Extra: Navidad

La navidad es un conjunto de festejos que culminan con un abrazo antes de una enorme cena que comúnmente dura lo suficiente para poder seguir comiendo de ella hasta llegar a año nuevo.

Las familias forman tradiciones según su zona, país o creencia.

La más ilógica es la cristiana; se supone que se festeja la llegada de un profeta el cual históricamente nació durante primavera; sin embargo, la fecha quedó bien para hacerla de emoción antes del año nuevo.

Irónicamente, la festividad original —el festival pagano Saturnalia— celebraba con un sacrificio a Saturno, así que se podría decir que cada pavo, pierna, cerdo o pollo en realidad estaba entregado a un planeta.

Cuando le conté la historia a Isabella me vio con tanto enojo que literalmente me dejó de hablar hasta la famosa fiesta.

Ella era lo que llamamos una nazi navideña: todo debía ser perfecto, desde las decoraciones hasta los platos y cena.

Nuestro departamento se llenaba de luces, adornos de renos y del gordo que regala cosas, eso sin mencionar las múltiples nochebuenas que ponía a lo largo del pasillo de la entrada.

Daniel evitaba ponerla de malas en esos días, así de intensa se ponía.

Incluso trató de que usara esos ridículos cuernos de reno en mi auto, algo a lo que me negué rotundamente bajo el pretexto de que debía imponer una imagen seria para mis pacientes.

Desgraciadamente, mi consultorio no se salvó. Instaló un árbol de tamaño mediano y lo adornó de manera leve. Puso macetas con nochebuenas en las ventanas y compró un aromatizante de canela que me hacía estornudar sin parar.

—Está bien que seas mi Grinch, pero haz un esfuerzo —comentó cuando le dije lo que el aroma me causaba.

La fecha era algo delicada para los pacientes con TLP, solían tener reacciones ambivalentes: Iban desde el furor a la depresión, siempre impulsados por acontecimientos del pasado o miedos del futuro.

En esos días mi celular estaba abierto a consultas, es la época más difícil para ellos.

Menos para una paciente en especial.

Por primera vez tocó y esperó a que le abriera la puerta, algo que se me hizo extraño. Cuando la vi tenía ambas manos detrás de su espalda y eso me puso en alerta, llevaba plasmada su sonrisa irónica y me veía con cierto desafío.

Entonces cuando abrí la boca para reprenderla por aquello que supuse que hizo, puso frente a mí un horrible duende de plástico.

—¡Mire, doc! Va con su decoración —se burló.

La vi con ojos entrecerrados mientras ella hacía bailar al muñeco.

—Es grumpy, así lo nombré en honor a usted —exclamó.

Suspiré e hice girar los ojos abriendo más la puerta para darle a entender que debía entrar.

Ella rio y lo hizo, pero en vez de ir a su sillón favorito, se dirigió a mi escritorio donde dejó el horrible "regalo".

—Ahora tiene algo mío que le hará compañía todo el día —dijo de manera orgullosa.

Suspiré y sacudí la cabeza; no necesitaba decirle que un muñeco era innecesario, su imagen me acompañaba incluso en esos momentos dónde Isabella buscaba que la embarazara.

Me dio un guiño y finalmente tomó asiento. Yo la imité pero puse mi escritorio de por medio, no sabía bien cómo era ella en esos días y me sentía totalmente alerta.

—¿Cómo estás, Lisa? —pregunté con cautela.

Ella sonrió de manera exagerada y eso me hizo saber que tendríamos una de esas consultas donde no se tomaba nada en serio.

—Emocionada, hoy iré a una cena con mi padre y Marco; ya sabe, de esas donde la gente gasta en exageración para fingir que son amor y paz. —Me vio de manera desafiante—. ¿Usted qué hará, doc?

Suspiré frustrado y miré hacia arriba.

—Sabes lo que haré, Lisa.

Ella rio con sorna.

—Pero como lo pude olvidar —dijo con ironía—. Si fue su esposa la que me invitó.

Negué con la cabeza antes de regresar mi atención a ella para verla con frialdad. Necesitaba que al menos un día se tomara las cosas en serio o dejara de meterse en mi vida.

—Lisa...

Hizo un ademán con la mano y se levantó.

—No se preocupe, doc, amo esta fecha tanto como usted —comentó parándose frente al árbol de navidad dándome la espalda—. Me recuerda a mi madre —susurró.

Y fue cuando toda su expresión corporal cambió, se llenó de esa melancolía y tristeza que en raras ocasiones me dejó ver.

—¿Por qué?

Lisa cruzó las manos sobre su pecho, la vi apretar sus brazos.

—Solía amar estas fechas pero era cuando estaba en episodios de euforia, varias veces me despertó en la madrugada para ayudarla a hacer galletas o postres navideños. —Exhaló con fuerza—. Mi padre odiaba esos episodios, pero era cuando más lograba conectar con ella.

La vi con empatía y me levanté de mi lugar, unas inmensas ganas de abrazarla me inundaron pero me limité a sentarme sobre el escritorio.

—No tienes que asistir —comenté refiriéndome a la cena de navidad en casa de mis padres.

Ella se giró y me vio con seriedad antes de acercarse, quise poner distancia entre nosotros pero mis piernas se negaron a cooperar, así que cuando puso ambas manos sobre mi pecho me quedé inerte.

Me vio a los ojos y sonrió.

—Oh no, doc, planeo obtener mi regalo de navidad —susurró.

Su cercanía y voz me causaron un escalofrío, fruncí el ceño con extrañeza.

—¿Y qué es? —pregunté en voz baja apretando la madera del escritorio con fuerza.

Ella se acercó demasiado, su inigualable olor inundó mis sentidos y se quedó a milímetros de mis labios mientras mi corazón latía desbocado.

—Ya lo sabrá —murmuró antes de dejar un beso en mi mejilla que me hizo cerrar los ojos.

Algo en todo eso estaba sumamente mal.

****

Daniel me veía preocupado mientras bebía de su copa de vino. Estábamos literalmente escondidos en una de las esquinas de la casa mientras escuchábamos a Isabella gritar porque el pavo se había salado.

—¿No piensas interferir? —preguntó consternado.

—Nou —dije moviendo la fruta al fondo de mi vaso de ponche.

Me vio con ojos entrecerrados.

—Cobarde —espetó asomando un poco la cabeza.

—Puedes ir tú y ayudar a los cocineros, no tengo problema con quedarme justo aquí.

Rio con ironía.

—Sí claro, y dejar que me arranque la cabeza; tu mujer está loca. —Lo vi con seriedad y él alzó ambas manos en señal de rendición—. Bien, mal uso de palabras, pero sabes a qué me refiero.

Bufé y bebí del líquido café en mi vaso. La cocinera de mis padres era excelente pero Isabella se aferró a contratar externos y ahora estaba pagando las consecuencias.

—Supongo que no habrá cena —murmuró decaído.

Sonreí ligeramente y mi amigo me vio extrañado. Si se cancelaba la cena no tendría que ver a Lisa, era una situación bastante atractiva.

—¡Tranquila, querida! Mandamos a hacer otro pavo por cualquier cosa, ya llamé y estará aquí en unas horas —dijo mi madre entrando a la cocina.

Maldito karma, prefería el enojo de Isabella que la mirada sensual de Lisa.

****

La fiesta estaba en todo su apogeo. Comida rebosaba de las mesas al igual que el alcohol y las conversaciones insípidas sin sentido.

Varias veces tuve que esconderme entre amigos de mis padres como un vil cobarde. Su mirada azulada me buscaba y cuando me encontraba me daba una enorme sonrisa.

Justo como la que estaba usando en esos momentos mientras bailaba abrazada de su supuesto falso prometido. Cuando ponía la cabeza en el hombro de Marco me miraba fijamente como retándome a interferir.

Cuando Daniel notó el intercambio de miradas opté por disculparme y salir a uno de los jardines que estaban escasamente iluminados.

El aire frío golpeando mi rostro fue refrescante en cierto sentido, suspiré y observé vapor salir de mi nariz. Cerré los ojos e incliné la cabeza hacia atrás mientras trataba de bloquear el bullicio del fondo para concentrarme en la calma que me rodeaba.

—De nuevo huyó, doc —dijo a mis espaldas.

Sentí una punzada en el pecho y mi estómago llenarse de acidez, más no volteé, no le daría el gusto de ver lo mucho que me afectaba su presencia.

Bajé el rostro y al abrir los ojos, noté de soslayo que estaba a mi lado viendo el lago congelado a unos metros de nosotros.

—¿Por qué no interferiste? —preguntó en un susurro.

Fruncí el ceño.

—¿En qué?

Se giró y me miró de manera indescifrable, le regresé el gesto y noté sus mejillas sonrojadas por el frío y su boca ligeramente abierta.

—En mi baile, quería que me salvaras.

La vi con seriedad antes de regresar la atención al lago.

—Creí que eso era lo que menos querías —le recordé pensando en una de nuestras sesiones dónde me gritó justo lo contrario a lo que acababa de decir.

Ella bajó la mirada y un sentimiento de agobio me llenó. Me sentía extraño en medio de toda esa situación.

Entonces algo blanco cayó sobre su cabello y miré extrañado al cielo donde encontré cientos de copos de nieve que comenzaban a caer.

La escuché reír y regresé mi atención a ella.

—Esto es lo más irónico del planeta —dijo animada.

La vi confundido.

—¿Qué?

Me sonrió de manera sincera a la par que sus ojos destellaban con una felicidad que pocas veces le vi.

—Mis dos deseos cumplidos.

Arqueé una ceja en ademán de confusión pero ella solo me dio un guiño y caminó hacia el frente para extender los brazos a sus costados y comenzar a dar vueltas en medio del lugar.

La nieve caía sobre su cabello y permaneció girando debajo del cielo estrellado. Su cabellera negra se movía a la par de su falda creando una hermosa imagen de la que no pude apartar la vista.

La sonrisa en sus labios fue la más sincera que le llegué a ver, en verdad estaba disfrutando de su baile bajo la fría y blanca nieve. Cuando finalmente se detuvo hizo la cabeza hacia atrás y dejó que los copos cayeran sobre su piel, jamás dejó de sonreír.

No tenía ganas ni fuerzas para dejar de observar, incluso si alguien hubiera salido detrás de nosotros hubiera permanecido totalmente hipnotizado por ella.

Volteó y ladeó la cabeza a un lado para después estirar su mano en mi dirección. Intuí que era una invitación a unirme y aunque sabía que Isabella pegaría el grito si me llegaba a ver, no me importó; me acerqué y permití que entrelazara nuestras manos.

—Estás helada —susurré con el ceño fruncido.

Ella rio de manera irónica y la miré confundido.

Entonces se puso frente a mí y tras soltar mi mano, pasó los brazos por mi cuello en un aparente abrazo.

—Me gusta el frío, lo puedo controlar y me da mucha paz —dijo acercándose.

Me tensé e intenté voltear, pero sus ojos azules me tenían atrapado; estaba perdiendo esa batalla entre nosotros donde ella amaba dominarme para caer en su juego.

—Lisa... —le imploré pero ella rio.

—¿Qué pasa, doc? Creí que ya no tenía miedo.

Fruncí más el ceño ante su comentario; entonces las risas y pláticas a unos metros de nosotros cesaron, éramos solo nosotros en medio de la nieve.

Puse las manos en su cintura y nunca aparté la mirada de sus ojos azules que me veían de manera fija.

—¿Estás aquí? —pregunté con voz temblorosa y casi inaudible.

Ella se acercó y rozó mi boca, experimenté un escalofrío recorrerme de arriba a abajo y sentí su cálida respiración mezclarse con la mía.

—Fuiste lo mejor de mi vida —murmuró sobre mis labios antes de juntarlos en un beso tan lento y tierno que por un momento me alteró todo los pensamientos.

La unión de nuestros labios fue algo indescriptible que jamás llegué a sentir con alguien. El anhelo de querer sostenerla por siempre fue algo que me sorprendió en demasía.

Cuando se separó un poco, me regaló la sonrisa más hermosa de todas, estaba cargada de eso que se negaba a nombrar, de aquello a lo que aún no me podía acostumbrar.

Movió una mano hacia el frente y pasó sus dedos a lo largo de mi rostro, un acto que me obligó a cerrar los ojos. Entonces la subió hasta mi cabello y lo acarició con lentitud y aparente ternura.

—Te extraño —susurró.

Y fue como si su declaración rompiera un hechizo.

Su cabello comenzó a tornarse opaco, su piel blanca se hizo pálida y sus labios se hicieron quebradizos; se transformó frente a mis ojos en la mujer que nunca quise volver a ver.

Y cuando volvió a acariciar mi mejilla, noté en su muñeca la profunda línea autoinfligida. Sin embargo, sus ojos permanecieron con el mismo brillo que me hipnotizó cientos de veces.

Acercó sus labios y depositó un beso en la piel de mi mejilla que me erizó. Luego llevó su boca hasta mis oídos, la escuchaba respirar y me sentía temblar bajo su tacto.

—Déjame ir —susurró.

Me incorporé de un brinco y miré a mi alrededor con el corazón resonando en mis oídos y la respiración agitada. Tragué pesado antes de poner mi pulgar e índice sobre mis párpados.

—Maldición —murmuré a la oscuridad de la habitación.

Doblé las rodillas y las acerqué hasta mi pecho para apoyar ambos codos sobre ellas y pasar las manos varias veces por mi cabello.

Podía escuchar las voces de mis vecinos, sus risas y el tintineo de cubiertos al chocar con la cerámica.

Enredé las manos en mi cabellera antes de suspirar y girar la cabeza hacia la ventana. Deberían ser más de las once.

Daniel y Sofía intentaron que los acompañara en su primera cena navideña como pareja, sin embargo, les di su espacio pues era algo sumamente especial. Eso sin mencionar que no estaba de humor.

Mi departamento estaba sin ninguna decoración y preferí dormir temprano. Todo un amargado.

Pero nadie me podía culpar.

Varios meses habían pasado desde ese fatídico día, los mismos que la extrañé con cada poro de mi piel. Todos mis pensamientos y sueños se veían embargados por su imagen.

Era una silenciosa tortura con la que cargaba las veinticuatro horas del día.

Me levanté de la cama y caminé hasta la ventana; desde esa altura podía ver parte de la ciudad, no faltaba mucho para que los fuegos artificiales anunciando la navidad empezaran.

Suspiré con pesadez y alcancé a ver mi reflejo en el cristal: el cabello lo tenía en todos los ángulos posibles y las ojeras debajo de los ojos destacaban sobre mi piel.

No podía recordar la última vez que dormí ocho horas seguidas.

La imagen de Lisa me seguía a todo lugar, incluso en mis sueños. Y era un suceso irónico pues a pesar de tener cosas de ella —como su diario y las fotografías que realizó—, la única imagen de su rostro estaba grabada en mi cabeza.

El doctor Israel sugirió que no tuviera fotografías de ella hasta que avanzara un poco más con la terapia.

Sí, finalmente me estaba tratando.

Crucé los brazos sobre mi pecho y casi la vislumbré a mi lado en el cristal. Así pasaba los días, con su fantasma haciéndome compañía.

—Nunca supe cómo festejabas esta fecha, supongo que mi subconsciente tenía una vaga idea —le dije a la nada.

Sonrió de manera irónica antes de desaparecer.

Escuché mi celular y lo recogí del buró a un lado, era una imagen de Daniel y Sofía con una pavo un poco quemado en medio de ellos. Reí y sacudí la cabeza.

—Les dije que lo mandaran a hacer —murmuré.

Salí de la conversación y me quedé viendo la aplicación por la que compraba los tickets de avión.

"Déjame ir"

Pasé el dedo encima del ícono varias veces antes de regresar la mirada a la ventana.

La extrañaba demasiado y eso me estaba haciendo daño, lo sabía, pero el soltarla se sentía como dejar de lado una parte de mí. Creía que me perdería si la dejaba ir.

Ella me ayudó a ser lo que era y siempre le estaría eternamente agradecido.

Exhalé de manera audible y desbloqueé el aparato para entrar a la aplicación. Escribí mi destino y tras encontrar la fecha anhelada y el tipo de vuelo, presioné el botón de "comprar".

Gritos de "feliz navidad" y fuegos artificiales se escucharon a todo mi alrededor. El destello de estos últimos me iluminaron el rostro varias veces durante unos minutos.

Sentí una opresión en el pecho y cerré los ojos mientras soltaba un tembloroso suspiro.

Haría ese viaje, visitaría todos esos lugares a los que anhelé llevarla y llegaría a Berlín donde finalmente la dejaría ir.

—Feliz navidad, Lisa —susurré—. También te extraño.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top