Control
Estaba molesto. Más que eso... Encolerizado sería la palabra que más describía mi situación actual.
Lisa me seguía observando y no supe si me estaba retando o si analizaba mis actos. Llegué a pensar que estaba haciendo ambas cosas. Sacudí la cabeza, incrédulo.
—No me buscaste para eso, lo hiciste para mejorar.
Ella ladeó la cabeza con una expresión de curiosidad.
—¿Cómo sabe que no voy a mejorar haciendo eso?
La vi escéptico a la par que empuñana las manos.
—Porque sólo estaría alimentando tus impulsos, lo que debería hacer es ayudarte a controlarlos —respondí tratando de que entendiera que no recorreríamos un camino sin retorno.
Furia llenó su mirada; tenía bastante claro que llevarle la contraria la podría empujar a un ataque de ira, pero no la podía dejar avanzar más.
—No quiero controlarlos —espetó en voz baja—. Quiero vivirlos.
Caminé y me puse a un lado del escritorio para mirarla con dureza.
—No estás aquí para eso, viniste para mejorar. ¿Acaso eres tan egoísta que no piensas en el daño que le haces a Sofía? —pregunté alzando un poco la voz, honestamente me había cansado de su actitud.
Ella rio con ironía, sus ojos azules parecieron encenderse con un fuego incontrolable.
—¿Daño a Sofía? —se burló.
Sacudí la cabeza y la señalé.
—Te mandó aquí para ayudarte, no para que te hundas más —le recordé, enojado.
Lisa se incorporó y caminó hacia mí enfurecida, en mi mente me vi corriendo para ocultarme del otro lado del escritorio; pero eso se vería exageradamente inmaduro... Y cobarde, así que me mantuve en mi posición.
Pero ella puso las manos en mi pecho y me empujó hasta la pared detrás del escritorio. Trastabillé pero no la detuve, para ser una persona tan chiquita y delgada, tenía bastante fuerza.
—Mire, doctor; yo hago lo que quiero cuando quiero y como quiero; ni usted ni nadie van a venir a rescatarme, entiéndalo, ¡no quiero ser salvada! —susurró con voz amenazante.
Nos encontrábamos a medio paso el uno del otro; ella era por mucho más baja que yo, así que literalmente tenía que agachar mi mirada a la vez que ella alzaba la suya. Mi corazón estaba acelerado y ella lo sabía, pues al tener las manos en mi pecho, era imposible que no lo sintiera.
Me vio fijamente inexpresiva hasta una pequeña sonrisa se formó en su rostro. Con suma lentitud, sin desconectar nuestras miradas, comenzó a acercar sus labios, supe que si me besaba, no la alejaría, mi control estaba pendiendo de un hilo.
Pero afortunadamente se escuchó un toque en la puerta.
—¿Toby? —llamó Isabella desde el otro lado.
Miré con ojos entrecerrados de dónde había provenido la voz; tenía que estar bromeando. Levanté el brazo y noté en mi reloj que eran ocho treinta de la noche. ¿En qué momento se nos fue el tiempo?
Lisa empezó a reír en voz baja.
—¿Toby? —se burló.
La vi con enfado, tomé sus muñecas y la alejé de mí. Si Isabella no hubiera llegado...
Caminé hacia la puerta, inhalé profundamente para tratar de retomar la compostura y abrí. Mi esposa me vio confundida.
—¿Sigues trabajando? Perdón, creí que ya habías terminado —dijo apenada.
Sacudí la cabeza, luego recordé que ella no sabía que la otra mujer era mi paciente, si se enteraba iría a contarlo a sus amistades y eso no podía suceder.
—No, no te preocupes, ya iba de salida —expliqué viendo de reojo a una Lisa muy divertida ante mi situación. Al acercarse, cambió la sonrisa jocosa por una amable.
—Isabella, ¿cierto? —intervino.
Mi esposa la vio con desconcierto antes de pasear la mirada entre mi paciente y yo.
—Oh, Lisa, qué sorpresa —comentó, extrañada.
Nunca pude leer bien a Isabella, pero en ese momento, para mi asombro, se mostró un tanto avergonzada e intimidada.
—Disculpa que haya entretenido a tu esposo, mi padre me mandó a tantear las aguas —justificó mi paciente tomando la postura que tuvo en la barbacoa de mis padres.
La vi entre incrédulo y escéptico, Lisa podía cambiar de personalidad en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, los ojos de Isabella se iluminaron ante la explicación.
—Oh claro, no te preocupes —descartó con un ademán.
Obvio, el interés porque el padre de Lisa me ayudara a hacer la residencia en el hospital del Ángel hacía que sus ojos brillarán más que cualquier momento juntos. Me empecé a preguntar si en verdad nuestro matrimonio solo se trataba de obtener beneficios.
—Estoy segura de que mi padre estará de acuerdo en que Tobías se merece la residencia —alabó al verme de soslayo.
No supe qué decir, pareció decirlo con cierto sarcasmo, pero no estuve seguro. Lo que sí noté con claridad fue cómo los ojos de mi mujer brillaron aún más.
—Nos encantaría que comieran con nosotros uno de estos días, ¿verdad, Toby? —preguntó mientras me observaba, no pude evitar el escalofrío, ya fuera por el nombre de perro o por la petición.
—Claro —respondí sin entusiasmo.
La que sí notó mi estado fue mi paciente.
—Me encantaría, estamos libres mañana, ¿qué dicen? —cuestionó esta con una "tierna" sonrisa, sin embargo, no pudo engañarme, sabía perfectamente porqué estaba aceptando la comida y porqué quería hacerlo lo antes posible.
Isabella asintió a gran velocidad, parecía que una vez más, mi opinión o agenda no contaban para planear.
—Estaremos encantados, deja te paso mi número —exclamó, emocionada, mientras buscaba su celular en la bolsa que cargaba al hombro.
Lisa me guiñó el ojo aprovechando la distracción de mi esposa y salió del consultorio.
Sacudí la cabeza, molesto, a la par que bufaba; una nueva comida que era igual a otro momento desagradable. A ese paso iba a necesitar antiácidos todos los días por el resto de mi vida.
Me dirigí al escritorio para recoger mi celular, unos archivos y mis llaves, por un momento mi mirada se quedó clavada en la pared. Esa donde no hacía mucho Lisa me azotó, donde estuve a punto de perder el poco control que aún me quedaba con ella. Tras suspirar, frustrado, me encaminé a la puerta para encontrar que Lisa e Isabella reían mientras hablaban, ambas tenían sus celulares en las manos.
Cerré la puerta del consultorio y vi con ojos entrecerrados a ambas mujeres, lo único que me faltaba era que se hicieran amigas.
A como me trataba la vida, no dudaba ni por un segundo que eso estuviera a punto de pasar.
Cuando llegamos a nuestro hogar, lo único que deseé fue tomar un baño e irme a dormir. Pero el haberlo hecho en la mañana me detuvo, estaba seguro que Isabella pensaría lo peor si lo hacía dos veces el mismo día.
Aunque pensar de esa manera no le vendría mal, pues poco a poco iba perdiendo el control con Lisa.
Me dirigí a la cocina y fue cuando recordé que mi esposa nunca iba al consultorio, yo siempre llegaba a casa para cenar. Vi extrañado la mesa del comedor que se encontraba vacía mientras que la mencionada entró detrás de mí.
—Lisa es una persona muy agradable —comentó abriendo el refrigerador.
Tuve ganas de reírme a carcajadas; claro, si con agradable se refería a que era impulsiva con un trastorno que al parecer no le interesaba controlar, ni hablemos de curar.
—Supongo —dije tratando de sonar desinteresado.
Mi esposa tomó una botella de agua mineral y la sirvió en un vaso, se suponía que llevábamos una vida llena de salud... Física, porque mental ya estaba en duda.
—Espero que mañana salga todo bien —masculló, pensativa.
—¿Por qué fuiste al consultorio? —pregunté sin poder aguantar más las ganas de obtener respuestas.
Isabella me vio un poco sorprendida, luego su cara mostró otra cosa... ¿Acaso fue culpa?
—Pensaba proponer que fuéramos a cenar, te quería dar una sorpresa —justificó atropellando las palabras—. Pero lo olvidé por completo con la invitación a Lisa.
Asentí con lentitud entendiendo que no cenaríamos, lo cual no me cayó tan mal, pues tenía el estómago revuelto.
—¿No debí? —cuestionó con curiosidad.
No supe a qué se refirió, si a su sorpresiva visita al consultorio, lo cual agradecí; o de la invitación a Lisa, lo cual no gratifiqué.
Al final me limité a encoger los hombros.
—No —respondí, cortante.
—Te puedo hacer algo de cenar, si quieres —señaló con esa mirada de culpa.
Negué con la cabeza y suspiré.
—No te preocupes, no tengo hambre —le aseguré saliendo de la cocina.
Me dirigí a la sala y observé por unos segundos la pantalla colgada de la pared, rara vez veíamos la televisión, pues siempre me encerraba a estudiar o nos limitábamos a platicar sobre los eventos de Isabella, sin embargo, esa noche no tuve ganas de ninguno de los dos.
—Toby, últimamente has estado extraño —dijo sentándose en el sillón.
Sacudí la una vez más.
—No siento que sea así —alegué tomando el control de la TV y sentándome del lado opuesto a ella.
—Si es por nuestra pelea... —Empezó a decir pero la interrumpí.
—No pasa nada —la corté rápidamente, lo que menos quería era tratar ese tema.
—Pero creo que tienes razón, un hijo no nos vendría bien en este momento —comentó de manera pensativa.
La miré escéptico, había estado presionando con mi madre el tema y de pronto ya no le interesaba.
—Sobre todo si obtienes la residencia, no quiero criarlo sola.
Entonces entendí, claro, el interés; no me debí sorprender pues la residencia la beneficiaba a ella también, y no solo en lo económico, sino con sus amistades.
Poder ir a sus eventos de caridad diciendo que su esposo era residente en el hospital del Ángel. ¿Qué más grande reconocimiento que ese? A veces me sentía su trofeo andante.
—Tienes razón —murmuré poniendo las noticias, mínimo me iba a librar del asunto del hijo por un tiempo.
Eso si obtenía la residencia, pero a como era Lisa, no creí que en realidad le pidiera a su padre que me apoyara, pues tendría que dejar el consultorio, ¿cómo iba a jugar conmigo?
Dudaba mucho que en sus prioridades estuviera darme un poco de paz y estabilidad mental.
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