Futuro

¿Qué tanto influyen las decisiones del pasado al momento de cambiar el rumbo de tu vida?

Para imaginar un futuro se debe de tener en cuenta el pasado, hay que analizar las decisiones tomadas; esas caídas, pausas y cambios de dirección. Y aún conociendo todo sobre una persona, no hay nada que pueda asegurar que el futuro que se vislumbró es el que al final se va a conseguir.

Nunca me imaginé lo mucho que cambiaría mi vida en el espacio de unas cuantas semanas; siendo sincero, me era difícil verme disfrutando del silencio y la compañía que últimamente tenía.

Despertar con Lisa era algo a lo que aún no me acostumbraba. Su piel blanca y agradable al tacto junto a su cabello negro y sedoso, eran lo primero que encontraba al abrir los ojos. Me gustaba admirarla mientras dormía, trataba de grabarme cada pequeño aspecto de ella, incluso esos lunares en sus hombros que ella detestaba pero que a mí me encantaban.

Miré el reloj en mi mano y giré la cabeza para ver el techo, pronto tendría que levantarme para ir a entregar las llaves del consultorio. Sinceramente me sentía extraño ante aquél acontecimiento, pues era como el cierre definitivo a ese capítulo de mi vida.

Sentí a Lisa moverse, se giró y me miró con sus ojos azules que parecían un mar de secretos, me dio una sonrisa y se acurrucó en mi pecho.

—¿Vas a ir? —preguntó en un susurro.

—En unas horas; debo entregar las llaves —respondí tratando de ocultar lo que eso me hacía sentir.

Ella suspiró y me volvió a mirar, era increíble que aun acabando de despertar se viera tan hermosa.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó en voz baja, supuse que notó mi expresión de duda porque agregó—: Apoyo moral, no es que me la quiera pasar pegada a ti a cada instante.

Sonreí y suspiré poniendo mi frente en la de ella.

—Obvio no, por eso llevo días durmiendo aquí y no en mi departamento...

—Que no tiene muebles, seguro el suelo es más cómodo que mi cama —refutó con ironía.

Reí y sacudí la cabeza.

—Pronto llevarán la cama, entonces podré ir.

Ella arqueó una ceja de manera coqueta y fruncí el ceño con confusión.

—¿Es una invitación? —cuestionó con un guiño.

Entorné los ojos y volví a mirar al techo.}

—¿Nos imaginas viviendo juntos? —indagué en un susurro vislumbrando las múltiples peleas que tendríamos; éramos tan diferentes que no creí que estuviéramos listos para dar un paso así de grande.}

Sin mencionar lo poco que llevábamos en una relación, como a ella le gustaba recordarme.

La sentí moverse en la cama, se sentó a horcajadas sobre mí, luego puso ambos brazos en mi pecho y recargó la cabeza en ellos mientras nuestras miradas se encontraban.

—Me imagino haciendo muchas cosas a tu lado. —Frunció el ceño y yo enredé un dedo en su cabello—. Pero no, vivir juntos no es una opción.

—¿Muy rápido?

Me miró por varios segundos, parecía estar midiendo sus palabras.

—Arriesgado —corrigió.

Puse ambas manos sobre el colchón y me impulse hacia arriba, ella entendió el mensaje y se sentó de nuevo, pero quedando en mi regazo.

—¿Eso qué quiere decir? —pregunté, confundido.

Hizo la cabeza de lado y relamió sus labios, un acto que captó toda mi atención.

—Me da miedo destruir esto —murmuró—. Sigo pensando que un día despertarás y te darás cuenta de que no tienes nada...

—Lisa...

Ella sacudió la cabeza a gran velocidad.

—La dejó ahí.

Suspiré al entender su miedo, a veces quería ignorar el tema para que no se arrepintiera, pero la realidad era que tarde o temprano el futuro nos iba a alcanzar.

—No soy él —le recordé en un susurro—. Tú misma lo dijiste, estaré aquí...

Se abalanzó sobre mis labios y yo puse las manos en su cintura, me besó con cierta desesperación que no logré entender, como si no quisiera que le recordara que no pensaba dejarla sola.

Cuando se alejó, ambos jadeábamos un poco, sonrió y me abrazó por el cuello.

—¿Podemos llegar temprano? Hay algo que me gustaría ver en el consultorio.

Fruncí el ceño y la miré extrañado, pero asentí.

Miré por la ventana a ese callejón dónde Lisa inició el cambio de rumbo de mi vida, era difícil pensar en lo mucho que distábamos de ser esas personas que se besaron aquella tarde.

Atrás quedó esa ropa formal de ñoño —como a ella le gustaba llamarle—, ahora vestía sweaters o playeras estilo polo y jeans. Ya casi no veía en Lisa a esa mujer que buscaba desafiarme para caer en su red. Sus brazos estaban sanando de manera adecuada de aquella última recaída.

Si era sincero, eso era lo que más me gustaba admirar de su cuerpo: como las marcas iban sanando. Esperaba que en su interior lo mismo estuviera pasando.

—Nunca olvidaré la primera vez que entré por esa puerta —dijo a mi espalda.

Volteé y me apoyé en la cornisa de la ventana mientras cruzaba los brazos, ella estaba observando el lugar en el que ya no había prácticamente nada, solo quedaba el escritorio, un sillón y unas cuantas repisas que faltaban por quitar.

—¿Por qué? —pregunté con curiosidad.

Sonrió de esa manera que me hacía creer que guardaba miles de secretos. Tal vez no estaba tan equivocado, Lisa era un misterio en muchos sentidos.

—No eras como pensé —contestó mientras pasaba la mano por el sillón negro que aún quedaba en el consultorio.

—¿Te imaginaste un anciano de lentes con comentarios irónicos?

Lisa hizo una mueca de algo, no entendí de qué, era como de burla contenida mezclada con ironía.

—Más bien un hombre amargado sin vida social que buscaba escapar. —Fruncí el ceño ante su comentario, eso no tenía sentido pues sabía que Daniel era mi amigo. Ella se sentó en el sillón y cruzó las piernas—. Recuerdo haber entrado por esa puerta, verte y pensar que iba a ser hilarante que me quisieras ayudar —contó viéndome de arriba a abajo.

Me estremecí, era sorprendente que aún en la situación que nos encontrábamos pudiera causar ese tipo de reacciones en mí.

—A veces parece que quieres contarme, pero al mismo tiempo, ocultarme algo —rebatí, irritado.

Ella rio y se levantó, luego se acercó y se sentó en el escritorio mientras me observaba.

—¿Lo vas a extrañar? —preguntó en un susurro.

Me encogí de hombros y tras darle una mirada más al callejón, me acerqué a ella y me puse a su lado, ambos mirábamos la pared donde no hacía mucho casi nos besamos en la peor de las situaciones.

—No lo sé, quisiera poder decirte que no, pero la realidad es que, —Me quedé callado por unos segundos mientras ella ponía su mano sobre la mía—, había pacientes que decían que les cambié la vida; rara vez recibes ese tipo de comentarios, sobre todo de gente como la que trataba.

Lisa recargó la cabeza en mi hombro.

—No somos muy expresivos —musitó.

—A menos de que algo no les agrade —le recordé.

Rio y la observé mientras veía fijamente a la pared; de pronto, agarró bien mi mano y la jaló, la miré extrañado, pero ella solo me dio una sonrisa y me obligó a ponerme frente a ella. Puso una mano en mi mejilla ladeó la cabeza, sus ojos parecieron contener unas cuantas lágrimas.

—¿Lisa? —la llamé en un susurro.

Abrió y cerró la boca, pareció querer decir algo pero que esto le costaba trabajo.

—Me cambió la vida, doc. —susurró después de unos segundos, por un ínfimo momento su voz se quebró, sin embargo, sonrió—. Nunca te podré explicar cómo lo hiciste, pero créeme cuando te digo que fue así.

Mi pecho se contrajo y mi corazón dio cientos de brincos, sus ojos en aquél momento me veían de una manera muy profunda y sincera, el azul que los entintaba era de lo más hermoso, parecía que estaba echando un vistazo al mar.

Me atrajo a ella y rozó levemente mis labios mientras yo soltaba el suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

—¿Por qué? —cuestioné sobre su boca en voz baja.

Era la pregunta que me había dado vueltas en la cabeza desde la primera vez que noté su interés por seducirme.

Enredó ambas manos en mi cabello y me atrajo más, nuestras miradas jamás se desviaron.

—Porque eres luz en medio de la oscuridad —contestó.

No pude evitar el jadeo que salió de mi boca, ella pasó el pulgar por mi mejilla y se levantó un poco para besarme, aquella vez lo hizo con más intensidad. Puse las manos sobre su cintura y la acerqué a mi cuerpo, nuestras bocas bailaron de manera experta solo separándose por breves momentos para retomar el aliento.

Lisa no lo supo, tal vez tampoco lo entendería y yo no sabría explicarlo. Pero ella fue mi sol en medio de la tormenta, mi guía y a quien agradecería todo aquello que en el futuro pudiera lograr.

Llegamos a su casa justo cuando recibí la llamada de la mudanza avisando que llevaría unas cuantas cosas al departamento.

—Estaré ahí —dije terminando la comunicación.

Lisa puso las cosas que compramos para cenar sobre la mesa antes de dirigirse a su recámara.

—¿Quieres acompañarme? —pregunté siguiéndola y observando cómo sacaba un pants negro y una blusa de tirantes blanca de su cajonera.

Sacudió la cabeza mientras se encaminaba al baño.

—Ya postergué mucho esto —murmuró entrando y cerrando la puerta detrás de ella.

Fruncí el ceño y me senté en su cama pensando en qué había querido decir. Salió a los pocos minutos cambiada, se subió a la cama y se sentó en medio apoyando su espalda en la mía.

—¿Qué significa eso? —cuestioné girando la cabeza para mirarla de reojo.

Suspiró con fuerza y enderezó la espalda antes de volver a apoyarse en mí.

—Terminar los proyectos para ir allá —contestó con algo de enojo.

Suspiré y miré hacia arriba, estaba en medio de uno de sus repentinos cambios de humor.

—No es obligatorio, Lisa, si no te sientes cómoda con el lugar...

—¿Por qué no puedo intentarlo a miles de kilómetros de aquí?

Me extrañó la pregunta, sobre todo porque estaba a pocos días de ingresar a la clínica.

—¿Quieres buscar un lugar en el extranjero?

Ella se movió un poco, y sentí algo de frustración, pues era extraño hablar así con ella, de espaldas.

—Quiero intentarlo sin pisar una —rebatió.

Suspiré con pesadez y bajé la cabeza.

—Lisa, es necesario que te atiendas; la situación...

—Estás conmigo, mientras estemos juntos no tendré una recaída —interrumpió.

—No puedes hacerte dependiente; y antes de que digas que no es eso, el poner mi cercanía como pretexto para no lesionarte es depender.

Bufó con enojo y finalmente se dejó caer en el colchón, me giré y la observé: tenía las manos entrelazadas en su pecho y los ojos cerrados.

—Quiero creer que estaré bien —susurró—. Pero el solo imaginarme ahí, sola, me provoca ansiedad.

Me acomodé de tal manera que medio cuerpo mío quedó sobre el de ella.

—No vas a estar sola, tendrás una compañera de cuarto y yo te iré a ver diario.

Abrió un ojo y me miró con escepticismo.

—Si no quiero vivir contigo, ¿qué te hace pensar que quiero compartir con una completa desconocida?

Le di una sonrisa.

—Porque así conociste a Sofía y eso no terminó mal.

Lisa hizo girar los ojos con irritación.

—Buen contraataque, doc.

Entrelacé mi mano con la de ella y besé sus nudillos.

—Estarás bien y apenas salgas de ahí, nos iremos a Irlanda de mochilazo, ¿qué tal?

Giró la cabeza para observarme, una hermosa sonrisa se formó en su rostro y noté como se llenó de ilusión.

—Eso es un buen incentivo.

Reí y sacudí la cabeza, nos observamos a los ojos por unos segundos hasta que sentí un extraño tirón en el pecho y desvíe la mirada para ver a través de su ventana.

—Lo vas a lograr, Lisa —susurré apretando su mano para recibir el gesto de regreso—. Estoy seguro de que lo vas a lograr.

El silencio fue su única respuesta.

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