Capítulo 24
— ¡Vamos, Bakugou! ¡Ve y habla con ella!
— ¡Perdiste la apuesta! ¡No seas mal perdedor!
Masaru suspiro, ¿cómo se vio enredado en tal tontería? No estaba seguro, en un inicio, bebía con sus amigos en la mesa de un bar, todo en orden hasta que unas lindas chicas se sentaron en la mesa de al lado. Una tenía cabello verde largo y la otra una melena rebelde de color rubio. Uno de sus amigos dijo que el que perdía en el piedra, papel o tijeras debería ir a pedirles sus números y él que jugó de forma distraída termino siendo el perdedor.
Antes de que sus amigos sugieran insistiendo, se puso de pie y camino tranquilamente como si nada hasta las mujeres, una de ellas le dio una mirada amenazante y la otra le vio con nerviosismo. Él les sonrió y señaló hacia sus amigos.
—Ellos quieren sus números, ¿serían tan amables de dárselos, por favor? —pidió.
La de cabello verde se sonrojo avergonzada y la rubia bufo con disgustó.
—Que vengan a pedirlos ellos mismos —gruño irritada —Los hombres cobardes no nos gustan, ¿no es así, Inko?
La mencionada soltó una risita incómoda pero termino asintiendo y el castaño también rió un poco ante la actitud de la rubia.
—Entendido, lamento haberlas molestado —se inclino levemente hacía las femeninas —Que tengan una buena noche.
Después de eso, Masaru se dirigió hacía sus amigos que le miraron con molestia, pero él se defendió diciendo que había ido a hacer precisamente lo que le pidieron. Ellos no pudieron discutir contra sus argumentos y optaron por irse a bailar, dejándolo solo en la mesa.
En lo que tomaba su cerveza, como en muchas otras ocasiones, pensó en Yoru. Con el tiempo había dejado de hacerlo, llegando a creer incluso que todo lo que la amo se debió a su estupidez adolescente. Pero era imposible que solo aquello lo hubiera impulsado a tantas cosas, a estar dispuesto a pasar por tantos problemas con sus padres y sufrir el acoso por estar con una persona transexual.
Así que, el castaño había hecho las paces con que la amo y lo hizo con todo el corazón.
Ahora lo que le inquietaba era si podría amar a otra persona o si todo su amor se había acabado con ella. No deseaba quedarse solo toda la vida y sus padres empezaban a presionarlo con el matrimonio. Y aunque deseaba con toda su alma estar al lado de Yoru, sabía que eso era imposible.
Ella ya habría hecho una vida nueva. Algo que le daba tristeza y alegría a la vez, ¿pensaría en él también, de vez en cuando, aunque sea un segundo?
¿Era egoísta desear eso?
— ¿La cerveza es lo que te hace ser tan miserable o te paso algo malo?
La voz femenina que hablo a su lado le asustó un poco. Pero al girar la cabeza, vio que se trataba de la mujer de la mesa de al lado, la que era rubia y tenía ojos rojos.
— ¿Cuando llego aquí? —preguntó ya que ni siquiera la escucho sentarse a su lado.
—Como hace dos minutos. Cuando ya no soporte verte tan triste, te hablé —respondió la rubia moviendo una lata de cerveza entre sus manos — ¿Es una mala noche?
—No en realidad —admitió el castaño —Solamente pensé en algo...deprimente, eso es todo —tomo un sorbo de su cerveza — ¿Y su amiga?
—Bailando con su novio. No quería venir y ser la tercera rueda, pero aquí estoy. Por eso, cuando te vi al lado vine a sentarme contigo. Es más cómodo que estar con ellos —sonrió la de ojos rojos — ¿O te soy una mala compañía? ¿Quieres estar solo?
Masaru pensó que debió decir que sí. En parte, deseaba estarlo. Por otro lado, no quería hacerlo, ya que pensar en la posibilidad de quedarse para toda la vida solo realmente le había asustado. Asi que negó con la cabeza y la rubia sonrió más, bebieron cerveza juntos y se besaron a mitad de la noche, por culpa del alcohol y otros sentimientos que había entre ambos.
Luego de esa noche, se hablaron por teléfono, se vieron en varios cafés y finalmente, se hicieron pareja. Pero, honestamente, nunca se sintieron como una.
Masaru sentía que Mitsuki era diferente, miraba a hombres y mujeres por igual, pero se inclinaba más hacía las últimas. Le gustaba usar ropa femenina pero varias veces se ponía trajes masculinos y aunque el sexo era normal entre ellos, no sentían una gran pasión por el otro, solo ternura y cariño.
Pero se querían. Se contaron todo una vez tuvieron la suficiente confianza. Ella sabía sobre Yoru y todo lo que se significó para él. Y el castaño pudo entender que su novia se identificaba como bisexual, pero que tenía miedo de salir con alguna mujer u hombre que pensara que los usaba de tapadera. También que sentía más atracción física hacía las mujeres que los hombres. Que nunca se atrevió a salir con una mujer por miedo a ser atacada.
Se pudieron entender bastante bien. Pensaron que podrían estar toda su vida juntos si seguían de aquella forma. Cuando se casaron y juraron que sería hasta que la muerte los separará, estaban seguros que sería así. Y lo estuvieron más cuando nació su pequeño Katsuki, el mayor tesoro que pudieron tener.
Pero a medida que el tiempo pasaba, sus sentimientos se iban enfriando y lo que era un cariño de pareja paso a ser más fraterno y de ahí, a amistoso. Eran pocas las noches que dormían juntos y empezaron a abundar las que jugaban a ser una pareja amorosa delante de todos, incluso de su propio hijo.
Masaru sintió que se perdía a sí mismo en todo eso y se odio por haber arrastrado a Mitsuki con él. Porque ella le dijo que, tal vez, estaban yendo muy rápido al casarse y tener un hijo. Que deberían esperar un poco, unos años más, pero la convenció de lo contrario para cumplir el trato que tenía con sus padres desde su adolescencia.
Katsuki tenía apenas cuatro años y seis meses cuando pensó que, lo mejor, sería separarse de Mitsuki.
— ¡Pasamos por un mal momento pero separarnos no es la solución, Masaru! —le reclamo su esposa viendo los documentos que le trajo — ¡Podemos intentarlo un poco más!
—Mitsuki, ese es el problema —le tomo de las manos y suspiro —No me quedan fuerzas para seguir intentando. Estoy cansado de intentar, ¿acaso tú no lo estás?
La rubia se mordió los labios, tenía los ojos llenos de lágrimas sin derramar y sus piernas le fallaron, haciendo que se sentará en el borde de su cama matrimonial. La cual, solamente ella usaba, porque hacía un año que su marido dormía en el estudio de la casa.
—Sí, lo estoy —confesó en voz baja —Pero si nos separamos, ¿crees que alguna vez vaya a haber otra persona que quiera casarse conmigo?
El castaño parpadeo incrédulo por lo que dijo su esposa y se sentó con ella en la cama, pasando una mano por su espalda con ternura.
—Por supuesto que la habrá, Mitsuki. Puede que incluso te cases con una mujer digna de ti —aseguró el de ojos cafés y se ganó un golpe en el brazo por eso —Auch. Lo decía en serio.
—Eres un tonto —bufo la rubia para después apoyarse en su hombro —Tus padres van a reclamarte esto. Los míos también.
—Entonces podemos decir que teníamos un mal matrimonio. Que peleábamos todos los días y tú me lanzabas cosas a la cabeza, mí madre seguramente lo creería —bromeó el castaño recibiendo otro golpe, ahora, en su costado izquierdo —Auch.
—Cuando estás nervioso hablas mucho —se quejo la rubia con una pequeña sonrisa que después se apagó — ¿Qué hay de Katsuki? ¿Cómo le explicamos todo esto?
—Todavía es muy joven como para entenderlo...—murmuro el castaño —No estoy seguro de como hacerlo. Ni siquiera sé si está bien que siga siendo su padre.
— ¡Masaru! ¡¿Cómo puedes decir eso?! —le grito la rubia.
—No soy un buen ejemplo para él. No pude cuidar de la mujer que amaba y solo te hice daño al salir contigo, al elegirte para pasar toda mí vida, cuando mí corazón no estaba listo para eso —sollozo el castaño rompiéndose pieza por pieza —Soy patético. No quiero que mí hijo tenga de ejemplo a un hombre tan patético como yo.
Mitsuki rompió a llorar junto con él cuando lo vio de aquella forma y lo abrazo, esa noche, los dos lloraron lo suficiente como para a la mañana siguiente verse lo bastante horribles al ir a los tribunales a pedir el divorcio.
Después de eso, cuando Masaru juntaba las cosas para irse de su casa, pensó en lo qué haría a continuación. Su celular no dejaba de sonar con llamadas de sus padres que ya sabían de su divorcio y sus suegros en busca de explicaciones. Estaba tan harto de todos ellos que tiró el celular a la basura y finalmente, llego a la conclusión que podía tomarse unas vacaciones por tiempo indefinido.
Sí, haría eso, iría a un lugar muy pero muy lejano y se quedaría ahí hasta que todos se olvidaran de su existencia.
Después, cuando volvería, armaría su vida devuelta. Seguiría siendo abogado porque se le daba bien y ganaba buen dinero —aparte que no quería pasar otra vez por la universidad— uno que usaría para pagar la manutención de su hijo, aunque su ex-esposa tuviera dinero de sobra para mantener a toda una familia de diez. Compraría un departamento pequeño, con una habitación que usaría de biblioteca y que quedará cerca de un parque. No saldría con nadie, a no ser que esa persona le gustará mucho, no quería repetir los mismos errores. Y aún así, estaba seguro que jamás podría entablar una relación.
Sin embargo, Masaru llego a una edad que comprendió que no le importaba quedarse solo. Tenía a Mitsuki y a Katsuki, a su forma, eran su familia. La rubia le hablaba todos los días de su hijo, le reclamaba que no se atreviera a hablarle por su cuenta, pero con los años dejaría de hacerlo y solo le contaría cada pequeño detalle que considerará debía saber de él.
Vería a su hijo de lejos, en algunos partidos de su escuela a los que iría sin que lo supiera. Colgaría fotos suyas en las paredes, algunas en las que estaba también Izuku Midoriya, su amigo de la infancia y el hijo de Inko Midoriya, la mujer que después estaría con su ex-esposa. Un hecho que le daría una infinita alegría, porque ellas dos se veían muy bien juntas.
Para el castaño, aquella vida estaba bien. Porque su hijo no lo necesitaba teniendo a Mitsuki, Inko e Izuku con él.
¿O acaso se había equivocado otra vez?
Cuando la historia se acabó, Katsuki no supo exactamente como sentirse. Si triste, enojado o confundido. Tenía tantas emociones en su organismo que eran difíciles de procesar.
¿Era posible que quisiera abrazar a su padre a la vez que deseaba golpearlo con todas sus fuerzas?
—Si te sirve de algo, no creo que seas patético. Pero sí cobarde —consiguió decir luego de unos segundos —Soy...tu hijo. Sin importar cómo seas, ¿no tengo derecho a saberlo y procesarlo por mí cuenta? Además, ¡si ibas a mí maldita escuela al menos podrías haber mostrado tu cara! ¡todo este tiempo me dejaste pensar que te importaba una mierda!
Masaru se mantuvo en silencio, viendo el dolor en los ojos rojos de su hijo y aunque no se sentía digno de hacerlo, con el brazo sano que le quedaba tocó su cabello y lo acaricio.
El menor no lo apartó pese a que tuvo el impulso de hacerlo.
—Siempre te tengo en mí mente. Pienso cómo haces para sacar tan buenas notas, en el tiempo que pasas en la cocina practicando algún platillo difícil, si todavía te gustan o no ciertas cosas. Pienso en ti todo el tiempo, pensando qué podría hacer por ti, todo lo que se me ocurrió fue que estarías mejor sin mí —reconoció el castaño con amargura —Con Mitsuki a tu lado no te faltaría amor y alguien que formará tu carácter. Midoriya-san es muy amable, una persona dulce y buena, sabía que ella podría consolar tu corazón cuando estuvieras mal. E Izuku-kun, un muchacho tan bueno, pero que se parece a ti en cuanto terquedad, estoy seguro que tienes un hermano muy confiable.
El más bajo se llevó las manos a la cara y se limpio las pocas lágrimas que cayeron, para después alzar la cabeza, los ojos cafés de su progenitor mostraban sinceridad y arrepentimiento.
"Es un buen hombre". Quizás Mitsuki usaba esa simple frase porque no podía explicarle exactamente en qué era tan bueno su ex-marido. Ahora él podía entenderlo un poco.
Masaru Bakugou creía, con todo el corazón, que los demás no lo necesitaban como él los necesitaba a ellos. Rogó por Yoru a sus padres, a cambio de su libertad, porque sentía que ella estaría mejor sin él y alejada de su padre, sin pensar que eso le rompería tanto el corazón. Después, cuando intento estar con Mitsuki, hizo el esfuerzo de llegar a amarla y cuando no lo consiguió, no podía permitir que ella nunca encontrará el amor por quedarse con él. Entonces, pidió el divorcio. Y cuando se trató de su hijo, habiendo hecho tanto daño a su ex-esposa, no se atrevió a permanecer a su lado y pensó que estaría bien sin que estuviera presente.
Su padre intentaba hacer lo correcto por los demás, sin pensar en sí mismo, eso lo hacía tan bueno y a la vez, tan tonto.
El cenizo empezaba a pensar que, tal vez, le gustaban los tontos.
—Si me faltó algo, viejo idiota —dijo viéndole a los ojos —Tú. Prefiero que estés presente en mis cumpleaños a que me mandes un jodido regalo. Y va lo mismo para la maldita tarjeta de crédito que le diste a Deku. No necesito eso. Yo...¡mierda! ¡no llores!
Masaru lloraba desde hacía tiempo y a el menor no le quedó de otra que suspirar y pasar una mano por su hombro, para calmarlo un poco. Cuando termino, aunque seguía con la garganta ahogada, siguieron con la conversación y lo que quería saber ahora era como había vuelto a estar con Yoru.
—Fue cuando viaje a Estados Unidos por tu cumpleaños. Mitsuki me comentó de un skate que había en una tienda y que te gustó. Pensaba comprarlo.
— ¿Fuiste hasta allá solo para comprarlo? —pregunto un poco aturdido el cenizo.
—Viajaba todos los años por tu cumpleaños y navidad —respondió como si fuera natural, haciendo con eso que su hijo le mirará como si fuera un verdadero idiota —Lo siento. Compraba el regalo y lo dejaba en su casa, Mitsuki insistía en que fuera a la cena de navidad, pero nunca tuve el valor de hacerlo.
—...Sigue hablando —suspiro el de ojos rojos con un poco de resignación.
—Fui a la tienda y compré tu skate, después, como tenía un poco de hambre busque una cafetería para almorzar —continuó el mayor —Ahí estaba Yoru. Leyendo un libro en una esquina del café. Después de tantos años sin verla, pensé que estaba loco, pero al acercarme y ver sus ojos color miel mirándome, me di cuenta que estaba en mis sentidos y que aquello realmente estaba pasando.
—Ugh, parece una mala película romántica —comentó el cenizo con la nariz arrugada y su padre se rió.
—Ella dijo algo parecido —sonrió el de ojos cafés —Luego, me senté con ella y hablamos hasta que el café estuvo por cerrar. Después, fuimos a un restaurante hasta que nos echaron a las tres de la madrugada. Había tantas cosas por decirnos, que fuimos hasta su casa y...creo que nos dormimos cuando el sol salía. Pero todavía no nos habíamos dicho ni la mitad de todo lo que nos queríamos decir.
Katsuki noto que en la mirada de su padre había un curioso brillo, uno que nunca había visto en él, pero sí en su madre cuando miraba a Inko o hablaba de ella. Cómo si nunca hubiera estado ante alguien tan hermoso y especial.
— ¿Están juntos ahora? —quiso saber.
—Sí, en un inicio, los dos creíamos que era algo tonto. Una ilusión de niños eso de que el primer amor es el único en la vida. Pero, en nuestro caso, eso se cumplió —afirmó el mayor —Lo estamos tomando con calma. Todavía ni siquiera vivimos juntos.
—Deberían hacerlo —dijo el de ojos rojos —Luego de tantas mierdas, ¿por qué perder más tiempo, viejo? Si ella es la única mujer con la que vas a estar, demuestralo.
Masaru pestañeo y se llevó una mano al rostro, tapando una pequeña risa que quiso escaparse de sus labios.
—No creí que sería tan romántico. Gracias.
El cenizo chasqueo la lengua y se paró de la silla, era suficiente por hoy, suficiente por un tiempo en realidad. Miro a su padre e hizo la última pregunta que tenía.
— ¿Por qué nos fuiste a buscar mí y a Deku al aeropuerto?
—Yoru me persuadió de hacerlo. Dijo que...mientras tuviera tiempo, debería aprovecharlo para estar contigo —murmuró el mayor —Pero cuando te vi, tenía mucho miedo de cometer cualquier error, que ni siquiera podía mirarte a los ojos. Lo siento, fue un viaje en verdad incómodo para ti e Izuku-kun. También cuando fui a la escuela por lo de la pelea, sabía que traería problemas, así que hice lo posible por irme lo más rápido que pudiera.
—Fue la primera vez que me hablaste —recordó el menor.
—Sí, me esperaba que reaccionarias como lo hiciste, pero aún así quería tratar —sonrió el castaño —Mitsuki estaba muy sorprendida cuando le conté sobre mis deseos, dijo "ya era hora". Estuvo muy enojada conmigo por todo el tiempo que perdí. Es una mujer increíble por perdonar todas las cosas que le hice pasar.
—Ella insiste en que te dé una oportunidad...—giro la cabeza el menor, sin querer ver a su progenitor a los ojos —No tengo una maldita idea de cómo hacer eso.
Hubo un pequeño silencio, uno que se sintió tenso, hasta que el cenizo sintió al mayor jalando de su mano y dándole una sonrisa.
—No tienes que presionarte...Katsuki —soltó su nombre por primer vez, como si lo hubiera contenido por mucho tiempo —Esta bien si hacemos las cosas como tú quieras. No voy a insistir con nada, cuando quieras, puedes pedirme que nos veamos o yo iré espontáneamente a verte, Yuei tiene un centro comercial realmente grande, seguro podríamos hacer algo interesante ahí algún día.
El cenizo asintió ligeramente con la cabeza y luego, salió de la habitación, se apoyó en la pared más cercana y exhaló. Se sentía muy pero muy cansando y cuando escucho los pasos de alguien acercándose hasta él, rogó porque no fuera su hermanastro o la ídola. Ya que no tenía idea de cómo explicar cómo se sentía.
Sin embargo, cuando alzó la cabeza, se encontró con un par de ojos ónix que le miraban con preocupación.
— ¿Qué mierda haces aquí?
Hanta estaba con una ropa distinta a la que le había visto en la mañana, unos pantalones de jean llenos de tierra y una remera blanca, también usaba una gorra negra. Le dio una pequeña sonrisa, de esas que usaba para ocultar su nerviosismo y se acercó hasta él.
—Ashido me llamó para contarme lo que pasó —explicó el azabache —Pero cuando llegue, ella y Midoriya dijeron que no había sido tan grave el accidente y que podía volver a mí casa.
— ¿Y por qué no lo hiciste? —interrogó el de ojos rojos.
— ¿Cómo podría irme sin verte primero? —le devolvió al pregunta, acercándose un paso más y viéndole a los ojos — ¿Estás bien, Bakugou?
—...Estoy cansado —murmuro el de ojos rojos apoyándose en el pecho del contrario, ignorando la tierra en su ropa —Hablar con el viejo fue más difícil de lo que habría imaginado.
—No sé que debería decir ante eso —murmuro el azabache pasando, a tientas, las manos por la espalda del más bajo.
Solo sígueme abrazando, idiota.
El estudiante de gastronomía exteriorizo sus pensamientos pasando sus brazos por la cintura del más alto, que pareció comprender su mensaje porque el agarre en sus manos se volvió seguro y no lo soltó por un largo tiempo.
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