4. Su primera misión

Se sentía nerviosa; su primera tarea como “incógnita”.
El equipo de exploración le había proporcionado un GPS con la ubicación futura de los especiales, no mucho más. Ella tendría que valerse de su ingenio para convencerlos de que no estaban enfermos o eran fenómenos; sino diferentes. Lo más difícil sería persuadirlos de olvidar sus vidas pasadas para integrarse a una comunidad destinada a una posible guerra. No tenía idea de cómo hacerlo, le tocaría improvisar.

Antes de volverse visible, debía cambiar su vestimenta. Accionó una de las cuatro opciones de su pulsera al azar,  y un escalofrío le recorrió cuando vio su ropa modificarse: estirarse y encogerse en diferentes zonas.

Los detalles del uniforme desaparecieron, este adoptó un color negro enterizo, la parte superior e inferior se separaron a la altura del ombligo y el cuello de tela se estiró cubriendo toda su garganta.  La ropa le confería un estilo elegante y sobre todo, discreto.

Lista para confrontar cualquier situación, o al menos con la vestimenta apropiada, revisó la indicación del GPS. La ubicación consistía en un hotel.

Cuando llegó al destino, sus pies tocaron tierra y sonaban contra el asfalto. Todavía llevaba botines, que simulaban cuero negro.

La recepción estaba desolada aun siendo de día. Era como si la Compañía hubiera organizado todo para que solo se enlistaran en las habitaciones las personas que Selene debía encontrar.

Se acercó a los muebles de tapiz negro junto al recibidor marmolado, donde se hallaba una mujer con una computadora. Su intención era sentarse a esperar, pero los vellos de su piel se erizaron cuando escuchó  una voz.

—Hola, Selene.

La pelirroja giró la cabeza con brusquedad.
Se alivió al ver un rostro conocido. Era la morocha que le había dado el traje el día de la remodelación.
Inspeccionó a los lados para cerciorarse de no ser espiada.
—Es seguro, puedes venir. —Una voz le tranquilizó.

—¿Qué haces aquí, Greta? —susurró Selene cuando posó sus manos en el mármol.

—Entregándote la misión. Cuando eres primeriza, la Compañía se encarga de enviar a un supervisor —sonrió—. Soy la tuya.

—Es una misión menor. No era necesario esto.

—Acepta que eres la hija del Presidente de una vez.  Contigo no será diferente el trato.

Selene rodó los ojos: cómo olvidar que Gerald era su padre y que era sobreprotector.

—Lo que tienes que hacer aquí es sencillo —le explicó la  morocha—. Vas a tomar mi lugar como recepcionista; tres jóvenes llegarán a ti, solo tres, nadie más. Después de eso, yo te suplantaré hasta que se haga el cambio de turno con la verdadera empleada. Mientras tanto, les seguirás los pasos a esos tres especiales e idearás un plan para reunirlos. Espero que hayas leído los expedientes.

—Sí y ya tengo un plan —dijo decidida—. No hagan las cosas tan fáciles para la próxima —refunfuñó.

—Créeme que con todo lo que está pasando por estos días, varios tememos que la mayor prueba esté por llegar —dicho esto le guiñó un ojo, dejando a la pelirroja con la boca abierta y pasmada por la ligereza con que la morocha había presagiado una calamidad.

Greta salió de atrás del mostrador y se sentó en los muebles fingiendo que leía una revista.
Escondido en el puesto de trabajo estaba el uniforme, el cual Selene se colocó con rapidez antes de recibir a los huéspedes. Consistía en una falda, una blusa y un polo color crema, este último con rebordes en blanco. 

El tiempo pasaba y el aburrimiento se extendía. Hasta que una tercera presencia se percibió. Era el rubio del otro día. Por el traje negro que llevaba, se podía notar los hombros anchos y la delgadez.
La pelirroja se atemperó, adoptando una posición erguida y el rostro más impasible que tenía, hasta que la voz del joven bajó sus defensas.

—Hola, bonita. —Él hizo un movimiento de cabeza con camaradería—. Voy a pasar una noche aquí, así que necesito de tus importantes servicios —La última frase la expuso de forma tal, que parecía referirse a otro tema.

«Típico playboy. Qué descarado», pensó Selene. «¿En serio tengo que compartir Academia con él?»

—¿Me puedes ayudar o no? —murmuró con cortesía, sacando a Selene de su ensimismamiento.

Ella sacudió la cabeza.
—¿Cómo te llamas?

—Oh, ya veo que eres rápida. Me gusta eso.

—¿Disculpa? —exclamó Selene, tampoco era tan ingenua aunque viviera encerrada.

—Qué haces buen trabajo como recepcionista, mujer. Liam Price, mucho gusto. Toma… aquí tienes mi identificación.

Sí, la pelirroja  debía asimilar desde ya que ese especial resultaría incómodo para convivir. No pararía de coquetearle a todo lo que se meneara.

Después de revisar la base de datos, se percató de que el joven ya había hecho una reservación con los gastos pagados. Solo quedaba por hacer el último paso.

—Aquí tienes. —Colocó una llave encima del mármol. No podía darle la misma habitación a los tres, porque a la llega del segundo se armaría un revuelo y el tercero no aparecería a tiempo.

—Gracias, querida.

Selene sonrió con un gesto innatural y desganado, hasta que el rubio despegó la vista de ella cuando se cerró el ascensor.

Greta le dio una ojeada por encima del periódico y asintió confirmando que iba por buen camino. En efecto, había conocido a uno de los especiales.
Como si el azar se pusiera de su parte en su primera misión, los otros dos jóvenes llegaron simultáneamente pero en transportes diferentes.  Uno en un taxi, el otro en un auto propio.

Los acontecimientos estaban para ocasionarle un infarto. Todo era tan casual que parecía retorcido; el encapuchado en el tejado y ahora los mismos chicos con los que se había topado antes. Por supuesto, solo tenía consciencia de la chica, no del chico.

La primera en aparecer fue una joven pequeña de aspecto inofensivo. Tenía cejas tupidas y andar discreto.

La pelirroja miró de reojo a la morocha y le divirtió su rostro; se veía deslumbrada por la belleza del hotel. Una suntuosa alfombra carmesí recorría el suelo hacia varios pasillos. Detrás  de la recepción donde se encontraba Selene, en la pared, había una vitrina de cristal con jarrones pequeños y en el centro el nombre de la edificación con letras doradas. El salón era inmenso, acogido por gruesas columnas de mármol negro. En lo alto se exhibía una lámpara de techo con piezas brillantes en forma de lágrimas blancas.

No era para menos, pero tampoco para la expresión embobecida de la chica.

—Hola, soy Gwen Carter. —La voz era aguda y dulce—. Vengo por el premio del concurso.

«¿Eh? ¿Qué premio?», dijo para sí la pelirroja. Estaba en un aprieto, eso no constaba en el expediente.

Decidió improvisar y buscó alguna Gwen ganadora de un concurso en la base de datos de la computadora. Existía un reservado a su nombre con hospedaje asignado en una confortable habitación, por un mes y con todos los pagos hechos.

—¿Eres de por aquí? —preguntó Selene mientras tecleaba.

—Eh… no, no soy de aquí. Vine ayer a la ciudad por el premio del concurso.

Selene no conocía que los sin-don tuvieran esas iniciativas. Bendito concurso ese.

—Tu identificación, por favor.

—Oh sí, claro. —La morocha abrió su mochila y le alcanzó una tarjeta de material fuerte.

—Aquí tienes y bienvenida —indicó después de terminar las operaciones. Sentía una clara simpatía por Gwen, no sabía el por qué, pero tampoco lo reprimía.

Inclusive cuando se acercó un chico castaño de unos tres años mayor que ella; la misma sensación de empatía la invadió como con el rubio, aunque este último pareciera un mujeriego.

El moreno era de una estatura no despreciable, pero sin exagerar. No era delgado, tampoco demasiado fornido, un moderado término medio armonizaba su cuerpo. Ah, pero su rostro era otra cuestión. Parecía que imprimieron un ceño particular con cejas espesas  antes de nacer y lo hubieran pegado en su frente. Estaba arrugado en una expresión de seriedad tan inmutable que se figuraba dolorosa. 

No era un joven con estilo de actor o de modelo. Más bien un hombre de negocios, bien parecido pero no esculpido para ser un dios.  Aparentaba ser alguien que no hablaba mucho, lleno de secretos y de límites para con los demás.

A Selene no le desagradó esto, sería un gran contraste si el rubio y él interactuaran. Eso para ella conllevaría a un equilibrio y podría soportar mejor a los dos si estaban unidos. 

Hasta que el joven en cuestión rompió el lazo de cordialidad.

—Ewan Kingsley. Habitación sencilla, una noche. —Terminando la frase colocó la identificación en la mesa—. Ponlo todo a mi cuenta.

Las palabras sonaron tan frías que le chocaron a ella.

—¿Por dónde vives son así; poco saludones?

Ewan enarcó una ceja.

—No recuerdo la última vez que una empleada rebasara el límite del respeto con un cliente —afirmó confesando lo que creía.

«¿Pero qué le pasa a este?». Se indignó pero no dijo nada. Era apático el chico.

—Habitación 41. —Selene adoptó el mismo tono por justicia. El amable “aquí tienes” no encajaba en el trato con él. Ewan tomó la llave sin ni siquiera mirar a Selene y se perdió en el ascensor.

—Pedante. —musitó. Mandó bien lejos el aura misteriosa que ella creía del chico.

Ignorando el chocante intercambio de pocas palabras anterior, se dispuso a ejecutar la otra fase del plan: congregarlos.

—Ve —apuntó Greta levantándose del asiento.

Selene se cambió sin prisa, ya que sabía el número de los dormitorios que los tres ocuparon. Todavía estaba algo contrariada pero debía olvidarlo.

La morena, gracias al concurso, se había ganado una suite. El rubio también se hospedó en una habitación de lujo pero pagada desde sus bolsillos. El castaño se notaba conservador, alojándose en una habitación de costo medio.
Tres notas llegaron a tres puertas.

La del rubio decía:
Estoy en una suite pensando en ti. Ven a verme a la número #3. Te espero con ansias.

La nota de Gwen:
Por problemas organizativos usted deberá ocupar la suite #3. Hubo una confusión. Sentimos expresamente las molestias ocasionadas.

Y el falso comunicado para el irascible Ewan era:
La planta que usted ocupa tiene algunos problemas técnicos.  Todos los huéspedes deberán instalarse en otras habitaciones hasta que se reparen los daños. Se hospeda en la suite #3. Sentimos las molestias ocasionadas.

Las notas dieron reacciones diferentes en los tres; la del rubio resultó bribona, el castaño se notaba incrédulo y suspicaz y la morena solo fue indiferente, ya vivía una vida movida.

El último en llegar fue Ewan. Cuando entró, Gwen y Liam estaban teniendo una discusión. Su sorpresa era tal que ni siquiera se fijó en el lujoso aspecto de la habitación.

—¿Me vas a decir que ahora no quieres que te haga nada? Porque la notita me pareció lo contrario —reprochó agitando el papel. Al contrario de Gwen, parecía gustarle esos tipos de líos.

—¿De qué hablas? —espetó la morena tanto nerviosa como molesta. Ningún hombre se había mostrado con ella así antes—. Yo no te llamé a ningún lugar.

—¿Qué es esto? —zanjó Ewan gastándosele la paciencia a una velocidad peligrosa.

***
Denle a la estrellita si se animan ;)

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