo.

Me miró confundido, tal vez ignoraba la situación y estaba armando una tormenta por nada.

—Tengo conocimiento sobre muchas cosas, pero no sé a cuál de ellas te refieres en este momento —refutó sin moverse de la puerta.

No estaba para sus juegos, si Sofía tenía conocimiento de aquello, era más que obvio que él también, la chica no se lo habría ocultado, tenían ese tipo de relación de mejores amigos que se cuentan todo.

—¿Estabas enterado de lo de Isabella y Rodrigo? —indagué mientras lo veía desafiándolo a mentir.

Pero ahí estaba: la maldita culpa en sus ojos, cara y hasta posición.

—Ah... Eso —susurró, incómodo clavando la mirada en el suelo.

—¡Maldición, Daniel! —grité aventando con la mano las revistas que yacían en su mesa.

Mi casi ex amigo me vio con sorpresa, jamás había actuado así y lo sabía, pero todo se estaba desbordando en mi interior, era un tsunami de agobio, ira e incertidumbre.

Pasé mi temblorosa mano por el cabello. Lisa no me dijo qué día tomó el maldito vídeo.

—¿Hace cuánto que lo sabes? —pregunté casi temiendo la respuesta. Me miró titubeante; no podía ser tanto tiempo, demonios, ¿acaso se divertían ante mi ignorancia? ¿Qué maldita clase de amigo se guarda que tu esposa te ha estado viendo la cara de imbécil? Observé a Daniel con el gesto endurecido, aún no me contestaba y evitaba mi mirada a toda costa—. ¿Cuánto, Daniel? —gruñí.

Suspiró y me vio derrotado.

—Como un mes —respondió sin elevar la mirada, parecía un niño al que habían atrapado robando de la bolsa de su madre, incluso tenía los hombros caídos y encogidos.

—Un mes —susurré, incrédulo.

Treinta días se guardó que Isabella tenía una relación con Rodrigo. Durante todo ese tiempo me vio sufrir por no saber qué hacer con mi situación y el desgraciado todavía tuvo el descaro de darme un absurdo discurso días atrás en el bar.

—¿Cómo te enteraste? —pregunté con seriedad.

Las manos me temblaban, todo el cuerpo lo hacía, tenía mucho coraje resguardado y parecía que saldría con Daniel.

Miró hacia arriba y negó en medio de un fuerte suspiro.

—Encontré a Lisa peleando con Sofía, te quería decir pero ella no se lo permitió —explicó.

Moví la cabeza de manera negativa al no poder procesar o entender sus palabras y acciones.

—Eres un malnacido —espeté empuñando las manos con tanta fuerza que incluso sentí mis uñas enterrarse en las palmas.

Él me vio con ojos entrecerrados.

—Ni siquiera sabes porqué no te dijimos... —Comenzó a decirme pero no quise escuchar sus excusas baratas.

Negué al verlo airado.

—No me interesan tus justificaciones, debiste decirme. —Prácticamente grité.

Me observó por unos segundos, su gesto dejó de mostrar culpa para llenarse de enojo.

—¿Qué es lo que te molesta? ¿Qué no te dijera o qué tuviste el perfecto pretexto para terminar con tu desgraciado matrimonio y me lo guardé? —cuestionó con cierta crueldad.

Bueno, ahí se fue nuestra amistad por el caño junto a mi matrimonio y carrera.

Me acerqué y lo tomé del cuello de su playera para azotarlo en la pared.

—Eres un desgraciado hijo de perra —escupí al verlo directamente a los ojos.

Honestamente esperé que su lado violento saliera para que llegáramos a la agresión física; pero para mi suerte, Daniel se controló bastante bien. Solo me empujó para que lo soltara pero no hubo ningún indicio de que empezaría con los golpes, tal como yo lo ansiaba.

—Soy el hijo de perra que sólo estaba velando por tu bien —exclamó con enojo.

Reí con sarcasmo y lo miré incrédulo.

—No pues, gracias —repliqué con sarcasmo.

Empecé a entender las miradas de Sofía hacía unos días en la comida, el empeño de Lisa por seducirme en las sesiones.

¿Qué razón podrían tener para ocultarme que Isabella me engañaba?

Me reí con amargura y Daniel me miró consternado.

Isabella dijo que una mujer que se interponía en un matrimonio valía menos que nada. Supuse que, en su lógica, sólo el hombre debía permanecer fiel por más infeliz que fuera.Chisté ante la ironía de todo y me dirigí a la puerta, ni siquiera vi a mi ex amigo al salir.

—Tobías —me llamó pero cerré con un azote antes de alejarme de ahí.

Me sentí el objeto de burla de aquellos que llamaba amigos, pero si también lo era de aquella que según era mi esposa, ¿qué otra cosa pude esperar?

¿Qué haces cuando no tienes a dónde ir? ¿Cuándo aquellos que llamabas amigos te han clavado un puñal en la espalda?

No me importó qué justificación pudieron tener Daniel y Sofía, me debieron decir lo que Isabella estaba haciendo a mis espaldas apenas se enteraron.

Manejé por la ciudad sin un rumbo fijo. Endurecí la mandíbula cada que mi celular sonaba, pues eran mi esposa y madre que no dejaban de llamar. Mi padre mandó un mensaje exigiendo una explicación a mis últimas decisiones, me molestó tanto que desarmé el aparato y lo aventé por la ventana.

¿Cuándo iban a entender que ya no podían controlar mis decisiones? ¿E Isabella? ¿Con qué cara me acusaba con ellos? Su nivel de cinismo me empezaba a asombrar.

No era un santo, siempre lo supe, pero traté de controlar mi atracción hacia Lisa lo más que pude. De hecho, las veces que fui "infiel" fue porque mi ex paciente me agarró desprevenido. No, no era justificación, pero traté de mantenerme lo más fiel posible hasta esa semana en que todo se salió de control.

El vídeo se reproducía una y otra vez en mi mente como queriendo asegurarse de que no olvidara ni un solo detalle: Sus risas, gemidos, palabras y promesas de eternidad... Maldecí la hora en la que decidí reproducirlo.

Golpeé con fuerza el volante del auto al recordar el olor a alcohol que varias veces le llegué a captar.

«Qué hipócrita eres, Isabella»

No supe cómo llegué ahí, en un momento estaba manejando sin rumbo y al otro me encontré deteniéndome frente a una pequeña casa que jamás había visitado. Me sabía la dirección porque estaba en el expediente.

Toqué el timbre con timidez sintiendo que debía darme la vuelta y regresar al auto.

Pero antes de realmente hacer lo que pensaba, se abrió la puerta de golpe y encontré Lisa totalmente descolocada ante mi presencia, la vi un poco nervioso antes de bajar la mirada, avergonzado.

—Lamento lo de hace rato, no debí mandarte en taxi —murmuré fijando la vista en el suelo.

No contestó nada y eso me extrañó, levanté la mirada y noté que me observaba con detenimiento.

—No pasa nada —comentó después de unos momentos.

Asentí y volteé en dirección a mi auto.

—Sólo quería hacértelo saber —mascullé—. Debo irme.

Lisa asintió pero no me moví de lugar, finalmente di un largo suspiro y cerré los ojos al sentirme agotado.

De pronto sentí unos brazos a mi alrededor y no pude evitar rodear su cuerpo con los míos. Me abrazó tan fuerte que pareció querer mantener todas mis piezas juntas.

Todo se hizo demasiado y no pude evitar las silenciosas lágrimas; ya no soportaba más, me estaba desmoronando a gran velocidad. Ella me sostuvo con más fuerza al sentir como mi cuerpo se estremecía.

—Está bien, todo estará bien —susurró en mi oído.

No me pidió explicaciones, no me exigió nada, sólo me abrazó para que no me terminara de derrumbar.

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