Juegos del demonio

«It's too bad.

Lord, it's too bad!».

S.O.S (Too bad), Aerosmith.

Extracto de una nota que aún se encuentra bajo la cama de Katrina Black:

«A veces me pregunto por qué me he vuelto tan mala persona. Bah, la verdad es que aquello es un eufemismo; lo que en realidad me pregunto es por qué me volví una puta. ¿Cuándo pasó? Creo que (...) luego de la ruptura con mi tercer novio, Isaac, me di cuenta de que el sexo opuesto muy básico. El idiota desvirgador me dejó con un ego magullado, pero se lo agradezco muy en el fondo, porque de él aprendí cómo le gustaba a los hombres que los tratasen (...) cómo manipularlos sin que supieran que estaban siendo manipulados.

Ahora, por ejemplo, acabo de seducir al prometido de mi mejor amiga, ¡dos días antes de su boda! Sólo necesité un traje de cuero negro, porque sé que el cuero le excita, y unas clases de baile que Alexander me ha pagado (...). Soy un peligro. Un peligro que lleva tacones de aguja y lencería sexy».

.

Con la simple mención de una despedida de soltero a cualquiera se le vendrían a la mente clubes nudistas, alcohol y excesos de una noche. Sin embargo, la despedida de soltero de Donato resultaba ser todo lo contrario. La razón podía ser que sus dos hermanos mayores ya estaban casados y tenían una familia por la cual salir a trabajar a la mañana siguiente o que él nunca había sido amante de las fiestas ni tampoco era demasiado sociable.

―Esto parece un velorio ―dijo Julián―. ¡Ánimos tíos, que nadie se está muriendo! Bueno, Donato se está casando y eso es peor; pero...

El interpelado observó con expresión de hastío al único amigo que había podido conservar a través de los años. Habían sido inseparables desde el sexto grado, cuando Julián lo había defendido de un bravucón que intentaba robarle el almuerzo, y ahora estaban allí. Luego de más de dos décadas de convivencia, Julián no había cambiado mucho, seguía siendo un libertino.

―Serás idiota; pese a que te cueste creerlo, la boda va porque yo la he propuesto ―al ver la mueca de su amigo, Donato añadió―: Y también he propuesto yo que se celebre en mi casa la despedida de soltero. Es jueves, mañana los humanos comunes salen a trabajar.

―Es por eso que todos ustedes sois unos aburridos ―replicó Julián entrecerrando los ojos y señalando a cada uno de los presentes―. Espero que al menos hayan contratado una bailarina nudista.

La mirada asesina que recibió de los otros tres hombres fue suficiente para adivinar la respuesta. Julián rodó los ojos y se dejó caer en el sofá, dándole un trago a su cerveza. Donato era la persona más apática e insensible que conocía; pero él sabía que, detrás de aquella gélida fachada que su amigo mostraba, había escondida una obsesión por tener todo bajo control. Era por eso que su relación con Amélie había durado tanto: Donato quería un títere, no una esposa.

Peter, el hermano mayor del prometido, se puso de pie y se dirigió al equipo de sonido que estaba sobre una mesita en la esquina de la pequeña sala. Encendió el aparato y las letras de una muy conocida banda hicieron eco por el lugar. Aerosmith. Aquel grupo había marcado por antonomasia la adolescencia de los cuatro hombres que en ese momento se encontraban allí. Raphael, que hasta ese momento había hablado poco, inclinó la cabeza en gesto de aprobación.

―Al menos tenemos buena música ―dijo.

―Al menos ―masculló resignado Julián.

Creía que los hermanos Di Salvo no le habían dado la importancia que ameritaba esa celebración. Si le hubiesen dejado a él hacerse cargo la cosa hubiese pintado diferente. El problema era que todos allí eran demasiado convencionales. Hasta el propio Donato, que era su mejor amigo, lograba exasperarlo de vez en cuando con sus costumbres de hombre mayor.

Eran ya las once menos quince cuando el timbre sonó. Fue algo que todos consideraron fuera de lugar, no esperaban a nadie más. Raphael y Peter intercambiaron una mirada de extrañeza, pero al segundo llamado habían vuelto a su habitual estado de desinterés. Julián, siendo el único que parecía tener curiosidad sobre la llamada misteriosa, se puso de pie.

―Yo voy.

Caminó hacia la puerta de entrada, deteniéndose antes en la cocina para tomar otra cerveza, y abrió. Cuando la vio se quedó de piedra. En esos momentos hubiese esperado cualquier cosa menos lo que tenía enfrente, por lo que tuvo que ver dos veces a la mujer para comprender que, en realidad, era algo de esperarse en una despedida de solteros que eso pasase. La recorrió de arriba abajo con lentitud y sin decoro; ella sonrió y alzó las cejas.

―Joder ―dijo Julián en voz baja ―. ¿Te han contratado ellos, verdad?

La chica sólo sonrió, mostrando una hilera de dientes blancos y perfectos.

«Las calladas son peores» se recordó mientras se hacía a un lado para que pasara. Es que no podía creer que tales mojigatos salieran con aquello. Hasta tenían buen gusto, los muy condenados. Había dos tipos de bailarinas nudistas: las vulgares que movían mucho el culo y las que estaban buenas. La que había entrado por la puerta, con aquella pinta de mujer fatal vestida de cuero y usando una máscara, estaba buenísima. Julián tuvo ganas de verla sacar un látigo para hacer la cosa más morbosa.

Al conducirla a donde se hallaban los demás, consideró que era su deber hacer preparar la entrada de la chica. Sonrió al ver las caras de desdén de los presentes y se tomó la molestia de mover la mesita que estaba en el centro de los dos sillones para que la bailarina pudiese tener espacio para su acto. Luego, apagó las luces y puso la música en un volumen más bajo. No la cambió porque le gustó el tema que sonaba en ese momento. Sweet Emotion. Le parecía perfecto.

―Miren quién ha llegado.

Oficialmente, la noche se podía dar por iniciada, pensó Julián. La mujer hizo acto de presencia desfilando con una increíble seguridad y nadie se quejó por aquella intromisión. En realidad, ninguno de aquellos hombres podía hablar mientras ella se movía con tal desenvoltura y sensualidad. Era una profesional, la verdad sea dicha, que sabía cómo incitar a los presentes sin pasarse de la raya.

«You got good news but you're a real good liar»

Los ojos grises de la mujer hicieron contacto con los de Julián, para luego dirigirle una sonrisa divertida y acercársele. Bailó con él, moviendo sus caderas y sosteniéndole por los hombros para mantenerlo sentado. Entonces, las manos de la enmascarada viajaron hasta su rostro y se inclinó tanto que Julián pudo percibir en su aliento los inconfundibles matices del cigarrillo y el licor; pero, justo antes de que sus labios se rozaran, ella le pellizcó la mejilla de manera juguetona y se incorporó de nuevo. Él volvió a respirar con normalidad al verla dirigirse hacia Donato, que se hallaba inmóvil y parecía ser presa fácil. Luego de que su aturdimiento pasase, no dudó en comentarle a Peter:

―Han escogido una tía excelente, no duden en dejarme el número.

―Sí ―murmuró distraído Peter. Pasaron unos segundos antes de que frunciera el ceño y sacudiera la cabeza―. Espera... ¿cómo que «hemos escogido»? ¿No la has traído tú?

―¿Yo? ―repitió el interpelado, abriendo los ojos―. ¡Cómo va a ser!

―Entonces, ¿de dónde rayos salió? ―intervino Raphael, que estaba sentado muy cerca de Julián, dándole una mirada de advertencia.

«Stadin' in front just shakin'your ass.»

Los tres voltearon al mismo tiempo para presenciar el espectáculo que tenía lugar. La mujer ya no tenía la máscara y cuando se giró pudieron observar su cara. Julián no la reconoció; pero ambos hermanos intercambiaron una mirada de preocupación. Antes de que hubiesen podido hacer algo, ella estaba montada a horcajadas sobre Donato, que la alzó con premura y la sacó del salón.

El suceso les dejó tan descolocados que, para el momento en el que reaccionaron, ya no había rastro de la pareja. Oyeron una puerta cerrarse y tuvieron que revisar las habitaciones para dar con ellos. Peter los encontró detrás de una de las habitaciones de huéspedes de la segunda planta y llamó a los otros dos.

―Tiene llave ―masculló Peter y, luego de cinco minutos tocando, añadió―: Maldita sea.

―¿Pero qué coño? ―Julián frunció el ceño en dirección hacia la puerta.

La respuesta obtenida fue una mirada preocupada de Raphael, que apenas le llevaba dos años a Donato y era su hermano más cercano.

―No tiene caso que insistan ―les dijo―. Esto pinta muy mal.

.

Aunque Katrina había ido hasta esa casa con una inherente seguridad en sí misma, no había pensado que todo se desenvolviese con tal facilidad. En la puerta, había recordado a Julián de la secundaria, pero él, a su vez, no la había reconocido a ella. Fue aquello lo que determinó su triunfo. Lo demás se dio por sí solo, porque ella sabía atraer la atención de los hombres y en la oscuridad del salón nadie había podido reconocerla.

Donato no le quitaba la vista de encima, así que decidió acercársele. Si sólo su máscara no hubiese caído al suelo... no se encontraría en esa situación. Después de ese desliz, todo había pasado muy rápido; de repente lo estaba mirando a los ojos y estaba encima de él. Lo había besado, había dejado que la arrastrara fuera del salón y ahora estaban en aquella habitación. Donato le había pasado el seguro a la puerta, la había dejado en el suelo y había vuelto a besarla.

―¿Estás borracho? ―no dudó en preguntar Katrina, separándose de él.

―Un poco.

―Entonces olvídalo ―le dijo―. Tú y yo no vamos a hacer nada si hay una mínima posibilidad de que culpes al alcohol a la mañana siguiente; yo quiero que estés consciente, que recuerdes a cada instante a tu prometida.

Las palabras de ella tuvieron el mismo efecto que un balde de agua fría.

―Maldita seas ―masculló Donato, haciendo una mueca de disgusto y pasándose una mano por el pelo―. Acabas de arruinar el momento; mejor vete.

―¿Tú quieres que me vaya?

Katrina dio un paso atrás, alzando una ceja y sonriendo con sorna. Deshizo de un tirón el lazo que tenía su corset en el centro y éste quedó abierto. Donato pudo entrever la piel tersa de su pecho y luego, cuando ella se terminó por quitar la pieza y ésta cayó al suelo, él tuvo que tragar y hacer un esfuerzo para no quedarse mudo.

―Pides que me aleje, pero tus ojos dicen lo contrario ―siseó Katrina―. Cuánta insatisfacción sexual debes llevar acumulada, ¿eh?

―Eres una...

Donato se acercó amenazante; pero ella apenas se inmutó cuando la agarró por los hombros y la sacudió con fuerza, pues sabía muy bien cómo aprovechar al máximo esa actitud de macho dominante con el orgullo herido. A Katrina sólo le bastó con una mirada de él en su primer instante de vacilación para lograr que la besara con fuerza. Cuánto habían cambiado las cosas desde que tuvieran ambos quince años.

―¿Ya estás sobrio? ―le preguntó con la respiración errática, separándose de él apenas un poco.

Donato la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí, bajando sus manos hasta la curva de la espalda de ella y hasta llegar a su trasero.

―Estoy jodidamente sobrio.

Katrina lo detuvo en el momento en el que los labios de él comenzaron a bajar por su cuello y con ambas manos lo empujó hacia atrás.

―Mírame y dime que la recuerdas.

―La recuerdo. ―contestó sin quitar ni un segundo su atención de esos diabólicos ojos grises―. Recuerdo a Amélie y te deseo a ti, Katrina.

.

Ser despertado por algún desgraciado sin corazón que decide tirarte un vaso de agua fría en la cara es una razón más que obvia para cometer un asesinato. Al menos así lo pensó Julián en el momento en que abrió los ojos sobresaltado y cayó del sofá al suelo por la impresión.

―¿Qué coñ..? ―Miró hacia arriba y gimió llevándose una mano a la cara―. ¡Que te den, Peter! ¿Es que no deberías estar trabajando?

Chist . Aún no han salido.

―¿Crees que? ¿Tú crees que...?

Se halló incapaz de completar la frase cuando vio la mirada resignada de Peter acompañando su encogimiento de hombros.

―No lo sé, mi hermano no es así.

―Ninguna persona es así hasta que es así ―replicó Julián de manera filosófica al incorporarse.

El aludido lo miró con cara de circunstancias.

―Raphael ya se fue y tú no estás siendo de ayuda.

Julián abrió la boca para replicar, pero se encontró con un ruido proveniente del pasillo que le hizo silenciarse al instante.

―¡Ahí vienen! ¿Y ahora...?

No pudo terminar la frase, pues su acompañante ya le estaba halando del brazo y arrastrándolo fuera del recibidor. Lo llevó hasta la cocina y le obligó a ocultarse detrás de la puerta entreabierta. Katrina y Donato aparecieron unos minutos después. Julián la pudo ver mejor a la mujer fatal con la claridad del día y, aunque no tenía la pinta más digna ese día, en términos generales estaba muy bien.

―¿Esa es dientes-chuecos-Black? ―soltó un silbido por lo bajo―. Le hizo maravillas la edad.

Peter le dio un golpe en el brazo para que guardara silencio.

―¡Oye!

―Que te calles. Así no vamos a escuchar nada.

Julián se encogió de hombros con indiferencia. No era como si hubiese demasiado para escuchar, bastaba tener dos ojos para comprender lo que había pasado ahí. Aun así, su vena cotilla lo hizo pegar el oído junto a la puerta y prestar atención al diálogo que tenía lugar al otro lado.

―Al menos nos hemos quedado solos ―habló Donato.

―¿Es que no querías que me viera tu familia? Por dios, seguro soy lo mejor que has tenido la suerte de llevarte a la cama.

Los dos espías intercambiaron una mirada significativa, la situación no pintaba bien. Aun así, Julián tuvo que reprimir las ganas de resoplar porque Katrina tenía razón. Donato no era demasiado bien parecido ni demasiado sociable y eso le daba pocas oportunidades con las mujeres.

―¿Siempre eres así de ególatra? 

―Sólo me gusta recordarte la suerte que tienes.

―Esto no debió pasar.

―Qué buen momento para sentirte culpable. ―Rio ella―. De verdad, me muero por quedarme y verte sumirte en tu pútrida autocompasión un día antes de tu boda, pero tengo otras cosas que hacer. Alexander llega hoy de Grecia y le tengo una sorpresa.

―¿Le vas a contar cómo gritabas ayer mi nombre? El problema es que él no te folla bien, ¿cierto? Por eso te has vuelto una zorra.

Ese lado de su carácter de fue casi una novedad para Peter y Julián, que nunca habían presenciado tal irritación ni tampoco tan malas maneras hacia alguien de parte de Donato. Además, se había acostado con ella, la conversación no dejaba lugar a dudas y eso era suficiente tema de preocupación.

―Deja ya tus celos, no tienes con qué juzgarme. Eres un cabrón que se ha tirado a la mejor amiga de su prometida dos días antes de su boda. ¿No es ese un comportamiento más indigno? ―Bufó, con algo que se interpretaba como molestia―. Pobre imbécil. Si lo quieres saber, pues bien: Alexander es un amante excepcional y tiene un cuerpo que te quita el aliento.

Donato se masajeó las sienes y soltó un pesado suspiro, cerrando los ojos.

―Lárgate, Katrina. Me das dolor de cabeza.

―Espero que el sábado tengas cojones y te cases con esa cría ―dijo y su voz parecía más fría que nunca―. Te va a encantar el vestido que llevo para tu boda, Amélie lo pagó con tu tarjeta de crédito.

Ella salió y cerró con un ruido sordo la puerta. Luego, precedió el silencio. Ambos entrometidos se incorporaron y sin pensarlo dos veces salieron a enfrentar a Donato, a quien encontraron sentado en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza hundida entre las manos.

―No me jodan, por favor ―dijo sin alzar la vista―, que ya me he jodido yo suficiente. 


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