17. La Orden

Acabé en un espacio azul reducido con remates en las esquinas. Una densidad subjetiva avasallaba el ambiente. Estaba nerviosa.

Mis párpados se hallaban embotados todavía de llorar. Esa idea me agrietaba la consciencia; una vida perdida en un estallido. Me sentía indefensa, aún por la presunta amabilidad de las personas en esa secreta Orden. El sujeto que nos llevó, terminó por asignarnos una consulta para nuestra inspección y lo que él llamó "identificación". Los cuatro estábamos separados. Dividir las fuerzas nunca fue algo que me placiera.

Una mujer con bata blanca movió la puerta de metal para asentarse al frente mío. Tenía una faz serena, pero apática.

—Quítate la ropa. Necesito examinarte.

Me sorprendió su dureza al tratarme como un organismo viviente que necesitara evaluación, no una muchacha desnuda, con todo el pudor que eso implicaba. Aunque debían ser gajes del oficio, y la profesionalidad era obvia.

Examinó mis pulmones, colocando el estetoscopio en mi espalda. También mi piel y signos vitales. Después de sustraer varias muestras de sangre con una jeringa, declaró en el informe un  bosquejo general de mi salud.

Después de vestirme con mi traje de incógnito, no tuve que modificarlo a la ropa que llevaba antes, pues en este lugar no hacía falta que ocultara mi identidad. La doctora me ordenó  quitarme la pulsera, dio explicaciones vagas de algún tipo de interferencia.

Un asistente de al menos veinte años trajo una máquina con ruedas adjuntas a su soporte. Debía ser por eso. El muchacho le dio un formulario a la doctora y ella empezó a llenarlo, mientras me daba las indicaciones requeridas.

Me tumbé en la camilla y extendí mi brazo. Me relajé lo posible, teniendo en cuenta, que estaba en un sitio extraño con individuos desconocidos.

Cerré los ojos, con la piel alrededor inflamada por la extenuación. Sentí electrodos enfriar partes de mi frente y mi cabeza. La doctora me introdujo una aguja conectada a un suero en la mano extendida sin previo aviso, lo que generó un pinchazo fugaz que hirió mi vena. 

Esperé un rato, sin hacer ninguna pregunta para que todo sucediera rápido, pero el miedo me aquejó cuando mi sentido de conservación despertó gritándome que el desconocimiento sería mi perdición. Podían matarme o dormirme sin chistar.

—Espera...

La mujer dio la orden de encender la máquina. Era tarde.

Un calambre me recorrió las extremidades cortando el hilo de mi queja. Fuese lo que fuese ya me estaba afectando.

Mi cara empezó a vibrar y me cerebro se aturdía, como si las neuronas se sobrecargaran sin causa.

Mi cuerpo se sacudió con espasmos irregulares y ligeros hasta que la doctora dio la orden de subir el nivel del influjo inexorable del aparato.

Y repercutió con gran facilidad en mí.

Empecé a convulsionar y quise gritar. Mis sentidos explotaron y mi ira se avivó. Tenía que descargar la tensión hacia el exterior. 

En seguida, me desvanecí y reaparecí a unos metros del suelo  con un estruendo contundente. Tenía el cuerpo translúcido, y poco a poco fue haciéndose visible.

—Invisibilidad y teletransportación... —susurró la doctora escribiendo en el papel.

Era una prueba para mis habilidades, al parecer. Me limpié el rastro oloroso de óxido del labio superior. Mis dedos terminaron con restos de sangre.

—... Inestable —agregó en un ademán poco esperanzador.

El muchacho se fue, dejándome sola  con esa mujer que me estaba dando miedo.

—¿No era más fácil preguntar por mis dones? —inquirí por el riesgo que corrí con la prueba.

—Hay quienes llegan sin saber que son especiales. ¿Nombre y edad?

—Selene Campbell, diecisiete años. Pero yo sí sé los míos.

—Nunca alguien se llega a conocer por completo, Campbell.  Hay veces que ni la máquina mide tu verdadero potencial.

Tenía la sensación que ella pensaba que me crié con los sin-don.

—Ya me han hecho pruebas antes. En mi hogar. Sé todo lo que tengo que saber.

La doctora me miró de reojo.

—¿Eres parte de los incógnitos?

—¿Los conoce? Thomas no nos conocía.

—No sabían que existían hasta hoy. Los clandestinos encontraron a otros miembros de tu organización hace poco.

—¿¡QUÉ!? Tengo que ir a verlos.

—No, señorita. Usted hará lo que está establecido. Debes instalarte y conocer las reglas de la OCE. Mañana podrás verlos. Si no obedeces, te será más difícil después. Puede que no lo sepas, pero somos muy estrictos.

—¿Cuáles reglas?

—Todo será explicado en la reunión.

Siempre supe que había algo más detrás de la hospitalidad. Los obstáculos no cesaban de aparecer. Me preguntaba qué tan duras serían esas reglas y si estábamos en este lugar con otro propósito que no sea la preparación para una confrontación.

La doctora no hizo más dilación de su presencia después de revisarme por segunda vez, para evitar algún daño colateral del examen.

Recogí mi pulsera y salí de la consulta esperando a encontrar a mis compañeros, con las emociones más alteradas por el análisis físico. Seguía pensando en mi familia incógnita, sumándose la preocupación de que me esperaría a continuación.

Llegué a un pasillo de baldosas grises similar al uniforme clandestino característico. Reparé en todos los rincones. La OCE aunque conversadora, era muy limpia y las personas caminaban con un andar robótico. El ambiente vaticinaba un conflicto en donde los preparativos eran incipientes y por consiguiente se sentía tenso. El mismo sentimiento, el último, antes que la Compañía explotara.

Aceptaba que esa podría ser mi vulnerable percepción, dado que me encontraba desamparada. Mi vínculo endeble con los otros tres chicos era el único que me llegaba a mi pasado, el verdadero, el inolvidable.

No quería confiar en la Orden aunque tuvo la bondad de acogerme. No podía pretender que estaba segura, porque desde que vi esas luces en el cielo me convencí de que nada en estos momentos era fiable.

La retahíla de pasillos era abrumante, puesto que estaba desorientada aún bajo las indicaciones de la doctora y de Thomas de llegar hasta el auditorio de la OCE.

Observé en mi caminata que los trajes de los clandestinos eran de calidad poco uniforme. Los jóvenes tenían un traje ajustado, con la tela todavía flexible. Sin embargo, esto no era tan constante en las personas de más edad, puesto que la tela gris con ribetes negros, de los tobillos y las muñecas estaba desgastada y un poco estirada con el tiempo. Sin duda, era signo de unas medidas de pre-guerra.

Las paredes estaban ausentes de todo tipo de adornos, no había sofisticación visible, ni el ambiente de calidez que había en la Compañía. Se imponía un régimen de sobriedad que posiblemente estaba a tono con el ahorro.

Cuando llegué a ese sitio después de diez minutos de búsqueda, la mayoría de los ojos se posaron en mí, mientras yo buscaba a los chicos por la gran cantidad de asientos. Sentí mucha vergüenza, parecía un espíritu errante, la única desorientada.

El auditorio no era suntuoso, pero sí espacioso y sencillo. Los asientos estaban tapizados en rojo, mismo color de las cortinas del escenario. Había un estrado y Thomas detrás, debía ser el moderador. Más en el fondo, como representación de la Orden estaban un hombre con el uniforme y una insignia, tres personas con bata y un joven con el traje sin atavíos.

Divisé a Gwen en la primera fila y bajé con celeridad para sentarme de una vez. Ewan y Liam estaban detrás, en la segunda y me vieron llegar. Gwen había reservado una silla junto a ella.

—¿Dónde estabas? —preguntó preocupada. 

—Me perdí.

Una mano se posó en mi hombro.

—Hola, pelirroja. —Price me guiñó un ojo. A veces, agradecía su facilidad para alegrarme.

—Hola.

Mis ojos se encontraron con los de Ewan. No me dijo nada, solo se dedicó a mirarme con su ceño de cejas tupidas.

Giré la cabeza y me acomodé en el asiento un poco más aliviada de haberlos encontrado.

El joven estático en el escenario me causaba interés. ¿De qué forma representaría a la OCE? Solo debía tener unos veinte cortos.

Tenía similitudes con Liam, solo que su rostro era más anguloso. Su cabellera rubia era más ceniza, y sus ojos azules eran casi grises.

Thomas acomodó el micrófono del estrado y hojeó el discurso que definiría nuestro porvenir en la Orden.

⋇⋆✦⋆⋇ 

Gwen y yo fuimos trasladas a un dormitorio común. Carter era muy conformista, pero después de escuchar aquel discurso de bienvenida menos ganas tenía de simpatizar con los clandestinos: tenían ciertas características.

La OCE tenía una estructura central que constaba del auditorio, veinte cabinas de evaluación para especiales y un vestíbulo principal. Ese era el primer piso. Tenía otros dos; el segundo para las reuniones de los directivos y el tercero era un departamento de control y monitoreo.

Otras instalaciones importantes y demás áreas menores estaban repartidas fuera del edificio central.

Es ahí donde radicaba el avance insospechado en la OCE. Parecían tan sencillos, que nunca pensé que tuvieran ese nivel de especialización.

La OCE era subterránea y estaba construida en forma de una colonia de hormigas, según el mapa que nos mostró Thomas. Las casas de los habitantes estaban en un sitio en forma de cúpula, junto con el gimnasio, los salones de entrenamiento y las tiendas de puntos. El comedor, en donde almorzábamos y cenábamos, era otra cúpula a varios metros de tierra lejos. El desayuno era repartido en los salones antes de comenzar la rutina física.

El departamento de investigación y tecnología estaba separado también, al igual que el de combate y provisiones. Según ellos, por precaución. Todos pertenecían a un área y no querían infiltraciones de novatos a cúpulas inapropiadas.

«Qué lastre. Y yo que quería explorar», me quejé.

La vía de conexión eran cápsulas de transporte, unas de hasta veinte pasajeros e individuales de a tres que viajaban por túneles. Pero no llevaban a todos los lugares sin restricción, para eso había tarjetas de permiso que solo el personal autorizado poseía.

Los dormitorios  y sus instalaciones menores estaban en  un terreno yermo, repartidos por zonas, dependiendo de la experiencia y desempeño. Los novatos nos albergábamos en recámaras pequeñas.

Cuando ingresé a la mía junto con Carter, no me disgustó tanto aunque fuera modesta.  Lo más llamativo era una lámpara de lava con burbujas naranjas flotantes como división de las dos camas. Había un tocador, un librero, un escritorio con dos sillas, una mini-nevera y dos casilleros negros a cada lado de las camas: suponía que esos espacios estrechos serían nuestros armarios. La casa constaba de solo dos puertas, la de entrada y la del baño. Las paredes  y las cortinas de la única ventana eran de colores apagados: grises y pasteles.

—Tampoco está tan mal —admitió Gwen cuando el guía nos dejó para que nos acondicionáramos.

Encima de la nevera había una lista de la comida, el racionamiento diario que debíamos hacer —aunque parecía más una obligación— y la fecha de abasto que era cada diez días.

La vida aquí se resumía a números. Y esa era la razón mayoritaria por la que estaba reticente aún. Aceptaba que la hora de despertar y dormir fueran establecidas como reglas, pero no que apuntaran las calorías que debía ingerir, los descansos, las horas de entrenamientos, que nos dieran puntos por siempre tener que ser los mejores —aunque eso significara tener derecho a comprar en las tiendas—, que nos aislaran en cúpulas ¿con miedo a qué? Y lo más chirriante era que no daban explicaciones por sus rigurosas leyes.  Gwen casi me tildó de rebelde cuando le expresé mi punto de vista, y aunque tuviera un poco de aversión por la OCE  —solo por el hecho de que no los conocía y los únicos que me importaban estaban heridos o muertos— no me consideraba exagerada.

Guardé la pulsera en mi mesita antes de irme a bañar. Recordé cuándo la obtuve; fue después del accidente en la Compañía que por poco no me costó la vida, pero sí mi antigua pulsera.

Recordé a mi padre cuando fue a verme en la enfermería.

Llegué deprisa a la ducha y logré que se confundieran las lágrimas con las gotas de agua que caían en mis mejillas.

Pronto iría ver a los que sobrevivieron. Tenía fe.

Esta vez iba a tratar de protegerlos, aunque me metiera en problemas. Me sentía culpable. ¿De qué? Pues no sabía.

Pero no iba a quedarme de brazos cruzados con tantos cabos por atar.

El primer paso era luchar por integrar el Consejo Juvenil. Los miembros tenían ciertos privilegios como visitas guiadas y hasta pequeñas tareas en áreas restringidas para los nuevos, además de que les llegaba información mucho antes que a los demás. Y lo más importante para mí: estaban encargados de mantener la armonía en su zona, velar por todo.

Pero no sería fácil. Solo lo lograrían los de mejores resultados —que constituían puntos— en las pruebas de rendimiento. No dieron muchos detalles en las conferencia, solo que ayudaría a explotar nuestras capacidades y a descubrir en lo que éramos talentosos para así tener una labor asignada en la OCE. Tenían una gran reserva con el manejo de estos exámenes, pues nuestro puntaje no se haría público, solo los encargados sabrían la verdad.

Me envolví en la toalla y caminé  en pantuflas de suela dura a buscar el uniforme nuevo. Con color de tumba.

Casi era hora de la cena, pero mis ánimos me aniquilaron el apetito. En cambio, iría al comedor para acompañar a Carter, pero cuando percibí que dormitaba encima del escritorio, busqué en mi casillero algo para dormir. Un batón blanco poco ceñido a la cintura.

La desperté un poco y la ayudé a recostarse en la cama. Guardé sus dibujos en una gaveta del escritorio. A lápiz había pintado una mariposa monarca en pleno vuelo, incluso estaba el rastro de polvo que alzaba con sus alas. El grafito se repartía con fluidez por el papel, los trazos eran limpios y ligeros. No sabía que tuviera un pasatiempo y que fuera buena en ello.  El otro era algo surrealista, unas cadenas ahorcando una roca.

Me acomodé entre en las sábanas, colocando la almohada en mi cabeza para evitar la nostalgia. Siempre que estaba en silencio, a mi mente venían recuerdos del pasado y esta vez no podía permitirme eso.

Mañana explicarían la primera prueba.

Yo debía salir con éxito.

Porque nadie más se preocupaba como yo lo hacía; sobre el destino de una legión casi extinta de peculiares. Los incógnitos.

***
Holis!! 😄😄
He estado un poco inactiva por asuntos escolares.
Pero esto no termina hasta que termina, je.
Seguiré actualizando, lo que en espacios de tiempo más irregulares.

Además tengo la trama un 90÷ planeada. Solo falta narrarla

Que tengan un lindo día.
Hasta la próxima.
Un besho especial. 😘

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top