Falso

Fue uno de esos días en los que no encontré fuerzas para levantarme. Tenía hasta la cabeza debajo de la almohada mientras recordaba que de niño leí en algún lugar que si te ponías mostaza en los pies, daba fiebre... Me pregunté si teníamos mostaza para probar la teoría.

Mi celular se movió de manera incesante una vez más, era la alarma que había puesto en vibrar en vez de sonar. Tenía un paciente dentro de dos horas y una horrible cita a comer a las tres de la tarde.

Isabella se levantó muy animada, buscó la camisa que mejor se me vería para la ocasión: casual para impactar, fue lo que comentó. ¿En qué momento dejé de manejar hasta lo que debía vestir?

Me levanté, desganado, no quería ni desayunar; se podría decir que estaba haciendo berrinche pero no era así, la razón para mi estado era que no quería alimentar más el juego de Lisa, necesitaba evitar a toda costa que ella e Isabella se hicieran amigas, es más, maldecía la hora en que se conocieron.

La noche anterior fue otra de desvelo, lo que ocurrió en el consultorio me daba vueltas en la cabeza.

¿Lo peor? No dejaba de imaginar lo que pudo pasar si mi esposa no hubiera llegado, y cada que me imaginaba el momento en que nuestros labios se volvían a encontrar, mi corazón brincaba en mi pecho y me costaba respirar por la ansiedad; afortunadamente tuve la suficiente sensatez de no tocar a mi esposa.

Me dirigí al baño para lavarme la cara y arreglarme. Hiciera lo que hiciera no iba a evitar la comida con Lisa...

Y ahora que lo pensaba, no sabía si ella llevaría a su padre o a su "prometido". Olvidé preguntar ese pequeño detalle.


Durante un tiempo me encontré preguntándome si lo más correcto, profesionalmente, sería dejar mi trabajo. Pues no podía ayudar mucho en mi situación.

Me despedí de mi último paciente antes de comer y miré con atención la pequeña luz que parpadeaba una y otra vez; mi celular había vibrado hacía treinta minutos y no me animaba a ver el mensaje.

Suspiré, derrotado; de todos modos tarde o temprano tendría que afrontar mi realidad. Así que tomé el aparato y tal como supuse, encontré un mensaje de Lisa.

"¿Listo para comer?"

Por mi mente pasó su sonrisa llena de sorna al escribirlo y enviarlo.

Antes de apagar la pantalla, recibí otro mensaje, este era de mi esposa informando que ya estaba abajo. Decidimos que no iría a trabajar en mi carro para que ella pasara por mí y así llegaríamos juntos al restaurante.

Tomé mis llaves y, tras cerrar el consultorio, bajé; cada paso se sintió como uno hacia la silla eléctrica.

Al llegar al primer piso me encaminé a la calle y observé a Isabella bajarse del auto antes de dirigirse hacia el lado del copiloto para que yo manejara. Me interceptó en el camino para saludarme con un pequeño beso y un olor como de alcohol me llegó a la nariz.

Se subió al auto y le cerré la puerta como todo un caballero; caminé a mi lado con el entrecejo arrugado y, tras subir, me dispuse a manejar. Vi de reojo que ella se revisó su maquillaje en el espejo y arrugué la nariz, el olor se había quedado impregnado en mis fosas nasales.

—Hueles a alcohol —comenté sin dejar de ver el camino.

Noté de soslayo que se detuvo de golpe y parpadeó varias veces antes de verme un tanto sorprendida.

—Sabes que odio las bebidas alcohólicas —alegó con obviedad—. Debe de ser el enjuague bucal.

Asentí tratando de recordar si efectivamente así olía lo mencionado y luego me detuve de seguir por ese camino, parecía que el dicho: "El león cree que todos son de su condición" se empezaba a aplicar a mi vida.

El hecho de que yo estuviera ocultando una aventura, —si es que se le podía llamar así a mi situación con Lisa— no significaba que Isabella estuviera haciendo lo mismo.

Me detuve en el restaurante donde un valet parking tomó el auto, tras guardar el boleto en el interior de mi chaqueta, mi esposa me tomó del brazo antes de entrar al lugar.

Ella le indicó a la joven de la recepción nuestra reservación ya que yo estaba demasiado malhumorado para decir algo, pero obviamente no se dio cuenta, su meta estaba puesta en poner el mejor show para nuestros invitados.

La hostess nos indicó que ya nos esperaban. Pensé que al fin descubriría quién sería el acompañante de Lisa, con quien pensaba torturarme durante toda la tarde. Nos guiaron a la mesa, Isabella caminó delante de mí mientras yo volteé a todos lados tratando de vislumbrar dónde estaban sentados.

Nos encontrábamos en un restaurante elegante al que no se necesitaba asistir con ropa de etiqueta, era de esos donde se servían cortes argentinos y donde la mayoría de los comensales eran amantes... un lugar "ideal" para la ocasión.

Llegamos a la mesa y obviamente Lisa no me decepcionó, pues llevó a su padre... Y a su prometido.


La conversación en la mesa fue lenta y aburrida, o al menos, así la consideré. Los únicos que hablaron fueron Lisa, su padre e Isabella. De vez en cuando contestaba alguna pregunta, pero si tardaba en hacerlo, mi esposa lo hacía por mí, y cada que eso ocurría, mi paciente me sonreía de manera socarrona.

Un hecho que no pasó desapercibido por su "prometido".

Afortunadamente mi mujer estaba tan concentrada en impresionar al doctor Jonathan, que no se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

Me excusé para ir al baño cuando la situación se hizo un tanto intolerable.

Entré al sanitario y aproveché que estaba vacío para echarme agua en la cara y no secarme, un truco para relajarme que aprendí durante los años en la universidad. Puse las manos a cada lado del lavabo y me vi en el espejo donde descubrí que mis ojos se notaban cansados.

¿Cómo era posible que mi esposa no se diera cuenta de lo malhumorado que estaba? ¿O acaso, sí se daba cuenta y no le importaba?

Escuché la puerta del baño y tomé una toalla desechable para secarme el rostro.

—Así que eres tú. —Una voz me acusó.

Quité la toalla de mi rostro y al mirar el espejo, encontré en el reflejo a Marco.

—¿Qué quieres decir? —pregunté tirando el papel al bote de basura.

El hombre se recargó en la pared y cruzó los brazos.

—Eres su amante —dijo de manera casual.

Volteé a verlo totalmente incrédulo sin poder evitar que mi corazón diera un brusco brinco.

—¿Disculpa? —Tenía que estar bromeando.

Él me vio de arriba a abajo sin disimulo.

—Eres más común de lo que imaginé —señaló con desdén.

Mis ojos se entrecerraron.

—No sé de qué estás hablando. —Tenía que salir de ahí, pues lo que fuera que Marco se estuviera imaginando era algo totalmente contrario a la realidad.

Traté de marcharme pero él me lo impidió bloqueando la puerta, pude escuchar el latido de mi corazón resonando en los oídos.

—Noté la manera en que te ve, lo he visto muchas veces, no eres nada nuevo ni especial —alegó con la boca de lado.

¿Cuánto tiempo llevaban fingiendo que estaban comprometidos? Pues Marco parecía no estar pretendiendo.

Lo vi directamente a los ojos.

—Sigo sin saber de qué hablas. —Era la verdad.

El término amante es para alguien con quien se tiene una relación íntima. Lo más cercano entre Lisa y yo había sido un beso frío y calculador junto a una azotada en la pared; aun así, me analizó con detenimiento.

—Nos vamos a casar en el verano —me informó seguro de sí mismo.

Sentí una extraña presión en el pecho.

—Felicidades —dije tratando de sonar lo más desinteresado posible antes de moverlo de la puerta para pasar a su lado.

El corazón me retumbaba en los oídos y tenía las manos empuñadas mientras me acercaba a la mesa, una vez estando frente a ella no me senté, solo me aclaré la garganta para llamar la atención. Isabella me miró con curiosidad.

—Lo lamento, uno de mis pacientes tuvo una crisis y me debo retirar —mentí con facilidad.

—El trabajo en el área de la medicina no tiene horarios —anunció el padre de Lisa de manera orgullosa.

Asentí mientras comentaba—: Así es, pero gracias por venir; Isabella se queda a hacerles compañía.

Noté de reojo que Lisa me estaba analizando, seguro la sesión del día siguiente iba a ser interesante. Saqué el boleto del valet y se lo di a mi esposa mientras pensaba que regresaría caminando o en Uber a nuestro hogar.

—Nos vemos al rato —dijo dándome un beso lento. Supuse que el show debía incluir fingir ser un matrimonio de enamorados.

Asentí cuando se alejó y le di la mano al padre de Lisa, el cual se había levantado para despedirse.

—Lamento que te vayas sin despedirte de Marco —comentó volteando a ver el pasillo donde estaba el baño.

Me encogí de hombros.

—También lo lamento —mascullé; aunque la verdad era que lo que menos quería era ver sus ojos llenos de acusaciones sin sustento.

Lisa se levantó y me dio la mano, pero en última instancia me jaló para darme un beso en la mejilla.

—Falso —susurró en mi oído.

Me alejé de ella de golpe al sentir una fuerte punzada a la altura del pecho y, sin dedicarle otra mirada, salí con pasos apresurados del restaurante. 

Algo poco profesional en mi área es cancelar citas. En mis años ejerciendo la carrera jamás lo había hecho. Pero me encontraba tan inestable mentalmente que sería una falta de respeto atender así a mis pacientes. Así que llamé y cancelé todas las citas de ese día, sin embargo, no dejé el consultorio; ir a casa implicaba darle explicaciones a Isabella y llamar a Daniel sería hacer lo mismo.

¿Cómo das explicaciones de algo que ni tú mismo entiendes?

Si mi vida fuera una novela romántica, ese hubiera sido el momento en dónde me daba cuenta que estaba enamorado y empezaría a recorrer un camino que me llevarían a un "y fueron felices por siempre". Pero estaba lejos de serlo, pues lo que me pasaba con Lisa era algo nocivo para mi salud mental.

Estaba frente a mi laptop revisando correos cuando encontré uno que inmediatamente llamó mi atención; abrí el link que me envió un colega, a sabiendas de que tenía que entretenerme con algo.

En él se hablaba sobre los síntomas ocultos del TLP y mientras leía, no me sorprendí al ver que la mayoría encajaban con Lisa.

Incluso leí un indicio que me puso a pensar por largo tiempo:

"La mayor parte de los pacientes con trastorno límite de la personalidad tienen​ una "SEDUCCION" y "ENCANTO", una capacidad inconsciente que les sirve para "enganchar" a determinadas personas, es bien sabido que despiertan una atracción y que hasta bien avanzado el trastorno, han dejado en el camino una legión de admiradores a pesar de haberles hecho sufrir".

Así que eso era Marco y era en lo que estaba a punto de convertirme, un admirador entre tantos al que haría sufrir. Me recargué en la silla, pensativo, y con la pluma que tenía en la mano comencé a golpear el escritorio.

Tenía dos opciones: O empezaba a controlarme y realmente me concentraba en ayudar a Lisa, o la cambiaba de doctor.

Sinceramente la segunda me era la más atractiva, pero si optaba por esa, corría el riesgo de que abandonara la terapia y siguiera su camino de autodestrucción.

Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el respaldo, bien podría estar mirando al techo de haber tenido los ojos abiertos; sabía que debía tomar una decisión pronto. Ella no se iba a detener, desde que supo la realidad de mi matrimonio se había comportado coqueta a sabiendas del efecto que tenía en el sexo opuesto, y lo estaba usando a su favor en cada momento que pasábamos juntos; era como una competencia de control, una que ella estaba empezando a ganar.

Escuché a lo lejos truenos y deduje que se desataría una tormenta.

Obvio, ¿qué terrible día no termina con una?


Cerré el consultorio, bajé por el elevador y al salir del edificio miré hacia el cielo con un suspiro, el clima había estado tan bipolar que no me imaginé que un día templado como ese terminaría en lluvia.

Pude haber llamado un Uber, pero extrañamente el clima reflejaba mi estado de ánimo. Además, si me enfermaba de catarro podría cancelar mis citas del día siguiente, en especial la de las siete. Mi cobardía cada día iba en aumento.

Me cerré bien la chamarra y me dispuse a caminar sin importar que la lluvia estuviera empezando a caer con más fuerza.

Entre el edificio donde estaba el consultorio y el de un lado había un callejón en donde no daba mucha luz. Avancé tan solo unos cuantos pasos cuando noté una silueta recargada en la pared de la estructura de junto, fumaba aunque aparentemente se encontraba totalmente mojada.

Me pregunté cómo podía mantener un cigarro prendido con tanta lluvia, pero no detallé mucho en su figura. Apenas di cuatro pasos en la intemperie cuando me encontré parcialmente empapado.

—No vi ningún paciente. —La silueta comentó cuando pasé a su lado.

Mi corazón brincó y volteé con las cejas arqueadas al reconocer la voz; claro, había que cerrar ese día con broche de oro.

Era Lisa, llevaba ropa muy diferente a la que usó en la comida.

—¿Qué crees que haces ahí? —indagué viendo alrededor; por la tormenta muy pocos carros pasaban, la calle estaba casi desierta.

—Esperando —respondió tirando el cigarro.

—¿Estás loca? —pregunté escéptico—. Te vas a enfermar.

Ella se encogió de hombros y caminó hasta dónde me encontraba.

—¿Por qué huyó? —cuestionó sin rastro de curiosidad, en su interior sabía por qué lo hice y solo lo quería escuchar de mi boca.

Para entonces ambos estábamos completamente mojados, la ropa se pegaba a nuestros cuerpos como si fuera una segunda capa de piel.

—No lo hice —respondí sin titubear.

Lisa rio con sarcasmo.

—¡Falso! —Casi me gritó.

Sacudí la cabeza, molesto, no estaba de humor para sus juegos.

—Si te quieres enfermar de neumonía, adelante —dije empezando a caminar—. Deberías llamar a tu prometido para que te recoja.

Me seguía sorprendiendo que Lisa tuviera la fuerza que tenía, pues me tomó del brazo y me obligó a voltear.

—¡Mi compromiso es tan falso como tu matrimonio! —espetó, por primera vez hablándome de "tú" a solas.

No soltó mi brazo, y fue por ello que descubrí las pequeñas líneas rojas que corrían en su palma. La vi con el ceño fruncido antes de, con la mano que tenía libre, levantar su manga. Encontré cortadas recién hechas, tres para ser exacto, a causa de la lluvia la sangre recorría su piel con plena libertad.

—Debes dejarlo —dije tajante.

Lisa me vio de manera desafiante, incluso levantó el rostro y endureció sus facciones.

—No.

Le sostuve la mirada sintiéndome a punto de estallar.

—Entonces hasta aquí llega nuestra relación profesional —manifesté con firmeza.

Ella me vio sorprendida, pero después de unos segundos sonrió.

—Me parece perfecto —susurró antes de poner los brazos en mi cuello y unir nuestros labios en un beso demandante. Sentí desaparecer el poco control que mantenía y le regresé el gesto con la misma intensidad experimentando cómo la culpa se ahogó con la pasión que desbordó nuestro encuentro.

Y la frase: "Han dejado en el camino una legión de admiradores a pesar de haberles hecho sufrir", resonó con fuerza en mi cabeza.

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