Epílogo
Miré el reloj una vez más y reacomodé el tirante de mi mochila al darme cuenta de que faltaba poco para la llegada del tren. Escuché un bip en mi celular y al sacarlo, noté que tenía un mensaje junto una foto de Daniel.
Abrí el Whatsapp y observé la imagen: era la mano de alguien, supuse que de Sofía, con un anillo de compromiso.
Leí el mensaje en voz alta—: ¿Cuándo regresas para ser mi padrino?
Sonreí recordando aquello que atormentó a mi amigo durante semanas y por lo que no quería que me fuera a otro continente.
—El muy maldito lo hizo —anuncié a la nada.
Sacudí la cabeza e imaginé su emoción ante la nueva aventura que estaban por comenzar.
Lo que esperaba llegó y decidí responderle antes de abordarlo—: Pronto.
Guardé el celular antes de subir al tren, caminé en medio de extranjeros hasta encontrar un asiento junto a una ventana. Me senté y puse la mochila junto a mí. En frente tenía dos asientos vacíos y una mesa que nos separaban.
Busqué en la bolsa de enfrente de mi equipaje y saqué un papel bastante arrugado; estaba doblado y había una pluma colgando de él. Tras separar esta última, lo desdoblé a la par que mordía mi labio inferior. Bufé y escribí unas cuantas líneas antes de mirar por la ventana y sonreír ligeramente encontrando el perfecto cierre. Regresé mi atención al papel y plasmé el final.
Tras dejar la pluma a un lado, tomé el papel para releer lo que escribí desde que inicié el viaje:
Lisa:
Siempre te describí en mi mente como un huracán que removía todos mis cimientos y que destruía todo a su paso.
La cuestión en la analogía fue que fallé en ver que después de una destrucción viene un levantamiento, una reconstrucción y hasta mejoramiento.
Y eso es lo que fuiste para mí, la destrucción que me empujó a ser una mejor versión de mí.
De eso se trata el amor, ¿no?
O eso me han dicho, aún estoy conociendo los dos lados de la moneda.
Te extraño y eso nunca va a cambiar; cada que veo al cielo, que una chica de cabello negro se cruza en mi camino, que escucho un comentario sarcástico o incluso cada que me veo al espejo, lo hago.
Pero he aprendido a extrañarte de una manera que ya no es dolorosa ni tormentosa, de esa forma en la que puedo formar una sonrisa en mi boca.
Algún día probablemente nos volveremos a ver, estoy seguro de que algo allá arriba nos dará la oportunidad de explorar eso que pudo ser; hasta entonces disfruta de la vista y guárdame un lugar.
Y sonríe, porque juro que una brisa cálida me susurra que estás feliz cada que lo haces.
Te amo, aún lo estoy asimilando, pero lo hago.
Y siempre lo haré.
Tobías
Suspiré y tras doblar la carta de nuevo, cerré los ojos recargando la cabeza en el respaldo. Estaba en el último tren con destino a Dublín.
—¿Está ocupado este lugar? —Una voz preguntó con timidez.
Abrí los ojos y noté a una chica parada en el pasillo, me observaba un poco apenada mientras pasaba su peso de un pie a otro. Tenía cabello negro y ondulado con unos ojos aceitunados junto a facciones muy finas.
Negué con la cabeza.
—Adelante —dije haciendo un ademán hacia el lugar sin ocupar.
Me vio totalmente agradecida.
—¡Gracias! Nadie aquí habla español y solo me ven como si estuviera loca —explicó sentándose frente a mí y poniendo su mochila a un lado. Ladeó la cabeza y pareció titubear—. ¿Negocios o placer? —preguntó con curiosidad.
La vi por unos momentos antes de encogerme de hombros.
—Ninguna —respondí con sinceridad.
Me sonrió y miró hacía la ventana.
—Ya somos dos tratando de empezar de nuevo —masculló un tanto pensativa.
No pude evitar observarla mientras el tren empezaba a avanzar, veía el exterior con una mirada llena de esperanza. Regresé mi atención a la ventana y admiré los paisajes verdes; eran más bellos de lo que imaginé. En el reflejo volví a encontrar a la chica así que regresé mis ojos a ella.
—Tobías —dije estirando la mano, el viaje era largo, lo mínimo que pude hacer era presentarme.
Ella volteó y me miró un poco contrariada hasta que sonrió de manera sincera.
—Lidia —contestó aceptando que nuestras manos se encontraran.
Bajé un poco la mirada y encontré en sus muñecas unas marcas conocidas, sin embargo, eran como cicatrices de hacía mucho. Nos soltamos y regresamos la mirada a la ventana.
Parecía que tal y como le dije a Lisa, todos tenemos problemas de los cuales queremos huir.
Pero algunos decidimos afrontarlos de la mejor manera.
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